“Todavía no nos liberamos de la concepción neoliberal del menemismo”

Uno de los conductores radiales más cultos del dial nacional reflexiona acerca de las dificultades de la producción cultura local y advierte con preocupación que «está escindida la relación de la gente con la política».

Reconocido hombre de radio desde que a principios de los ’80 condujo El submarino amarillo, uno de los espacios clave del entonces ascendente rock nacional, Lupo también es psicoanalista, artista plástico, conductor de TV y ha publicado hace un par de años Entre muebles y sombras, un tomo de distintos tipos de textos, editado por Gárgola.

Actualmente a cargo de la conducción de Tarde o temprano, junto a Jorge Halperín en Radio Nacional, Lupo conversó con ZOOM acerca de las fuerzas que tensionan la coyuntura política y cultural de nuestro país.

—¿Hay una disputa cultural latente en la Argentina?

—Hay una lucha pendiente que no cesó, que trata de poner en primer plano a la cultura nacional. Cuando hablo de cultura nacional hablo de nuestra riquísima producción, no como si fuera el hermanito menor pobre que habría que imponer por la fuerza en los medios de comunicación. Hablo de una cultura excepcional que hizo que en algún momento un filósofo argentino dijera que éramos como Grecia. Acordémonos de que aquí se produjo la primera reforma universitaria del mundo. Algunas de las reivindicaciones que estaban en juego en esa Reforma del ‘18, fueron motivo después de las revueltas del ‘68 en Francia. Por ejemplo, el gobierno tripartito. Estamos hablando de un país con una gran herencia cultural, con una gran tradición de revitalización de la lengua castellana, pero cuya cultura entró claramente en una etapa de banalización a partir de la dictadura y por supuesto después con el menemismo. Lejos está de ganada la batalla por instalar la cultura nacional.

—¿Dónde se da esa pelea?

—En el cine, por ejemplo, se logró una cuota de pantalla en las salas, pero con la condición de que si la primera semana va poca gente, levantan la película. Y concretamente el tanque americano llena todos los cines. Esto no es un tema menor: la UNESCO el año pasado emitió un informe que mostró que Estados Unidos recibió por el rubro entretenimientos, que incluye a la cultura (allí es lo mismo el casino de Las Vegas que una película) más ingresos que por ningún otro rubro en sus ganancias nacionales y offshore. Entonces en la cinematografía hay un inmenso negocio. Además, van instalando sus imágenes, sus valores, sus íconos, de manera que luego llegan los otros productos. Como decía Jauretche, el imperio económico empieza por la penetración cultural. Con la música la cosa ha cambiado bastante en las últimas décadas. Cuando yo entré en la radio, en la época de la dictadura, el 95 por ciento de la música era en inglés.

—La historia común de esos años dice que por la prohibición a la música en inglés durante la guerra de Malvinas, la música nacional accedió a las radios. ¿No oculta esa lectura el crecimiento que ya venía teniendo el rock nacional?

—Sí, eso fue relativo. Durante una semana en la que se había prohibido la música en inglés, comenzó a transmitirse música nacional. Pero apenas se levantó la prohibición, la mayoría de las radios volvió a pasar música en inglés. Nosotros en el Submarino amarillo, el programa que teníamos en esa época, pedimos que se mantuviera un porcentaje mayor de música local, algo así como ochenta por ciento de música nacional y un veinte de música extranjera, y gracias a eso conseguimos ser líderes por cinco años en nuestra franja horaria. Se escuchaban bandas como Los redonditos de ricota, Los ratones paranoicos, Los fabulosos Cadillacs, Soda Stereo. Es decir que si vos abrís un lugar, siempre hay un talento esperando la oportunidad.

—Las condiciones desventajosas para la producción cultural local, ¿pueden llevar a una insistencia en su carácter nacional, una insistencia en que la importancia radica en su localía que termine lavando la riqueza de lo que pasa acá?

—Si tuviéramos las mismas condiciones de competencia, no habría que mencionarlo. Pero no tenemos las mismas condiciones. Puede ser incluso que atente contra la calidad del producto. La batalla hay que ganarla como se gana una batalla del deseo, pero para eso está la difusión, la gente termina consumiendo lo que más se difunde las publicidades y los medios. Hay que darle la misma oportunidad de difusión a lo nacional. Pero por supuesto que si se utiliza como muletilla valorar a algo sólo por ser nacional, se degrada la batalla. Ahora bien, después de 2001 hubo un fenómeno, que no necesitó ninguna difusión oficial, se dio solo, de aumento de las raíces.

—¿En la música o en general?

—En música empezaron los pibes a producir tango y folclore, que es una cosa que en los treinta años que tengo en los medios nunca vi. Hubo épocas en las que de cada diez bandas que venían, todas eran de rock. Hoy cinco son de rock, tres de tango, y dos de folclore, y eso es extraordinario. Hubo, por supuesto, gente que realizo producciones mixtas, como el caso de Liliana Herrero con Fito Páez [él produjo el primer disco de ella], y fueron importantes para abrir posibilidades. También lo que ocurrió con pases magistrales como el de [Daniel] Melingo, que venía del rock y se pasó al tango, o Palo Pandolfo que también empezó a cantar tango, o Santaolalla con Bajofondo. El folclore también, era una música que se había dejado de escuchar y ahora volvió a tener un protagonismo. Todo el tiempo aparecen grupos nuevos, las escuelas de música no dan abasto. Hay todo un circuito que se creó sin ninguna influencia o intervención del establishment ni del Estado.

—Cambiando de tema, ¿Cómo ve usted el panorama político?

—Está escindida la relación de la gente con la política. Más aún con lo que está sucediendo hoy, donde miden mejor los que no vienen de la política, los De Narváez, los Macri, las Michetti, que no tienen ninguna experiencia política. Creo que hay una fantasía ahí, que es la misma que hizo que Macri fuera elegido en la ciudad: si manejó bien Boca, va a manejar bien la ciudad. Es un reduccionismo muy complicado.

—¿Una entronización de la clase empresarial? ¿Como si el hecho de ser empresario garantizara capacidad para una buena gestión pública?

—Sí, esta idea de que si alguien maneja bien una empresa puede gobernar un país. Todavía no nos liberamos de esta concepción neoliberal del menemismo, se piensa que la intervención del Estado es negativa. Es increíble que tengamos esa miopía, que neguemos el hecho de que las empresas lo único que buscan es su rentabilidad, y que si no se acota eso, si no se ponen límites, si no se regula, desembocamos en un canibalismo primario. El Estado tiene una función fundamental como regulador, y hay que alentar esa función. Acá estamos al revés. Aún en los países más liberales como Inglaterra o Estados Unidos el Estado tiene ciertas funciones que no delega.

—¿Cómo se explica el fortalecimiento de este “privatismo”?

—Hay una sensación de que pasó de moda el problema, y lo cierto es que el problema no pasó. El problema del colonialismo todavía sigue siendo verdad. España, por ejemplo, en este momento está viviendo una crisis menor que la que tendría que afrontar gracias a las ganancias que recibe desde Latinoamérica. No sé. Antes la palabra nacionalismo no se usaba porque confundía con nazismo. Hubo años en que la defensa de lo nacional estaba mal vista, era de derechas, ahora creo que ha cambiado esa mirada y se abre la posibilidad de un nacionalismo sano. Yo creo que la verdad nunca pasa de moda. Creo que hay grupos de poder y grupos que luchan por acceder a un mejor nivel de vida.

—¿Ve algunos signos esperanzadores?

—En algunas medidas del Gobierno. En algunas. Es cierto que es mucho más lo que falta que lo que se hizo. Lo que pasa es que también la oposición al gobierno actual se derechizó muchísimo. Figuras como Carrió se fueron para la derecha, y hay que reconocer que se organizó mucho más la derecha que el progresismo. El progresismo va dividido, y la derecha se organizó en dos grandes fuerzas. En la ciudad, y en el país también, no aparece una fuerza progresista unida que sea una opción.

—¿Ya sabe a quién va a votar?

—El voto es secreto.

—Le pregunté si sabe…

—Sí, sé a quien voy a votar, pero tengo mucho más claro a quien no votaría y por qué. No votaría por los partidos que tratan de chuparle las medias al campo.

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