En 2013 fue estrenado el documental Parapolicial Negro –Apuntes para una prehistoria de la Triple A, de Javier Diment, en la cual aporté la investigación –junto a Facundo Cardozo– y las entrevistas. La película, desde luego, explora aquella organización ultraderechista que, entre el comienzo de 1974 y fines de 1975 asesinó a 1500 personas. Y que además supo amenazar a inumerables personajes públicos, especialmente, intelectuales y artistas. Tal fue el caso de Isabel Sarli, quien acaba de fallecer.
La diva había sido amedrentada a fines de 1974. Su pecado: mostrar los senos en la pantalla.
La grabación del diálogo telefónico que mantuve con ella es uno de los momentos más inquietantes del film.
“La carta de la Triple A llegó a la Asociación Argentina de Actores. Y me la trajo mi maquillador a casa”, soltó ella.
– ¿Cuál fue su reacción?
–Imagínese. Yo con mi madre. Eso nos desesperó. Estábamos sentadas en el rellano de la escalera con el maquillador. ¿Y ahora qué hacemos? Yo no podía irme del país sin mis animalitos.
– ¿Y qué hicieron?
–Armando habló con Isabel. Ella no era de su simpatía. Pero él lo quería mucho a Perón. La cuestión es que después me llamó Villar.
– ¿El comisario Alberto Villar?
– Sí. Y me dice: “No se preocupe, señora. Ya mismo le voy a mandar una custodia. Todo se va arreglar. No tenga miedo”.
– ¿Usted entonces no suponía que Villar era el jefe de la Triple A?
– No. ¡Yo que voy a suponer! –dijo, antes de saltar hacia otros tópicos: un viaje a Caracas para estrenar La diosa virgen, el miedo y la incertidumbre al enterarse en esa ciudad del ajusticiamiento de Villar.
Recién entonces, al pronunciar ese apellido, súbitamente rebobinó:
– ¿Así que Villar tenía algo que ver?
La respuesta la arrinconó en un pesado y definitivo silencio.
Tras casi cuatro décadas, aquella clave del asunto le había explotado en el presente. Películas dentro de películas.
Algo tan azaroso como la vida misma.