Terminó el canje de la deuda externa. Llega la hora de volver a pagar por décadas

Por Causa Popular.- Como fue moneda corriente en la forma que eligió el gobierno para comunicar su relación con el FMI y los acreedores privados, la finalización del canje de bonos siguió la misma senda. Como analizara Causa Popular en varias de sus notas, mientras el presidente y su ministro de economía declaran privilegiar la deuda interna por sobre los compromisos adquiridos con los acreedores, el monto pagado a los organismos internacionales alcanza su porcentaje más alto en la historia Argentina. El escenario no será muy diferente a partir del optimismo gubernamental en relación al supuesto éxito en el cierre del canje, el mismo día en el que Néstor Kirchner cumple 55 años. Si como se cree, una gran parte de los acreedores finalmente se adhieren, la Argentina iniciaría la era post default con una deuda pública de 125.000 mil millones de dólares, equivalentes al 85% del PBI. Con relación al valor de la economía, la deuda que quedaría sería más elevada que antes del default.

Los resultados definitivos se conocerán a mediados de la semana próxima, pero tanto desde el gobierno cuanto desde la mayoría de los analistas, bancos y casas de inversión se descuenta que el canje de la deuda argentina en cesación de pago culminará sin sobresaltos de significación.

Según el grado de euforia u oficialismo, la evaluación oscila entre el “aprobado” y el “sobresaliente”, con grados de aceptación que van del 60 al 80 por ciento, quizás sin reparar que la diferencia entre ambos porcentajes es de más de dieciséis mil millones de dólares. Y unas cuantas demandas judiciales.

No obstante, entre dimes y diretes que abundan y abundarán en los próximos días, la pregunta central es qué beneficios traerá para la economía argentina de los próximos años la salida del default. Para responderla, habrá que saber cómo se comportará el presidente Néstor Kirchner, el ministro Roberto Lavagna, y todos sus sucesores en las próximas cuatro décadas. Porque lo que lo que ya se inició con el cierre del canje es una tarea para la que se requiere mucho sacrificio y disciplina: pagar.

Pagar fue, precisamente, el rol que el comité de bancos acreedores le asignó al Estado argentino en abril de 1992 al acceder al Plan Brady, por nombrar un antecedente que guarde similitud con el proceso actual, si bien este es infinitamente más engorroso. Las luces del “Primer Mundo” le impidieron al entonces presidente Carlos Menem comprender la cabal dimensión de la situación y creyó que los ingresos por privatizaciones y el mercado de capitales serían suficientes para afrontar el problema. Su sucesor Fernando de la Rúa continuó por la misma senda, hasta que el mercado le bajó el pulgar, lo que desembocó al poco tiempo en la era del default, de la que luego de más de tres años se estaría por salir.

Por los pasos tomados por el actual gobierno es imposible saber, hasta el día de la fecha, si el gobierno de Néstor Kirchner aprendió la lección de esa década nefasta de la que suele diferenciarse cada vez que tiene ocasión. Para saberlo habrá que dilucidar cuales serán las estrategias a seguir en los años venideros, sin recurrir a la misma receta de antaño de pagar deuda con nueva deuda. Ni el más optimista cree que el actual esquema de superávit fiscal creciente y compra de dólares por parte del Banco Central pueda prolongarse indefinidamente en el tiempo. Para el corto y mediano plazo son dos buenas herramientas para contar con las divisas suficientes para afrontar las obligaciones -que a pesar de los discursos una vez más no son las de la deuda con el pueblo-, pero quién se anima a asegurar que ambas puedan continuar por veinte o treinta años.

Por otra parte, los salarios deprimidos y la elevada presión impositiva, dos de los principales puntales del superávit fiscal posterior al default, no podrán mantenerse sin riesgos de un aumento en los reclamos sectoriales cuyas dimensiones nadie puede prever. Quizás a simple vista no pueda verse nada en común entre los reclamos salariales de los empleados de una repartición pública, con ingresos congelados hace casi catorce años, y los de las entidades agropecuarias que bregan por la eliminación o al menos la disminución de las retenciones.

Pero la atención de ambas demandas por parte del gobierno pondría en peligro la principal carta de negociación ante los acreedores: el superávit. En definitiva, un callejón sin salida del cual el gobierno no podrá salir sin cambiar el paradigma económico desde el cual delinear nuevas políticas redistributivas en los próximos años. Rediseño imposible sin redefinir la relación con los organismos de créditos internacionales, empezando por el FMI.

En definitiva, como pasó con el Plan Brady, el megacanje y otras formas impuestas por el mercado financiero para el pago de una deuda cuya legitimidad está seriamente cuestionada por sendas investigaciones, es una vez el pueblo argentino el que hipoteca su destino.

Tal vez Kirchner a sus 97 años y Lavagna a los 105 sean parte de los privilegiados que podrán disfrutar de los dólares que el país ya no le pagará a los acreedores y que podrán reinvertirse en alimentos, salud, educación y viviendas.

La historia misma responde aquella pregunta que alguna vez hiciéramos desde estas mismas líneas: “¿Se puede estar bien con dios y con el diablo?”

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