En los últimos meses hemos asistido a una escalada entre Estados Unidos y China en el Pacifico. Desde la provocadora visista de la entonces presidenta de la Cámara de Representante Nancy Pelosi a Taiwan el año pasado, la administración Biden ha incrementado la presión sobre China. El último episodio de esa actitud ha sido la red de alianzas ensayadas en el indo-pacifico y que ha dado en llamarse vulgarmente como OTAN + (plus). Con la participación de Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, y Japón con el objetivo de servir como plataforma de contención de China. En realidad, la alianza aun no tiene carácter oficial, pero va camino a eso y ha llevado al secretario de Defensa de Beijing a pronunciarse a propósito. “En esencia –dijo—, los intentos de impulsar alianzas tipo OTAN en el Asia-Pacífico son una forma de secuestrar a los países de la región y de exagerar los conflictos y las confrontaciones, lo que no hará sino hundir el Asia-Pacífico en una vorágine de disputas y conflictos”1. Meses atrás el nuevo ministro de Asuntos Exteriores Qin Gang se había expresado en términos similares al afirmar que “el verdadero propósito de la estrategia indopacífica es contener a China”2. Para ser honestos, una OTAN en el pacifico solo vendría a consolidar alianzas previas como el acuerdo cuadrilateral para la defensa del indo-pacifico integrado por Japón, India, Australia y EE.UU. conocido como QUAD o el AUKUS, una alianza conformada por Washington, Londres, y Canberra.
Además de esto la hostilidad estadounidense se percibe en una retórica que hace del gigante asiático no solo un desafío estratégico sino también una amenaza sistémica. Se acusa a China de pretender un cambio en el orden internacional por la fuerza, promover el totalitarismo, violar los derechos humanos de la minoría islámica de los uigures y usar la deuda de los países pobres para avanzar sobre recursos estratégicos de forma depredadora. Tal criminalización legitima la actitud claramente agresiva de la Casa Blanca en el sudeste asiático.
Muchos analistas creen que el comportamiento de Estados Unidos es el resultado de su propia debilidad e incapacidad para competir con China en el plano económico. En consecuencia, la fuerza es el instrumento escogido para evitar el ascenso de China y el surgimiento de una nueva bipolaridad que ponga en jaque la hegemonía estadounidense en el siglo XXI. Incluso se ha insinuado que recurre a la disuasión militar porque carece de una planificación de largo alcance respecto de cómo lidiar con un competidor de tal magnitud. Sin embargo, la política de confrontación que lleva adelante la administración Biden no es caprichosa ni está impulsada por una falta de respuestas al crecimiento de China. Para comprender por qué Estados Unidos opta por confrontar desplegando una retórica y acciones agresivas es necesario recurrir al pasado reciente y a una de las figuras más relevante del último cuarto del siglo XX; Ronald Reagan.
El hombre que ganó la Guerra Fría
En la tumba de Ronald Reagan, 40º presidente de los Estados Unidos, ubicada en lo alto de las colinas de Simi Valley, a treinta kilómetros de la ciudad de Los Ángeles, un fragmento de piedra da sombra. No es cualquier piedra, sino un pedazo del Muro que separó Berlín occidental de la Berlín oriental. ¿Qué hace allí? Les recuerda a los visitantes lo que los estadounidenses consideran es el mayor logro de la administración Reagan; la victoria sobre el comunismo soviético.
Quienes conocen en menor o mayor medida la historia de la URSS entienden que el coloso comunista de desintegró como consecuencia de contradicciones internas que Gorbachov no pudo o supo resolver. Sin embargo, para la derecha en Estados Unidos el mérito de la derrota de la URSS fue todo de la política agresiva desplegada a partir de la llegada de Reagan a la presidencia. Antes de él la política exterior de la Casa Blanca durante las gestiones de Nixon y Ford, visiblemente guiada por una doctrina realista de la que el Secretario de Estado Henry Kissinger hacia gala, asumía a la URSS como un rival estratégico con el cual se debía competir sin llegar a confrontar. Era la conocida “detente” que buscaba disminuir la tensión entre las dos superpotencias mundiales.
Para Reagan esa estrategia había provocado un debilitamiento de la posición de Estados Unidos que se hizo evidente tras la crisis iraní de 1979. Por eso, su administración cambió el enfoque y en aquella célebre Convención Anual de la Asociación Nacional de Evangélicos, el 8 de marzo de 1983, Reagan proclamó que la URSS constituía un “imperio del mal”. Un perverso régimen totalitario que buscaba dominar el mundo. Frente al cual Estados Unidos no debía sólo esperar que la evolución de las instituciones libres forzara el triunfo de Occidente, por el contrario, debía actuar promoviendo la democracia y disciplinando a quienes dentro de su esfera de influencia no cumplieran los ideales liberales. Esto dio lugar a la Strategic Defense Initiative, el sistema de defensa antimisiles popularmente conocido como “guerra de las galaxias”. Reagan optó por confrontar con la URSS convencido de que era el camino para derrotarla. El rival estratégico devino en enemigo total.
El resto es historia conocida, Gorbachov, la Perestroika, Yeltsin, la caída del muro y la disolución de la URSS. El consenso es unánime dentro de la clase política norteamericana; Reagan ganó la guerra. Así lo expresó su más importante aliada la Premier británica Margareth Thatcher el día del funeral de Reagan, funeral de Estado a la altura del héroe nacional que fue, al afirmar que “él ganó la Guerra Fría, no sólo sin disparar un tiro, sino también al invitar a sus enemigos a salir de sus fortalezas y transformarlos en amigos”3. En otras palabras, su estrategia de confrontar en lugar de sólo contener es percibida como exitosa por el grueso de la opinión pública. Sin ella Estados Unidos no hubiera vencido a la URSS.
Los Herederos de Reagan
El gobierno de Ronald Reagan significó también la institucionalización dentro de la clase dirigente estadounidense de los neoconservadores. Lo que hasta entonces había sido un movimiento intelectual circunscripto a determinados espacios académicos era ahora un miembro de pleno derecho de la clase política norteamericana. Esto fue posible porque los neoconservadores llevaban dos décadas desplegando una retórica anticomunista y abogando por una actitud más dura para con la URSS. Eso facilitó su inserción. El credo anticomunista neoconservador resultó coherente con el clima de época que caracterizó la administración Reagan. En consecuencia, los neoconservadores obtuvieron cargos dentro del gobierno y vieron sus filas aumentar con el ingreso de individuos provenientes del grupo de los paleoconservadores4.
Si bien el “momento neocon” se dio durante el gobierno de George Bush hijo, los neoconservadores guardan el recuerdo de la administración Reagan con cierta nostalgia. No sólo fue la etapa decisiva en que se venció al comunismo, fue también la era que marcó el ascenso del grupo a la primera plana de la política exterior estadounidense. Por eso no es extraño que entre los neocons que forman parte del gobierno de Joe Biden; Anthony Blinken, secretario de Estado, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Nacional o Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos, recurran a las lecciones aprehendidas durante la “era Reagan” y la apliquen en el presente. Si por momento nos parece que Estados Unidos está montando una nueva Guerra Fría contra China es porque en cierta forma se replica una estrategia que se arraiga en ese pasado atravesado por el conflicto soviético-americano.
Y es que en la idiosincrasia neoconservadora la historia cumple un papel fundamental a la hora de brindar lecciones para el presente. Tom Cotton, senador del Estado de Arkansas, en una entrevista realizada por Fox News lo resume así; “La naturaleza humana es atemporal e inmutable. Por lo tanto, somos propensos a cometer los mismos errores si no aprendemos de las lecciones de la historia”5. Cotton estaba cuestionando la política exterior de Biden ante los avances diplomáticos de China en Egipto, Emiratos Árabes y Brasil. En otras palabras, invoca las “lecciones de la historia” a modo de brújula para guiar la política norteamericana en relación a la competencia de gigante asiático.
Si es en el pasado donde los neoconservadores van a buscar los instrumentos que le permitan actuar en el presente, no es casual que la política de confrontación llevada adelante durante la presidencia de Ronald Reagan sirva de modelo para lidiar con el desafío de China. Los muchos paralelismos posibles entre uno y otro caso, que se resumen en el hecho de que la URSS como China son comunistas, permiten replicarla en el presente. Ciertamente, en ocasiones se asume, de forma errónea, que los BRICS ocupan hoy el lugar que antaño ocupaba el Pacto de Varsovia, como sí el hecho de que este era una alianza militar y aquel un bloque económico fuese solo anecdótico.
Sin embargo, la China actual es una potencia emergente, sus contradicciones internas lejos están de significar un problema relevante para su viabilidad como gran potencia. El yerro de los neoconservadores es que precisamente la naturaleza humana no es “atemporal”, sino que vive condicionada por la coyuntura socio-histórica. Presumir que una misma iniciativa va a tener un mismo efecto en un contexto y con actores diferentes es una apuesta arriesgada que sólo el tiempo dirá si fue acertada.
- https://www.dw.com/es/china-advierte-contra-alianzas-tipo-otan-en-asia-pac%C3%ADfico/a-65817945
- https://cnnespanol.cnn.com/2023/03/07/ministro-asuntos-exteriores-china-advierte-conflicto-estados-unidos-inevitable-trax/
- https://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-36593-2004-06-12.html
- Avital Bloch, El neoconservadurismo en Estados Unidos: una historia concisa. en Mónica Verea C. y Silvia Núñez G (Coord) Estados Unidos y Canadá: signos conservadores hacia el siglo XXI? México: UNAM, 1999, pp. 49-72.
- https://www.foxnews.com/media/biden-weakness-led-brazil-egypt-uae-china-over-america-senator