Todos en orsai y alucinados

Nadie puede rechazar el desarrollo industrial en países dañados por el desempleo y la exclusión, pero el modelo celulósico, la minería a cielo abierto y el monocultivo cerealero no benefician a los pueblos. Mientras tanto, los ambientalistas de Gualeguaychú señalan la astilla en el ojo ajeno y son ciegos al tablón en el propio.

Hay momentos en que algunas ideas, propósitos o principios, comienzan a carecer de sentido, y no porque no lo tengan, sino debido a nuestras inconsistencias, incongruencias, dobleces, agachadas y oportunismos. Todo hace suponer que algo así sucede con el diferendo argentino-uruguayo por la instalación de una pastera en el río Uruguay, y con la protesta vecinal que la precedió, acompañó y sigue todavía.

Casi no vale la pena detenerse en la planta de Botnia, tan notoria, desagradable y nociva como una cucaracha en un pote de crema, pero por las dudas, insistamos: se trata de una cuestión de proporciones y de modelos de sociedad.

Nadie en sus cabales o a menos que sea más “ecologista” que humanista, puede rechazar el desarrollo industrial de nuestros países, estragados por el desempleo y la marginación, pero para serlo, ese desarrollo debe desenvolverse en forma armónica con las características del ambiente, guardar proporción con el tamaño de la economía de la región, preservar la diversidad productiva y resultar beneficioso para la sociedad; no sólo para los inversionistas.

No conforme con no cumplir con ninguno de estos requisitos, todo hace presumir que el “proyecto celusósico” alucinado por la clase dirigente uruguaya muy probablemente devenga en un enorme agujero negro hacia el que convergerán las energías productivas regionales… para convertirse en nada, en una abstracta cifra del PBI sin influencia alguna sobre la balanza comercial de los países involucrados, sin beneficios para el conjunto de la población y con graves perjuicios sanitarios y económicos para los vecinos de las zonas afectadas, que son muchas más de las que se cree.

El viejo plan colonial

La demanda de materia prima alterará crecientemente el mapa productivo regional al incentivar el más estéril de los monocultivos, lo que a la postre llegaría a incrementar el poder de una empresa extranjera a expensas de las instituciones de la sociedad y del Estado. En fin, que a nuestro modo de ver, la alucinación celulósica carece de la menor relación con un supuesto desarrollo industrial y se asemeja peligrosamente al modelo de las factorías coloniales.

Es, desde esta perspectiva, que en este medio hemos siempre apoyado la protesta de las asociaciones vecinales entrerrianas y orientales opositoras a este nuevo delirio salido de la corrupción de economistas y la miopía de políticos, aun sin compartir el extremismo metodológico de los vecinos de Gualeguaychú, que se comprende pero no se justifica, por ser contraproducente a la causa que se dice defender.

Se dice

Entre lo que se dice y lo que se hace hay por lo general cierta diferencia, que cobra peligrosidad cuando se vuelve muy pronunciada, en tanto entendamos que lo que se hace es lo que en verdad se pretende.

En ese sentido, la queja del gobierno argentino por la instalación de la planta de Botnia –la queja de un gobierno que exhibe respecto a la racional explotación de los recursos naturales el mismo desdén que muestran las autoridades uruguayas– sólo adquiría legitimidad en tanto y en cuanto acompañaba la legítima protesta de una ciudad que veía amenazada su calidad y medios de vida por la cercanía de la pastera. La legítima protesta por la cercanía y el tamaño de la pastera.

¿Legítima?

Una recorrida por las calles de Gualeguaychú podría hacer dudar de la sinceridad de su ecologismo: las cunetas de las calles de tierra –las de pavimento reciben la atención de la correspondiente repartición municipal– llenas de envases plásticos, pañales descartables y bolsas de nailon, que además acaban tapizando el lecho del río en momentos de bajante.

Como contrapartida, la preocupación de varias organizaciones comunitarias, de docentes y alumnos, de las autoridades municipales por el medio ambiente es –era, al menos– notoria, si bien tal preocupación nunca fue tanta como para eliminar las repugnantes emanaciones de la pileta de depuración de efluentes del polo industrial, que hace muy fea la vida de los vecinos de un barrio aledaño y se perciben desde la ruta 14. De igual manera, ninguna autoridad pudo explicar la merma de peces en los ríos y arroyos ni ponerle remedio.

Los agroquímicos

Alguna vez la asamblea ambiental, al objetar el proyecto celulósico sostuvo que el nivel de contaminación alcanzado por ríos y arroyos de la región a causa de los agroquímicos y pesticidas era tal, que la vida en ellos ya no soportaría una nueva agresión.

La contaminación provocada por los agroquímicos fue alguna vez una preocupación de los ambientalistas entrerrianos. Cabe dudar de que siga siéndolo. O será que los sinceramente preocupados por el medio ambiente ya no participan de las asambleas ambientalistas.

Semanas atrás, al ser consultados por Pedro Lipcovich –columnista de Página 12– respecto a una gran mortandad de loros y pájaros, voceros de la asamblea dijeron que su tema no era la contaminación por agroquímicos sino por los efluentes de Botnia, lo que además de constituir toda una sorpresa, es una falsedad, o de Lipcovich o de los “voceros”.

O, para decirlo más benignamente, acaso una confusión: la mortandad de loros, pájaros y animales carroñeros no fue provocada por un agroquímico sino por el uso descontrolado de un veneno con el que se combate a los loros.

También el desarrollo, descontrolado

Sin embargo, el apoyo de parte de la asamblea –y el silencio de los demás– a la protesta ruralista del primer semestre del año, induce a pensar que sus integrantes se ciscan en la contaminación concreta y palpable que hoy afecta a los entrerrianos y sólo se ocupan de la pastera de la orilla opuesta del río, lo que de ser así convertiría su protesta en un acto más antiururuayo que ambientalista.

En la protesta de los agricultores estuvo directamente implicado el uso de agroquímicos como principal insumo de la producción de cereales y consistió en la defensa irrestricta e irracional de un modelo de desarrollo descontrolado –siempre descontrolado– y exactamente igual que el que se objeta cuando es llevado a cabo en la República Oriental.

Ese mismo modelo, que no es de desarrollo sino de dependencia, es el que se sostiene con la defensa de la minería a cielo abierto y la promoción del monocultivo cerealero, que son las razones del reciente veto de la presidenta argentina a la ley de bosques y a la preservación de los glaciares.

Capaz que alguna vez dejemos de imitar a las monarquías absolutistas.

El corte: estupidez y desproporción

El corte de la ruta 136 lleva ya dos años de ser permanente, un recurso desatinado cuyo principal efecto es perjudicar a los uruguayos de a pie y, como reacción, facilitar los abusos de la empresa europea, cuya creciente extraterritorialidad comienza a alarmar a los ciudadanos más avispados.

El corte definitivo de una ruta no es un bloqueo, como exageró alguna vez en tren culebrón televisivo el ex canciller uruguayo. Es simplemente una estupidez, una nueva desproporción que oscurece y tergiversa los motivos de la protesta vecinal, y a la que se llegó por obra de conocidos aventureros que no dudan en manipular la por lo general justa indignación de la multitud de manera que resulte útil a sus proyectos personales.

De esa intemperancia prepotente, de las amenazas y agresiones a las disidencias –mucho más visibles en el conflicto por las retenciones que en la lucha contra las pasteras–, deriva la inconsecuencia de una asamblea ambiental despreocupada de la contaminación cuando la tiene en casa, cuando la provocan terratenientes y agricultores inescrupulosos. Indiferente a esa inconsecuencia, la asamblea ambiental iniciará esta temporada una nueva campaña de protesta destinada a cortar por el mayor tiempo posible todas las rutas que comunican con el Uruguay. No podemos hacer otra cosa, dirán.

Más dependencia

En cuanto a Botnia, bien, gracias. Por lo pronto, si es afectada por algo, no será por los cortes de rutas sino por la crisis económica internacional, circunstancia que debería servir de reflexión a tanto economista, tanto político, tanto productor que cifra las esperanzas de crecimiento económico en un mercado externo sujeto a variables que escapan por completo a nuestro control y en el que ni siquiera podemos ponerle precio a nuestros productos.

El “polo celusósico”, la minería a cielo abierto, el monocultivo cerealero son facetas de un mismo fenómeno, de una nueva fantasía colonial, una nueva vuelta de tuerca a nuestra dependencia, una nueva agresión al ambiente y a las personas.

Los “ambientalistas” debieran pensar un poco en estas cosas, reflexionar en su cuota de responsabilidad en la contaminación concreta que padecemos hoy, en vez de limitarse a tirar la pelota afuera, al otro lado del Uruguay.

En otras palabras, que un poco de decencia y sensatez nunca viene mal en los asuntos humanos.

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