«Si a mi hijo le toca vivir en un país a la medida de un Tenembaum o un Paluch, no será porque yo hice un aporte en esa dirección»

El periodista y responsable de La Señal reivindica el rol de los espacios de comunicación alternativos frente a los medios tradicionales y defiende de modo tajante la independencia frente al poder político: «mi nivel de crítica hacia esta gestión es importante, pero se asienta en las necesidades de la población, no en los intereses de los monopolios.»

De trayectoria indudable (Diarios La Voz, Sur y Madres, agencia Prensa Latina, Telesur, Radios La Tribu, El Mundo, Cooperativa, Gráfica y otras, canales Metro y Telecentro), Fernández es motor hoy de la comunicación por Internet, televisión incluida. Sus conceptos de la comunicación son de contenido filosófico profundo pero no evita definirse como peronista. Antes de entrevistarlo, luego de la charla organizada en Ciencias de la Información, teníamos muchos datos sueltos e inquietantes: esta entrevista sirvió para organizarlos y darle a los lectores un paneo del pensamiento de un periodista que habla sobre fútbol cada vez que puede pero todos le hacen preguntas políticas. Y las contesta así.

—¿Porqué muchos insisten con el fin del periodismo crítico y de la prensa independiente?

—Si se refieren a los grandes medios, no veo una cosa ni la otra. Hay un periodismo orientado a servir determinados intereses, que moldea la información según las necesidades sectoriales y por lo tanto no es independiente. ¿Cómo se puede hablar de periodismo crítico e independiente si no ha surgido un solo planteo editorial que no estuviera destinado a defender algún interés empresarial? Recorramos las páginas de los diarios más importantes, o vamos a ver las grabaciones de noticieros de radio y televisión y saquemos conclusiones. En los últimos años no registro coberturas francas y profundas, sólo una serie de maniobras destinadas a promover ciertos espacios y denostar otros. En este país, mientras se conocían datos certeros sobre la baja de los indicadores de delito elaborados por Naciones Unidas, se ponía en marcha la campaña sobre la “crisis de seguridad” que aterrorizó a la comunidad y dejó como saldo paranoia por un lado y modificaciones legislativas absurdas por otro.

—¿Para qué harían eso los grandes medios?

—Cuando Kirchner lanza la nueva política de derechos humanos, en sintonía con las demandas públicas de las tres décadas recientes, y pone al Ejército en un lugar disciplinado a la elección del voto popular, el conservadurismo liberal retomó su batalla por la opinión, necesitó sacar de la escena al compañero y meter al zonzo como voz pública y después del 2001 eso no se conseguía con proclamas derechistas, había que hacer sentir al vecino común que estaba amenazado y que los derechos humanos lo perjudicaban. Esa fue la intención de la campaña Blumberg y ese es uno de los legados crueles y repudiables de los grandes medios de comunicación en la Argentina. Eso no es periodismo crítico, porque no se asienta en ningún dato ni investigación corroborables, sino en la burda repetición de casos policiales y mostrar una sensación de hecatombe continua que impide la vida cotidiana.

Mire, en ese período recuerdo un episodio que sirve como ejemplo: estaba con mi familia en La Plata, por la tarde, pleno sol, jugando a la pelota con mi pibe en el pasillo de la casa de mis viejos; se nos va la pelota al jardín del vecino, igual que como se me había ido muchos años antes con mis amigos jugando en el mismo lugar. Bueno, voy con Lautaro, que era chico entonces, y tocamos el timbre. Desde atrás de la persiana veo que espía el vecino de siempre, Panchito, pero pasa el tiempo y no sale. Le pregunto a mi mamá qué pasa y me dice: “Ah, no, Panchito no sale más, se queda ahí adentro y no se asoma más, tiene miedo de que lo roben, le hagan algo, como dicen en la televisión”. Bueno, estos tontos que hablan desde los canales contra la Ley de Medios le arruinaron la vida a miles y miles de ancianos que desde entonces y por puro miedo viven enclaustrados y atemorizados por todo lo que circula alrededor. Esa campaña contra el delito fue en realidad un gran delito de lesa sociedad.

—¿Usted piensa que no hay problemas de seguridad en la Argentina?

—Yo pienso que esa pregunta es ofensiva para usted como periodista. Y le pido que transcriba adecuadamente mi respuesta anterior. Hay robos, hay delitos, como en cualquier lado y menos que en otros lugares. Lo invito a recorrer Nueva York, San Pablo, Caracas o La Paz. Lo peor de esto es que quienes diseñan esas campañas conocen esos lugares, conocen las cifras de las que hablo –yo tuve acceso directo a los datos, estaba en la Secretaría de Derechos Humanos del Ministerio de Justicia- y diseñan una realidad según sus necesidades. En lugar de proponer libertad a la gente, le sugieren miedo. Es una acción comunicacional claramente desmovilizadora, antisocial y asentada en una evidente mentira.

—Los medios que dicen lo que al gobierno no le gusta ¿mienten?

—Eso hay que preguntárselo al gobierno. Lo que le estoy diciendo es lo que yo pienso. Creo que una gran parte del funcionariado del gobierno kirchnerista ni cuenta se dio de para qué era esa campaña Blumberg y por dónde se estaba golpeando. De hecho la mayoría de los funcionarios estaban atemorizados porque seguían los medios concentrados como cualquier ciudadano. Yo suelo decir que la dirigencia y parte de la militancia política argentina están presos de esos medios. En ese marco es sorprendente, valorable, que Cristina haya impulsado una ley como la que se sancionó, es de una lucidez implacable porque no censura sino que llama a la más genuina competencia, lo que en realidad temen las corporaciones.

—¿Porqué habrían de temerle? Sus productos gozan de popularidad.

—Le invierto la pregunta. Y si no le temen ¿a qué tanto lío? Están acostumbrados al mercado cautivo, esa es la clave, y ahora se abren las compuertas para que la enorme creatividad del pueblo argentino tenga un lugar en la pantalla y en el dial. Lo mejor del periodismo nacional, de Moreno a Jauretche, de Scalabrini a Walsh, se enfrentó con los poderes rentísticos y lo hizo desde medios populares que en su momento parecían nada frente a los grandes medios “elegidos por la gente”, y sin embargo dejaron una estela de pensamiento que hoy mantiene vigencia.

Fíjese cómo se elabora el pensamiento dominante: la renta agropecuaria, la renta financiera, la renta sojera… ¿porqué el empresariado mediático iba a resultar diferente si, además, tiene ligazón directa con aquellos parásitos? ¡200 canales para decir lo mismo! ¡Decenas de papanatas para presentar las mismas interpretaciones de las noticias! La otra gran campaña, la del Campo, evidenció claramente ese vínculo y también la capacidad de los medios concentrados para mentir abiertamente.

—¿Porqué mentir? ¿No fueron críticas a la 125?

—A mí no me preocupa el juego de los grises en el periodismo. Todo medio tiene derecho a tener su línea editorial, y de algún modo inclina la interpretación hacia su posición. Lo que pasó el año pasado fue una deformación que se aproximó a la mentira al desinformar lo elemental: era un intento estatal de cobrar impuestos a los exportadores que más dinero ganaron en el período previo, un derecho pleno a sacar recursos de donde sobran para utilizarlos donde faltan. Cuando se planteó informativamente que se estaba perjudicando a laboriosos campesinos, simplemente se estaba mintiendo.

—La opinión pública creyó en esa “mentira” y apoyó al campo.

—Varias cosas: en primer lugar las opiniones estuvieron divididas. Es cierto que una gran franja de las capas medias tomó ese mensaje y se movilizó para respaldar el clamor empresarial. Ahí escribí “La opción por los ricos”…

—Un artículo que reprodujo Horacio Verbitsky y luego fue debatido en Carta Abierta…

—…exactamente…

—…lo que me permite pensar que usted es un periodista oficialista, porque escribe argumentos para el gobierno.

—Yo escribí tres artículos que tuvieron impacto en los momentos que voy señalando: “ESMA”, “Una fresca mañana” –sobre la campaña sobre la seguridad- y “La opción por los ricos”. Si los ve de conjunto, comprenderá que se trata del intento de describir y desmontar el racismo, el odio al pueblo, y también de cuestionar a sectores que cuando el país crece, con ellos incluidos, protestan. Pienso que cada vez que construimos una nación, vienen ellos y la rompen. Un montón de gente que en el 2001 se quedó sin ahorros, sin clientes y sin comercios, salió a las calles de las grandes ciudades a pelear por la camioneta de la amante del hacendado. En lugar de pelear por planes de vivienda, mejores salarios y beneficios sociales, cosas que la hubieran beneficiado en realidad, salió a batallar por los poderosos. Eso implica un nivel de colonización y de alienación profundos, que sorprende encontrar tantos años después del ’55 y del ’76, como si nada hubiera ocurrido en la Argentina, y como si nada le hubiera pasado a los bolsillos de las capas medias con los planes de ajuste.

Esas imágenes de personas indignadas porque un gobierno pretende beneficiarlas, esa rareza tan argentina de mejorar socialmente y creer que el mundo se derrumba, habla a las claras de la necesidad de un nuevo esquema comunicacional y cultural, que al menos brinde la opción de mirar la vida desde el sur y desde el pueblo, en lugar de hacerlo desde el norte y desde el empresariado. Este disparate que vivimos hoy contra Cristina es muy semejante, argumentalmente y en cuanto a reflejos sociales, del que se vivió contra el peronismo original. Ahora bien, vuelvo a la pregunta: si eso es ser oficialista, lo soy, aunque debo añadir que nadie del Estado ni del gobierno me paga para escribir lo que escribo ni para decir lo que digo. Y que mi nivel de crítica hacia esta gestión es importante, pero se asienta en las necesidades de la población, no en los intereses de los monopolios.

—La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual ¿no es el camino para el control kirchnerista de los medios?

—Este gobierno tendrá muchas fallas, pero en la historia nadie podrá negarle varios aciertos fundamentales, le diría que hasta sorprendentes: la desarticulación de las Fuerzas Armadas como factor de amenaza permanente al pueblo y a la democracia, la inserción argentina en una potencia del sur continental, el llamado a paritarias para discutir el ingreso y esta Ley, que desmonopoliza la palabra, libera la expresión.

—No se entiende lo de las paritarias, suena fuera de lugar.

—Es quizás el aspecto más importante porque, en el fondo de todo, lo que está en juego es el modelo de país y la elaboración de un nuevo proyecto nacional. Un modelo rentístico, con exportadores enriquecidos y un pueblo marginado o uno asentado en el mercado interno, con producción y consumo extendidos. Le podemos dar muchas vueltas al asunto pero en síntesis, la contradicción sigue siendo esa. Y por eso las tres campañas mediáticas, la de la seguridad, la del campo y esta de los medios, son tan fuertes, porque el poder concentrado que asoló el país sabe que hay que disciplinar a un gran pueblo para robarlo y entregarlo.

Esto es lo que me lleva a respaldar las acciones del gobierno en puntos tan esenciales. Mi vida no depende de este gobierno ni del Estado, no recibo nada de él, lo que yo hago le interesa a los compañeros, no a los funcionarios. Lo que hago es la demostración de que sin recursos, concretamos medios más atractivos y más veraces que los tradicionales. Yo no tengo un lugar en Canal 7 o en Radio Nacional, hago lo mío desde lo que formalmente se llama la actividad privada y, en el caso de la radio, desde lo sindical y cooperativo. Podría haber seguido mi carrera en medios grandes, lo cual habría mejorado sustancialmente mi realidad económica. Pero no me dieron ganas.

—¿Es indigno trabajar en un medio grande?

—Cuando uno llega a cierto nivel de profesionalidad y conoce sin alardes la calidad de su trabajo, es incómodo. Lo de la dignidad es un tema que podría analizarse en ciertos casos y una generalización puede resultar injusta. Digamos que elegí este camino por comodidad, por vanidad, para no sentir que un energúmeno con un cargo superior me indique cómo envenenar a una sociedad.

La verdad, aunque tengo una dosis de optimismo interesante, no sé qué va a ser de este país, pero sí sé que las dosis de cianuro mental que se inserten en él no me tendrán como responsable. Espero sinceramente que se instaure la justicia social, que haya independencia económica y que se respete la soberanía política, no sé si soy claro. Pero si no es así, si a mi hijo y a las nuevas generaciones les toca vivir en un país menor, a la medida de un Tenembaum o un Majul, un Gelblung, un Paluch, donde los corruptos sean señores y los luchadores perseguidos, no será porque yo hice un aporte en esa dirección.

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