Reactualización doctrinaria frente al Orden Mundial Neoliberal

El desafío del campo político nacional y popular atravesado por los nuevos debates y las derechas mundiales. La pandemia en el medio del escenario electoral. La doctrina como concepto en disputa.

La pandemia del COVID-19 puso en la esfera pública, de manera condensada, todos los problemas de la época: sanitarios, ecológicos, laborales, relacionales, de asimetría entre países, de hiperconexión de la aldea global. Neoliberalismo y derechas pasó a ser parte de las muletillas del entramado progresista de los distintos países, pero no siempre esa referencia contribuye a caracterizar la actual situación. Apuntes para pensar más crudamente en qué situación nos encontramos, de dónde venimos, con el afán de imaginar/proyectar nuevas líneas de acción para el futuro.

Las vidas de derecha en la era del realismo capitalista

Reestructuración transnacional de la economía, transformación de la organización del trabajo y del ocio y modificación de las relaciones cotidianas producto de la masificación del uso de las nuevas tecnologías son los tres rasgos centrales del Orden Mundial Neoliberal, que se ha construido con el violento telón de fondo de un engranaje global caracterizado por la nueva ofensiva planetaria del capital sobre los pueblos. Con cada vez menos tiempo disponible y menos recursos para producir lo nuevo, con una profunda deflación de las expectativas (como tan bien señaló Mark Fisher en su libro Los fantasmas de mi vida) en el mundo contemporáneo nos hayamos, muchas veces, auto y sobreexplotados, completamente tomados por la lógica de compulsión a la repetición de actos productivistas pero no siempre (o la mayoría de las veces) remunerados por el capital, que de un modo u otro termina apropiándose de esa actividad creativa-productiva para ponerla a funcionar bajo la lógica de la ganancia (privada).

Desde 1989 a estar parte, las “vidas de derecha” de las que habla Silvia Schwarzböck en su libro «Los espantos» han tendido a hegemonizar el horizonte de sentidos. Durante estas décadas, más allá de los procesos de resistencias populares y de las gestiones progresistas de Estados nacionales en determinados países Latinoamericanos durante algún tiempo, cabe preguntarse si el capitalismo no sigue ocupando, sin fisuras, el horizonte de lo pensable, tal como caracterizó Fisher en su libro Realismo capitalista. Si esto es así, entonces, debemos ampliar la mirada respecto del neoliberalismo, y asumir que, además de un “modelo nacional” de gestión estatal, de un programa conservador, de un partido (o coalición de fuerzas) de derecha, de una determinada cantidad de personajes de la “clase (casta) política”, el neoliberalismo es sobre todo la modificación del régimen de acumulación global, es la fase actual del capitalismo, que ha persistido incluso durante el ciclo de gobiernos progresistas, así como también está presente “por abajo”, en la pragmática vitalista de los sectores populares, como tan bien señala Verónica Gago en su libro La razón neoliberal.

Como “modo de vida”, entonces, el neoliberalismo no se derrota simplemente en una elección, o activando el consumo popular desde medidas redistributivas de Estado, ni fomentando otra ideología por los medios de comunicación, ni articulando otro discurso, porque en todas esas iniciativas “progresista” –como bien describe Diego Sztulwark en su libro La ofensiva sensible–, el neoliberalismo no deja de funcionar, en tanto gran aparato que opera sobre el deseo y las maneras de vivir, que se ven tomadas por la lógica del mercado (una manera de vivir articulada en relación a todo lo que viene dado).

Lo complejo de asumir de todo este asunto (es decir, de comprender y combatir), es que este proceso de “totalitarismo de la mercancía” suele presentarse a sí mismo como parte de la “dinámica democrática” de la época, en contraposición a los totalitarismos del siglo XX (donde comunismo y nazismo se equiparan). Sólo el zapatismo, desde México, supo tempranamente advertir y denunciar esa dinámica, a la que caracterizaron como “Cuarta Guerra Mundial”; proceso que de algún modo he tratado de abordar en mi libro Desde abajo y a la izquierda.

Más allá de que en algunos países los pueblos vivan bajo las bombas y las balas del poder imperial o de las otrora llamadas oligarquías locales, y otros asistan regularmente a las urnas para emitir su voto, la Cuarta Guerra Mundial (CGM) no es más que la etapa de “ofensiva neoliberal” que se caracteriza por la conquista de territorios y su reorganización, y por la administración de la conquista y la destrucción del enemigo como constantes más allá de las variables en cuanto a estrategias y tácticas, actores o armamento utilizado. En la era de la informática (que es descripta por el zapatismo como equivalente a la invención de la máquina de vapor), tanto las fronteras como las limitaciones temporales y geográficas se ven totalmente trastocadas. Incluso el concepto de enemigo, ya que en la CGM se destruyen los territorios y se despueblan, bajo la perspectiva de una futura reconstrucción y reordenamiento.

Así, paradójicamente, en la era del pensamiento único el capital procede por montaje: globalizar/fragmentar son esferas de un mismo proceso a partir del cual los Estados nacionales dejan de jugar el rol que jugaron durante los años de bienestar y se adaptan a su función de Estados de malestar. Destruir/reconstruir, entonces, como lógica contemporánea, para asignar a cada territorio conquistado una nueva función, dictaminada por las leyes del mercado en la era de la financierización. Por otra parte, en este nuevo estado de guerra, el enemigo pasa a ser la humanidad en su conjunto y lo que está en juego ya no es un espacio geográfico determinado sino el planeta entero.

También los actores se han opacado y han variado: ya no se trata del orden de un Estado nacional (por más apoyado por fuerzas imperialistas que pueda estar) operando con sus fuerzas represivas contra agentes de “ideologías foráneas” como antaño lo que tenemos ante nuestros ojos, sino una combinación que implica, a veces, fuerzas represivas estatales-nacionales, otras organismos supra- nacionales de países desarrollados, y otras “bandas narcos”, “ejércitos privados” y algunas otras denominaciones. De allí que caracterizar la situación actual de Cuarta Guerra Mundial tampoco ayude demasiado, si con este análisis no se problematizan las herramientas para interpretar las nuevas realidades (tan cambiantes) y no se diseñan a su vez nuevos modos de intervención para cambiarlas.

De Roca a Videla y de Martínez de Hoz a Dujovne

A diferencia del liberalismo clásico, que en los años ochenta del siglo XIX pretendió hacer de la Argentina un país, el neoliberalismo contemporáneo busca deshacer la Nación. Un país racista y dependiente, vía el ingreso de población europea una vez exterminada gran parte de la población local –indios salvajes y gauchos indomables– para sumar estas tierras, de manera subordinada, al proceso capitalista de división internacional del trabajo, en el caso del liberalismo, pero proyecto de país, al fin y al cabo, más no sea para unos pocos que vivan a costa de la explotación de las mayorías.

En cambio en la secuencia que va de Martínez de Hoz a Cavallo (en la serie económica), y de Videla a Menem (en la política), buscó sobre todo desestructurar un país (movimiento de desindustrialización que implicó a su vez des-sindicalización), gesto que se profundizó más recientemente con la gestión Macri del Estado nacional, fundamentalmente en su idea de barrer “el problema argentino”: los 70 año de peronismo que (más allá de Menem y de López Rega; de Rucci y de Pedraza), funciona en la Argentina como memoria de la negrada con poder. Neoliberalismo 2.0 sudamericano.

Si para Michel Foucault la novedad neoliberal implicaba que el poder hacía hablar y funcionaba por una lógica de promoción de la libertad, en nuestras tierras ese neoliberalismo tiene como reverso de su mismo funcionamiento mundial segmentar de maneras duras la concepción más clásica del poder, con sus instancias de represión, silenciamiento e invisibilización (en la actualidad, es cierto, con un presupuesto recargado de desideologización). Basta ver cómo el macrismo, lejos de contraponer Sarmiento y Roca a Felipe Varela y el Chacho Peñaloza buscó ejercer un vaciamiento de sentido: el perro del Gato en el Sillón de Rivadavia; o los animales impresos en los billetes de pesos argentinos, expresan una suerte de combate cultural por el absurdo. Ya no “historia oficial” –de la oligarquía– sino la perseverancia en un mundo sin historia, como ese que soñó y enunció Fukuyama, a fines del siglo pasado, cuando ante la caída del Muro de Berlín presentó el “fin de la historia”, es decir, al capitalismo como único mundo posible. El nuevo ciclo neoliberal, entonces, como etapa superior del Proceso de Reorganización Nacional. No tanto porque “Macri, basura”, sea “la dictadura” (aunque en un sentido lo sea), sino porque expresa los intereses de una misma clase, ahora en una perspectiva refinada: la conquista del poder político del Estado ya no por el golpe militar sino por el batacazo electoral; el ordenamiento social ya no por expansión del terror de la picana de los Centros Clandestinos de Detención sino por el terror de las finanzas.

Juntos por el Cambio –o el nombre que sea que elija este sector para presentarse a elecciones– logra condensar el histórico gorilismo anti-peronista pero de un modo mucho más peligroso, y eficaz: un mensaje anti-político que se traduce en una línea anti-todo: anti-negros; anti-estado garantista (de derechos humanos, civiles, sociales). Un odio Pro-racista, Pro-Policial (apologísta del homicidio, como en el caso de la doctrina Chocobar y las declaraciones en torno al caso Santiago Maldonado), Pro- libertad de Mercado, multifóbico, que protesta contra la protesta, inaugurando otro tipo de protesta: la indignación microfacista, que por el tamiz anti-político y des-ideolizado, llega a veces a rozar con el absurdo, y sin embargo, logra amplias adhesiones sociales.

Estas características, podríamos pensar, son las que tornan a este fenómeno aún más peligro que el clásico fascismo, elitista y minoritario, que atravesó a la argentina en distintos momentos de su historia.

A dos décadas de la rebelión del 2001 y su “Que se vayan todos”, podríamos arriesgar que macrismo como cultura (PRO + UCR + sectores que provienen del peronismo y el progresismo, como Miguel Pichetto o Elisa Carrió) es el hijo bastardo tanto de la insurrección de diciembre de 2001 como del ciclo de gestión progresista kirchnerista: la “gente” común contra la “política” de la militancia; la adhesión de la pequeña burguesía urbana a la gran burguesía agraria; el país blanco y europeo contra la negrada, sea ésta obrera o “choriplanera”; de jujeños o senegaleses; de bolivianos y peruanos o incluso de pequeñoburgueses porteños, pero progresistas.

¡Atención entonces! El corto pero intenso “Nuevo Ciclo Neoliberal” no terminó con derrota electoral de Juntos por el Cambio en octubre de 2019, porque su peso social y su representación simbólica más allá de sus tensiones internas muestran que perdura allí un bloque social de poder con capacidad de retomar la gestión nacional del Estado, y de algunos sitios fundamentales del país, como la provincia de Buenos Aires, la madre de todas las batallas electorales, donde la derecha mantiene aún alrededor del 40% de intención de voto.

Reactualización doctrinaria

Recuperación de un archivo teórico, gestación de nuevos conceptos para entender las nuevas realidades y rediseño estratégico en el plano estrictamente político (más allá de la lucha social) se presentan como un “tridente” fundamental para poder enfrentar de manera eficaz al Orden Mundial Neoliberal. Tridente que no puede nada si no contribuye, a su vez, a gestar los agentes materiales capaces de llevar adelante las acciones necesarias que aporten a cambiar las relaciones de fuerzas existentes en la actual coyuntura que atraviesa la Argentina, Latinoamérica, y el mundo.

La cuestión de aquello que históricamente se caracterizó como “sujeto de la transformación”, entonces, se torna hoy en día una discusión fundamental, en tanto que aparece ligada –íntimamente ligada– a las hipótesis estratégicas que –entendemos– deben ser geopolíticamente elaboradas en nuestro presente (combinatoria y simultaneidad de estrategia continental e internacional, nacional regional, provincial y local).

De allí que, más allá de la específica disputa electoral y de la puntual batalla de ideas que sea necesario librar, sostengamos que resulta fundamental en esta etapa histórica volver a trabajar en torno a las preguntas fundamentales que contribuyan a gestar el proceso-sujeto a partir del cual se pueda reconfigurar una “nueva columna vertebral”, capaz de dinamizar un nuevo bloque social que, entre la herencia (de las mejores tradiciones) y la invención (contemporánea) protagonice el cambio histórico necesario y deseado para arribar a un país con justicia social, a un mundo con fraternidad entre los pueblos, a un tipo de humanidad con mayor igualdad y libertad.

Librado a su propia lógica, este capitalismo ya viene demostrando con vehemencia que sólo puede conducir la experiencia humana a precipicio.

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