La polarización política, la crisis institucional y democrática, la determinación de Estados Unidos y sus aliados latinoamericanos y, ante todo, el temor de un inminente y nuevo baño de sangre quedaron al desnudo el miércoles en Venezuela. Sin sutilezas, el flamante líder de una oposición unida y titular de la Asamblea Nacional (AN), Juan Guaidó, se autoproclamó “presidente encargado” del país en medio de una multitud en una plaza de Caracas y, en solo unos minutos, Estados Unidos lo reconoció y abrió la puerta a una seguidilla de reconocimientos de sus aliados en la región, entre ellos el gobierno argentino de Mauricio Macri. Con el mismo dramatismo y tono bélico de su rival, el presidente Nicolás Maduro salió al balcón del palacio presidencial a denunciar un intento de golpe dirigido desde la Casa Blanca y le pidió a sus seguidores que aguanten, que no se rindan. Ninguno dejó margen para otra cosa que un choque de suma cero, en el que al menos uno de ellos, necesariamente, perderá.
La crisis política, económica, institucional y social en Venezuela no es nueva y varias veces pareció tocar fondo, ya sea expresado en cientos de muertos en las calles por represión y enfrentamientos políticos, o en el éxodo masivo de alrededor del 7% de la población en apenas tres años por falta de comida, medicamentos y bienes de primera necesidad. Pero hoy todos esos momentos límites parecen haber alimentado un escenario de empate institucional y presión internacional, en el que no se ven espacios o canales para una salida negociada.
En lo inmediato, uno de los detonantes que podrían escalar aún más la crisis en Venezuela es la ruptura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, que anunció ayer Maduro desde el Palacio de Miraflores.
El protagonismo del gobierno de Trump quedó en evidencia cuando la Casa Blanca reconoció a Guaidó en un comunicado escrito apenas minutos después de que éste se autoproclamara. Más allá de la declarada afinidad política de Washington con la oposición venezolana, es casi increíble que el presidente haya tomado la decisión, esperado que se redacte un comunicado, lo haya aprobado y luego difundido por Twitter en tan poco tiempo. A los gobiernos de los países del llamado Grupo de Lima (Brasil, Argentina, Perú, Ecuador, Chile, Paraguay y Canadá, entre otros), en cambio, les llevó horas hacer sus anuncios y lo hicieron de manera un tanto caótica, algunos por las cuentas presidenciales de Twitter, otros con una conferencia de prensa improvisada al margen del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza.
En su discurso de contraataque en Miraflores, Maduro prácticamente no se refirió a la oposición venezolana y desligó en el Tribunal Supremo de Justicia la respuesta al discurso de Guaidó, en el que invocó el capítulo 233 de la constitución nacional que establece que en el caso de que el Poder Ejecutivo quede vacante, el titular del Legislativo debe asumir como “presidente encargado” y llamar a elecciones.
El único anuncio importante que hizo Maduro ayer fue la ruptura de relaciones “político y diplomáticas” con Estados Unidos y la expulsión del país en 72 horas de todos sus representantes diplomáticos. Tan central es Washington en esta disputa de poder venezolana que, poco después, Guaidó, haciendo supuesto ejercicio de su nuevo poder ejecutivo, le pidió a todas las embajadas extranjeras en Venezuela que se queden en el país. Otra vez, Washington respondió rápido y el secretario de Estado, Mike Pompeo, informó que, como desconocen la autoridad del gobierno de Maduro, no retirarán a su personal diplomático de Caracas.
Como sucede en las escaladas, la respuesta del gobierno venezolano no se hizo esperar y la amenaza fue bien directa. “Ellos dicen que no se van porque no reconocen a Nicolás; está bien (…) a lo mejor se va la luz en ese sector, no llega el gas, con tantos problemas que hay en ese país”, aseguró el presidente de la Asamblea Nacional Constituyente y uno de los ex militares que forma la cúpula del chavismo, Diosdado Cabello, y agregó: “Si no hay relaciones diplomáticas, no hay ningún tipo de prerrogativas”.
Este es el primer posible detonante.
“Llegamos a una situación en la que el gobierno venezolano acepta que la embajada de Estados Unidos ignore su decision o decide una operación policial o militar contra la embajada para obligarlos a salir del país, lo que podría ser usado por Estados Unidos para justificar una intervención…estamos jugando con fuego”, alertó en diálogo con Zoom Edgardo Lander, un veterano sociólogo venezolano y militante de izquierda que supo trabajar junto con Hugo Chávez en los primeros años de su gobierno en temas como el No al Alca (proyecto para aprobar un tratado de libre comercio en todo el continente), pero hoy critica duramente al chavismo y la “crisis humanitaria” que se vive en el país.
“Cuando se dice que el juego se trancó -explicó el sociólogo- es complejo porque no es un empate entre fuerzas internas. Hay un componente muy importante que es externo. Si fuese una confrontación exclusivamente interna, el gobierno de Maduro mantiene el control de la fuerza pública, aún si la mayoría de la población lo rechaza. Pero se plantea en un potencial choque de trenes cuando se introduce la fuerza externa de Estados Unidos”.
Según el Tratado de Viena sobre Relaciones Diplomáticas de 1961, un Estado receptor -en este caso Venezuela- puede “en cualquier momento y sin tener que exponer los motivos de su decisión” comunicar que uno o todos los miembros diplomáticos del Estado acreditante -en este caso Estados Unidos- son declarados personas non gratas. “El Estado acreditante retirará entonces a esa persona o pondrá término a sus funciones en la misión, según proceda”, sostiene el tratado internacional y luego continúa: “Si el Estado acreditante se niega a ejecutar o no ejecuta en un plazo razonable las obligaciones que le incumben a tenor de lo dispuesto, el Estado receptor podrá negarse a reconocer como miembro de la misión a la persona de que se trate.” En otras palabras, si Estados Unidos se niega a retirar a sus diplomáticos, Venezuela podría no reconocerlos más como miembros de una delegación diplomática y, por ende, tratarlos sin inmunidad.
El problema jurídico es que Trump no rompió relaciones diplomáticas con el Estado venezolano, sino que dejó de reconocer a Maduro como el representante legal de ese Estado y, por lo tanto, argumentan en la Casa Blanca, no pueden aceptar sus decisiones políticas. El Tratado de Viena no es claro en estas situaciones y no es la primera vez que Estados Unidos utiliza la amenaza a sus diplomáticos o connacionales como una excusa para intervenir militarmente otro país. La invasión de Granada en 1983 es apenas un ejemplo. Además, el derecho internacional también protege a los inmuebles de las misiones diplomáticas, en este caso, la embajada estadounidense en Caracas.
Pero este no es el único potencial detonante que conlleva la ruptura de relaciones diplomáticas con Estados Unidos.
En su anuncio, Maduro rompió las relaciones “políticas y diplomáticas”, pero no dijo nada de las comerciales. Para Lander, la explicación es clara: “Sería simplemente dramático si eso sucede”.
Es sabido que Venezuela vende petróleo a Estados Unidos, posee una de las principales reservas del mundo y tiene varias refinerías en ese país, principalmente en el Golfo de México. Sin embargo, mientras Estados Unidos amplió su producción interna de petróleo en los últimos años -según el último informe de la Administración de Información de Energía estadounidense, en 2018 volvió a ser el mayor productor de crudo del mundo-, la producción de Venezuela cayó a niveles inéditos.
“Hoy la producción petrolera venezolana es como la tercera parte de lo que era hace seis años y esa producción, hay que entender, representa el 96% de las exportaciones del país. Se pasó de 3 millones de barriles diarios a unos 1.2 millones”, explicó Lander y agregó: “Pero ese no es todo el problema. También creció la importación de productos petroleros de Estados Unidos y se volvió muy dependiente de ese país.”
“El problema de Venezuela hoy no es a dónde colocar su petróleo, eso se modifica fácil. El problema es que no puede reemplazar a corto plazo la importación de nafta y productos petroleros livianos que permiten la mezcla necesaria para extraer el petróleo pesado de la Faja del Orinoco,” sostuvo el sociólogo.
Venezuela podría conseguir otro proveedor de nafta pesada y crudo ligero para diluir y hacer exportable su petróleo pesado, pero eso llevaría algo de tiempo y en el corto plazo esa disrupción en la producción petrolera podría ser fatal para un Estado altamente dependiente de la renta petrolera y una sociedad altamente dependiente de los subsidios del Estado, que además ya atraviesan una profunda crisis económica, financiera y humanitaria.
En el potencial “choque de trenes” que describe Lander, el otro gran protagonista es la Fuerza Armada Nacional Bolivariana.
El miércoles, poco después de que Maduro diera su discurso, la cúpula militar se declaró leal al gobierno chavista, lo que supuso un duro golpe a las aspiraciones de la oposición. Si se descarta una intervención extranjera, Guaidó no tiene ninguna posibilidad de asumir realmente el poder en Venezuela sin el apoyo de las fuerzas armadas o al menos de una parte de ellas.
En contextos de crisis institucional y democracias en jaque como esta, muchas veces el quiebre no llega de los comandantes -más vinculados al gobierno-, sino de los mandos medios. En Venezuela hoy es imposible a ciencia cierta saber qué pasa dentro de los cuarteles.
No hay dudas que las familias de los militares, especialmente los de menor rango, están sufriendo la escasez de alimentos, medicamentos y otros bienes primarios de la misma manera que el resto de la sociedad. Tampoco hay dudas de que la oposición está intentado todo tipo de acercamientos. Una de las primeras medidas aprobadas por Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional fue una amnistía general para todos los militares que “contribuyan a la defensa de la Constitución como deber establecido en los artículo 333 y 350 de la Constitución”, es decir, los artículos invocados por el líder opositor para autoproclamarse “presidente encargado” del país.
“Pese a que estamos bastante a ciegas de lo que pasa en las filas militares, hay que recordar dos cosas. Primero que Hugo Chávez hizo un trabajado de educación política e ideológica muy intenso y, por ello, las fuerzas armadas hace mucho tiempo que no tienen vínculos ni se forman con Estados Unidos. Segundo, la coparticipación de las fuerzas armadas en la masiva corrupción que ha caracterizado a este gobierno es muy importante. Los mandos medios participan también de los beneficios de esta corrupción”, destacó Lander y recordó que la amnistía aprobada por Guaidó es amplia y no contempla solo delitos de sedición.
En las últimas horas, muchas voces han querido equipar el intento de golpe institucional de Guaidó con el golpe cívico-militar de 2002 contra Chávez. Es innegable que hay actores, alianzas y motivaciones que se repiten, pero son las diferencias las que mejor describen algunos de los elementos de debilidad que enfrenta hoy el gobierno de Maduro: el país no estaba sumido en una crisis económica y política que llegó a expulsar del país a más de dos millones de personas en tres años, el apoyo mayoritario de la sociedad al chavismo en las urnas era indiscutido, la sobrevivencia del chavismo no era un eje central de la polarización latinoamericana y, aprendiendo de las exitosas experiencias recientes de golpes blandos en la región, Guaidó utilizó la legitimidad que le confirieron las últimas elecciones legislativas y la estructura institucional paralela que la oposición fue creando dentro y fuera del país.