A la hora de hablar de desigualdad es casi imprescindible y hasta necesario pensar en el concepto de desigualdad socioeconómica. Pero… ¿qué es la desigualdad? ¿por qué tratar el tema?
La desigualdad socioeconómica implica que un grupo de personas acceda de manera disímil a ciertos recursos, servicios, bienes y saberes con respecto a otro grupo de personas. Esto está directamente vinculado a la distribución del ingreso de esas personas.
Para medir esta distribución, el indicador más utilizado es el famoso coeficiente de Gini. Este toma valores percibidos entre 0 y 1. El valor 0 corresponde al caso de “igualdad absoluta de todos los ingresos” y el valor 1 al caso opuesto extremo, en el que todas las personas tienen ingreso 0 y una sola es la que se lleva el total. Normalmente se lo expone en “deciles”.
Según el último dato publicado por Indec, el valor del coeficiente de Gini en el segundo trimestre del corriente año es de 0,434. Es un valor mejorado del anterior dato (0,4521) obtenido para el mismo período del 2020 — en plena pandemia del covid-19—. Sin embargo, en términos más gráficos, el organismo arrojó que el 23,5% del ingreso está concentrado en el decil más alto de la población. Mientras tanto, el más bajo contiene el 3% del ingreso. Estos datos están ligados indefectiblemente al concepto de pobreza. Es así que cuando hablamos de desigualdad hablamos de pobreza y viceversa.
Pobreza y desigualdad en Argentina, dos caras de la misma moneda
Con los últimos datos expuestos por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), identificamos que las cifras sobre pobreza en Argentina del primer semestre del 2021, (datos que se recopilan mediante la Encuesta Permanente de Hogares en 31 conglomerados urbanos), indican que el 31,2% de los hogares y el 40,6% de la población se encuentran por debajo de la línea de pobreza.
Las desigualdades a largo plazo quebrantan el crecimiento económico y violentan el desarrollo socioeconómico. La desigualdad vulnera las posibilidades futuras, más aún si se observa en los primeros años de vida del ser humano.
Indec registró que más de la mitad (54,3%) de la población entre cero y catorce años de edad son pobres. En tanto el 48.5% lo representan las personas de entre quince y veintinueve años, el 36,3% abarca a aquellas personas por debajo de la línea de pobreza entre treinta y sesenta y cuatro años de edad. El 13,8% de la población mayor a sesenta y cinco años se encuentra por debajo de dicha línea.
Si en Argentina más del 50% de la población pobre está constituido por niños, es alarmante el corte de las oportunidades de progreso futuras de esos chicos y chicas. Más aún si son sostenidas a lo largo de las generaciones e incluimos la idea de pobreza permanente, pensando en que en muchas situaciones las políticas de ayuda social cooperan solo a subsistir y no a mejorar condiciones estructurales.
Lo cierto es que la temática de la desigualdad, tanto en la academia como en boca de la opinión pública, siempre es objeto de controversia y polémica a la hora de ponerla en el centro del debate. Desde posturas más ortodoxas se la concibe como un “fenómeno natural” que nace con la estructura de cada país. Desde un plano más crítico se la observa como un fenómeno que hay que medir, analizar y disminuir.
¿Qué tan desiguales somos? El mundo y América Latina
Siempre es interesante compararse. En Argentina estamos acostumbrados a los paralelismos y de hecho es un recurso al que siempre se recurre a la hora de abordar una problemática socioeconómica. ¿Cómo está el mundo en términos de desigualdad? ¿Los países ricos no tienen que lidiar con esta problemática?
Con respecto a los países con los cuales limita Argentina, el caso chileno siempre es ejemplo en la temática distributiva. Luego del gigante Brasil, Chile es “famoso” por tener una distribución del ingreso sumamente desigual. De hecho, según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) del año anterior, en dicho país el 20% de la población más privilegiada ganaba 10,31 veces más que el 20% menos favorecido. Para este organismo y en concordancia con la WID, Chile se encontraba acompañado por México y Colombia.
Abriendo un poco más la perspectiva, en países del “primer mundo” no todo es color de rosa. De hecho, en Estados Unidos el 10% de mayores ingresos se concentra entre el 43% y el 47% del total. Lo mismo ocurre para Rusia y algunos países de África del norte. En este continente a medida que nos acercamos al sur, empeoran las condiciones y la desigualdad es alarmante. España, Francia e Italia comparativamente están en una mejor condición.
¿Con qué se le da batalla a la desigualdad?
El hecho de que los niveles de desigualdad sean tan disímiles entre países, incluso entre aquellos con niveles análogos de desarrollo, expone la relevancia de los organismos nacionales y de las políticas públicas para influir en la merma de la desigualdad.
En el año 2018, la WID anunciaba que si todos los países continuaban en términos de distribución del ingreso, un camino similar al que Europa transitó en las últimas décadas, “la desigualdad mundial podría reducirse, con simultáneos avances importantes en la erradicación de la pobreza a escala global”. Un año y medio después una pandemia hizo un tanto utópica esa erradicación.
Así como para tratar el concepto de desigualdad hay controversia, existe muchisima más polémica a la hora de indicar cómo atenuarla. De una mano se plantea redistribuir para crecer, mientras que del lado de enfrente crecer primero, para luego distribuir. En este último caso resurge la idea de la teoría del derrame y todos sus sinónimos. Mirando la realidad actual, parece que en la práctica no se refleja la teoría.