Resistir la minería es resistir a un modelo de depredación

La tempestuosa aparición de nuevas tecnologías, sumada al crecimiento constante de la economía mundial ha provocado en los últimos años un gran aumento en la demanda de minerales. El monstruoso mercado mundial, se alimenta a diario de millones de toneladas de los más variados minerales. Dentro de este contexto, América Latina, lamentablemente, está siendo la zona de mayor concentración de inversiones en exploración en los últimos años. En el 2006 concentró el 24% del total mundial.

Las necesidades de aumento de la producción de minerales se rigen por la cruel lógica de los mercados. Y es por eso que cada vez más, se está presionando a los Estados para que permitan la ejecución de proyectos en áreas ambientalmente frágiles, Reservas Naturales, Áreas Protegidas, Territorios Indígenas.

El problema se agrava si tenemos en cuenta que actualmente la gran mayoría de los proyectos mineros en Latinoamérica y el mundo se realizan mediante la modalidad de minería de superficie, que provoca la devastación del ecosistema en el cual se instala (deforestación, contaminación y alteración del agua, destrucción de hábitat).

Ante este avance de una de las industrias ambientalmente mas perjudiciales del planeta sobre nuestros territorios, el mapa de la resistencia se va poblando rápidamente.
En Argentina, Perú, Chile, México, Guatemala, Ecuador, Honduras y otros países, se reproducen periódicamente asambleas de vecinos, foros, cortes de ruta, marchas y todo tipo de expresiones sociales en las que se manifiesta una activa oposición de las comunidades hacia la minería.

Sin embargo, la lucha es muy despareja. Las multinacionales de la minería cuentan con mucho dinero para destinar a “vender y enverdecer” su actividad y una vasta experiencia acumulada de proyectos anteriores, por lo que no dudan en aplicar sobre pueblos y gobiernos su bien diseñada estrategia de marketing pre-inicio de sus actividades productivas.

El combo incluye en la mayoría de los casos, previa cooptación de los medios de comunicación locales, una agresiva propaganda que mal informa sobre el uso y bondades de su tecnología de punta, oportunidades de empleo al por mayor, activación de la economía regional, como también promesas de aportes económicos para la educación, la salud, los servicios públicos y el turismo, entre otras. Si todo eso no da resultado, el apriete, las amenazas, la criminalización de la resistencia y hasta la contratación de grupos paramilitares son opciones a las que no pocas veces se recurre.

En todos los casos los sitios elegidos por la industria minera se encuentran tan alejados de los grandes centros urbanos como para que hasta ellos nunca llegue el ruido de sus turbios manejos.

En la otra esquina, suele encontrarse un pueblo, una o varias pequeñas comunidades, algunas familias rurales dispersas en el territorio o, como máximo, una pequeña ciudad.

Lo que se debate en el caso de la minería no es la contaminación de un río o una laguna, no es la generación de 200 o 300 magros empleos, tampoco la construcción de una escuela o las mejoras a una carretera que se deteriorarán más rápido que los ecosistemas. Lo que realmente se debate es un modelo de desarrollo que degrada en unos pocos años hasta límites inimaginables y en forma irrecuperable nuestros territorios, o una economía ambientalmente sustentable, que nos permita crecer y producir pensando en el futuro.

Los grandes medios de comunicación que, en general, también pertenecen a grupos del poder económico, no se harán eco del inmenso eco-cidio que está provocando la minería, por lo que la lucha seguirá siendo muy despareja. Es la lucha de David contra Goliat.

Eso no debe amedrentarnos, sino hacer que multipliquemos nuestras voces, porque si los pueblos nos unimos en la resistencia, no hay dudas de que No Pasarán.

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