Venimos planteando en diversos artículos anteriores y siguiendo a viejos maestros sobre la necesidad de analizar la política y lo político desde un pensar situado en el aquí y ahora, en este continente agredido y colonizado durante 500 años por acciones imperiales de saqueo de sus recursos, pero sobre todo por una penetración cultural e ideológica que ha calado muy hondo en el “sentido común” de nuestros pueblos.
Nos parece necesario hurgar en un pensamiento, que rompa, no que niegue, con algunas lógicas europeizantes, romper los lazos de dependencia cultural e ideológica, algunas ciencias y algunos modos de entender la realidad que nos circunda. Romper con los perimidos modelos económicos que nos imponen los países centrales, pero también con algunas ciencias sociales (sociología, política, filosofía, etc) “positivistas”, que pretenden imponernos visiones deterministas, de leyes de la historia, de predicción de hechos sociales y/o la inevitabilidad del seguimiento de ciertos rumbos políticos y económicos.
De mas esta decir que no creemos en el “fin de la historia”; la historia la escriben y la construyen los pueblos, y la historia dejara de escribirse solo cuando el ultimo ser humano deje de pisar esta tierra.
Es también correcto aclarar que nuestros escritos pretenden hacerse desde la política, entendiendo esta como “un conjunto de principios y de pautas generales coherentes que orienten la acción concreta en cada circunstancia, dirigidas siempre a la construcción de ideas y acciones necesarias para constituir un movimiento de liberación política y social que rompa las cadenas de dominación y sometimiento de nuestra patria grande”.
Pensar una política que esté atenta al pueblo, lo que este dice y también más importante, lo que no se dice, lo que está debajo, en el subsuelo, que como ríos subterráneos se mueven caudalosos. Estar atentos al hecho imprevisto, a los sucesos que rompen lo cotidiano, lo normal, lo políticamente correcto, aquellos hechos que subvierten la política y la ponen en cuestión
Dejar atrás una política basada en la estadística, en las encuestas, en lo comunicacional, en falsas “leyes” históricas o económicas para pensar lo que acontece, en buscar formas de organización política, social y económica desde nuestra propia historia, nuestra tradición, nuestra práctica cotidiana.
“No son treinta pesos, son treinta años”
Ese sencillo y espontaneo acto de saltar los molinetes del Metro de Santiago de Chile, por parte de cientos de estudiantes en protesta por el aumento del precio del pasaje fue el inicio de un impactante estallido de protesta contra el “modelo chileno”.
Este estallido, como muchos en la historia, fue sorpresivo en el momento, pero plenamente comprensible dada la gigantesca acumulación de hechos indignantes que sucedieron en las últimas décadas.
Venia incubándose un rechazo profundo al Chile neoliberal, construido a sangre y fuego, por la dictadura pinochetista y continuada por un sistema bipartidista que alternaban en el poder pero que, no solo no modificaron, sino que peor, endurecieron el modelo, y excluyeron de la política y el consumo a amplios sectores populares y sometieron a las clases medias a un endeudamiento feroz. La grandes empresas, los bancos, le educación, los fondos para jubilaciones, etc, están manos de la clase empresarial, de la cual Piñera es fiel representante, que somete y sojuzga con mano dura al pueblo chileno. Este es el famoso y publicitado modelo chileno, el modelo de país capitalista exportado como ejemplo por los intereses centrales como el modelo para toda América Latina.
El modelo explotó y mostró la desnudes de un régimen neoliberal oprobioso.
Así como la magnitud y el sostenimiento en la calles tomo de sorpresa a muchos políticos y analistas, ya en 2006 hubo un primer aviso con la “revolución pingüina”, bajo Bachelet; y luego en 2011 con grandes movilizaciones estudiantiles. Sin embargo, aquellas estuvieron fundamentalmente acotadas al ámbito estudiantil; aunque ya, luego de la segunda, se comenzó a tomar conciencia de la necesidad de una Asamblea Constituyente para lograr una real Constitución democrática.
Sin embargo la gran traición y ceguera política de Bachelet y de la Concertación en general, impidió y bloqueó algunos intentos tímidos de reforma.
La caída de los precios internacionales de las materias primas exportables, afectó profundamente la economía chilena, una economía primarizada y sub desarrollada. Los tratados de libre comercio que Chile ha firmado con muchos países del mundo solo han beneficiado a la elite chilena, productora de commoditys, pero han perjudicado cualquier posibilidad de desarrollo de un proceso de industrialización.
La corrupción creciente del gran empresariado, fenómeno común en toda Latino América, fue corrompiendo el resto de las instituciones, sobre todo las políticas, del Estado, Fuerzas Armadas y hasta la misma Iglesia Católica.
La población siente que hoy el sistema corrupto, político y económico, es responsable de su bajo nivel de vida y de expectativas.
Hay que sumar la escandalosa alza de las alzas de servicios básicos (luz, agua, gas, agua) producto de la entrega a empresas privadas en forma monopólica, los programas de salud “privatizados” y muy caros, mientras los sectores más pobres deben atenderse en el sistema púbico de muy mala calidad, la educación privatizada, convertida en una gran negocio, para las empresa educativas y para los bancos que la financian a través de créditos personales, el sistema privado de jubilaciones (AFP) que entregan jubilaciones miserables para gran parte de los beneficiarios.
Las continuas manifestaciones populares a lo largo y ancho de Chile, repudiaron el “modelo chileno” y pidieron la renuncia del presidente Piñera y la modificación de un sistema económico esencialmente injusto y abusivo y una Constitución autoritaria y antidemocrática. Se manifestaron también contra el sistema bipartidista que gobierna Chile desde la salida democrática, dos alianzas de centro derecha que se confabularon para que nada cambie, por el contrario para que todo fuera empeorando para el pueblo chileno,
Por eso la calles cantaban “no son treinta pesos, son treinta años”.
América Latina en lucha
Es indudable que nuestro continente continúa siendo un territorio en disputa. Escenario de la lucha de los pueblos contra el orden mundial imperante, contra el orden global que nos impone el neoliberalismo y las políticas imperiales del gran capital concentrado. La lucha se da en todos los terrenos desde el ideológico y cultural, en la construcción del relato hegemónico, hasta la construcción de modelos alternativos de organización social y política.
Además de Chile, la mayoría de los países del sub continente están en ebullición, pareciera que la ofensiva neo conservadora que recorrió la región en el último lustro ha llegado a su fin y se perfila una nueva oleada de los movimientos populares latinoamericanos.
Una vez más se puede palpar las debilidades e inviabilidad del neoliberalismo, que las derechas latinoamericanas no tienen la capacidad de generar un proyecto integrador que supere los límites históricos de sometimiento a los centros de poder, saqueo, endeudamiento y ajustes internos permanentes, generando dentro de cada país desempleo y pobreza. La imposibilidad de generar políticas de crecimiento económico le impide construir alianzas que le den respaldo y garanticen su hegemonía.
La victoria del Frente de Todo en Argentina, sobre la experiencia macrista, significa un quiebre significativo en el fin de la ola neoliberal y el comienzo de una ola nacional y popular. El triunfo de Evo morales en Bolivia, del Frente Amplio en Uruguay, a pesar de lo dificultoso que puede ser la segunda vuelta. Un hecho de quiebre histórico fue el triunfo arrollador de los partidos de izquierda en Colombia en las elecciones municipales. No solo representan una derrota para el “uribismo”, una derecha liberal en lo económico, pero muy autoritaria y violenta en lo político, sino que además fortaleció la figura de Gustavo Petro, nuevo líder popular.
En Ecuador levantamientos populares e indígenas pusieron un frenos a las políticas de ajuste neoliberal que pretendía imponer Lenin Moreno. Este levantamiento vislumbra el surgimiento nuevamente de Rafael Correa.
En Venezuela, Maduro resiste las embestidas y la agresión imperialista de EEUU gracias al fuerte apoyo popular de su gobierno.
Perú atraviesa una crisis política de alta inestabilidad y Brasil, bajo la conducción de Bolsonaro, parece condenado a una crisis próxima, sobre todo si la fuerte presión internacional consigue la liberación del líder popular Lula Da Silva. De Haití nadie se ocupa pero su pueblo sigue en lucha en las calles con más de 40 muertos en estas últimas semanas,
Méjico con López Obrador intenta una salida a su crisis permanente, tarea titánica, ya que los desafíos no solo son de reconstrucción de la economía sino de reconstruir el Estado Nacional jaqueado por los carteles de la droga, las bandas parapoliciales, un ejército y una policía, corrompida por el narcotráfico, zonas “liberadas” en el sur ocupado por el ejecito zapatista. Méjico es hoy un estado fallido, pero también tiene una oportunidad, acercarse e integrarse a Sudamérica, única salida para contrarrestar las acciones de EEUU sobre su soberanía.
La historia nunca es lineal, se avanza y retrocede, los pueblos van construyendo su camino día a día.
Pero pareciera que estamos en un momento de fuerte retroceso de las derechas en el mundo, Trump jaqueado por el “impeachment” inminente, Inglaterra enredado en la salida del UE, el fin del gobierno de Salvini en Italia, la derrota de Netanyahu en Israel, el crecimiento de China y su afianzamiento como gran potencia en el siglo XXI, el eje chino ruso, son síntomas de un mudo en crisis. La ruta de la seda encarada por China, el resurgimiento de los Brics, pueden ser proyectos de construcción de otro orden económico y social global.
Si podemos afirmar que la gran batalla entr9e un mundo que se muere y otro que apenas vislumbramos se está dando nuevamente en Latinoamérica.
Los conflictos políticos y sociales que se están dando en la región pueden escalar y agudizarse, y generar nuevos hechos, nuevas experiencias y escenarios no esperados, tal como ocurrió a fines de los noventa y los primeros años del siglo XXI, con el surgimiento de gobiernos populares.
Nada está escrito, pero una vez más la realidad nos sorprende y nos da otra oportunidad.