Fox News, la cadena de noticias estadounidense que podría ser comparada con un Crónica TV, me recibió con la noticia de que un globo espía chino estaba sobrevolando el país. Algún militar se opuso a la idea de derribarlo, y uno de los comentaristas lo apodó “General My Lai”. Ver esto en la televisión fue surrealista, aunque solo era el comienzo de lo que vendría después.
Las súplicas de “Pop It, Joe!” (o “¡pinchalo, Joe!”) dirigidos al cada vez menos popular Joe Biden fueron atendidas pocas horas después, cuando el globo sobrevoló la costa atlántica a la altura de Carolina del Sur y el Comando Norte le disparó. El gobierno chino sostiene su versión: que era un instrumento de medición de la temperatura que accidentalmente se había corrido de su curso.
A los pocos días se avistó un OVNI. El Pentágono afirmó que no se trataba de nada similar al globo chino, y que ni siquiera podían confirmar si el origen era chino. Dentro de una semana Biden ordenó la baja de un total de cuatro Objetos Voladores No Identificados… Como quien diría, “WTF!”.
Mientras tanto, un tren fuera de carril en Ohio causó el derrame de tóxicos de todo tipo que se siguen esparciendo a lo largo del río homónimo, un evento que Business Insider llamó “Chernobyl Lite”.
Cuidado: estás en mi punto ciego.
Mi paisaje personal era un poco más monótono. La Vieja Ruta 66 resultó ser una ruta como cualquiera; pocos signos la distinguían. Como dijo James Howard Kunstler en su obra maestra de urbanismo publicada en 1993 que todavía está vigente, The Geography of Nowhere: “El ochenta por ciento de todo lo que se ha construido en los Estados Unidos se ha construido en los últimos cincuenta años, y la mayor parte es deprimente, brutal, feo, insalubre y espiritualmente degradante: las zonas baldías con casas de plástico, las plazas comerciales al estilo Pueblo Potemkin con sus vastas lagunas de estacionamiento, los complejos hoteleros de bloques de Lego, los lugares de comida chatarra, los ‘parques’ de oficinas orwellianos con edificios revestidos en el mismo vidrio reflectante que las gafas de sol que usan los guardias de seguridad, la autopista que da vueltas alrededor de cada ciudad grande y pequeña con sus grupos de mercados de mercancías de descuento… Todo el espectáculo destructivo, derrochador, tóxico e inductor de agorafobia que los políticos llaman orgullosamente “crecimiento’”.
En efecto, en cada parada de camiones veía las mismas fountain drinks (un clásico estadounidense: máquina con distintas canillas que dispensan distintas bebidas y cuyo relleno siempre es gratuito), los mismos bumper stickers con mensajes nacionalistas o máximas agresivas dedicadas a otros camioneros, las mismas caras de los empleados, todos muy amables pero con distintos usos y costumbres: en Oklahoma me saludaban con el ala del sombrero, en Missouri me decían da’hling. En Kentucky le pregunté a un empleado de la estación de servicio qué pensaba sobre el globo chino y dijo que no se sentía capacitado para contestar, pero que probablemente fuera “una distracción”. Se trata de una opinión bastante popular, de hecho; es una hipótesis de larga data en el campo de la ufología que el gobierno utiliza el concepto de vida extraterrestre como una forma de guerra psicológica o psy-op. La teoría dice que el gobierno difunde deliberadamente información falsa sobre avistamientos de ovnis y vida extraterrestre para manipular al público y distraerlo de los problemas del mundo real. La idea es que al crear una sensación de miedo e incertidumbre en torno al tema de los extraterrestres, el gobierno puede mantener a las personas enfocadas en cosas que amenazan menos su poder.
En el mismo sentido, Edward Snowden dijo con respecto a los OVNIs que se trata del “antiguo pánico diseñado para que los reporteros de seguridad nacional investiguen a los globos en vez de los presupuestos o los bombardeos”. Es que se trata de un país cuya imaginación siempre fue capturada por los aliens: hay personas que creen que el discurso de Bill Pullman en Independence Day fue un verdadero discurso presidencial, y efectivamente uno de los mejores.
Una extraña sensación me envolvía en estas paradas de camiones tan remotas: la música que sonaba era exclusivamente de los años ochenta así como la vestimenta, los peinados, los souvenirs. Espectros de Reagan, pensaba para mis adentros mientras que mi co-conductor se quejaba de su vida, de lo miserable que era su trabajo, de cómo lo estaba matando de a poco. No tardó en empezar a gritarme y agredirme verbalmente por cualquier minucia, y yo no pensaba soportarlo. Por eso preparé mi escape apenas supe de nuestro próximo destino: Manassas, Virginia, no muy lejos de Washington, D.C.
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Si suena anacrónico hablar de “globos espía” es porque lo es: se vienen usando desde tiempos de la Guerra Civil, pero han sido reemplazados casi totalmente por drones u otras herramientas de mayor complejidad. Sin embargo el ejército estadounidense sigue utilizando varios tipos de globos, incluidos aerostatos y sistemas de aerostatos atados, para diversos fines de vigilancia. Estos globos suelen llevar cámaras de alta tecnología y otros sensores que pueden proporcionar video en tiempo real y otros datos a los operadores terrestres.
Un ejemplo de esto es el Sistema de Detección de Amenazas Persistentes, un sistema aerostático que ha sido utilizado por el ejército de los EE.UU. desde 2004. Este sistema está diseñado para proporcionar vigilancia y detección de amenazas potenciales, y se ha implementado en varias zonas de conflicto como Irak y Afganistán. China, en cambio, no tiene tanto historial de espiar con “globos”.
Ya han habido acusaciones e informes de espionaje chino en los Estados Unidos con anterioridad a los eventos del globo. El gobierno de EE. UU. y las agencias de inteligencia acusaron al país asiático de participar en espionaje y ataques cibernéticos para robar información confidencial como tecnología militar y propiedad intelectual. En 2020, el Departamento de Justicia de EE. UU. acusó a dos piratas informáticos chinos por tener como objetivo la investigación estadounidense sobre el COVID-19. En resumen, ambos se acusan mutuamente de lo mismo.
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Frente al Washington Monument en la noche de mi escape.
En una aplicación de citas empecé a hablar con Tahar, un joven de Manassas. Me dijo que podíamos conocernos cuando llegara el día siguiente. Me dormí sin creer que realmente fuera a tomar semejante riesgo, pero efectivamente, mi amigo camionero volvió a amanecer de mal humor y “tuve suficiente”, como dicen por acá. Apenas llegamos al lote donde dejaría su carga agarré mis cosas, bajé del camión y fui corriendo a la salida, donde otro camionero me ayudó a esconderme.
Con mi nuevo amigo nos caímos bien inmediatamente. Esa misma noche fuimos a Filadelfia a ver el Super Bowl LVII y nos hospedamos en la casa de Paul, uno de sus mejores amigos, recién mudado a la ciudad. Cuando Paul mencionó que había crecido en McLean, Virginia, la localidad que en mi mente siempre asocié con la CIA –es su verdadera sede: el nombre hollywoodense “Langley” es un barrio de McLean– inmediatamente pensé que su padre debía trabajar allí. Y en efecto, trabajó durante años para el gobierno de Bush. Su madre, mientras tanto, es la hija de un ex-embajador y ex-Ministro de Economía de Guatemala ya fallecido. Curioso, pensé, ya que el país centroamericano fue el primero en sufrir un golpe de estado planificado y llevado a cabo por la CIA. ¡Y llegué a estas personas por medio de una app!
Tahar me expresaba su fascinación por el futuro de la tecnología, especialmente con respecto a la inteligencia artificial y ChatGPT, aquella herramienta que está tan de moda. Yo improvisé un monólogo en el auto: “haber escapado de ese camión refleja ciertos valores relacionados típicamente al espíritu estadounidense, como la resiliencia, la independencia, la libertad y la autosuficiencia”. Lo dije como un chiste, por supuesto.
Los Philadelphia Eagles perdieron a pesar de nuestros vitoreos. “Ponele ‘Keep On’ Truckin’ a tu nota”, me dijo Paul. Nos despedimos después de ver el último especial de Louis C.K. Yo ya sabía lo que iba a hacer para esta nota: entrevistar peatones que pasaran por el National Mall de D.C., aquella área que parece un foro romano, rodeada por la Corte Suprema, el Capitolio y demás edificios gubernamentales. Así es como llegué a Shawn, un alaskano que Google describe como “el hombre que se está encargando de llevar a Alaska al siglo XXI”.
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La tumba de George y Martha Washington en su residencia de Mount Vernon, Virginia. El niño le preguntaba a su madre, “¿Por qué está encerrado? ¿Qué pasa si quiere salir?”
El deseo de contactar seres extraterrestres tiene que ver con el miedo a la muerte, como casi todo en nuestra americanizada cultura occidental. Es que el descubrimiento de vida extraterrestre podría proporcionar evidencia de que hay más en el universo que solo el mundo físico que conocemos, y podría ofrecer la posibilidad de una vida después de la muerte o la continuación de la conciencia.
El libro de Ernest Becker La negación de la muerte ganó el Premio Pulitzer en 1974 en la categoría de No Ficción General. El libro es una exploración filosófica y psicológica del miedo humano a la muerte y su impacto en nuestro comportamiento individual y colectivo. Becker argumenta que la conciencia de nuestra propia mortalidad es un aspecto fundamental de la condición humana, y que nos involucramos en varias formas de negación para protegernos del terror de nuestra propia muerte inminente.
La sociedad estadounidense creó un mito del progreso eterno en el que las personas pueden trascender la muerte a través de sus logros y dejar un legado duradero. Esto llevó a una cultura altamente competitiva, impulsada por el miedo al fracaso y la necesidad de lograr el éxito y el reconocimiento. También así se explica el fanatismo por la guerra, ya que así los individuos y las sociedades buscan demostrar su heroísmo y asegurar su lugar en la historia.
De vuelta en D.C., le pregunté a Chat GPT si era cierto que mi escape representaba valores estadounidenses. Su respuesta fue casi idéntica a lo que yo misma había pensado, aunque con más detalle. Ah, pensé: mi cerebro funciona casi como una máquina… Es casi como si mi raciocinio estuviera conectado con otros raciocinios mediante aquel mecanismo denominado “sentido común”, es decir, común entre las personas: lo mismo que lleva a tantos a decir que el globo y los OVNIs son una distracción de lo que importa de verdad. ¿O será que en efecto buscamos distraernos y anhelamos escapar de este consenso colectivo –la realidad– como sea? Psy-ops, drogas, series, TikToks, o viajar lejos de casa: por favor, pide nuestra mente, ayudame a olvidar que no soy eterna ni infinita.