Terror en la tierra atómica

Un nuevo atentado en Pakistán subraya la compleja situación de un país cruzado por los conflictos
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Parece ser que la guerra entre Estado Islámico y el Movimiento Talibán no solo se está librando en el plano militar sino también en el mediático. El atentado contra el Hospital Civil de Emergencia de la ciudad de Quetta, capital de la provincia pakistaní de Baluchistán, al suroeste del país, en la mañana del lunes 8 de agosto, ha sido adjudicado tanto por facciones de uno como de otro grupo.

 

Temprano en la mañana, cuando el presidente del Colegio de Abogados de la Provincia, Bilal Anwar Kasi, salía de su casa rumbo al trabajo, dos desconocidos desde una moto hicieron diez disparos contra su auto. Hasta allí nada salía de la “normalidad”. En las últimas semanas venía desarrollándose una serie de asesinatos selectivos que incluyeron varios abogados, a los que justamente Kasi había condenado e incluso llamó a un boicot de dos días en los tribunales como protesta por esas muertes.

 

Los ataques de estas características son habituales en la provincia, donde no solo operan grupos de radicales integristas sino también organizaciones separatistas como el Ejercito Unido Baloch, el Ejército para la Liberación de Beluchistán o la Organización de Estudiantes Baluchis, que hasta hace apenas un par de años supo tener una importante actividad en toda la provincia y fueron responsables de atentados y asesinatos puntuales. Por otra parte se sabe que grupos como el Tehreek-e-Nefaz-e-Aman Balochistan (TNAB, Movimiento por el Restablecimiento de la Paz en Baluchistán) no son más que coberturas del poderoso servicio secreto pakistaní ISI para desvirtuar la lucha de los movimientos separatistas, que se oponen a la intervención militar de Baluchistán.

«Los ataques de estas características son habituales en Pakistán»

Tras el ataque, Kasi fue llevado de inmediato al hospital, al tiempo que la noticia se expandía rápidamente por la ciudad de cerca 700 mil habitantes. Dada la notoriedad de la víctima, muchas personas se acercaron al hospital para conocer el estado de Kasi, incluso periodistas y muchos abogados de la asociación que el letrado presidía.

 

Ese fue el momento preparado para que el suicida se inmolara y con él murieran entre 70 y 94 personas, entre ellos médicos, los camarógrafos Shahzad Khan y Mehmood Khan de Aaj TV y DawnNews, además de personas que circunstancialmente se encontraban en el lugar. Son diecisiete los colegas de Kasi muertos en el atentado incluido el predecesor en su cargo, Baz Muhammad Kakar.

 

Rápidamente una facción del Talibán paquistaní, Jamaat-ul-Ahrar, se atribuyó el atentado suicida. Tras ese reconociendo fue Daesh o Estado Islámico quien con un comunicado se adjudicó también la responsabilidad del ataque suicida.

 

El comunicado de Jamaat-ul-Ahrar (Asamblea de los libres) agregaba que se seguirían con los ataques hasta lograr la “imposición de un sistema islámico en Pakistán”. Hay que tener en cuenta que Pakistán tiene cerca de 190 millones de habitantes de los que el 95% es musulmán y en una gigantesca proporción de la rama sunita.

 

Esta táctica de golpear para luego volver a hacerlo en el hospital más cercano, ya tiene antecedentes en Pakistán. En 2010, trece personas murieron al estallar una bomba en la unidad de emergencias de un hospital de la ciudad puerto de Karachi, donde eran atendidas víctimas de un ataque cometido un rato antes.

 

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Una guerra oculta

Pakistán viene soportado las consecuencias de la situación de su vecino Afganistán desde los comienzos de la guerra entre los soviéticos y el movimiento de los muyahidines afganos, en la que se trasformó en un gran portaaviones norteamericano para el abastecimiento de las fuerzas anticomunistas que combatían al otro lado de la frontera.

 

Con el resurgimiento de las escuelas más retrogradas del Islam, Pakistán fue una víctima de su propio devaneo con el extremismo religioso.

 

El Movimiento de los Talibanes Pakistaníes también conocido como Tehrik-e-Taliban Pakistan se fundó en 2007 con la asistencia de una treintena de grupos salafistas provenientes de la región pakistaní de Waziristán, fronteriza con Afganistán. Algunas fuentes señalan que la conforman entre 30 y 35 mil hombres.

 

Desde entonces han protagonizado gran cantidad de atentados, incluso se han adjudicados algunos fuera de Pakistán, centrándose fundamentalmente contra las comunidades chiítas y hazaras.

«Con el resurgimiento de las escuelas más retrogradas del Islam, Pakistán fue una víctima de su propio devaneo con el extremismo religioso»

En 2013 se produjeron en el país unos 1700 ataques terroristas, de los cuales la mitad fueron realizaros por Tehrik-e-Taliban.

 

Esta organización se atribuyó en diciembre de 2014 el ataque contra una escuela pública administrada por el ejercito, en Peshawar, que dejó 145 muertos y cerca de 200 heridos, la mayoría alumnos.

 

En marzo último un suicida detonó un explosivo en la ciudad de Lahore en un parque lleno de familias cristianas que celebraban el domingo de Pascua. El ataque dejó casi ochenta muertos y cientos de heridos. Los talibanes pakistaníes reivindicaron el ataque.

 

Desde hace ya un año, la pugna de poder en Afganistán entre Talibanes y Estado Islámico -por la preponderancia en la lucha contra el “cruzado” norteamericano y sus sirvientes locales- y, lo fundamental, los ingentes productos de la comercialización del opio, que sostiene la guerra, parece haberse trasladado a Pakistán, un país que, siempre debemos recordar, sostiene una guerra larvada con India y cuenta con potencial nuclear. Un combo demasiado complejo como para dormir tranquilos.

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