Sobre Martín y Eduardo

A continuación el texto leído por el autor el 13 de mayo en un acto de homenaje a Eduardo Ezequiel Merajver y Martín Elías Bercovich, secuestrados por una patota y detenidos en la sede de la Superintendencia de Seguridad Federal entre el 12 y 13 de mayo de 1976. Los sicarios los privaron de su libertad en el negocio del tío de la calle Libertad y no los encontraron nunca más. En esta oportunidad sus compañeros se reunieron para poner una baldoza en el lugar del crimen.

“Probablemente les sorprendería, Martín y Eduardo, vernos reunidos en torno de una baldoza, se cagarían de risa o de indignación. Es que no nos han dejado demasiadas otras alternativas, y ya sea una marcha, una foto, un escrache o una baldoza, todo vale para recordarte, recordarlos y actualizar siempre el reclamo de justicia.

Hace unos 30 años una patota policial se los llevó de aquí, exactamente donde estamos parados, en pleno día. Ellos se encargaban de la distribución del periódico El Combatiente, del PRT-ERP, y esta patota los descubrió. Se los llevaron y podemos imaginar lo que pasó después. Los torturaron y los mataron, más tarde o más temprano, como a casi todos los detenidos políticos en esa época.

30 años ya, y nunca supimos nada, qué fue de ellos. Aunque también podríamos decir que siempre supimos todo: que la lucha por un cambio social profundo impondría muchos sacrificios y resistencias furiosas por parte de los perros guardianes del capitalismo, y que estos tipos en particular eran capaces de cualquier horror.

Los secuestraron y los mataron, pero por buenas razones, como decía Bertold Brecht. Hay que recuperar el sentido de sus vidas y de sus muertes. Ellos no eran excepcionales, eran tipos como nosotros. Pero les tocó vivir una época excepcional, que seguramente volverá y quizás está volviendo, llena de esperanzas y utopías revolucionarias.

Nos desesperaba, nos desespera, el capitalismo, la injusticia y la existencia miserable que reserva para millones de compatriotas. En esa época nos parecía evidente que sólo el socialismo podía ofrecer algo mejor, una mejora sustancial en las condiciones de vida. Y para ello había que enfrentar a un sistema no apenas injusto sino que además se defendía ferozmente. Más allá de si teníamos o no razón, o más bien si teníamos razón en toda la línea, si nuestras tácticas y estrategias eran correctas, aquí lo importante, lo que hay que destacar, lo que merece nuestro reconocimiento y homenaje, es que Martín y Eduardo, como muchos otros, simplemente no esquivaron el bulto, asumieron el desafío, concientes de los riesgos y sacrificios que irían a enfrentar.

Uno se pregunta qué cosas hicieron que dos tipos como Eduardo y Martín, que no tenían una existencia particularmente sufrida, dos hijos de clase media porteña, de vida apacible, fueran adquiriendo una visión social y un compromiso revolucionario. Sin duda el ambiente familiar era abierto y sensible a los problemas políticos, y las opiniones progresistas siempre rondaron la mesa de los domingos a la noche, en la casa de mis abuelos rusos, ellos mismos socialistas. Sin duda la época también fue un condimento importante, decisivo.

Sin embargo podían haber seguido con sus viditas cómodas de clase media (realmente podían?), y en cambio sintieron y creyeron que había que hacer algo, y se la jugaron. Seguro que querían vivir, y vivir muchos años, pero ya no podían vivir mirando para otro lado. Algunos la tendrían más claro que otros, pero la pregunta que se hicieron, en realidad, no era muy distinta que la que se hace Sandra Russo hace 10 días en su nota de contratapa de Página 12 sobre los chicos de la calle: “¿Con qué derecho vivimos nuestras vidas de wi fi y msn mientras hay estómagos pequeños que se retuercen de jugos gástricos y vacío?”

Y ellos, como tantos otros antes y ahora y siempre, eligieron comprometerse con intentar cambiar esa realidad, de alguna forma. No era la única posibilidad, ni siquiera el único camino legítimo, pero tenemos que reconocer que fueron consecuentes, que fueron generosos y, por qué no decirlo, también valientes. La solidaridad y el coraje, dos valores que defendieron con sus actos y que forman parte de lo mejor, de lo más alto del género humano.

Qué hizo clic en sus cabezas, y cuándo? Puedo sobre todo hablar de Martín y quizás sus amigos nos ayuden también a recordar.

Martín era un tipo serio, estudioso, responsable. No se hizo militante revolucionario de un día para otro, sin pensarlo. Primero escuchó mucho rock and roll, mucho blues.

Fue a un par de campamentos de estudiantes del colegio, bastante politizados por cierto pero con mucha hegemonía del PC, que no tenía buena reputación entre nosotros.

Después comenzó, comenzamos, de a poco, a leer las revistas Nuevo Hombre, Cristianismo y Revolución… Comenzamos a escuchar a Quilapayún, Carlos Puebla y Viglietti. Nos llegaban, por uno u otro lado. Un buen día ya estábamos colaborando con los familiares de presos políticos de la dictadura de Lanusse, allá por los años 70-71.

Pero hasta allí era básicamente buena onda, era hacer lo que había que hacer, sin pensarlo mucho. Creo que en el verano del 71 Martín y algunos amigos fueron invitados a un campamento de trabajo en La Rioja, organizado por curas tercer mundistas. Ayuda a comunidades pobres y mucha discusión política. Creo que de allí Martín volvió cambiado, quizás el contacto con la realidad de la pobreza (ya no como turista fugaz), había conocido a tipos más grandes, comenzó a admirar la claridad y determinación de esos “cuadros”, creo que comenzó a sentir que estaba para ligas mayores.

Y ya en ese verano, viajando con mis viejos hacia Chile, el Chile de Allende, me contó que había decidido empezar a militar en forma organizada en una agrupación política del colegio secundario. Fue toda una decisión, muy madurada, muy meditada.

Y bueno, después terminó el colegio pero ya era un militante súper comprometido. Cursó algunos meses de Medicina, probablemente su vocación profesional, pero en realidad el centro de su atención era la actividad política. No tanto por imperativo de su organización como por una decisión personal, buscó trabajo y consiguió entrar en el laboratorio farmacéutico de Rhodia, en Quilmes.

El objetivo no era sólo auto-sustentarse sino también desarrollar un trabajo gremial y político entre los trabajadores. Y acercarse, conocer la cultura obrera. De hecho recuerdo que Martín me contaba con mucho interés, aunque sin mística, los comportamientos y valores de ese universo con el que queríamos impregnarnos y confundirnos.

Se casó con Cecilia y ellos, que eran bien porteños, se fueron a vivir a la zona sur de la provincia, porque ambos militaban (cada uno por su lado) y trabajaban allí, en un lugar que a mí por entonces me parecía bastante lejano y desconocido, allá por Camino General Belgrano. No sé muy bien por qué se casaron, porque en esa época nos resistíamos a todas las instituciones burguesas, supongo que por alguna razón instrumental, pero el hecho es que, recuerdo, recibieron de regalo una serie de cosas y muebles que podían encajar muy bien en un departamento de clase media pero que desentonaban totalmente con la humilde casita donde se fueron a vivir. Esa mezcla de mundos y cosas era todo un símbolo de la transición que buscaban hacer.

De mi primo Eduardo recuerdo poco y en realidad nunca lo conocí como militante, aunque supe que había comenzado a colaborar con el PRT y a hacer algunas cosas con Martín. Era un tipo de pocas palabras, más bien tímido, y aunque su militancia política era más reciente, sé que se jugó en un momento en que los riesgos eran enormes y mucha gente se hacía a un lado.

Luego vino el golpe, y en seguida los secuestros. El mundo cambió mucho desde el 76. Aunque, la verdad, hay tanta o más injusticia y miseria que antes. No pudimos acabar con eso y construir un mundo mejor, más solidario. No todavía.

Lo peor es que no sabemos cómo llegar a eso. O por lo menos está mucho menos claro que antes, cuando las cosas parecían un poco más evidentes y más simples. Extraño esa época, en que esas certezas nos llevaron a determinaciones inauditas miradas desde hoy, pero que tenían mucho sentido y valor entonces. No nos fue bien, y no sólo perdimos a Martín, Eduardo y tantos otros, sino que no pudimos construir un mundo mejor ni torcer el rumbo de decadencia y crisis de la sociedad argentina.

No nos fue bien pero había que intentarlo, valió la pena intentarlo, y siempre habrá que intentarlo. No nos podíamos conformar y no podemos conformarnos con este mundo de inequidades. Nos agarró un torbellino revolucionario y menos mal que nos agarró. No estoy aquí para lamentar eso sino para decir que las muertes de mi hermano y mi primo forman parte, tal vez inevitable, de las tentativas históricas de nuestra sociedad, de la sociedad humana, por llegar a escenarios más dignos de ser vividos, más justos, más fraternos.

A pesar de su grandeza y de todo lo que podemos reivindicar de sus actos, lo de Martín y Eduardo, lo de tantos otros, no fue un gesto heroico, aislado o fugaz. Menos mal. Es por suerte la conducta que muchos seres humanos siguieron, siguen y seguirán teniendo frente a la injusticia y el horror: indignarse, estudiar, participar, hacer algo aunque sea muy poquito, y seguir haciéndolo incluso en condiciones adversas y riesgosas.

Esas pequeñas actitudes, esa entrega, ese compromiso de los militantes populares, sin duda hacen que el mundo sea mejor. Sin eso seguramente el mundo sería un lugar mucho menos habitable. Por eso valió la pena.Y por eso estamos acá para rendirles homenaje.

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