La transición de poder en el corazón del sistema político americano está produciendo movimientos subterráneos en las estrategias político-militares de la guerra ruso-ucraniana. Movimientos que, probablemente, vayan a tener efectos visibles en las próximas semanas (aunque algunos ya emergieron). Antes de irse, Biden intensifica el conflicto y los actores, como sucede en el boxeo en los últimos diez segundos antes del final del round: presiona a su antagonista con todo lo que le queda de energía para fortalecer su posición (en caso de que se acerque la hora de una negociación en la que el presidente electo Trump está llamado a tener un rol que cumplir). La autorización a Ucrania –por parte de la saliente administración de Biden—, del uso de armas de mayor alcance, escala el conflicto hacia zonas impredecibles. Ante esta nueva situación, Vladimir Putin decidió cambiar la doctrina rusa en relación al uso de armas nucleares.
Nuevos misiles para Ucrania y cambio de la situación
La autorización de Joseph Biden de abastecer de misiles ATACMS a Ucrania no debería tener, en principio, la capacidad de torcer el resultado de la contienda en términos estratégico-operacionales. Según diversos informes, en este momento Rusia continúa avanzando en el terreno a mayor velocidad que a comienzos de año. Se indica también que lo está realizando a una alta tasa de bajas diarias.
Los ATACMS son misiles modernos. Pese a sus capacidades, por las características del territorio ruso, no se espera que sea mucho el daño que pueda infligir a su enemigo. La inteligencia militar rusa venía previendo desde mediados de año esta iniciativa y tomaron las precauciones defensivas de alejar del alcance de ese tipo de misiles a la inmensa mayoría de los aviones de combate que pudiesen ser alcanzados por ese tipo de armas. Sin embargo, aunque como decimos, no se espera que esto modifique drásticamente la situación en el terreno militar del teatro de operaciones, la existencia de los ATACMS sí logró abrir hacia lo insondable el campo de posibilidades del curso de la guerra y del equilibrio geopolítico de poder. Porque el anuncio de los ATACMS fue tomado por Putin como el pretexto adecuado para revisar y actualizar la doctrina nuclear rusa. Si bien diversas fuentes afirman que esta decisión ya había sido tomada hace tiempo, fue después de haber derribado seis misiles ATACMS con su defensa antimisiles que el presidente ruso firmó la normativa que oficializa el cambio.
Cambio de doctrina nuclear rusa y equilibrio global
La nueva doctrina trae dos cambios a tener en cuenta. El primero es que Rusia se reserva el uso de armas nucleares (incluso en el caso de que sufra un ataque convencional) contra cualquier nación que esté siendo apoyada por una potencia nuclear, aunque la nación atacante no posea armamento nuclear. Bastará con que sus mandantes sí lo tengan para convertirse en objetivo nuclear ruso. En este contexto, la situación podría tener consecuencias directas sobre Ucrania, quien recibe apoyo de potencias nucleares como Reino Unido, Estados Unidos y Francia. Pero también existe otro elemento a tener en cuenta en la nueva situación doctrinaria nuclear rusa, porque lo que se revisa es también el carácter de la amenaza, indicando que las armas nucleares podrían utilizarse en caso de que Rusia perciba una “amenaza crítica” a su soberanía y su integridad territorial. El texto anterior indicaba que la amenaza debía poner en riesgo “la existencia misma del Estado”. Estas aparentemente pequeñas modificaciones son, sin embargo, cambios que pueden contener consecuencias profundas y de grave alcance. El análisis de situación para este tipo de acciones se encuentra siempre cruzado por variables de orden político, geográfico, técnico, militar, comunicacional, diplomático y más, y no existen patrones exactos o científicos para medir amenazas de esta naturaleza. Ante esta imposibilidad, para tomar decisiones, cada potencia establece doctrinas, o sea conjuntos de procedimientos que orientan las acciones en una determinada materia. Esto no implica de ningún modo que Rusia vaya a usar su armamento nuclear, pero no puede dejar de percibirse que la sola posibilidad de que se “reduzca el umbral” para que se dispare la autorización de uso de armamento de estas características es en sí mismo un cambio sensible y eventualmente crítico del orden mundial actual. Según analistas internacionales, las posibilidades de que Putin efectivamente utilice el armamento nuclear son pocas, así y todo no son cuestiones que deberían dejarse pasar de largo a la hora de analizar el escenario geopolítico actual.
“Oreshnik”
En este contexto y como una más de las consecuencias directas a los cambios que mencionamos, Putin presentó un nuevo misil llamado “Oreshnik”. Aunque hasta el momento no es mucho lo que se sabe de él, es un arma de alcance intermedio, como máximo de unos 5.500 km de distancia, es hipersónico y puede tener carga convencional o nuclear. Su velocidad hace prácticamente fútil cualquier intento de defensa anti misilística. Y da toda la sensación que la reciente decisión de probarlo en combate por parte de Rusia responde más a un interés disuasivo que a uno de orden operativo: una demostración de poder destructivo de cara a una nueva etapa política del curso de la guerra. Aun siendo este el caso, y dada la escala, los actores en disputa y el lugar donde transcurre el conflicto, no deja de ser un paso más en la intensificación del conflicto, y como dice el refrán acerca de que se sabe cuándo una guerra comienza pero nunca cuándo ni cómo termina, siempre hay que tener en cuenta la contingencia y la tendencia al caos que cualquier situación bélica conlleva.
Donald Trump
Con respecto a la nueva situación de poder en los Estados Unidos no es mucho lo que puede seriamente predecirse todavía. Se debería tomar en cuenta como primera medida que, en el pasado cercano, Donald Trump declaró varias veces que él podría terminar con la guerra “en 24 horas”. Sin embargo, por fuera del núcleo duro del presidente electo, nadie parece tener ni siquiera una aproximación sobre cómo se podría lograr semejante objetivo. Un acuerdo entre las partes pareciera hoy un escenario improbable. En todo caso, es esperable que Trump pretenda concentrar el centro de sus energías en la disputa comercial con China y en el sector “Asia-Pacífico” y despejar, en la medida de lo posible, cualquier otro conflicto mundial que le demande atención, recursos y le pueda generar consecuencias impredecibles que lo obliguen a descuidar, desatender o debilitar sus prioridades políticas de orden nacional. Por su parte, el viejo deep state americano al que le declaró la guerra Trump y al que venció –representado en el ticket de Kamala Harris—, teme que esta atención preponderante hacia China pueda implicar que Estados Unidos se desentienda del resto de las regiones y que esto genere un escenario que algunos dan en llamar de “neoaislacionismo” por parte de la potencia americana. En este punto, las miradas contrapuestas son elocuentes: el establishment tradicional de Washington D.C., o sea digamos, la casta, busca que Estados Unidos mantenga, o intente mantener, su hegemonía guerrerista mundial con la pretensión de mantener un mundo abierto que siga garantizando sus privilegios en relación a sus competidores. Esto conllevaría, además, conservar su pretendido título de “garante” en los asuntos de seguridad internacional. Por otro lado, probablemente Trump busque recuperar el proteccionismo económico para su industria y priorizar la competencia contra China, a la vez que mantener la iniciativa política puertas adentro de su país. Para esto, deberá delegar en aliados regionales distintas funciones y responsabilidades políticas que hoy monopoliza casi exclusivamente. Desde ahí pueden entenderse, por ejemplo, sus declaraciones sobre la necesidad de que los europeos inviertan más en su propia defensa y no dependan tanto de la americana, cuyos recursos, provenientes de la carga impositiva hacia sus ciudadanos, podrían ser utilizados para el desarrollo económico fronteras adentro del país.