Renovar los trapos: aunque cambiemos de color las trincheras

Una reflexión sobre la batalla discursiva y los dilemas comunicacionales de los proyectos populares frente a un contexto político adverso.

Habiendo compartido aquel temor.

Habiendo convivido en ésta desolación total

ya no es necesario más (…)

Y aunque cambiemos de lugar las banderas,

siempre es como la primera vez.

“Nuevos Trapos”

Charly García (1983)

 

 

Actualmente, existe un imperativo de existencia y reconstrucción que recorre los debates políticos de los proyectos nacionales y populares. En ese escenario, los interrogantes resurgen y articulan pensamientos que reflexionan sobre los usos comunicacionales y las estructuras de la persuasión. A partir de ello, las preguntas buscan respuestas que postulan, implícita o explícitamente, un objetivo claro: trasladar nuestras nociones políticas inclusivas a las mayorías para que den cuenta de la relevancia de sus derechos y su bienestar dentro de ese diagrama democrático.

 

Al respecto, las inquietudes, que anteceden la derrota electoral frente a una alianza política definida como liberal —conservadora por algunos y como oligárquica por otros—, desprenden dos problemas más. Uno que no es sólo teórico conceptual, sino también pragmático: lo referido a la verdad, lo verdadero y lo verosímil.

 

En segundo término, en rigor de la defensa de verdades parciales, se advierten otros interrogantes: ¿cómo expandirlas en este contexto histórico signado por la virtualidad y la instantaneidad? ¿Cómo incluirlas si la propiedad de los medios de producción y reproducción de información masiva sigue en manos de corporaciones que responden a sus propios intereses y no a los del conjunto de la comunidad?

 

Sobre la primera cuestión hay una incomodidad latente entre “los que pensamos parecido” y ya mucho se ha escrito en los últimos tiempos sobre la posverdad, no por mera casualidad, sino porque urgen respuestas y acciones.

 

Por ello, al inscribirnos dentro de una perspectiva que considera que la verdad no es una, y si reconocemos -de la mano del posfundacionalismo– que hay fundamento último que ordene lo social, entendemos también que lo real es una construcción en disputa, una disputa interminable con conquistas parciales. En otras palabras, si creemos en la hegemonía, en lo que Antonio Gramsci ha llamado “guerra de trincheras”, tal vez resulte peligrosa la tentación posmoderna del relativismo, puesto que si nadie es dueño de la verdad, todas son verdades o nadie tiene la verdad.

 

Aceptar la incómoda definición sobre la esencia de la democracia planteada por Claude Lefort como “la desaparición del principio de certidumbre” nos coloca frente a un inmenso desafío para quienes creemos que la política es la única herramienta de transformación social, y no un eventual escenario para habitar.

«Los modos de interpelación new age —personalistas, falsamente reconciliatorios, vaciados de pertenencia y con eslóganes publicitarios— no son los de la mística militante que el kirchnerismo supo construir poniendo en valor la confrontación política hoy tan demonizada»

Planteadas las reglas del juego democrático, la dificultad estriba en la construcción de consensos sobre la edificación de una sociedad más justa e igualitaria. Ante esto ¿Cómo reconstituir esa noción? En eso radica un gran problema de la comunicación política. Sin dudas, el punto de partida es tener cierta claridad para trazar un buen diagnóstico acerca de la superficie de inscripción sobre la que queremos apoyar nuestro punzón. Por ello, sirve ahondar en universos complejos, de comprensión y asimilación, con el fin de pinchar, calar y sumergirse en las mieles de la práctica.

 

La forma y el fondo son inescindibles en este análisis ­—y en cualquiera que se piense de un modo abarcativo—. Al respecto, parece claro que los estilos comunicacionales contemporáneos, las de “la generación millennial” favorecen al proyecto estético-político liberal-conservador. Las selfies, las narraciones discontinuadas, la secuencialidad bloqueada, el mensaje que se autodestruye y las imágenes retocadas funcionan como una construcción discursiva que define las características de una derecha corporativa legitimada en los votos. En tanto, el individualismo, la desmemoria y la simulación —por no decir lo falso, lo mentiroso— se conforman como una moneda enunciativa corriente y un lenguaje que se exacerba desde el poderío mediático.

 

Asimismo, vale sopesar la complejidad del factor hegemónico porque nuclea a las subjetividades performadas en el capitalismo descarnado y en la sociedad de la competencia consumista. En franco desencuentro, estos modos de interpelación new age —personalistas, falsamente reconciliatorios, vaciados de pertenencia y con eslóganes publicitarios— no son los de la mística militante que el kirchnerismo supo construir poniendo en valor la confrontación política hoy tan demonizada.

 

Si discutimos sobre modos de comunicar en este contexto, nadie debería rasgarse las vestiduras por la adopción de una estética más intimista y amigable, siempre y cuando no se construya un discurso desideologizado. Es más, debemos tener en cuenta que las corporaciones también avanzan sobre los históricos recursos del decir y hacer del campo popular: no sólo han logrado “robar banderas”, o cambiar fronteras, sino horadar un discurso contra el hambre —como ejemplo más elocuente—- e incentivar así la movilización en el espacio público —-siempre dentro de coordenadas esperables—.

 

En ese vaivén de confusiones, la derecha triunfa airosa y consagra su épica a partir de la deslegitimación de la política y la instalación de una discursividad consabida: “los políticos son todos iguales” o “son todos lo mismo”. En función de esta complejidad, entonces, ¿cómo es posible diferenciarse? ¿cuáles son las opciones de respuesta? ¿Qué hendijas discursivas pueden configurarse?

 

En este plano de inquietudes, la exposición del vacío y la constitución de una narración contrae una relevancia notable. Por este motivo, la memoria de los procesos históricos y los datos empíricos sistematizados se revelan de un modo preponderante. No obstante, también puede haber disputas que no recaen sobre los acontecimientos, sino sobre la responsabilidad de los mismos.

«Parece claro que los estilos comunicacionales contemporáneos, las de “la generación millennial” favorecen al proyecto estético-político liberal-conservador»

La puja, entonces, se encuentra presente en la cadena argumental, y ahí resulta necesario meter las patas, la cabeza y el discurso. La práctica consiste en hurgar y lanzarse a las “aventuras de la dialéctica”, apelando a una frase que le da título al célebre libro de Merleau-Ponty.

 

La propia Cristina Fernández de Kirchner habló de desenredar el hilo de Ariadna como figura y escena para continuar. Pero, más allá de esa noción, no podemos quedarnos con el ovillo en la mano. Es importante evitar la mera intención y empezar a tejer y recomponer los vacíos que la confusión neoliberal, generalizada y deliberada produce. Por esta razón, la construcción de la confusión y la distracción también tiene ganadores y perdedores.

 

Sobre los pronunciamientos de estos circunstanciales ganadores hay que buscar e introducir preguntas que corten el hilado falaz de sus silogismos para dar puntadas esclarecedoras y propositivas. En este sentido, es necesario reafirmar las identidades solidarias y no anudadas casi exclusivamente al consumo hedonista como derecho. Resulta importante escuchar y diagramar un marco polifónico y coral de voces —escondidas, marginales, sepultadas por la corporación mediática y propagandística— que permita forjar una perspectiva de oposición a las lógicas neoliberales.

 

No hablamos de un tejido con nuevos hilos, sino de una reconfiguración voluntativa que considere una estrategia para el futuro por venir. Y si bien el tiempo nos ha vuelto desconfiados, tenemos algo para decir y para tejer colectivamente un sacón que contenga y abrigue al pueblo argentino en este invierno. La espera, por lo que se advierte, refiere a una nueva primavera en la que nuevas flores se perfilan para florecer y las expectativas se renuevan en pos de una organización que no debe perder ni identidad ni búsquedas para persistir.

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