Progresismo y barbarie

Este artículo de Martín Rodríguez fue posteado en Revolución Tinta Limón el pasado 22 de junio.

Si algo me gustó de Kirchner siempre fue su malestar. Un malestar frente a los protocolos, cualquiera de ellos: los internacionales, los mediáticos, los partidarios, los patrios. Menem se divertía, pero en esa diversión no había cuestionamiento, aunque toda risa

El kirchnerismo siempre jugó en la tensión entre lo social y lo republicano. Entre la grosería reivindicativa popular (que parece detestar la pacatería oficial) y dos o tres columnas básicas de una República (Corte, etc.). Con esa combinación, dijo: no me para nadie. Curto + D’Elía + Hebe + Chacho + Estela.

Y esa tensión, ese malestar, se expresó desde el vamos, con el PJ. Digamos que con su fórmula-bandera de: “el que gana conduce, etc.”, con el pragmatismo puro y duro, virtud de siempre del peronismo, pero cuya consecuencia dramática llevó al menemato.

Es lo mejor del kirchnerismo, aún en sus paradojas prácticas.

Lo que yo no quiero es que el kirchnerismo deje de mirar (aunque sea, como hoy, con nostalgia) a los significados mas o menos amplios del progresismo.

Tá claro que ahora nadie se hace cargo, nadie frepaseó, nadie cortó la luz con Graciela, en fin. El kirchnerismo, en parte, es el Frepaso posible. O era eso. Con la pata duhaldista (que Duhalde en su momento soñó), y con la dosis radical justa, mínima, suficiente. Protocolar.

El progresismo en los ’90 era una pregunta por lo social, por los «costos del modelo». Y esa pregunta, esa constancia, dicha en Palermo, claro, caricaturizó la cosa en términos de progresía. Su reverso posibilista era una especie de agónico respaldo a un discurso nacido para testimoniar. Progresismo vs. Gestión.

El progresismo se me representa como un discurso cuya historicidad no se pierde nunca, es restaurador, paradójicamente, de las continuidades. Se instala siempre sobre un presente histórico. Es la modernidad. Y la pregunta social que se hacía en los ‘90 argumentó, justamente, lo republicano. Fue su soporte. Mala república y cero justicia social. La corrupción es un problema económico estructural, decía Chacho.

Ahora, en esta nueva era, y por afuera del círculo oficial, lo que queda de progresismo refleja una inquietud republicana mas vaciada de contenido social. Lo que podría configurar, casi, un reconocimiento involuntario de que «el país funciona». ¿La primera crisis política sin crisis económica?

El progresismo (¿un discurso de las formas?) creo que no hay que abandonarlo. No importa lo peyorativo: lo «progre» que todos se anotan para detestar (esos diputados libre pensadores vs. los 100% Kunkel). No nos podemos perder en la fetichización de Lilita. Quiero decir: no podemos perdernos en los laberintos lascivos de la mensajera. Hay que construir una república, una ciudad de los niños, una ciudad universitaria, un hotel en Mar del Plata, una universidad tecnológica, etc. El progresismo, es una conmoción que hay que tener adentro. Una vez hablando con un sindicalista gráfico me dijo: siempre un trosco tenés que tener. Uno que te rompe las pelotas. Que te obliga a actuar mas rápido. Hay que tener al progresismo adentro.

Y la pregunta es: ¿cuál es ese progresismo de carne y hueso? Kirchner y Cristina son el progresismo autoritario, supongamos. Ok, es complicado lo de las formas. ¿Quién diría que Zapatero es autoritario? ¿Qué dirían si se hubiesen muerto dos chacareros por una represión ordenada por Cristina? ¿Qué significa la decisión de no reprimir? ¿Ya se pensó y escribió lo suficiente sobre eso? ¿O quedó reducido a la renuncia a las herramientas del Estado?

Quizás definir al progresismo incluya tantas incertidumbres como el peronismo. Evidentemente el progresismo tiene un emblema: ser y parecer. Y no lo digo peyorativamente. Ahí está su nervio. Se incorpora al proceso, no es el progresismo un lugar en el que «hay que estar». No es mas que acciones, contradicciones. No es un adentro. Para progresar hay que tener el contrapunto con el progresismo. En la intimidad. Orgánico. El soldadito de anteojos, de la serie Nam, que lee en la trinchera, que cada tanto se pregunta: ¿qué es lo que estamos haciendo acá?

Eso que somos todos nosotros, en definitiva.

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