Sentados arriba de la soja: silobolsas, retenciones y política

Analizamos las estrategias de los productores agrícolas que gracias a la tecnología del SXXI pueden mover el amperímetro cambiario a su favor.

Por Juan Arrarás, Doctor en Sociología, (UNSAM/UNLa).

Nota en colaboración con el Programa de Investigación sobre el comportamiento de Actores Sociopolíticos (PICAS) (ICI-UNGS).

Hace más de dos meses que la cosecha de soja finalizó y poco menos de la mitad, valuada en unos 14 mil millones de dólares, todavía permanece en poder de grandes productores. Los diversos intentos por parte del gobierno para seducir esos granos a través de novedosos instrumentos financieros y un tipo de cambio más favorable –algo que pasó a llamarse “dólar soja”– no dan resultado. Mientras tanto, las reservas del Banco Central siguen siendo magras y los peligros de una nueva devaluación de la moneda nacional acechan.
En esa trama, los silobolsas vuelven a asomar. La mirada pública se deposita en lo que pueda llegar a suceder con estas tecnologías de almacenamiento. Si tanto la cantidad como el porcentaje de soja comercializada aguas arriba hacia procesadores y exportadores viene siendo más baja que en años anteriores, es debido a que “sentarse” arriba de semejante volumen de granos no sería posible para los productores sin la existencia de estos artefactos.
Sin embargo, esto no es una excepción de nuestros días. Lejos de ello, este es un fenómeno que se viene replicando en circunstancias similares a las que transitamos.

Breve historia de una innovación

El invento no fue argentino, pero tanto su difusión como las consecuencias que de ello derivaron alcanzaron en estas tierras un nivel de trascendencia como en ningún otro lugar del mundo.
Creado en Alemania Occidental a fines de la década del ’60 por el trabajo conjunto entre una empresa fabricante de maquinaria agrícola y una firma dedicada a la elaboración de películas plásticas, el sistema de embolsado logró su desarrollo en los Estados Unidos de la década del ’70 y del ’80 para arribar a la Argentina a principios de los ’90.
Hasta allí idóneos para acopiar alimento animal, gracias a una innovación encarada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), estos artefactos cambiarán sus atributos para siempre: desde mediados de la década de los ’90, dichas tecnologías también serían aptas para almacenar granos secos. Los silobolsas alcanzarían de ese modo un grado de hermeticidad y una espesura plástica que permitiría que los miles de millones de toneladas de trigo, maíz y, especialmente, soja que ofrecerían los campos argentinos pudieran ser allí almacenados. Y por amplios períodos de tiempo.
La innovación encarada por los profesionales del organismo estatal –quienes también fueron centrales para difundirla y hacer pedagogía sobre su correcto uso– comenzó su presencia cada vez más creciente en los establecimientos rurales de la zona pampeana y extrapampeana fundamentalmente a manos de los productores rurales.
A medida que les iban encontrando distintas competencias para sortear dificultades que presentaba la actividad agrícola luego de las cosechas, fueron esos miles de agricultores quienes se encargaron de tejer una infraestructura de almacenamiento de granos con base en esas tecnologías de polietileno de alta densidad. Esas competencias han sido, en principio, de dos tipos: logísticas y financieras.
En cuanto a las logísticas, el silobolsa fue vital para cubrir la histórica falta de almacenamiento fijo que la actividad agrícola exhibe desde los años ’70. Aptos para acopiar a bajo costo y flexibles para ser desplegados en cualquier establecimiento rural, esta tecnología permitió a los agricultores mayor dinamismo en las tareas de cosecha, evitando algunos de los problemas que en esa etapa productiva podían sucederse. Su presencia logró, entre otras cuestiones, que no resultara ya vital una constante oferta de camiones para cubrir los volúmenes de granos recolectados por las cosechadoras, transporte que pueden llegar a escasear ante la alta demanda en momentos de cosecha o debido al deterioro que puedan presentar los caminos rurales luego de períodos de lluvia.
Pero también los propósitos financieros de los agricultores han sido saciados por las cualidades de estos artefactos. Si en el sector rural vernáculo los granos suelen cumplir distintas funciones monetarias como las de medio de pago y reserva de valor, un artefacto capaz de mantener en campo propio una “moneda paralela” de estrecha conexión con una divisa tan preciada en nuestro país como el dólar, no ha dejado de ser considerada atractiva para muchos productores agrícolas argentinos. Más aún, si con ella se pueden comprar insumos para la siembra como semillas, agroquímicos y combustible; abonar arrendamientos, servicios de contratismo y maquinaria agrícola; o, incluso, adquirir camionetas o bienes inmuebles.
Al ser de ese tipo de cualidades, las bolsas plásticas fueron cumpliendo un rol cardinal no sólo para reordenar logísticamente la actividad agrícola durante la poscosecha sino también impulsar la dimensión financiera del agronegocio. Dando cobijo a las holgadas cosechas que se sucedían en el umbral que separó el siglo XX del nuevo milenio, esos artefactos se sumaban a una lógica en la cual los transgénicos no sólo originaron un cambio drástico en el sector rural sino también en una economía nacional cada vez más dependiente de las divisas generadas por la exportación de soja y sus derivados.
En poder de los agricultores, los silobolsas se han ido posicionando de ese modo como mediadoras entre las cosechas de esa oleaginosa y el polo agroindustrial ubicado en el área costera del Río Paraná llamado Gran Rosario, en el que año tras año se generan aproximadamente un tercio de los dólares que ingresan a la economía local.
La presencia de estas tecnologías lograba que se extendiera, así, la lista de actores rurales capaces de retener un elemento estratégico en la generación de dólares para la economía nacional como lo es la soja. No fueron ya sólo los agricultores que disponen de estructuras de almacenamiento fijo, las empresas y cooperativas de acopio o los exportadores de granos quienes pudieron inmovilizar parte de las cosechas de cada campaña, sino también cualquier sojero que demostrara un considerable excedente productivo.

(In)vestidos de poder: de la 125 a la actualidad

Las derivas por la popularización del silobolsa no dejaron de reverberar en el campo de la política. Si en esos primeros años del siglo XXI la tecnología ya se encontraba estabilizada funcionando como una herramienta no sólo logística, sino también financiera, que muchos productores supieron utilizar a su favor, fue el conflicto por la resolución 125 en 2008 una coyuntura ideal para también exhibir su potencialidad para condicionar un gobierno como el de Cristina Fernández de Kirchner.
Basada en el establecimiento de un régimen de derechos de exportación móvil sobre los principales cereales y oleaginosas producidos en nuestro país, la resolución 125 intentaba hacerse de parte de esa renta extraordinaria suscitada por el alto precio internacional que tenían por entonces esos commodities.
La respuesta de las entidades ruralistas fue inmediata. En lo que fue un conflicto inédito no sólo por su duración sino también por la cohesión alcanzada por muchas de las esas entidades, utilizaron métodos tales como cortes masivos de rutas, desabastecimiento de alimentos a los centros urbanos, “cacerolazos” y manifestaciones masivas para replicar el intento gubernamental de aplicar ese tipo de retenciones.
Los silobolsas dieron sustento material a un método que resultó medular en la contienda: el cese de comercialización de granos. Alcanzando por entonces niveles de ventas récord, los artefactos plásticos permitieron que gran parte de esa cosecha de granos de soja y maíz fuera recolectada y retenida por una mayor cantidad de tiempo en los campos, incidiendo así tanto en la dinámica impositiva como en el ingreso de dólares a las arcas públicas.
En efecto, sin la existencia de esta tecnología, los altos niveles de eficacia que tuvo esa acción política de los ruralistas no se hubiera materializado ya que las instancias de almacenamiento fijo por entonces disponibles eran insuficientes para conservar en los campos los enormes niveles productivos que tuvo esa campaña.
Más allá que la dimensión de un conflicto como el del 2008 no volvió a alcanzarse, disputas entre los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y esas entidades rurales se suscitaron en distintas oportunidades. En aquellas en las que la comercialización de soja resultó una pieza de disputa, la utilización de silobolsas fue una constante.
Dada la facultad de los empoderados productores que hicieron uso de esta tecnología para intervenir en un mercado tan conflictivo como el de cambios, se urdieron distintos panoramas en los cuales la escasez en la entrada de dólares comerciales no fue solamente traccionada por las empresas procesadoras y exportadores que ralentizaban sus operaciones al exterior. Los agricultores con capacidad financiera suficiente para conservar parte de las cosechas durante meses en sus silobolsas también podían hacerlo. Y así poder mover el amperímetro cambiario a su favor.

La política con otros medios

Como vemos, desde hace varios años la política nacional también se juega con medios como los silobolsas. Una coyuntura como la actual en la que, pese a la entrada de dólares comerciales récord de 2020/21 las reservas del Banco Central claman por detener agudos procesos de debilitamiento mientras las cosechas de soja permanecen retenidas dentro de estos artefactos plásticos, es una nueva prueba de ello.
En definitiva, si por momentos la suerte de muchas administraciones que habitaron la Casa Rosada durante las últimas décadas obedeció al manejo que muchos agricultores hicieron de los bolsones de polietileno, elevar sus niveles de eficacia para actuar frente a esa práctica será sumamente necesario.
Los volúmenes de capital político que esos gobiernos puedan acumular también dependen de lo que hay dentro de los silobolsas.

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