Por Causa Popular.- El gobierno nacional parece haber ganado la primera batalla. La vieja táctica sindical de golpear para luego negociar finalmente le dio resultado, y pudo alcanzar un acuerdo de precios con frigoríficos, consignatarios, supermercados y carnicerías. A cambio de flexibilizar la prohibición de las exportaciones, quienes hoy controlan el negocio de la carne en nuestro país, acordaron rebajas de entre 20 y 30 por ciento en los precios de once cortes populares, a los que se les asignaron valores de referencia que estarán vigentes hasta fin de año. Con este acuerdo se consolida en la figura presidencial un estilo confrontativo con los intereses económicos más concentrados, otorgándole de esta forma al Estado un rol interventor al estilo europeo que pone muy nervioso a un establishment acostumbrado al negocio fácil en lo que por lo bajo siempre llamó “repúblicas bananeras” de América Latina.
La imagen reproducida por los diarios del viernes es toda una metáfora. Esa gran mesa rodeada de empresarios vestidos con prolijos trajes, cuya cabecera se encontraba ocupada por un distendido Néstor Kirchner, podría considerarse una metáfora de la forma en la que entiende el rol del Estado este gobierno.
Con la fortaleza que le otorga más de catorce trimestres de crecimiento a tasas chinas, y una popularidad clavada por arriba del 70 por ciento, el presidente Néstor Kichner supo predicar con el ejemplo, su idea de cómo debe comportarse el Estado ante los numerosos intereses privados que hoy domina la economía argentina, y las condiciones de vida de su pueblo.
Al estilo K le sobró paño para moverse en los casi tres años de gobierno. Pero necesitará ir más allá si pretende avanzar hacia un verdadero capitalismo de Estado, como parece habérselo propuesto.
Superar limitaciones estructurales o convivir con los colapsos, como lo demostró con la disputa por el precio de la carne -ver Causa Popular del 11 de marzo de este año-, que si antes era de largo plazo, a esta altura de su presidencia pasa a convertirse de mediano plazo. Políticas de Estado o crisis permanentes, en esta misma dirección se establece el horizonte de largo plazo.
Apoyado por un contexto internacional favorable, hasta ahora el gobierno ha demostrado moverse con la cintura suficiente para dejar contentos a los más variados sectores. Pero al establishment, sin embargo puede comenzar a terminársele la paciencia.
Mientras el estilo K no afectó directamente sus ganancias, no había mucho de que quejarse, pero cuando medidas como la prohibición de la exportación de carne, tocó los bolsillos de la oligarquía ganadera, comenzaron los nervios y se desataron los rumores.
En las modernas democracias europeas existe un elevado consenso acerca del rol del Estado. Hay dos funciones básicas que nadie discute en el Viejo Continente. En primer lugar, la responsabilidad que le cabe como regulador del mercado.
En segundo lugar, como suministrador de importantes bienes públicos, como la educación y la salud. Pero Argentina no es Italia, y América Latina no es Europa. En la división del trabajo en el mercado internacional, si bien son dinámicos dentro de cierto margen, los roles están perfectamente asignados.
De lo que podemos estar seguros es que Néstor Kirchner logró romper el molde de los presidentes argentinos de los últimos 15 años en su relación con el poder empresario y financiero.
En especial Carlos Menem, pero también Fernando de la Rúa y en cierta medida Eduardo Duhalde, a la vieja usanza latinoamericana, mantuvieron canales directos de diálogo con poderosos sectores empresarios y financieros, y aceptaron sus recomendaciones.
En cambio, al menos en el plano de la retórica, Kirchner suele castigar duro a las corporaciones y se muestra poco preocupado por sus críticas y sugerencias. Muy por el contrario, sale a “apretarles” el torniquete cada vez que se le presenta la oportunidad. Apenas tiende algunos puentes hacia lo que cerca suyo denominan “burguesía nacional”, y cuyos referentes hoy escasean.
En algunos sectores económicos más concentrados, el tema del estilo K aparece cada vez con mayor fuerza en las tertulias empresarias y se reitera en las rendiciones de cuentas que altos ejecutivos de distintas compañías deben realizar, videoconferencia mediante, con sus casas matrices en Estados Unidos o Europa.
En estas conferencias, las conclusiones suelen ser recurrentes: a pesar de los datos favorables que inundan la economía, en la Argentina aún no existe un clima adecuado para las inversiones, y las empresas mantienen sus prevenciones respecto del estilo de conducción de Kirchner. Lo consideran “impredecible” y “excesivamente susceptible” para con el capital, y advierten que su estilo “exageradamente confrontativo” les genera desconfianza.
En este contexto no tardarán mucho en hacerse sentir las presiones de los acreedores internacionales que se quedaron fuera del canje de deuda, y hoy tienen en su poder “bonos basura” por 24.000 millones de dólares.
Con el poder de influencia que este grupo tiene sobre el grupo de los siete países más industrializados del mundo, tarde o temprano podrá hacer sentir su influencia en el flujo de inversiones, un cuello de botella para la extranjerizada economía nacional.
Si esto sucede, y hoy se presenta como el escenario más probable, ya no habrá mucho lugar para la convivencia con el conflicto diario, y es probable que para entonces los cambios estructurales que hoy no se realizan, por entonces sean imposibles o demasiado tardíos.
Por lo pronto, nadie puede negar que en medio de ese panorama, decirle cuantos pares son tres botas a un establishment voraz como el argentino, es ganar tiempo para lo que vendrá.