Cauta y enojada. Así supo mostrarse la ministra Patricia Bullrich a la hora de negar sus lazos con el espía polimorfo Marcelo D’Alessio. Pero no sin admitir que, allá por 2016, se le apareció en su oficina, presentándose como “experto en narcotráfico”. Y que le resultó “poco serio”. Luego, aclaró: “No solo no trabaja en el Ministerio de Seguridad sino que está loco, totalmente demente”.
Más contenta se la había visto el 19 de junio de 2017, al anunciar en un galpón del Parque Industrial de Bahía Blanca el decomiso de dos toneladas de cocaína. La secundaba el secretario de Seguridad, Eugenio Burzaco, y el jefe de la Policía Federal, comisario Néstor Roncaglia. Allí, justamente, se exhibía para la prensa la prueba de la infamia: 1.800 ladrillos de cocaína embalada en ocho inmensos cilindros de acero. Por tal razón el operativo fue bautizado con el criterioso nombre de “Bobinas Blancas”.
Días pasados, durante su declaración indagatoria ante el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, el ex agente de la AFI, Hugo Rolando Barreiro, dijo que D’Alessio le organizaba operaciones antidroga a la ministra Bullrich. “Él los hacía y ella obtenía rédito mostrando la droga por televisión”, fueron sus palabras. Y dio como ejemplo nada menos que “Bobinas Blancas”.
Esa fue apenas una de las tantas historias que vinculan a Bullrich con D’Alessio. Lo cierto es que –entre otras revelaciones– los dichos de Barreiro colmaron de contenido la proximidad entre ambos personajes en una fructífera prestación de “servicios” que merece ser reconstruida.
A tal fin es necesario retroceder a otro 19 de junio, pero de 2016. Aquel domingo no pasó desapercibido en Foz de Iguazú el sorpresivo y aparatoso arresto de Ibar Pérez Corradi, el presunto mandante del “triple crimen de la efedrina”, cuando su entrega a las autoridades argentinas ya había sido pactada con funcionarios del Ministerio de Seguridad para concretarse 48 horas más tarde. Ahora se sabe que ese cambio en el libreto fue para potenciar el impacto mediático del asunto, con el debido rédito para la señora Bullrich. Y con otro dato de valía: su orquestador en la Triple Frontera no fue otro que D’Alessio.
Tal circunstancia ya había sido deslizada por el doctor Carlos Broitman, defensor de Pérez Corradi. Y la confirmó Barreiro. Por lo tanto, la relación de la ministra con el falso abogado se remonta al menos a los primeros meses del régimen macrista.
“D’Alessio me mostraba mensajes con ella –dijo el espía en Dolores– y también hablaba mucho con una secretaria de Bullrich que usaba de contacto”.
Eso coincide con dichos de testigos y denunciantes, quienes afirmaron que aquel hombre alardeaba constantemente de su cercanía con la ministra. Y Barreiro sumo otro dato: él le presentó al barrabrava Marcelo Mallo, quien fuera jefe de Hinchadas Unidas Argentinas, en el shopping de la localidad de Canning. Y al poco tiempo vio por TV la imagen de D’Alessio entregándoselo a Bullrich con las manos esposadas.
Se trataba de otra bizarreada dispuesta por la ministra: Mallo había sido acusado por la posesión de un revólver que “correspondería” con el que se usó en Unicenter para ejecutar a dos narcos colombianos el 24 de julio de 2008; luego, una pericia probó la falsedad de la acusación. Sin embargo, el espectral colaborador de la ministra conservó de aquel show una foto con ella, que solía mostrar una y otra vez para darse dique ante quienes coaccionaba.
La mayoría de estos hechos (que Bullrich ahora se empeña en negar con los labios más apretados que nunca) ya habían sido debidamente mencionados por los querellantes. Pero Barreiro los acaba de confirmar.
El caso de Leonardo Fariña constituye un capítulo aparte. D’Alessio ya se había “ido de boca” ante el empresario Pedro Etchebest, al puntualizar que “Pato” le pagaba 200 mil pesos mensuales para endulzar su áspera existencia de “arrepentido” y financiarle la defensa. Dicho sea de paso, ahora su abogado es Rodrigo González. Ahora, porque con anterioridad el ex príncipe consorte de Olga Karina Jelinek contó con el patrocinio la doctora Giselle Robles. Pero “pasaron cosas”. Hechos que Barreiro pormenorizó en Dolores.
Ese relato suyo se mantiene en reserva, dada su delicadeza institucional. Pero posiblemente –tal como señaló en su momento un ya olvidado rumor– su eje haya tenido que ver con un cónclave secreto de Fariña y la doctora Robles con el ministro de Justicia, Germán Garavano: El motivo: acordar la letra de un testimonio para incriminar a Cristina Fernández de Kirchner en la causa del lavado de dinero. ¿Acaso el peligro de que Robles blanqueara tal tema incidió en su repentino reemplazo por el doctor González?
La parte de la declaración de Barreiro que sí se hizo pública es la que se refiere a las amenazas y el hostigamiento a dicha abogada, que hasta incluyó el intento de robo de su automóvil. El ex agente de la AFI involucró en aquella maniobra al doctor Gonzales, el mismo que oportunamente negó con énfasis su vínculo societario con D’Alessio en el estudio que regentea.
Lo cierto es que los efectos laterales del caso crecen como una enorme bola de nieve.
A esta altura de los acontecimientos, habría que retrotraerse al radiante y triunfalista 19 de junio de 2017, cuando la ministra posaba con una sonrisa en Bahía Blanca junto a esas bobinas de acero rebosantes de cocaína.
Pero en aquella ocasión se mostró evasiva con respecto al origen de la pesquisa. “Fue un dato obtenido por personal de Drogas Peligrosas”, soltó en voz muy baja. Después se sinceró a medias, para agregar: “La DEA ayudó en la identificación de los detenidos”.
Apenas unas horas después trascendía que en la ciudad canadiense de Montreal era incautada otra bobina con 372 kilos de cocaína. Aquello señalaba la mano de la agencia norteamericana por medio de una “entrega controlada”, tal como se llama el acto de monitorear la ruta del cargamento hacia su destino final, una operatoria que, en consecuencia, también abarcó su etapa en Bahía Blanca. Ahora bien, ¿acaso D’Alessio no enarbolaba su pertenencia a la DEA?
A todas luces, una pregunta que arde.