¿Qué fue el rosismo? ¿Cuáles era los objetivos que se pueden identificar de acuerdo con su trayectoria histórica? ¿Rosas representaba socialmente una alianza de la burguesía ganadera con el “pueblo”? Según algunos pensadores clásicos –Eduardo Astesano desde el marxismo y José María Rosa desde el nacionalismo popular–, sí. Sin embargo, no podemos ver que esa burguesía ganadera se haya comportado como clase (en apoyo a Rosas como líder político) en forma clara y estable, en una “alianza” con el pueblo llano, por el contrario; ni siquiera podemos identificar su apoyo al gobernador fuera de intereses económicos inmediatos. Más allá de que los nombres de Anchorena o Rosas descuellen como grandes terratenientes, está claro que el resto del pináculo social estuvo dividido y, en ocasiones críticas, defeccionó. Es más, estamos siendo moderados con esa clase, ya que los testimonios la muestran con una amplia tendencia opositora y como fuente de gran desconfianza hacia el personal político federal.
Sin embargo, respecto del proyecto económico que intentó desarrollar “esta parte” de la burguesía ganadera encabezada por Rosas, debió construir un marco de alianzas. Eso implicó un trato paternal hacia el peón rural y su familia, tolerancia en la tierra con los pequeños campesinos, posibilidades para los sectores medios y bajos del campo con alguna capacidad de acumular, y tierras en buena cantidad para los acomodados, siempre que fueran leales partidarios del sistema, premios en medios de producción (tierras) a los soldados o generales de las campañas de acuerdo con su rango… Todo basado en la inagotable cantidad de tierras posibles a repartir, y al buen número de animales con un amplio mercado para cueros y carne salada.
Este fenómeno tuvo lugar en la provincia de Buenos Aires, donde la proyección política del poder rosista era directa. Pero el rosismo no desarrolló esta política de tierras con la consigna de complacer a todas las clases, sino que muchas veces debió llevar adelante su programa en un terreno social y económico que no era el propio.
En términos financieros, su gestión puede ser catalogada de rigurosa en el manejo de las cuentas fiscales, pero esa no es la materia que nos interesa aquí en forma directa, sino la que se relaciona con las clases urbanas, comerciales y artesanas (o industriales, aunque esto sería un poco anacrónico para los talleres e incluso para los saladeros).
En lo que se refiere a la política económica del rosismo respecto de las clases urbanas, la cuestión fue más evolutiva. Con el tiempo, pasó de una política claramente liberal hacia una más nacionalista. La defensa de los productos del interior con la Ley de Aduanas es de su segundo gobierno, y parece originarse en varios factores políticos y sociales que analizaremos en este trabajo más adelante. Pero en general se olvida que la Ley de Aduanas no solo se relacionaba con la cuestión de las provincias, la navegación de los ríos, y la Banda Oriental, sino con los muy numerosos productores urbanos de la misma ciudad, e inclusive con los posibles agricultores de la periferia.
Toda esta política, aunque parezca sencilla (no hablamos de grandes planes, ni de obras públicas destacadas, aunque las hubo, ni de un sistema de inversión estatal u orientación de la inversión, simplemente de proteccionismo y control de las vías de comunicación), en ausencia del Estado nacional, solo era posible con la concentración de poder político/económico en Buenos Aires mediante el control de la aduana. Y esto desarrolló contradicciones con la burguesía mercantil del litoral que al estar conectadas por los ríos peleaban por eludir a Buenos Aires como intermediara (cosa que demostró no ser posible en el futuro). Pero, además, estas burguesías del litoral no eran independientes de los negocios ganaderos, como suele pensarse al evocar los casos del correntino Pedro Ferré o de Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos desde 1842 y jefe de uno de los principales ejércitos de la Confederación.
El poder centralizado por Rosas en un punto fue el tema clave de la unidad antirrosista entre los liberales exiliados y las provincias del litoral. Y se expresó en forma muy clara en el férreo control rosista de las decisiones nacionales desde la disolución de la “Comisión representativa”, en 1835. Esta discrecionalidad atribuida a Rosas fue un factor de operaciones de logias antirrosistas sobre diversos líderes del interior. Como se puede ver en el paradigmático caso del “Chacho” Peñaloza, por ejemplo.
No debemos negar que existió y existe una apropiación de la figura de Rosas por sectores conservadores aristocráticos y elitistas. Este hecho es muy importante, ya que como “toda historia es historia contemporánea” a decir de Croce, su interpretación y apropiación en el presente se orientan desde un comienzo por interrogantes que surgen de forma extemporánea. Los reaccionarios destacan en su búsqueda el paternalismo, los valores jerárquicos, el orden, temas que en el discurso del Restaurador aparecen en forma recurrente y que se hacen más fuertes en algunas de sus cartas y declaraciones. Para ellos, se trató de un líder que representaba el pasado feudal, una sociedad de “órdenes”, con apoyo o consenso pasivo solo activado atrás de la jerarquía natural.
La idea de orden y jerarquía natural existía en el rosismo, pero también en los liberales, e incluso en las más avanzadas potencias europeas, que además de hacer valer las jerarquías en sus propias sociedades, las replicaban sobre otros pueblos y Estados. Sin embargo, desde nuestro punto de vista, la añoranza por parte de Rosas de la colonia y su orden es otro mito.
En Buenos Aires existieron muchos elementos de un Estado republicano moderno bajo el rosismo, a tal punto que las clases subalternas veían en Rosas la garantía del fin de la opresión. Como veremos, el tema del “orden” será un factor recurrente después de las guerras de la independencia, más allá del Restaurador. Fue transparentemente planteado por Belgrano, Bolívar, San Martín, Monteagudo, para mencionar a indiscutidos liberales hijos de la Revolución burguesa (inclusive Artigas abordó este asunto en el corto período que pudo gobernar). También el asunto del orden desveló a los liberales oligárquicos. El tema era “qué orden”.
La Constitución bolivariana proponía un Ejecutivo fuerte (muy fuerte y muy discrecional). San Martín, más allá de sus críticas circunstanciales, señaló sistemáticamente en su exilio la necesidad de un orden fuerte, y en ese sentido consideró a Rosas su consecuencia necesaria. Desde un punto de vista teórico, podemos decir que era lógico: ante la ausencia de una clase burguesa, solo desde un Estado fuerte se podría haber planteado la idea de una política nacional.
La alternativa que finalmente se impuso en Latinoamérica fueron los intereses locales de las clases terratenientes y comerciantes asociadas al imperialismo inglés, que hicieron del Estado una herramienta de dominación política, opresión social y articulación de sus intereses económicos, en todos los casos sumamente autoritario y excluyente.
Los procesos electorales han sido estudiados en las últimas décadas. Varios investigadores académicos revalorizaron la cuestión y analizaron el sistema electoral del siglo XIX, especialmente en Buenos Aires. Marcela Ternavasio desarrolló un estudio que hasta hoy resulta insuperable y debe servir como primera lectura para quien quiera dar una opinión sobre la “democracia” y “la república” en ese período. En ese siglo se ubica el rosismo.
Los procesos electorales se realizaron formalmente durante todo el gobierno rosista. Aunque las “facultades extraordinarias” y la “suma del poder público” otorgaran a Rosas potestades legislativas y un poder de tipo dictatorial, lo cierto es que las elecciones regulares se realizaban de acuerdo con “las leyes”. El Restaurador rendía ante la legislatura sus informes anuales y la legislatura renovaba las facultades absolutas como para que la dictadura fuera respetuosa de la legalidad republicana. Rosas era un “dictador romano”, tal como la república habilitaba por un período específico ante situaciones extraordinarias. Que estas circunstancias se extendieran demasiado en el tiempo es otra cosa. Pero los hombres votaban más ampliamente que en la mayoría de los países que se decían repúblicas o monarquías constitucionales.
En general, se ha considerado que el carácter “unanimista” y plebiscitario del régimen quita valor al proceso electoral. Sin embargo, es de destacar que el rosismo (como los federales en general) nunca plantearon limitaciones formales al voto (por educación o propiedad) ni a la elegibilidad. En cambio, los liberales y unitarios, en sus proyectos y constituciones fallidas, siempre sostuvieron limitaciones en ambos ítems. Tampoco en sus discursos o escritos propios o de intelectuales adictos, el rosismo planteó limitaciones al voto. Es innegable que el voto era “producido”, pero lo era en una amplia base. Y esa era la forma de realizar elecciones de sus opositores también. Tanto Alberdi como Sarmiento, y demás intelectuales de la tendencia antirrosista triunfantes en Caseros, pusieron bien claro sobre la mesa que el objetivo del sistema a instaurar era sustraer a las masas la posibilidad de incidir en el resultado electoral. Aunque en nuestro país, nunca se pudo consolidar alguna limitación formal al voto.
Lo cierto es que el rosismo produjo sus elecciones mediante la búsqueda de masividad y que esa masividad se asentaba en el voto de sectores medios y bajos de la población. En ese sentido, es interesante ver, primero, que en un régimen de lista única el ausentismo puede indicar el nivel de oposición. Asimismo, es necesario analizar el “clientelismo”, es decir, hasta dónde el voto es inducido de forma vertical, a través de “patrones rosistas” que arrean a su séquito.
En los últimos años, los archivos ponen de manifiesto la existencia de una clase de pequeños propietarios independientes, en el campo y la ciudad, que no dependía directamente de nadie y que votaba masivamente al sistema. A tal punto que proporcionaba personal militar o político, que fue clave de consenso, a diferencia de lo que ocurría con los milicianos y sus jefes, o los estancieros con sus peones.
Lo que también aparece claro en un estudio más detallado de las preocupaciones rosistas es que el Restaurador sospechaba más de las disidencias en la elite, entre los “notables”, que, entre el pueblo llano, al que creía (con o sin razón) monolíticamente adepto. Si uno analiza la evolución del régimen al plesbicitarismo y la lista única, lo que salta a la vista es el intento de eliminar las disputas intraelite, no las peleas con o entre las clases subalternas. La “dictadura” de Rosas va de la mano de plebiscitos populares y aprobación unánime. Aunque no está de más señalar que aun con las pérdidas periódicas producidas por las guerras, lo cierto es que la discusión se sostuvo hasta avanzado el período y solo “desapareció” con la última intervención anglo-francesa y el sitio de Montevideo. Pero si bien no se expresó en la política pública institucional, la lucha política se mantuvo a nivel de clases e interpretaciones de qué era ser federal y qué implicaba política y socialmente la adhesión al Restaurador. En los siguientes capítulos abordaremos algunos aspectos de estos problemas.
El orden político, el orden económico y el orden social se interrelacionan. Sin embargo, cada uno tiene sus especificidades. En este período, la clave política de la disputa, más que la cuestión electoral y la apertura a la participación política de las masas, es el tipo de orden estatal a nivel nacional.
La victoria federal fue clara y será irreversible a partir de 1931, al punto de que ya los líderes unitarios no se proclamarán tales. Por el contrario, todos se asumirán federales y partidarios del respeto a la autonomía de las provincias y denunciarán a Rosas por ponerse arriba de todas ellas.
Así, el foco se orientará al tipo de orden federal, al tipo de ejercicio de la autoridad nacional, a la cuestión del “Estado nacional”. Como se sabe, durante la administración rosista no existe un “Estado nacional”: la única institución nacional prevista por el Pacto Federal fue la “Comisión representativa”, de difusas y limitadas atribuciones, que debía incluir un representante de cada provincia signataria. Esta figura tuvo corta vida y fue desactivada por Rosas, aunque desde la provincia de Buenos Aires asumió las atribuciones básicas de la soberanía nacional. O sea que existió una “soberanía” nacional, por sobre las provincias, pero no un “Estado nacional”. Esto es, importante ya que será un tema de conflicto con los rebeldes, especialmente los de origen federal. Porque la cuestión del “federalismo” iba más allá de la autonomía provincial para resolver las elecciones a gobernador, legislador, juez o policía, sino que se elevaba a una dicotomía no resuelta de “Federación” o “Confederación”, un tema que hoy podemos definir, pero que en ese entonces resultaba difuso. Y allí va la cuestión de las fuerzas armadas, el comercio internacional, las relaciones exteriores, la justicia en su plano más elevado, etc.