Tiempo de leones

Sobreviviré a mi verdugo.
Omar al-Mukhtar

El entramado de intrigas, pactos y traiciones que se enmascaran detrás de la invasión imperialista a Libia haría palidecer al propio Shakespeare.

Quizás la suerte de Muamar Gaddafi comenzó a sellarse hace más de treinta años en las intricadas montañas afganas, donde fundamentalistas seguidores de un santón llamado Abdulá Azzam obedecían coordenadas con el equipo que le facilitaban los asesores norteamericanos para resistir la invasión de las Spetsnaz soviéticas. Por allí se dejaba ver también un excéntrico millonario saudí, anticomunista y miembro de la CIA, que con el estruendo de septiembre de 2001 en Nueva York, saltaría al hall de la fama y todo el mundo conocería como Osama Bin Laden. Y con él un grupo de “exportadores” de heroína cuyas rutas terrestres a los mercados europeos se les estaban empezando a cerrar.

De dicho cóctel se conformó Al-Qaeda, un conglomerado de mercenarios que Estados Unidos ha sabido utilizar para diferentes matanzas como Bosnia Herzegovina, Chechenia, Kosovo e Irak, y a los que están volviéndoles a dar conchabo en lo que se conoce como La Primavera Árabe.

Entre aquellos combatientes en las montañas afganas participó una gruesa dotación libia, entrenada en el campamento de Salman al-Farisi, Pakistán, y que a partir de 1994 vuelve a su país con la orden de asesinar y/o destronar a Gaddafi, para instaurar un estado teocrático al modo afgano.

Con ese fin se funda el Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL), que en los siguientes tres años realiza cuatro atentados contra el líder libio e intenta establecer un movimiento armado en las montañas del sur del país.

El líder histórico de Al-Qaeda en Libia es Abdelhakim Belhadj, casualmente el actual gobernador militar en la Trípoli liberada por la OTAN y el candidato a constituirse en jefe del ejército de la “Nueva Libia”. Belhadj encabezó aquel intento insurgente en las montañas del sur, que fue liquidado por el ejército libio al mando de un general llamado Abdel Fattah Younis, el mismo general que aparecería sin vida en Bengasi el 28 de julio pasado, mientras detentaba el comando en jefe de las tropas del CNT (Comando Nacional de Transición). La obviedad de la intriga es casi de comadre de barrio. Mientras tanto, la poderosa tribu Obeidi, a la que pertenecía Younis, reclama justicia y ha prometido tomar revancha contra el CNT.

A raíz de aquella intentona insurgente en el sur, el gobierno de Gaddafi pidió a INTERPOL el arresto del excéntrico millonario pro occidental saudí y agente de la CIA Osama Bin Laden. Según el agente británico David Shayler, el desarrollo del GICL y el primer intento de asesinato contra Muamar Gaddafi organizado por Al-Qaeda fueron financiados por el servicio de inteligencia británico MI6.

El 8 de diciembre de 2004, el GICL es incluido en la lista de organizaciones terroristas por el Departamento de Estado de Estados Unidos, y casualmente hasta hoy sigue figurando en dicha nómina. Diez meses después, en octubre de 2005, el ministerio del Interior inglés prohibió la presencia de miembros del GICL en el territorio británico, medida que aún se mantiene en vigor.

Abdelhakim Belhaj, el actual mandamás de Trípoli, fue detenido en Malasia y trasladado a una prisión secreta de la CIA en Tailandia, donde fue torturado. Como resultado de acuerdos entre Estados Unidos y Libia, Belhaj fue entregado a Libia, donde volvió a ser torturado por agentes británicos en la cárcel de Abu Salim.

En junio de 2005, los servicios secretos occidentales organizan en Londres un encuentro de opositores libios en el que participaron “La Conferencia Nacional de la Oposición Libia” resultante de la fusión de “Los Hermanos Musulmanes”, “la Hermandad de los Senussi” y el “GICL”, donde se establecieron cuatro objetivos básicos: derrocar a Muamar Gaddafi; ejercer el poder durante un año (como “Consejo Nacional de Transición”); reinstaurar la monarquía constitucional de 1951 y proclamar el Islam como religión oficial del Estado.

Durante el período 2008-2010, Saif al-Islam Gaddafi, el segundo hijo del líder libio, negocia una tregua con Al-Qeada, capítulo libio. Al-Qeada reconoce como una falla llamar a la yihad (guerra santa) contra los creyentes de su propia religión en un país musulmán. En contraparte, Libia otorga una amnistía a los miembros de Al-Qeada, pero con la condición de que renuncien a la violencia. De los mil ochocientos combatientes, un centenar rechaza el arreglo y prefiere permanecer en la cárcel.

Desde que estalla la primavera árabe, en enero de 2011, miles de miembros de Al-Qeada participan en todas las rebeliones: Túnez, Egipto, Yemen, Siria, Argelia, Baréin y Libia. Estos son musulmanes no árabes de Asia Central, el sudeste asiático y Afganistán reclutados por el príncipe saudí Bandar ben Sultan.

Los hombres de Al-Qeada están cometiendo masacres y practicando la tortura en Libia sin ser controlados por nadie, detalle que se le está escapando al buen amigo de los pueblos libres, el señor fiscal de la Corte Penal Internacional, el jaurechano medio pelo, Luis Moreno Ocampo.

A la caída de Trípoli, Abdelhakim Belhaj ordena la liberación de los miembros de Al-Qaeda de la cárcel de Abu Salim. Las internas de los “libertadores” de Libia están emergiendo y la ciudad de Trípoli parece ser el más perfecto mapa del futuro libio. El general Abdelhakim Belhaj es sostenido por los fundamentalistas más cerrados que están reclamando el fin de la injerencia de la OTAN y observan al CNT como simples administradores locales de las voluntades occidentales.

Trípoli está fragmentada. Milicias como las de los rebeldes de Zintan dominan el aeropuerto. El banco central, el puerto de Trípoli y la oficina del primer ministro son controlados por rebeldes de Misrata. Bereberes de Yafran controlan la plaza central de Trípoli, donde se han instalado y no parecen tener voluntad de retirarse. Y seiscientos salafistas suníes, uno de los tantos segmentos en que se dividen los observantes del Corán, combatientes de la resistencia iraquí contra invasores occidentales, fueron liberados de la prisión Abu Salim por los rebeldes, los cuales no verán con buenos ojos los arreglos que se están llevando a cabo en la embajada norteamericana de Trípoli, para lo que Estados Unidos incorporó varias docenas de “asesores” en los últimos días.

El Sur

Un tercio de la población de Libia es negra y todo negro encontrado por los islamitas es declarado murtazaka (mercenario). Así es como se están produciendo matanzas no solo contra los libios negros, sino contra los miles de trabajadores provenientes del África sub-sahariana, especialmente emigrantes con trabajos legales del Chad, Sudan, Níger, Mali y hasta los míticos tuaregs, que llegaban a vivir al país con más alto estándar de vida de toda África. País del que las bombas de la OTAN han dado cuenta, más allá de dejarlo perfectamente libre, arruinado, pero libre de todo, incluídas salud y educación. Libre como la última republiqueta occidental.

El puerto de Sayad, una treintena de kilómetros al oeste de Trípoli, se está convirtiendo en un campo de refugiados africanos negros aterrorizados por la “Libia libre”. Médicos sin Fronteras descubrió la existencia del campo el 27 de agosto. Los refugiados dicen que desde febrero comenzaron a ser expulsados por los propietarios de los negocios en los que trabajaban, acusados de mercenarios, y que están siendo acosados desde entonces.

El inmenso desierto del sur de Libia no fue conquistado aún por las fuerzas occidentales; el CNT no tiene acceso al agua ni a gran parte del petróleo que guarda esa zona. Para Gaddafi sería relativamente sencillo hacerse fuerte allí y resistir negociando con las tribus regionales, y organizar una guerra de guerrillas.

Argelia, que está inmersa en una cruenta lucha contra Al-Qeada, tiene una vasta y permeable frontera de mil kilómetros con Libia, imposible de sellar. Quizás esa sea la apuesta del nuevo tirano prófugo: resistir en el sur, a la espera de que los enfrentamientos internos entre los “libertadores” comiencen a manifestar más virulencia.

Seguramente Muamar Gaddafi recuerde al legendario Omar al-Mukhtar, conocido como el león del desierto, por liderar desde 1912 la resistencia contra el dominio italiano hasta 1931, cuando fue detenido y ejecutado. Seguramente sobrevuela en los pensamientos del líder derrocado que para Libia ha vuelto el tiempo de los leones.

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