Ricardo Piglia como maestro

A seis años de su partida, un texto para rescatar a Ricardo Piglia, el escritor y crítico literario argentino que construyó pacientemente su obra a lo largo de medio siglo y hoy es referencia internacional, pero por sobre todas las cosas, “maestro” de nuevas generaciones.

Tristeza de las generaciones sin `maestros`. Nuestros maestros no son sólo los profesores públicos, si bien tenemos gran necesidad de profesores. Cuando llegamos a la edad adulta, nuestros maestros son los que nos golpean con una novedad radical, los que saben inventar una técnica artística o literaria y encontrar las maneras de pensar que se corresponden con nuestra modernidad, es decir con nuestras dificultades tanto como con nuestros difusos entusiasmos”. La frase es de Gilles Deleuze, y se refiere a la importancia que Jean Paul Sartre tuvo para toda esa generación de filósofos que se formó en Francia después de la Segunda Guerra Mundial.

Algo similar podríamos pensar, en el terreno de las letras nacionales, sobre Ricardo Piglia, ya que numerosas cuestiones le debemos sus lectores. Entre otras, habernos transmitido un modo de leer. Un modo de leer la literatura argentina, pero también, los vínculos entre crítica y ficción, para decirlo con las palabras con las que titula uno de sus libros de entrevistas. Y el hecho de poder salirnos de esa dicotomía que separaba preferencias literarias a partir de las posiciones políticas de los/las autores/autoras.

Fue Piglia quien durante décadas insistió en el deseo de romper la disyunción Borges/ Arlt, y quien, rescató del propio Borges eso que caracteriza como una invención de éste, (“ficción especulativa” o “literatura conceptual”) para continuar él mismo de modo magistral. Toda la obra de Piglia puede leerse en realidad como un cruce, una tensión entre la “herencia Arlt” y la “herencia Borges”, y eso aparece a veces en textualidades diferentes y otras veces de un modo entremezclado en un mismo libro. Y cuando decimos herencia Arlt y la herencia Borges, no nos referimos sólo a las figuras autorales, ni siquiera a sus propias obras, sino incluso a algo mucho más profundo, que son esos modos en que cada uno entendió y llevó adelante una práctica determinada de la literatura, e incluso del periodismo.

Finalmente, a Pglia, le debemos otras dos grandes cuestiones: un personaje entrañable como Emilio Renzi (nombre que toma de su largo y extenso nombre: Ricardo Emilio Piglia Renzi), y un conjunto de tomos (tres, en total), de aquella gran máquina textual que son los Diarios de Emilio Renzi, donde el límite entre crítica y ficción es llevado al extremo (al punto de que su propia autobiografía intelectual no lleva como nombre de autor el que utilizó para firmar sus libros, sino ese otro que dio vida a su principal personaje literario). Allí podemos leer no sólo como Ricardo Piglia se formó como escritor, crítico, personaje de la vida cultural argentina, lector, sino incluso, cuáles fueron las coordenadas político-culturales que marcaron la educación sentimental de toda una generación.

Un rojo amor

Partícipe activo de la revista Los libros en los primeros 70, y luego –ya en dictadura, donde firmaba sus notas como Emilio Renzi– Piglia también integró la –hoy emblemática y extinta– revista Punto de Vista.

Los libros es quizás hoy una publicación menos conocida para el público amplio, aunque gracias a la gestión González de la Biblioteca Nacional podemos contar con una cuidada edición facsimilar de todos sus números compilados en cuatro tomos. La revista nace, crece, se desarrolla y decae al compás del auge y la declinación de las luchas populares de masas en Argentina que pujaron por la revolución (sea en concepción peronista o socialista, o de un mix de ambas en la denominada corriente del “socialismo nacional” del “peronismo de izquierda”). La publicación se lanza un mes después del Cordobazo (junio de 1969) y deja de salir un mes antes del último golpe de Estado (febrero de 1976). Su devenir como publicación cultural no puede pensarse al margen de la coyuntura política, puesto que es un proyecto marcado por la perspectiva de realizar una crítica política de la cultura contemporánea. Algunos puntos de inflexión: el N° 8 (mayo de 1970), cuando el subtítulo deja de ser “Un mes de publicaciones en Argentina y el mundo” para dejarle paso al “Un mes de publicaciones en  América Latina”; el N° 21 (agosto de 1971), cuando la revista comienza a autofinanciarse y deja de depender de la editorial Galerna; el N° 27 (julio de 1972), donde las diferencias en torno a cómo entender el peronismo y la apertura electoral en puerta provoca el alejamiento de la dirección de la publicación de Héctor Schmucler (fundador de la revista), Germán García y Miriam Chorne, dando paso en la conducción del proyecto al “triunvirato maoísta”: Ricardo Piglia, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano; y, finalmente, el N° 40, donde se cristalizan las diferencias entre Sarlo-Altamirano, del Partido Comunista Revolucionario (PCR), por un lado, y Piglia, de Vanguardia comunista (VC), por el otro, respecto a la caracterización del gobierno de Isabel Martínez, que terminan con el alejamiento del autor de Prisión perpetua de la revista. Tal como señaló Diego Carames en su tesis de licenciatura –Los años modernos de la teoría. Punto de vista y la génesis del “intelectual democrático” (1978-1986)–, a diferencia de Punto de vista, donde el “triunvirato” defiende “el espíritu crítico” y el “derecho a la divergencia”, comenzando a construir aquello que años más tarde podrá denominarse como la figura del “intelectual democrático”, en Los libros la forma de leer y entender la relación entre la serie política y la serie cultural, todavía está marcada por el horizonte de época, es decir, por las posibilidades de la revolución (económica, política, social… y en el caso del maoísmo, con especial énfasis, cultural). “Estamos de acuerdo en que la política debe ser el centro de todo trabajo intelectual”, sostienen en marzo-abril de 1975, aun perteneciendo a dos organizaciones distintas y no siendo –Los libros– una revista partidaria. Por supuesto, la figura del “intelectual revolucionario”, en sus diferentes versiones, aun es predominante, porque no es posible pensar la “serie cultural” y la “serie política” de modo escindido, porque –tal como subraya Caramés– aún no se ha concretado la derrota histórica de los sectores populares.

Si bien Piglia, en ese período de la revolución, ya había publicado algunos libros de cuentos –La invasión (1967) y Nombre falso (1975)– su primera novela, Respiración artificial, es de 1980. Allí Piglia trabaja de un modo magistral el vínculo literatura-historia-crítica-política. Tópicos que retornarán con fuerza en El camino de Ida (2013), su última novela, donde Renzi aparece como un personaje de primera línea. Si bien Emilio está presente en otras novelas –La ciudad ausente (1992), Plata quemada (1997) y Blanco nocturno (2010)–, es en la primera y en la última en donde el personaje juega un papel central, sobre todo, en cuanto a su capacidad para anudar los tópicos de literatura, historia, crítica y política.

El porvenir es largo

Recuperar la obra de Piglia con rigurosidad implicaría al menos escribir un libro entero, como lo hizo el cubano Jorge Fornet, con su El escritor argentino y la tradición, o al menos un extenso número de revista, como lo hizo la Biblioteca Nacional con aportes diversos en 2015 con “El arte de narrar. Variaciones sobre Ricardo Piglia”, el Nº 15 de La Biblioteca. Aquí, en este breve texto, nos propusimos tan sólo rescatar algunas aristas de su obra y su recorrido, para intentar contagiar el entusiasmo por su lectura, no sólo por el disfrute mismo de leer a un gran ensayista y narrador, sino también porque –más allá y más acá de la crítica y la ficción– Piglia es un autor que contribuye con su obra, como pocos, a procesar el modo en que podemos definir nuestra posición cultural actual. El porvenir de la crítica literaria, del ensayo, seguramente deberá partir de una apuesta que Piglia supo definir como al pasar, no en un texto crítico ni ensayístico, sino en su novela Blanco nocturno: “copiar-adaptar-injertar-inventar”, tal la apuesta por avanzar en aquello que él mismo caracteriza como la línea de la “mecánica nacional”.

Si hoy, de algún modo, nos encontramos ante el desafío de tener que reinventar, de volver a entretejer los vínculos entre política y literatura, no podemos hacerlo sin revisitar, una y otra vez, las cuestiones piglianas (que son muchas, y profundas, de allí la ardua tarea).

Porque en gran medida nos encontramos ante una vacancia político-intelectual que es necesario colmar, es que los trabajos de Piglia resultan fundamentales para las nuevas generaciones de escritores, escritoras, críticas, críticos, ensayistas.

Porque aportar, desde cada trinchera específica, a la gestación de una crítica política de la cultura contemporánea que libre una batalla contra el conformismo y se plante desde ciertos principios estéticos, éticos y políticos, requiere procesar el archivo nacional de un modo creativo, dando cuenta de los nuevos tiempos, pero –sostenemos— manteniendo encendido el empecinado fuego de ciertos principios que guiaron el accionar –político, literario, intelectual— de mujeres y hombres de generaciones anteriores, como la de Piglia.

“El profesor, por ejemplo, era un hombre de principios. Mejor dicho, le digo, era un hombre de principios. Especie también rara en estos tiempos. ¿Qué tenemos sino los principios para sostenernos en medio de toda esta mierda? Fue una de las cosas que me dijo esa noche que pasó conmigo en casa, el Profesor. Tenía fe en las abstracciones, le digo, en eso que comúnmente uno llama abstracciones. Las ideas abstractas lo ayudaban a tomar decisiones prácticas, con lo cual, le digo a Renzi, dejaban de ser ideas abstractas”.

El diálogo precedente es de Respiración artificial. Tres décadas más tarde, con otras palabras, Piglia volvió –a través de Munk, personaje de la novela El camino de Ida— a resituarnos en el mismo dilema, cuando éste se pregunta: ¿cómo ligar el pensamiento a la acción?

Tal vez aquí valga la pena recordar las palabras que Lenin escribió en el ¿Qué hacer?, al insistir en que no era una labor “de papel”, ni “de gabinete” desarrollar una intervención intelectual. Como una plomada o un andamio en una obra en construcción, también aquí podríamos pensar a la literatura en la genealogía leninista de la prensa: no en tanto “panfleto” de “propaganda” (aunque estos también hagan falta), sino en tanto que la literatura permite desarrollar la imaginación y, por lo tanto, ampliar el campo de posibilidades de pensamiento y acción. O, para decirlo con las palabras que el propio Piglia escribió en uno de sus textos del libro Formas breves, porque la literatura “permite pensar lo que existe, pero también, lo que se anuncia y todavía no es”.

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