Cuando a quince días de las PASO 2017 parecía que el triunfo de CFK era inevitable, el macrismo pareció entrar en pánico. Si sucedía eso en los márgenes que se manejaban en la previa, asustaban, el plan económico volaría en pedazos. Basado ese programa en recursos ajenos, la perspectiva de un regreso al populismo complicaría el financiamiento externo. Asimismo sucedería con la llegada de inversiones, que desde 2015 no habían aparecido porque exigían la derrota definitiva del pasado en su feudo (provincia de Buenos Aires) –y que desde entonces tampoco han arribado, váyase a saber ahora debido a qué capricho incumplido–. Como siempre ocurre en el ámbito local, estos temores se difundían a la población a través de pronósticos amenazantes sobre la cotización del dólar, el código que cualquier criollo comprende cuando de bolsillo se trata. El título de un diario alertaba que, si vencía la presidenta mandato cumplido, la divisa norteamericana saltaría a $19,40 (rondaba, al comenzar agosto del año pasado, los $17,80). Que la actual senadora ganase las primarias por menos de lo anunciado le alcanzó al oficialismo para controlar el clima de cara a lo que finalmente acontecería: dar vuelta la tortilla en el duelo definitivo.
Ocho semanas después, sin embargo, la CEOcracia se encontró con una multitud enfurecida insultándola en el jardín de su casa, y con un aroma a voto propio que no se soportaba. A nada de que muchos, incluso el firmante de esta nota, hablaran, si no de hegemonía, al menos de sensación de tal –lo cual a veces en política importa tanto como los duros hechos–. De allí en más, aunque convendría no exagerar, el gobierno nacional parece correr detrás de las novedades. Sea por el ajuste al que la población no se somete –no siempre mansamente, al menos–, por salpicaduras que afean su pretensión de agente de sanación ética de la república o bien por la macro que no cierra por ningún lado. Las bombas de humo que enseña a fabricar Jaime Durán Barba ya no logran el mismo efecto que otrora, tanto que hay que lanzar una nueva cada semana (ahora andan con Eugenio Raúl Zaffaroni, quien de todas maneras ayudaría a los suyos cuidando su lengua).
¿Será que la sociedad priorizó y, una vez que creyó haber terminado con el castigo al kirchnerismo, ahora en persona de su mismísima líder e inspiradora, ha decidido por fin ocuparse de Mauricio Macri, al que por eso ya no le funciona igual el mentado «pero Cristina»? Al final del día, siendo que todo el peronismo –y no sólo su fracción dominante– ha equivocado el rumbo en términos de construcción política desde la reelección de 2011, la oferta de Unidad Ciudadana fue lo mejor posible. Un sacrificio que se debería reconocer, incluso, porque, esencialmente, permitió cuidar los fierros (la mayoría legislativa) de buena parte de los intendentes bonaerenses, la máxima institucionalidad que le quedó al justicialismo allí tras el huracán vidalista. Pero también porque, paradójicamente, poner la cara para ese cachetazo permitió que, de una vez por todas, se diese vuelta la página y se empezase a atender el presente. Se decía, a ambos lados de la grieta, que 2017 era crucial. Lo cierto es que, pese a haberles sonreído las urnas a Cambiemos, y con ello haber crecido su tropa parlamentaria, el Congreso y toda la marcha se la hecho más pastosa, o a lo sumo idéntica que en su primer bienio. Pero sus rivales hablan de 2019 con más convicción y verosimilitud que hasta hace unos meses atrás.
«¿Será que la sociedad priorizó y, una vez que creyó haber terminado con el castigo al kirchnerismo, ahora en persona de su mismísima líder e inspiradora, ha decidido por fin ocuparse de Mauricio Macri, al que por eso ya no le funciona igual el mentado “pero Cristina”?»
Y es que Macri tiene cosas más importantes de qué preocuparse que de su antecesora o de Hugo Moyano: a la hora en que se cierra este texto, el dólar ya está muy por encima de lo pautado para ¡diciembre próximo! (debería ser $19,30, supera los $20). Por buenas razones: las metas de inflación fueron incumplidas en los dos años iniciales de su gestión, y al paso que se lleva así será también en 2018 pese a haberlas recalibrado hace semanas; el déficit comercial es el más alto de la historia nacional, mientras que el fiscal supera aún al de CFK; la última cosecha fue inferior a lo estimado –lo que debería mover a la revisión de la cifra de crecimiento–, y otro tanto –por motivos diferentes– pasará con la del corriente ciclo. En el marco, para peor, de la eliminación de la obligación para el agro de liquidar las divisas que produce. Todo ello alimenta nuevas expectativas devaluatorias y, por ende, la disconformidad del ‘campo’ con la cotización del billete verde. Hay que sumarle a esto los ruidos alrededor de la tasa de interés de EEUU. Tormenta perfecta. Y sin excusas para el Presidente, quien por su exclusiva vocación decidió resignar soberanía económica haciendo clave de su hoja de ruta variables que no dependen de él. Quizá le habría convenido al ex alcalde porteño rezar por un triunfo de su antagonista máxima. A lo mejor, eso le habría permitido seguir eludiendo una rendición de cuentas.
En Balcarce 50 eligieron, para cumplir sus objetivos, que el sacrificio lo hagan los ingresos en general y los salarios en blanco en particular. De ahí tanto roce con el moyanismo, que va más allá del presidente de Independiente. Podrán terminar con el armado camionero, pero eso no asegura recapturar el consenso perdido. En la primera columna de este febrero se habló del espanto como inductor de la reunificación peronista. En la segunda, de los beneficios de esa hipotética unidad: falta hablar de su ingrediente base, la generosidad. Y es que nadie peleará por aquello que no siente suyo. Alguna vez se dijo que Eva Perón consiguió mayor trascendencia como abanderada de los derechos de la mujer pese a no haber sido la primera en tal lucha porque la interpretó como indisociable de la construcción de otros derechos de su marido. Ergo, cada segmento se convertía en defensor de los restantes, ganando así robustez el conjunto. En épocas de amenazas para el bienestar, siendo que nunca antes se enfrentó a tanto poder junto (porque al real se sumó esta vez el institucional, y por las buenas), la mezquindad no sólo sería boba sino, ésa sí, una traición. La peor de todas: la doctrinaria.