El presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial afirma que “es bastante distinto ser una consultora oficial a ser una organización de generación y transferencia de tecnología al servicio del mejoramientos de la calidad de vida general”. Por eso, trabaja para que el INTI no sea “el laboratorio barato” de las empresas. Y sentencia: “En la Argentina, la actividad empresaria no es el motor de desarrollo”.
Político y científico, el presidente del Instituto Nacional de Tecnología Industrial (I.N.T.I.), Licenciado Enrique Martínez, reúne esas dos cualidades que le permiten conducir un espacio técnico con una visión integral para el desarrollo de políticas públicas. “Nosotros veníamos de una década de pensamiento único. A la política oficial de investigación de la institución se la llamaba “unidades de negocios”, una unidad de prestación de servicios a cambio de un dinero; o sea, una consultora oficial. Y es bastante distinto ser una consultora oficial a ser una organización de generación y transferencia de tecnología al servicio del mejoramientos de la calidad de vida general”. Es por eso que a fines de 2002, cuando Martínez se hizo cargo del organismo, decidió darle una impronta a su gestión que gira en torno a dos grandes ejes: “intervenimos en dos grandes planos: crecimos en la intervención técnica y en la responsabilidad desregulada del Estado (donde se trabaja con el Ministerio de Desarrollo Social y con la aduana); y la otra gran esfera es la técnica de producción colectiva; es decir, las instituciones de base y el apoyo a la economía social” , -apuntando al desarrollo local en los distintos municipios locales-.
El cambio de políticas, y sobre todo cuando implica el reconocimiento a ciertos actores sociales a quienes se los había dejado deliberadamente de lado, como lo son los desocupados o los trabajadores informales, suele traer resistencias: “no fue bien recibido al interior del I.N.T.I. porque –hasta el 2003- se pensaba en hacer sólo “asistencialismo”. Aquí había una relación muy categórica en el trabajo con empresas y el destino productivo argentino. Y no es así, una institución como ésta tiene que estar al servicio de la calidad de vida de la sociedad; para eso tiene que haber industrias, para eso actores y entre ellos los empresarios, pero el destinatario es la comunidad.” No es común que un funcionario público cuestione algunos lugares comunes muy instalados en el acervo cultural argentino, como el que tiene que ver con las verdaderas “fuerzas vivas” de la sociedad: “En la Argentina la actividad empresaria no es el motor de desarrollo, las empresarios tienen que demostrar que me equivoco y hasta ahora no lo demostraron.” Es por esos que desde el I.N.T.I tuvieron que “sacarse de encima algunas relaciones perversas con ciertas corporaciones que pretendían que fuésemos el laboratorio barato de control de calidad”. De ser un obstáculo o un recurso técnico barato más, a ser un agente activo en el desarrollo al servicio de la comunidad hay una distancia importante. Eso es lo que parece que cuesta entender, y Martínez lo explicita claramente en esta entrevista exclusiva: “todavía está presente la idea de que las empresas están para ganar dinero, y no para cumplir una función social a consecuencias de lo cual ganan dinero”.
Aquí es donde aparecen las primeras dificultades que condicionan las tareas que desempeña el I.N.T.I. Si bien queda claro el cambio estratégico de visión de la realidad, ciertas limitaciones hacen que todavía sean muchas las áreas en las que resta avanzar. “Aunque hay muchas cosas que nos gustaría hacer… nos gustaría hacer un trabajo con los jubilados, con el Pami para hacer una selección de medicamentos o con los discapacitados (…); lo cierto es que ha crecido mucho la imagen del I.N.T.I. como institución de apoyo al Estado”. Entre las cosas que faltan está introducirse más en los municipios y contar con más recursos propios para mostrar en el territorio lo que se puede hacer. “Al trabajo tradicional, le hemos agregado el trabajo con el Estado, con lo social y nos falta darle forma a un mejor trabajo con las empresas”.
De la democracia delegativa a la democracia económica
Hay avances y temas pendientes, y para darle a éstos su justa valorización es indispensable recordar de dónde se parte. “Venimos de un pensamiento donde se pensaba que el mercado ordenaba la sociedad, y los estamos reemplazado por otro donde el Estado interviene negociando con los factores dominantes del mercado para que los efectos sobre el conjunto de la sociedad no sean negativos. Nosotros creemos que eso es insuficiente: hay que poner el Estado dentro de la cadena de valor, no basta negociar con los sectores dominantes, hay que hacerles sentir que son reemplazables, y el único que puede hacerlo es el Estado. Y adicionalmente hay que aumentar la participación popular para no caer como otros Estados que crearon otra burocracia.” Es lo que Martínez llama democracia económica, donde el Estado incentive la participación política la gente, donde se discuta en asambleas y se busquen soluciones concretas a los problemas cotidianos. “En el mundo de hoy, eso se parece a una situación de justicia”.
Reconociendo las correlación de fuerzas necesaria para una participación de este tipo, Martínez asume la “debilidad actual (…) Ahora, si se pone a la gente a discutir los temas de todos los días, y se busca a la clase media, y digo a toda la clase media, a la baja, a los que tienen trabajo a discutir las cuestiones cotidianas, es distinto. Si se pone a la gente que se inunda a discutir cómo dejar de inundarse, a los que se le cortan la luz a participar en las decisiones de cómo eso se corrige, y tienen un consejo de escuela para ver cómo se refaccionan las escuelas, o los hospitales, hay centenares de miles de personas movilizadas alrededor de cosas concretas. En definitiva el Peronismo del ´45-´55 era eso, no era Perón solo, era gente que todos los días tenía un reivindicación concreta para defender en la Unidad Básica (U.B.), que era la verdadera sociedad de fomento, ésas eran la verdadera fuerzas vivas. Iban a apurar al intendente para hacer el asfalto o la vereda. Y no eran todos peronistas, iban a la UB y no votaban todos al Peronismo, pero después ganaba el Peronismo. Esa concepción de la participación popular es lo que permite inclinar la balanza en la pelea por la desconcentración del poder económico. Hay que aumentar la participación popular, aumentar la participación del Estado y jugar a fondo, en serio.”
En busca de la democracia económica, el I.N.T.I. trabaja con políticas que promuevan el desarrollo local. Más allá de la dimensión que puedan adquirir los distintos proyectos, los planes están enfocados“en las necesidades básicas, sin preocuparnos por la escala, es decir, pensado en la escala pequeña de manera sistemática. Lograr las pequeñas plantas alimenticias en las zonas periféricas de la Argentina; hacer mataderos, pequeñas plantas de industria láctea, criadores de pollos, indumentaria. Y en este momento estamos con un proyecto con un inversión de 18 millones de pesos: 10 mataderos multipropósito que van de Jáchal, en San Juan, a Feliciano, en Entre Ríos. Es importante porque nos va a permitir construir la cadena de valor hacia la producción primaria. (…) que va a ir directamente al consumidor. Demostrar que esos mataderos van a tener una eficiencia mayor que el sistema hoy vigente y que le van a dar vida al tejido productivo local como no sucede con los mega proyectos orientados a la exportación que se supone que son el modelo de proa en la Argentina”.
La integración latinoamericana, con diferentes modelos
En los últimos años, en los distintos gobiernos populares de la región hay una política clara de levantar la cabeza, dejando de mirar hacia arriba -el norte- y centrarse en América Latina. Pero en los ámbitos supranacionales como el MERCOSUR o Unasur (Unidad de las Naciones Suramericanas) todavía faltan espacios institucionales específicos que integren políticas de desarrollo independiente. Políticas como el Banco del Sur son necesarias replicarlas en el área del desarrollo tecnológico. “En América Latina no hay dos modelos iguales” y esos es lo que dificulta llevar adelante políticas comunes que profundicen la integración: “Venezuela habla de socialismo; Brasil no hace otra cosa que un capitalismo de derrame; Bolivia está terminando de lanzarse a un capitalismo de Estado; Chile es distinto; Uruguay ahora convoca a las empresas para que le desarrollen el país suponiendo que con los impuestos van a hacer inclusión social. Pero nadie habla de democracia económica en serio. Permitamos que todo aquel que quiera producir pueda producir, que en cada región la gente produzca su propia vestimenta, sus propios alimentos, que todo poder económico hegemónico sea controlado, pero no a través de una norma sobre precios máximos sino insertando al Estado como actor en la cadena de valor (…) Si nosotros somos capaces de vender en el Mercado Central a mitad de precio, ¿por qué no somos capaces de tener 200 bocas de expendio? Convocamos a los comerciales a trabajar de otra manera, y los que no se adapten en todo caso tendrían menos importancia…”.
Además de las dificultades comunes, cada uno de los países cuenta con sus particulares que también deben tenerse en cuenta al analizar los procesos. Y es ahí donde Martínez considera que por su realidad “es más fácil imaginar la democracia participativa y económica en Bolivia que en Venezuela, Argentina o Chile”. En nuestro país, los partidos de izquierda más que “traccionar” hacia políticas más populares son funcionales al sistema: “la democracia delegativa no sirve y la izquierda pelea por lograr esa democracia, y si lo lograra estaría logrando una democracia que reproduce el sistema. Tenemos que pelear ese espacio para democratizarlo, y no con alianzas espurias con la derecha para llegar a esa democracia de cúpulas que hoy no le está sirviendo a nadie”.
Venezuela cuenta con “un líder que es un estadista con una vocación de servicio popular muy interesante. (…) Está tratando de pasar de un Estado prebendario que vivía solamente del petróleo, a un Estado como una organización que conduzca un cambio político y económico en el país. Y lo que está demostrando es que esa burocracia no es fácil de transformar sin participación. Así que la construcción tan centralizada y que baja discurso de participación, no alcanza para garantizar la participación. Hace falta toda una estructura intermedia que garantice la participación, y una convicción que no está en los miles de funcionarios que están debajo de Chávez. Cuando él va a inaugurar una fábrica y dice ahí hace falta el centro comunitario, la radio y el diario locales, éstos no aparecen (…) Donde está la dominación política alcanza para que la gente no se libere económicamente.” Sea por cuestiones históricas, fallas en la conducción o limitaciones en la correlación de fuerzas al interior de una sociedad, lo cierto es que es necesario profundizar los cambios atendiendo cada una de las realidades locales; y los organismos latinoamericanos podrían ser útiles para encarar esas transformaciones, como lo demostró la investigación que realizó Unasur sobre las matanzas de campesinos en Bolivia.