San Martín en calzoncillos

Los mitos históricos mitristas han entrado -por la puerta trasera, es cierto, y no, por caso, a través del portón de la quinta de San Vicente- al parnaso de los ricos y famosos.
En una época donde la democracia, el glamour, los discursos y las hazañas sexuales se mezclan en un continuo nivelador, Domingo Faustino Sarmiento o Gervasio de Posadas se nos presentan ahora como unos héroes que no hubieran necesitado consumir Viagra.
Como modelos para las nuevas generaciones de argentinos, les alcanzaba con sus propias proezas.

Las adicciones de Don José de San Martín podrían tener sus equivalentes actuales en el show bussiness local, aunque hoy la cosa es subir el ráting y no atravesar la Cordillera.

Todo eso se ha logrado gracias a ciertos escritores especializados en novela histórica y, hay que decirlo, a la maldad de algunos revisionistas que intentaron derribar así, conbellaquería, las estatuas de mármol.

Para fortuna de los escultores, sin embargo, sus obras siguen en los lugares asignados por el Director de Paseos, aunque cada tanto algunos inoportunos graffitis las enchastren.

La Ley Federal de Educación hizo más daño a la mítica 1420, cuyo texto inspiró el espíritu crítico de Sarmiento, que todas las atrocidades inventadas por los revisionistas, y no hay constancia de que los técnicos del Banco Mundial hayan sido lectores de José María Rosa.

Por Jorge Rivera nos venimos a enterar de que la madre de Juan Manuel de Rosas tenía el culo más hermoso del virreinato, y como si esto fuera poco, acostumbraba ofrecerlo, boca abajo, para que su esposo legítimo se lo azotara.

Esas eran buenas épocas.

El novelista tucumano García Hamilton parece haber descubierto que San Martín no sólo era adicto, hijo de una indígena (originaria) y cornudo: al parecer, “mordió” en la contratación de la flota británica que llevó al ejército Libertador hacia El Callao.

Hoy, como ayer, roban pero hacen.

De ser cierto, la distancia entre José de San Martín y Alberto Kohan, por caso, no es tan amplia como parece.
Lo espeso de esa situación -y que Hamilton olvidó investigar- es que Lord Cochrane, el otro actor del negocio con las cosas del Estado chileno, luego piratearía el tesoro que había recolectado Bouchard en sus correrías por el Pacífico, donde llegó al atrevimiento de atacar California y obtuvo el (poco apreciado por la historia oficial) primer reconocimiento diplomático para las Provincias Unidas en un remoto y pintoresco reino del Pacífico Sur, antes que llegaran los pastores metodistas y la blenorragia.

Como Morgan, Pepys o Hawkins, Cochrane logró con la piratería un lugar a la diestra del Rey.

Después de acuchillar a su esposa, el escritor Norman Mailer reconoció que se había inspirado en el Rey Jesús de Robert Graves, según el cual Cristo se convirtió en Mesías del pueblo judío para “destruir el trabajo de la Hembra”.

Atenerse al texto puede ser peligroso, como por ejemplo para la esposa de Mailer. Y más todavía si uno se limita a leer la primera página de la obra.

Sin ser crítico literario, creo que la novela de Graves habla más de la época victoriana y del estado de la religión en la Inglaterra de sus días, que de una reinterpretación del cristianismo.

Algunos pensadores sostienen que “humanizar a los héroes” tiene un efecto ejemplificador en la sociedad.
Si ellos lo hicieron, ¿por qué no lo haría yo?

A esos pensadores, habría que aclararles que El Callao y Ayacucho pertenecen hoy a repúblicas constituidas, y que sería absurdo repasar la cordillera para atacar a los godos en Maipú.

Hoy en día, cuatro o cinco mil camiones quedan atascados en el Cristo Redentor con cada nevada fuerte, lo que les impide pasar al otro lado. Transportan artículos del Mercosur: planchas, acondicionadores de aire, vibradores, preservativos, etc.

Se ha terminado la épica. Hoy en día, el heroísmo se pone a prueba llegando a fin de mes o reteniendo el control de la tele.

García Hamilton coincide con los humanizadores de los mitos, pero desde otro lado: menos bronce y más obra, aunque afanen. Eso hizo grande a Inglaterra.
En el fondo, García Hamilton quiera que cambie algo para que nada cambie.

Causa Popular ha entrevistado a decenas de personas de los más variados oficios, edades, niveles culturales y situación socioeconómica, para medir el efecto de esta humanización.

La respuesta mayoritaria a la única pregunta (¿le cambió la vida saber que San Martín era afecto al opio?) fue:
“Y a mi qué”.

Un 3,34% de los entrevistados preguntó dónde se conseguía opio, y si era más barato que otros estupefacientes.
Muchos (tantos que ni siquiera damos la cifra) preguntaron quién era ese San Martín.

Desde que se sabe que Sarmiento era muy activo sexualmente, y que acaso su prédica por el magisterio sublimaba una pulsión que no nos atrevemos a describir, se han multiplicado los casos de maestros que abusan de sus alumnos.

De haber sido contemporáneos, Eva Giberti habría aconsejado la castración para el Gran Sanjuanino.

Un redactor de esta revista estuvo apostado en Plaza Once, cerca de una pulposa morena (acaso dominicana o brasileña) que ofrecía sus servicios completos por 10 pesos la hora.
Fue cuando se acercó un cliente:
-¿Usted sabía que Gervasio de Posadas murió de una sífilis en la boca?- se le advirtió.
No hubo caso.

Un ejercicio de ficción permitiría entrever cómo interpretarán los futuros novelizadores históricos a distintos personajes de la actualidad.

Por ejemplo al doctor Daniel Llermanos, defensor de Madonna Quiroz.

¿Se lo recordará en el futuro como el juez de la muzarela?
¿Como el alumno dilecto de Daniel Piotti?
¿Como el juez que dictaminó que una petroquímica (que no es Shell) no contaminaba su entorno cuando, por el contrario, la polución la provocaban los camiones que entraban y salían del establecimiento y el humo del pucho?
¿Como el abogado del sindicato de camioneros (de los vehículos que antes contaminaban el aire de esa petroquímica)?
¿Como el ex juez que armó una floreciente fundación dedicada a los problemas medioambientales luego de aprender, por sus propios dictámenes, que las petroquímicas no contaminan?
¿O como un paganini de vedettes y coristas?
Otro ejercicio consiste en saber qué efecto tuvo en la opinión pública el anuncio de Mariano Grondona según el cual Kirchner es un tirano.
¿Qué luego se vino La Cuarta Tiranía?

Otro que será puesto bajo la lupa es el juez Juan Carlos Oyharbide, ya se sabe.

Alan García será recordado por su hijo extramatrimonial antes que por haber confiado la economía peruana al economista argentino Daniel Carbonetto. George Bush, por sus recurrentes crisis alcohólicas, y no por haber provocado directa o indirectamente la muerte de 655 mil iraquíes (hasta ahora).

No se sabe, por el momento, que las universidades de Harvard y Princeton hayan estudiado la correlación entre la humanización de los héroes y la conducta heroica. Después de todo: ¿a quién le interesa una conducta semejante?
Hoy, los héroes son anónimos.

Me atrevería a decir que cualquier trabajador de Wal-Mart, en todo el mundo, es uno de esos héroes anónimos sin haber cruzado la cordillera, ni haber logrado la libertad naciente de medio continente.

O los hindúes que desguazan buques petroleros en el golfo de Bengala.
O los trabajadores serviles de todo el mundo.
Hay héroes, mitos e ídolos.
No es lo mismo.

Los que predican que la humanización de los héroes contribuiría a convertir a esos “asociados” de Wal-Mart en duros militantes de la anti-globalización, no entienden que primero hay que ofrecerles una cordillera para cruzar, o a lo sumo, que las cordilleras siempre están adelante y el cruce se va haciendo, que el hígado siempre es comido por los buitres y la piedra siempre se cae antes de la cumbre.

No vaya a pasar que se les confunda el Sargento Cabral con Rambo.

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