Esta semana la Ministra de la Suprema Corte de Justicia Bonaerense, Hilda Kogan, dejó la presidencia del cuerpo que ocupara durante un año.
El balance que deja su gestión es inversamente proporcional a la expectativa que había generado su asunción.
La doctora Kogan se va de la presidencia temporal (y rotativa) de la Suprema Corte, dejando tras de sí el conflicto laboral más importante de la última década con los empleados judiciales de la provincia, y un rosario de anécdotas insólitas que la tuvieron como protagonista.
En una Suprema Corte todavía dominada por Eduardo Duhalde, Hilda Kogan llegó a integrarla gracias a un acuerdo entre el ex gobernador noventista y Federico Storani, llevado a cabo en 2002.
Sin ningún antecedente en la Provincia de Buenos Aires, Kogan se desempeñó como jueza laboral en la Capital Federal, y a lo largo de su desempeño como ministra de la Corte, no acumuló demasiados problemas, ya que no tenía prácticamente trato con los empleados, y en sus fallos siempre se encargó de no llamar la atención, votando siempre en sintonía con la mayoría duhaldista del tribunal. Hasta que el año pasado llegó, porque le tocaba la rotación, a la Presidencia.
Pero ya nos vamos a ocupar del ignominioso período de Su Majestad al frente de la Corte. Antes hablemos de la Corte.
Contrariamente a lo que sucedió con la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el máximo tribunal provincial prácticamente no sufrió ningún cambio desde 2003 en adelante. Más bien acentuó su perfil.
Actualmente conformada por siete miembros (más la procuradora Falbo), la Suprema Corte cuenta con un marcado sesgo duhaldista en su composición, con la particularidad de contar entre sus integrantes a tres ex Ministros de Seguridad de la Provincia (antes de 2002, con el cargo de Secretario): Eduardo De Lázzari, Eduardo Pettigiani y Luis Genoud.
La lista del grupo duhaldista se completa con Juan Carlos Hitters y Daniel Soria (un caso raro de duhaldista no peronista). El miembro restante, Héctor Negri, también es duhaldista, aunque tiene los méritos académicos suficientes como para permitirse cierto grado de independencia.
Negri es, de los siete integrantes, el único querido por los empleados judiciales del tribunal.
Kogan, ya dijimos, es radical de pura cepa.
Hitters y De Lázzari también tienen espaldas como para justificar el lugar que ocupan. Ambos pertenecen a la escuela jurídica de Augusto Morello (De Lázzari escribió con Morello el Código Procesal Civil y Comercial de la Provincia). Hitters, además, cuenta con un pedigree peronista difícil de igual: es el hijo de un Coronel veterinario, camarada del General Perón (era quién cuidaba de la salud de sus caballos), y protagonista de la rebelión que encabezó el General Juan José Valle en 1956.
Sin embargo, el padrinazgo político que sobre él ejerce el ex bañero de Alejandro Korn, hace que a la hora de leer sus fallos no se pueda obrar con mucha ecuanimidad.
Daniel Fernando Soria también es un hombre muy formado, aunque algunas de sus posiciones políticas hacen que muchos duden de su habilidad moral para ejercer el cargo que ocupa: entre otras cosas, en privado reivindica a la Revolución Libertadora.
Los dos integrantes restantes provenientes del duhaldismo, Pettigiani y Genoud, son dos impresentables sin atenuantes. Al primero se lo ha vinculado a la nefasta Concentración Nacional Universitaria, mientras que al segundo se lo premió con un lugar en la Corte (sin tener ningún antecedente de en el fuero) luego de haber sido el Jefe de la Policía Bonarense que fusiló a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en la Estación de Avellaneda, el 26 de junio de 2002.
Un dato de color sobre Genoud: oriundo de Florencio Varela, se ganó la confianza de Eduardo Duhalde mientras hacía de Dani de Vitto en La Guerra de los Roses que durante la primera mitad de los noventa mantuvieron Julio Carpinetti y Graciela Giannettasio.
Abogado de ambos, Genoud era quién llegaba junto a la Policía al domicilio del matrimonio, cada vez que alguno de los dos denunciaba al otro debido a la violenta relación que llevaban adelante, sobre todo en los meses previos a su separación.
En ese mar de rosca política y jurídica desembarcó Hilda Kogan, luego de que Duhalde se inclinara por acordar, una vez más, con el radicalimos bonaerense, en lugar de nombrar a la mujer a la que le había prometido la silla: María del Carmen Falbo, tiempo después consolada con el cargo de Procuradora General.
La relación de Kogan con los empleados judiciales nunca fue fácil. Con su llegada a la presidencia del tribunal llegaron el destrato y las veleidades nobiliarias que la jueza comenzó a exibir ni bien asumió.
Apenas llegada al despacho de presidencia, luego de la jura en el «Salón de Verano» del Palacio de Justicia, Kogan mandó a refaccionar toda la oficina, gastando un dineral, delante de empleados que ganaban menos de dos mil pesos.
Durante su primera semana de gestión, intentó echar al Intendente del edificio, en un episodio digno de una película de Santiago Segura.
Resulta que como la señora presidenta había manifestado en reiteradas oportunidades que cambiaran la marca del papel higiénico que colocaban en su baño privado, el Intendente del Palacio llegó una mañana al despacho de Kogan con seis marcas distintas de papel, para depositarlas sobre su escritorio y pedirle a la jueza que le indicara cuál era de su preferencia. La escena, de por sí bizarra, fue completada con los gritos amenazantes de la magistrada, que amenazó con despedir al hombre que estaba a punto de jubilarse.
Por suerte el episodio no pasó a mayores, y el Intendente pidió finalemente su pase a retiro.
Otro hecho muy comentado en los pasillos del tribunal es el trato que durante todo este tiempo le dispensó a su pobre chofer: como la señora pretendía quedarse durante los fines de semana con el auto oficial que le correspondía de acuerdo a su investidura, hacía que su chofer la llevara todos los viernes hasta su domicilio en en el barrio porteño de Belgrano, para luego hacerlo volver en subte y 129, debiendo hacer el camino inverso todos los lunes a la mañana.
Otra: intentó sumariar al jefe de automotores, cuando una mañana al bajar de su automóvil se le rompió el taco de su zapato porque la vereda del estacionamiento estaba en mal estado.
Este tipo de situaciones, repetidas de manera continua, fueron las que llevaron a los empleados de la Asociación Judicial Bonaerense a protagonizar el conflicto laboral más absurdo que se recuerde en la justicia provincial durante las últimas décadas.
Conflicto que, por otra parte, comenzó de manera no menos insólita: durante una reunión para nombrar al nuevo secretario de prensa del Sindicato, cuando la oposición a la actual conducción advirtió que contaba con los votos necesarios para nombrar a un vocero propio, decidió llamar a votar la medida de fuerza. Parece increíble, pero fue así.
Lo demás es historia conocida: intransigencia de “las bases”; politización del conflicto (las primeras movilizaciones se hicieron al Ministerio de Trabajo y a la Gobernación, en lugar de ir a la Corte), y la torpeza de Kogan para solucionar un conflicto que se arreglaba en una semana.
Final para una gestión gris, que flaco favor le hizo a la pelea que dan muchas mujeres en uno de los lugares más machistas y misóginos que tiene el Estado provincial: la Corporación Judicial.