Aunque el Mercosur es una buena idea (si el siglo XX nos encontró dominados, mejor que en el próximo estemos unidos), también tiene su lado infame. No me refiero al nombramiento de Chacho Álvarez. Tampoco a la incorporación de Hugo Chávez, líder latinoamericano del Eje del Mal. Ni a su potencial (no la del Chacho, ni la de Chávez, sino del Mercosur) como para derramar riqueza en los balances de las multinacionales con base en Argentina y Brasil aunque eso no significa gran cosa en puestos de trabajo. Ni a la invasión de un batallón de garotas y travestis paulistas que ejercen la vida alegre en Once y Constitución sin su contrapartida de genuino lomo argentino en playas cariocas.
La perdición del Mercosur son los pastores brasileños que, de rigurosa camisa blanca, monopolizan los horarios nocturnos de algunos canales de televisión, como “América” y el 26, en cuyas ondas son toda una definición editorial para sus respectivos propietarios: el niño De Narváez y el papelero Alberto Pierri. Y algunos se quejan de Gran Hermano.
Carismas y bendiciones
Frente al estilo crispado (de los pastores brasileños, no los de De Narváez o Pierri), con una traza y un mensaje que sugieren fanatismo, peligrosidad y chifladura generalizada al mismo tiempo, el chapuzón en la Pelopincho del pastor Jiménez nos parece un juego de niños.
El bautismo se practica en las iglesias cristianas por inmersión, aspersión o afusión, siempre con agua. Con el paso de los tiempos, las opciones se ampliaron y el agua dejó de ser un bien universal.
¿Se imaginan a un Juan Bautista sumergiendo fieles en el Reconquista?
Hoy en día, ese sacramento puede abarcar desde una sincera ceremonia en la fe, con agua potable bendita, hasta la generosidad seminal de un Grassi o un Storni, pasando por la impregnación uterina conque cierto pastor vecino del Gran Buenos Aires desparramó su descendencia entre las jovencitas que se acercaban al templo para verle la cara a Dios.
Por eso, no es cosa de vilipendiar así como así a los brasileños, ya que a cada chancho le llega su San Martín. Ese Gran Hermano nocturno emitido desde una suerte de manicomio decorado como templo de plástico, tiene una audiencia televisiva de millones de personas que se van restando minuto a minuto de la grey católica, además de los concurrentes, que siempre se cuentan por miles.
El Vaticano se ha quejado recientemente por esta merma en su activo básico, los feligreses. Y no es que no haya intentado vías alternativas: tiene a sus “padres carismáticos” entrenados en gestos demagógicos y conducción de espectáculos deportivos, pero el panorama es un tanto confuso porque hay también evangelistas, pentecostales, luteranos, episcopalianos, presbiterianos, metodistas, y hasta ortodoxos del rito oriental que practican el “charismata” (del griego, dones espirituales).
Para no entender nada.
De frente al público, los carismáticos, herederos del Padre Alejandro, cantan graciosas cumbias villeras donde, casi sin alterar el esquema melódico original, se ha reemplazado el texto soez (“bajate, bajate la bombachita”) por consignas del catecismo.
Eso, de frente. Claro que por atrás siempre pueden aparecer un Storni o un Von Wernicke.
Algunos carismáticos tienen una visión ingenua de las cosas, cuando la gente lo que quiere hoy en día es sangre, sexo duro, efectividades conducentes, consumirse todo, el paraíso ya.
Es como poner a Piñón Fijo para que haga el trabajo de George Bush.
Y para eso están los pastores brasileños.
Mi hipótesis, si es que llega a eso, es que tales pastores, militantes de la Tendencia pentecostal-evangelista del Movimiento Carismático, practican un sincretismo religioso donde convienen macumba, espiritismo y vudú con capitalismo monopólico anglosajón.
Aplausos
Para empezar, son individuos caucásicos, de tez pálida y los ojos saltones propios de los extraviados o diabéticos, y no representan el perfil demográfico del Brasil.
Son muy didácticos cuando enseñan a neutralizar los “trabajos” de Lucifer.
Siempre hay que mirar debajo de la cama antes de acostarse, aconsejan, por si se encuentran extrañas señales: gotas de vela negra, plumas de gallina bataraza o granos de maíz amarillo a medio quemar.
Esos mensajes satánicos no necesitan ser leídos al revés como ciertas canciones: así como vienen, provocarán fecundidad o infecundidad, impotencia o erotismo desbordado, etc., siempre contrariando la voluntad, o acaso realizando el inconsciente, de las víctimas.
El Rey de la Oscuridad, afirman, suele expresarse a través de las suegras y las tías solteronas, y en ocasiones, mediante un vecino solitario. Tras ser atrapados en flagrante contravención, estos mensajeros del Demonio serán “invitados” a concurrir al templo para un violento exorcismo en portuñol donde menudearán gritos, revuelcos histéricos y algunos cachetazos frente a las cámaras.
Son escenas violentas, inconvenientes para menores.
No se sabe si esa invitación es espontánea o forzada, pero invariablemente termina con los malos espíritus alejándose a la carrera, y muchos aplausos del público.
Como cierre del show, y en contadas ocasiones, practican sanaciones colectivas, extrayendo tumores con una sencilla imposición de manos. Y más ovaciones.
¡Se acabaron los Favaloro!
Yo Soy El Camino
El otro núcleo del Mensaje (a grito pelado, por la gravedad que el tema inviste) es que todo pobre puede dejar de serlo si se acerca a Jesús. Los pobres pueden convertirse en empresarios, dicen.
Y no de cualquier manera, es cierto: sólo hay un Camino, y es el de la Iglesia auspiciante, la que paga el espacio televisivo. No se refieren a los pobres de espíritu, porque de ellos ya es el reino de los cielos, ni a los de solemnidad, sino a los pobres a secas, los que no tienen un sope, los que corren la coneja.
Jamás aparecerá un tipo adinerado que, piadosamente, haya decidido repartir sus bienes: la compasión no va con la publicidad de los actos propios.
Siempre se trata de gente que no atinaba a salir de la pobreza hasta que descubrió la Luz. Son pobres diablos ganados por la enfermedad, drogas, alcoholismo, prostitución callejera, desocupación; son vendedores ambulantes y cartoneros que padecen vicios repugnantes (como comerse las uñas), o simplemente no tienen efectivo ni están bancarizados.
Teniendo fe en Jesús, dicen, el dinero fluye solo. Así, el trabajo aparece mágicamente, y hablamos de laburo formal, nada de yugarla en negro. Sostienen que si todos nos acercáramos al templo, la desocupación, que es uno de los “trabajos” más eficaces de Belial, se esfumaría, ¡aleluya!
Y se ponen ellos mismos como ejemplo de salida laboral: cada integrante del público es un pastor en potencia.
Los pobres -sostienen- deben y pueden ser dueños de su destino. Salvarse. Recobrar cierta esperanza está bien; salvarse es muy distinto: ¿ganar el reino de los cielos o convertirse en empresario exitoso? Tamaño dilema.
“¡Deje de sufrir: empodérese!”, ordenan los pastores brasileños en portuñol (ver más abajo definición de “glosolalia”) y lo practican en Argentina, como en el bautismo, por inmersión, cuando nuestro compatriota el pastor Jiménez, con su proverbial falta de objetivos a largo plazo, se limita a una remojada en la pileta de lona.
Así no va a llegar a nada.
Según el diccionario de la RAE, inmersión es “la acción de introducir o introducirse algo”, o “introducir o introducirse plenamente alguien en un ambiente determinado”, o la “acción y efecto de introducir o introducirse en un ámbito”.
En sus diarias acciones punitivas sobre los barrios de Bassora, por ejemplo, los soldados británicos introducen ciertas partes de su cuerpo en las de las mujeres iraquíes reservadas legal e islámicamente a sus esposos, y sin considerar las probables consecuencias bautismales de su táctica militar (situación también relatada por Tom Sharpe con la policía sudafricana en tiempos del apartheid). Pero no están solos los pastores brasileños en eso de empoderarse.
Deje de sufrir: una definición técnica
También lo propone el Banco Mundial, que sostiene en uno de sus documentos públicos bajado de su página oficial de Internet:
“Definimos el empoderamiento como un proceso que incrementa los activos y la capacidad de los pobres -tanto hombres como mujeres- así como los de otros grupos excluidos, para participar, negociar (¡Ahhh, los abogados mediadores!), cambiar y sostener instituciones responsables ante ellos que influyan en su bienestar. Y nos referimos a instituciones en su sentido más amplio, incluyendo el mercado (¡Ajajá!).
El empoderamiento implica incrementar el acceso y el control de los recursos y las decisiones por parte de los pobres, cambiando la naturaleza de la relación entre los pobres y los actores tanto estatales como no estatales.
Implica cambios en las reglas, las normas y los comportamientos que permitan que la voz de los pobres sea oída y representada en las interacciones con las instituciones del Estado y otras entidades no estatales que afectan su vida; que éstos incrementen su acceso a los recursos y las decisiones así como su control sobre éstos.
En su sentido más amplio, el empoderamiento tiene que ver con aumentar la libertad de elección y de acción. (¡Mmmm! ¿Elegir libremente nuestra empresa telefónica, por ejemplo? ¡Aleluya!)). Es un proceso que puede entenderse al nivel individual como también aplicarse a los grupos sociales.
Los grupos excluidos pueden ser minoritarios (Que se jodan) o, en el caso de altos niveles de concentración o colapso del Estado, pueden asimismo incluir a la mayoría de los ciudadanos de clase media (¡Qué vergüenza, Doña Clara!). El empoderamiento requiere medidas en los órdenes doméstico, comunitario, nacional y mundial. (¡A la pucha!). Así pues, el empoderamiento tiene que ver con los cambios en la capacidad de los ciudadanos, así como con las reformas a las instituciones y el ambiente favorable al cambio”
(Reforma del Estado, tilinguería y transgresión institucionalizada, apertura, desregulación: esta película ya la vimos).
Ahora sí está claro, aunque suene a serie de TV mal doblada: lo que ellos desean es que tengamos más celulares con ringtones, más shoppings y muchos 0-800 gratis.
Yo soy el que soy
¿Qué ha llevado a los pastores brasileños y al Banco Mundial a pretender “empoderar” a los pobres, verbo en desuso en nuestro idioma, inhallable en el corrector de Windows y en la mayoría de los diccionarios?
¿Por qué recurrir a un arcaísmo habiendo tantas consignas más entendibles, como “todo el poder a los soviets” o “expropiación ya”? Sin pretender inmiscuir a Satanás en la cuestión, los pastores firmarían a ojos cerrados la opinión del Banco, pero no sabemos quién tiene el copyright.
Quizás ellos aprendieron castellano repitiendo pasajes de Góngora o versiones primitivas de la Biblia, por lo menos anteriores al Concilio de Trento.
En cuanto al interrogante, sólo se me ocurre esta explicación:
1) En su versión original en inglés, el Banco Mundial aconseja mucho “empowerment” a los pobres, que les suena a ellos bastante parecido a empoderamiento. En portugués, se traduce como “empossamento”.
2) El significado corriente de “empowerment” es “apoderamiento”, lo que contribuye a crear cierta confusión entre los destinatarios del mensaje: una cosa es darle cierto poder a otro, y otra muy distinta enseñarle que se apodere de algo, cuando todos sabemos que ese algo es siempre ancho y sobre todo, muy ajeno. ¡Después protestan por la inseguridad!
3) Separado en inglés apenas por una d, “empowderment” es fonéticamente cercano a empowerment. Power se traduce como fuerza, energía, mientras que powder, como verbo transitivo, significa “echarse un polvo”: la diferencia es apenas perceptible, una trasliteración. “Forro” no tiene idéntico significado para un adolescente, una modista o un usuario de las relaciones ocasionales; y entre forro y foro hay apenas una r de distancia, pero no son lo mismo.
4) La historia de las religiones informa que los carismáticos creen haber sido “llenados” por el Espíritu Santo; y practican la glosolalia, arte de hablar una lengua desconocida. Hablarla no significa dominarla y menos aún entenderla.
4 bis) Quizás los pastores brasileños quieren decir otra cosa con eso de “empoderarse”, pero no se dan cuenta. Y como los “llenaron”, ahora quieren “llenar” a otros. ¡Es para enchalecarlos!
Solución del enigma
En definitiva, se trata de un puro sincretismo lingüístico globalizado y trastornado: introducirse, apoderarse del mercado, empoderarse, echarse un polvo, empossarse a una menina, hacerlo con muchos bríos.
En la jerga tecnocrática del Banco Mundial, empoderar sería la acción de “empomarlos enérgicamente con nuestros proyectos”.
Uno de esos proyectos es el de Botnia y la gran fábrica sudamericana de celulosa. Para cumplir los objetivos estratégicos del Banco Mundial, Botnia vendría en un mismo paquete con el Gran Proyecto, el de los designios de Dios, no tan inescrutables como los del Banco Mundial.
Los pastores brasileños nos convencen cada noche de que ello es bueno para Jesucristo, y por ende, para todos nosotros, aleluya.