Sapos y culebras

Eric Hobsbawn equiparó la crisis financiera mundial al colapso de la URSS. Wallerstein auguró que el capitalismo, desestabilizado sin remedio, está llegando a su fin. Todos coinciden en que deberá surgir un nuevo orden mundial. ¿Pero cuál?

Se desmorona un modo de vida, el que Estados Unidos exportó exitosamente a todo el mundo durante décadas.

Algunos repiten que no hay que preocuparse, que todo seguirá igual. Otros, que el capitalismo devenirá en capitalismo real hasta que se creen las condiciones para volver al principio.

La perspectiva catastrófica es el terreno elegido por otros, los menos escuchados.

Ese modo de vida es feroz: como en una góndola, se pusieron en fila las palabras de, pongamos por caso, Andrés Oppenheimer y Paul Krugman. Carnera y San Martín. Los economistas y psicólogos de la CNN dan informes dramáticos y aconsejan recetas inverosímiles en jerga de Walt Disney.

En cuanto a opiniones para tomar en serio, el británico Eric Hobsbawn equiparó la crisis al colapso de la URSS y predijo que lo que se viene será una mezcla de capitalismo y socialismo, aunque no aclaró más. El capitalismo financiero socializa las pérdidas, y la sociedad de consumo se parece bastante a un socialismo estratificado. Para otras alternativas se necesitan otras clases dirigentes.

Una cosa llevó a otra, y Joseph Stiglitz (ex-asesor de Clinton) defendió el sistema privado de pensiones cuando algunos creían que haría lo contrario. Stiglitz no trabaja para el bienestar de los argentinos; es partidario de las colonias prósperas, porque en un país empobrecido el saqueo (Irak) imperial es más costoso. Ha cuestionado la gestión del Banco Mundial que codirigió, porque es demasiado evidente que su política promete algo diferente de lo que da.

Todos coinciden en que deberá surgir un nuevo orden mundial. ¿Pero cuál? La estructura financiera mundial cerrada diseñada con vértice en el FMI comenzó a entrar en crisis hace rato, a principios de los ‘70, mientras se imponía el dólar como moneda corriente del mundo libre gracias a la enorme capacidad económica y militar de Estados Unidos. La creación del FMI-BM fue la derrota de Keynes y el triunfo del representante norteamericano, John Dexter White, del que luego se sospechó pertenecía a la KGB.

Al parecer, terminará habiendo varios Bretton-Woods geopolíticos, un modo de tirar la crisis para adelante: uno europeo, otro asiático (China tiene reservas equivalentes a 1,3 billones de dólares y es el principal acreedor de Estados Unidos) y quizás otro sudamericano. Pero no solo es cuestión de voluntarismo. ¿Dónde entrará África?

El pelotón integrado por China, India, Rusia y Brasil tendrá más voz que antes. Si Bretton-Woods dio el primer paso a la unificación del sistema económico, el desafío actual consiste en recoger los pedazos sin que se rompan muchos vidrios. Porque quien entró en crisis es el gran consumidor del mundo, lugar que quedará vacante.

El imperio parece cocinarse en su propia salsa. Pero conserva el ejército y el complejo tecnológico-militar más poderoso de la tierra.

Wallerstein (Yale) auguró que el capitalismo, desestabilizado sin remedio, está llegando a su fin, y luego de sugerir la posibilidad de una guerra (hipótesis que defiende Juan G. Tokatlián por aquí) alerta sobre la inestabilidad social en Estados Unidos: “la mitad de los estadounidenses no aceptará lo que está ocurriendo (dijo, refiriéndose a ser despojados del podio) y los conflictos internos van a exacerbarse, convirtiendo a Estados Unidos en el país más políticamente inestable del mundo. Y no se olviden que nosotros estamos todos armados…”.

El autor abreva en el pesimismo de Prigogine y el fin hegeliano de la historia de Fukuyama, y es muy leído entre los alternativistas ecológicos que se reúnen en lugares como Porto Alegre.

Si no sirve para entender el futuro, al menos explicaría por qué se repiten los asesinatos a mansalva por mano de francotiradores en las universidades de ese país, donde se reproduce el pensamiento dominante en vías de naufragar.

Esa inestabilidad y violencia interna pueden reorientarse después de las elecciones presidenciales en un ataque terminal sobre África, Afganistán, Irán o Pakistán. Lo peligroso es que China está cerca con su armamento nuclear, dos millones de soldados y doce de milicianos.

Las distintas iglesias new age se poblarán de nuevos adeptos que rezarán por la paz mundial a cualquier costo, anunciando la fin del mundo.

Además de la vuelta del proteccionismo, no es inverosímil una derechización en los países centrales. Hobsbawn señala que entre la crisis del ‘30 y la segunda guerra, consecuencia de aquella, Estados Unidos se volcó algo hacia la izquierda.

Que hoy apreciemos el New Deal como “de izquierda” (cuando sólo significó apoyo a los bancos, inversión en infraestructura y cierta planificación) significa estar viviendo en una época de confusión. Y ahí entra Hitler.

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