¿Qué es lo que viene? Milei y el ocaso de un ciclo neoliberal

El capitalismo avanza en oleadas. Como señaló el economista soviético Nikolái Kondratiev a principios del siglo XX: “las economías no solo crecen y se contraen en ciclos cortos, sino también en ondas largas que reflejan transformaciones estructurales del sistema”. Por Antonio Muñiz

Las ondas a las que se refería el economista soviético Nikolái Kondratiev, no son solo económicas, sino también ideológicas y políticas: a cada etapa del capitalismo le corresponde un relato legitimador, una arquitectura institucional y una forma de subjetividad dominante. En ese marco, el ascenso de Javier Milei representa una singularidad inquietante. En un mundo que parece alejarse —aunque con contradicciones— del dogma neoliberal, donde Estados Unidos adopta medidas proteccionistas, Europa vuelve a subsidiar sectores estratégicos y hasta el FMI admite la necesidad de políticas contracíclicas y estamos frente a una nueva lucha por la hegemonía, entre EEUU y China, expresada por ahora en una guerra comercial, Argentina se entrega a un experimento de liberalismo extremo que parece correr a contramano del ciclo global. ¿Qué explica esta anomalía? ¿Cómo pensar políticamente este momento? ¿Y qué debe aprender el campo nacional y popular?

El ciclo Milei: shock neoliberal con ropaje nuevo

Lejos de representar una ruptura real con el pasado, Milei encarna la continuidad —en versión extremista— de un modelo neoliberal que ya mostró sus límites en las últimas décadas. Su programa no es otra cosa que una reedición del Consenso de Washington, potenciado por un desprecio absoluto hacia el Estado, los derechos laborales y la soberanía nacional.

El ajuste brutal, la destrucción del mercado interno, el intento de privatizar funciones básicas del Estado, la desregulación financiera y el alineamiento automático con Washington e Israel, no son originalidades doctrinarias sino fórmulas ya conocidas y fracasadas. Lo que distingue a Milei no es su contenido, sino su forma: el uso de un lenguaje apocalíptico, la eliminación del “gradualismo” y una narrativa de supuesta guerra contra la “casta”, que busca justificar el sufrimiento social como una purga redentora.

Pero más allá del envoltorio simbólico, lo que Milei ha inaugurado es una aceleración violenta del viejo ciclo neoliberal, justo cuando ese paradigma comienza a erosionarse en el plano internacional. Mientras el mundo ensaya proteccionismos verdes, industrialización digital y revalorización de las cadenas productivas internas, el gobierno argentino promueve apertura comercial salvaje, desmonte regulatorio y dolarización implícita. En lugar de planificar una inserción soberana, Milei apuesta a convertir a Argentina en una plataforma de saqueo financiero.

América Latina y la contracara del modelo Milei

En perspectiva regional, el contraste es todavía más evidente. Aunque la “marea progresista” iniciada a principios del siglo XXI perdió parte de su empuje, la mayoría de los países latinoamericanos han retomado formas de gobierno que, con matices, reconocen la centralidad del Estado en la corrección de desigualdades estructurales. Desde el retorno de Lula en Brasil hasta las políticas de inversión pública en México, pasando por Bolivia, Uruguay, Colombia o Chile, la tendencia dominante en la región es la búsqueda de nuevos pactos sociales, ambientales y productivos, incluso en contextos complejos.

Frente a eso, el proyecto de Milei aparece como una anomalía ideológica tardía, una suerte de vanguardia reaccionaria que actúa como laboratorio de fundamentalismo económico para sectores financieros internacionales. En lugar de integrarse en un proceso regional que impulse autonomía, integración e industrialización, Argentina —bajo el ideario de Milei— renuncia a ser una nación, se vuelve enclave colonial y no un sujeto geopolítico.

Un populismo sin pueblo

Si bien en artículos anteriores intentamos  explicar el ascenso de Milei desde su costado simbólico o mesiánico —como un nuevo profeta libertario, un fenómeno de redes o una respuesta emocional de los sectores empobrecidos—,  hay que evaluar que una de las claves de su consolidación está más en el vacío político dejado por los gobiernos anteriores que en su carisma.

Durante años, el campo nacional y popular dejó de disputar sentido común, delegó la épica en la gestión, y se encapsuló en una institucionalidad sin calle. El Frente de Todos, que llegó al poder con una promesa de reconstrucción social, terminó atrapado en una lógica de ajuste administrado, deuda con el FMI y parálisis política. En ese terreno fértil creció Milei, ofreciendo un enemigo (la casta), una causa (la libertad) y un relato (la redención mediante el ajuste).

Sin embargo, ese relato ya muestra signos de agotamiento. Los indicadores sociales son catastróficos, la inflación persiste, la recesión se profundiza, las protestas sectoriales se expresan en las calles y el clima de desesperanza aumenta. La novedad de Milei se transforma en desgaste, y el libreto libertario no alcanza para disimular que el rumbo económico no ofrece futuro ni dignidad.

El ciclo largo está en disputa

Lo más importante, entonces, no es solo constatar el carácter destructivo del programa mileísta, sino comprender que su ciclo es estructuralmente inviable y políticamente insostenible.

No se trata solo de esperar que fracase, sino de construir alternativas que conecten con el nuevo ciclo global que está emergiendo.

Ese nuevo ciclo no está completamente definido, pero sus coordenadas son claras: recuperación del rol del Estado, transición energética, economía del conocimiento, seguridad alimentaria, integración regional, protección social. En este nuevo mapa, el pensamiento nacional y popular tiene la oportunidad histórica de reposicionarse, siempre que actualice su lenguaje, amplíe su base y renueve sus formas de organización.

¿Qué debe hacer el campo nacional y popular?

Primero, reconocer que no alcanza con defender conquistas pasadas. La nostalgia por los buenos tiempos del peronismo no moviliza si no se traduce en proyectos para el presente. Hace falta construir una nueva narrativa de futuro que sea capaz de entusiasmar, especialmente a las juventudes precarizadas, y que combine soberanía, justicia social y desarrollo sostenible.

Segundo, disputar el sentido común sin miedo. Durante demasiado tiempo se evitó dar las batallas culturales, dejando que la derecha se apropiara de conceptos como libertad, eficiencia, modernidad. Es hora de recuperar banderas como la libertad, pero entendida como emancipación colectiva; la eficiencia, pero al servicio del bien común; y la modernidad, pero en clave de justicia ecológica y tecnológica.

Tercero, tejer alianzas amplias, creativas y audaces. Como objetivo central hay que recrear una comunidad, un pueblo unido en un destino común. El nuevo bloque histórico no surgirá solo desde los partidos tradicionales. Habrá que integrar a movimientos sociales, sindicatos, cooperativas, sectores científicos y culturales, comunidades religiosas y nuevas formas de organización popular. En palabras de Álvaro García Linera, se trata de “construir poder popular expandido”.

Epílogo: el tiempo no está del lado de Milei

El ciclo Milei no es el comienzo de algo nuevo, sino el último acto de una etapa histórica que el mundo ya empieza a dejar atrás. Pero su paso puede dejar heridas profundas si no hay reacción política a la altura. La tarea del campo nacional y popular no es solo resistir, sino proponer un nuevo horizonte para la Argentina del siglo XXI. Uno que parta de nuestras raíces, pero que se proyecte hacia un modelo de desarrollo justo, soberano y solidario.

Porque lo que viene, si queremos que venga distinto, habrá que construirlo con coraje, inteligencia y pueblo.

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