La intervención rusa en el conflicto del cáucaso le permitió mostrarse nuevamente ante la comunidad internacional como una potencia de primer orden. Los interrogantes acerca de la posible configuración de un nuevo orden internacional que recree ciertos patrones de la Guerra Fría.
Dice el dicho que los gigantes cuanto más grandes son, más fuerte y pesadamente caen. El caso de la caída de la Unión Soviética sin duda fortalece la validez de esta afirmación.
Como es bien conocido por todos, el derrumbe del imperio soviético no sólo sucedió cuando Occidente menos lo esperaba, sino que aconteció con una vertiginosidad por nadie pensada. Si refrescamos nuestras memorias, seguramente recordaremos que a principios de la década de 1980, dicho bloque parecía más fuerte que nunca. Sin embargo, en sus esfuerzos por ganar la carrera armamentista y extender su esfera de influencia no hizo más que autodestruirse consecuencia de su sobre-extensión.
No obstante, lo que el dicho no enseña es qué sucede cuando el gigante se levanta. Y algo de ello, es lo que estamos observando a partir de la intervención rusa en el conflicto del cáucaso.
La intervención militar de Georgia en Osetia del Sur es consecuencia de la imprudencia del Presidente Mijail Saakashvili. A través de sus acciones, el mandatario georgiano ha demostrado a la comunidad internacional la carencia de al menos dos de las tres virtudes que según Max Weber deben caracterizar al político. Estas son pasión por una causa, responsabilidad por las consecuencias de sus acciones y sentido de las proporciones para evaluar los contextos. Sin abundar sobre la primera, es evidente de que el presidente georgiano padece un déficit respecto de las dos últimas.
Gigantes y enanos
Su precario sentido de las proporciones probablemente lo haya convencido de que sus aventuras iban a contar con el decidido apoyo y firme intervención de los Estados Unidos y de la Unión Europea.
Esto supone un gran desconocimiento de la situación en que se encuentra la super-potencia occidental tras siete años de combatir al terrorismo, así como también de las acciones de la Unión Europea en materia de política exterior.
Respecto a Estados Unidos, resulta evidente que las experiencias de Afganistán e Irak han dejado un saldo sumamente negativo en lo que hace a sus recursos de poder tanto políticos como económicos disponibles para continuar desarrollando una política exterior que pueda enfrentar nuevos desafíos militares. En este sentido, desde los atentados del 11-S, la legitimidad internacional americana como la doméstica de la Administración Bush se han deteriorado profundamente. Adicionalmente, los esfuerzos que ha realizado el Estado Federal para financiar los elevados costos de las intervenciones en Afganistán e Irak han dejado un saldo de importante déficit fiscal y elevados niveles de endeudamiento. Por último, no es menor el dato de que la actual administración norteamericana se encuentra atravesando sus últimos meses de gestión, caracterizado como un lame duck luego de haber perdido el control del Poder Legislativo tras las elecciones de 2006.
No menos previsible fue la decisión de la Unión Europea de no sancionar a la Federación Rusa por su intervención sobre territorio georgiano, lo cual la confirma en su condición de gigante económico y enano político. Una vez más, el bloque europeo se muestra vacilante y temeroso al momento de actuar en la arena internacional. A riesgo de realizar una analogía que pueda ser malinterpretada, es difícil no asociar la decisión europea de mirar sólo de reojo el conflicto en el cáucaso con el proceso que llevó a la Segunda Guerra Mundial como consecuencia, entre otras cosas, de una Europa que resolvió no atender a las numerosas violaciones realizadas por Alemania contra las disposiciones del Tratado de Versalles, particularmente de aquellas vinculadas a su rearme.
En definitiva, la falta de sentido de las proporciones que evidentemente caracteriza a Mijail Saakashvili le hizo suponer que, por su condición de aliado de los Estados Unidos en particular y de Occidente en general, contaría con la intervención inmediata de esta super potencia y la de la Unión Europea. Las reacciones de Occidente frente a la falta de moderación de las acciones exteriores de Rusia dan cuenta de las erradas evaluaciones del presidente georgiano.
Asimismo, el proceso desencadenado en el cáucaso dejó a la luz que entre las virtudes de Mijail Saakashvili no se destaca precisamente la responsabilidad. La intervención de Georgia sobre Osetia del Sur le obsequió a Rusia una inapreciable oportunidad para mostrarse nuevamente ante la comunidad internacional como una potencia de primer orden.
No hay farsa sin tragedia
Desde el final de la Guerra Fría y durante los últimos años del siglo pasado, la ideas de promoción de la democracia, gobierno de la ley y construcción de un consenso internacional que proteja los derechos humanos promovidos por la escuela wilsoniana parecían imponerse sin demasiados obstáculos, fundamentalmente, porque el desafío ideológico que representaba el comunismo y el geopolítico que representaba el bloque soviético habían desaparecido.
Si bien el comunismo hoy dista mucho de ser un desafío, a partir de la aventura georgiana retorna al tope de la agenda de seguridad y defensa norteamericana la amenaza geopolítica Rusa. Una de las principales causas de tensión que produce la caída de un Imperio son sus intentos por restaurar su autoridad dentro de su antigua esfera de influencia. Las acciones del presidente georgiano han ocasionado el contexto para reavivar más que nunca desde el fin de la Guerra Fría esta causa de tensión.
A partir de estos acontecimientos, la comunidad internacional se enfrenta a un potencial reordenamiento del sistema internacional bajo una nueva bipolaridad que amenaza con recrear ciertos patrones de la Guerra Fría que se creía superada.
La timidez que se ha observado hasta el momento en la respuesta de las potencias occidentales frente a la desproporcionada intervención Rusa en territorio georgiano, puede ser interpretada por Dmitri Medvedev y Vladimir Putin como un signo de la debilidad de sus antiguos adversarios occidentales o bien de la escasa predisposición para enfrentarse con este gigante que se está poniendo de pie. En cualquiera de los casos, la ausencia de obstáculos experimentados por Rusia frente a su accionar no hace más que generar mayores incentivos para nuevas aventuras expansionistas. Al repasar brevemente la historia reciente de nuestro mundo, es prudente alertar sobre el peligro de que Occidente intervenga tarde y, por supuesto, en condiciones mucho menos favorables.
Recordando una acertada frase que nos enseña que «la historia se sucede como tragedia y se repite como farsa», en el marco de este nuevo escenario en el que proliferan los analistas que ven el renacer de la Guerra Fría, es vital que los países del Cono Sur reforcemos nuestros lazos de cooperación y vínculos de integración para garantizar que nuestra región siga siendo una esfera de paz y democracia y que realicemos todos los esfuerzos necesarios para extender estas garantías hacia nuestros vecinos del arco andino.
El autor es Licenciado en Ciencia Política (UBA) y Máster en Relaciones y Negociaciones Internacionales (UdeSA/FLACSO).