“Ganamos, perdimos, igual nos divertimos” cantábamos en la infancia luego de algún duelo futbolístico en el potrero. Las rodillas y los codos magullados luego de la batalla futbolera permitían, sin embargo, ese canto salomónico más allá del resultado, que siempre alegra más a unos que a otros.
Las elecciones generales del 14 de noviembre trajeron la alegoría de esa canción infantil. ¿Por qué todos celebran? Unos porque emparejaron un poco y porque se evitó la escena tan temida, la pérdida por goleada que parecían augurar los resultados adversos de las PASO. El Frente de Todos aparenta situarse siempre en ese lugar enunciador de buscar evitar la catástrofe, tanto la del temor de otrora del peligro del colapso sanitario como de la debacle electoral. Siempre pudo haber sido peor. Mejor vivos y pobres. Mejor derrotados pero no por tanto. El mensaje grabado del Presidente llama al diálogo posible con la oposición. El del búnker habla de una victoria.
Nos tocó perder ganando, quiso filosofar Tolosa Paz. Luego manifestaron una convocatoria para el día de la militancia a celebrar un triunfo. Es una dificultad del oficialismo, se niega a llamar las cosas por su nombre. ¿Por qué no celebrar una remontada? No fue un triunfo, fue una derrota acompañada de un repunte que insinúa que no todo está perdido en el partido largo que culmina en 2023. Es cierto que la Argentina tiene derecho a la esperanza, como dijo el Presidente.
Juntos por el Cambio celebró también, porque en definitiva triunfó aventajando al oficialismo en ocho puntos a nivel nacional. Arrasó en Córdoba, revalidó Ciudad de Buenos Aires y los grandes centros urbanos acompañaron con sendos triunfos. También, ganó la provincia de Buenos Aires, aunque más apretado; de cuatro puntos de diferencia en las PASO, a poco menos de un punto y medio de ventaja. Falta territorialidad, dijo Patricia Bullrich a la hora de explicar la derrota en la Tercera Sección, donde es mandamás desde siempre el peronismo. Habló Vidal y habló Larreta. Macri se mostró serio, enmudecido y en un discretísimo segundo plano. Como un nueve goleador relegado que no celebra porque las conquistas de esa tarde fueron de otros. Casi eclipsado, en el momento de ir a votar habló de una transición ordenada como si estuviera en juego el Ejecutivo. La diferencia un poco más apretada en la madre de todas las batallas bonaerense no augura que sea una disputa electoral resuelta de acá a dos años. Una de las grandes incógnitas será develar qué rol jugará la interna del espacio opositor en ese tiempo que se abre luego de las elecciones, con la figura del ex presidente y los nuevos perfiles ascendentes: Rodríguez Larreta, Vidal, Facundo Manes y tras él, un envalentonado radicalismo.
Las dos opciones por fuera de la grieta también terminaron festejando. El Frente de Izquierda volvió a lograr que una diputada de esa tendencia fuera elegida luego de mucho tiempo por la Ciudad de Buenos Aires. También, sumó dos diputados en provincia de Buenos Aires y una banca con una elección espectacular de Alejandro Vilca en Jujuy, donde juntó la cuarta parte de los sufragios disputando voto a voto el segundo lugar con el Frente de Todos. Cuando los analistas suelen caer en la simplificación que “los electorados se derechizan”, el crecimiento del voto del Frente de Izquierda desmiente aunque sea parcialmente esa aseveración. El electorado suele innovar más en las elecciones legislativas y les dio la oportunidad de llevar su representación al Congreso. Minoritaria, pero se hará escuchar.
Los mismos escaños lograron Javier Milei, José Luis Espert y los libertarios. Dos diputados por la Ciudad de Buenos Aires y dos por la provincia. En el interior del país, la expresión de derecha libertaria tendió a confluir con Juntos por el Cambio. Donde no hay estructura propia, decantan las afinidades cristalizando la unión entre esos dos espacios políticos. Cuando en diciembre asuman sus bancas, éstas figuras que se autotitulan outsiders de la política, perderán esa fuente simbólica de legitimación y pasarán a ser un diputado más. Levantarán la mano y la bajarán. Darán quórum y se retirarán del recinto. Acordarán o se diferenciarán. Serán parte de la rosca y “vivirán del Estado”, encarnando una de sus censuras a la clase política tradicional. El tiempo dirá si cuentan con la potencia para encarar una alternativa independiente o si se incorporarán como un ala belicosa dentro de Juntos por el Cambio.
El Gobierno perdió, pero falta mucha agua correr debajo del puente. A principios de marzo, se recuperaría recién la brutal caída económica que produjo la pandemia, como para empezar de cero. El Presidente habló de la segunda parte de su mandato; por ahora, pareció un piloto esquivando tormentas de deudas heredadas, pandemias, cuarentenas y el temor al colapso sanitario que no sucedió por las medidas preventivas encaradas con gran costo y secuelas. Pero tanto la campaña, como los resultados electorales, mostraron la dificultad de convertir en capital político el hecho de sólo de evitar los escenarios catastróficos. El votante parece elegir más influido por el día a día ajustado de no llegar a fin de mes, borrando de su percepción las tragedias que se evitaron. El conservadurismo sanitario cuidó tal vez demasiado al presente, sin mañana, en una sucesión de días iguales. El ala política del gobierno salió a subsanar de raje con algunas medidas expansivas lo que no se percibió en la ciudadanía antes.
Como se dijo profusamente en las redes sociales, luego de la elección, a los ciudadanos del común sólo les queda una cosa hacer el lunes: ir a trabajar o a pelearla como todos los días de la forma que fuera. El Gobierno repuntó, pero deberá afinar sin dudas las políticas para hacerle al hombre y mujer de a pie, una coyuntura más llevadera. Tal vez, de eso se trata. Quedan dos años. Pero el tiempo empieza a correr mañana.