Primer paso: terminar con las comunas

Mientras el empresario Mauricio Macri cuenta los días para asumir la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, poco a poco se van conociendo los anticipos de una gestión que buscará mostrarse como amplia y plural, pero que, además de desarrollar una policía propia, tiene en carpeta terminar con el proyecto de participación popular más avanzado del país: suspenderá la creación de las Comunas, la división de la Ciudad en áreas administrativas donde, hasta ahora, iban a participar los vecinos porteños en las decisiones más importantes de su barrio, incluido, elegir un representante. Si ya corría peligro, ahora el proyecto se encamina a su final.

El 1 de octubre de este año, las comunas cumplieron 11 años de “inexistencia” desde la sanción de la Constitución de la Ciudad y el sexto año consecutivo del «incumplimiento» de la Ley de Comunas. La cláusula ordenaba, once años atrás, que la primera elección de los integrantes de la Junta Comunal debía realizarse «en un plazo no menor de cuatro años ni mayor de cinco», desde la sanción de la Constitución, es decir como plazo máximo el 1 de octubre de 2001.

De aquel entonces hasta ahora hay dos instrumentos legales que durmieron el sueño de los justos y ahora quedan a merced de los objetivos del macrismo, que se prepara para terminar con un articulado que el propio empresario futuro intendente tiene en mente dejar sin efecto. Se trata de la ley 1.777, de Comunas, sancionada por 53 votos afirmativos el 1 de septiembre de 2005; y la 2.405, del 16 de agosto último, que fija la fecha de elecciones de autoridades comunales para el 10 de agosto de 2008.

De qué se trata eso que Macri no quiere

Luego de un dinámico proceso político que puso en el tapete la necesidad de descentralizar el control de una de las ciudades más grandes del mundo en manos de los vecinos, nació la idea de las Comunas. Originalmente, fueron pensadas como unidades de gestión política y administrativa con competencia territorial. Hasta ahora y mientras los funcionarios repiten que “nada sucederá” con esta reforma, esta concepción transformadora define que el trabajo comunal es una instancia de gobierno local con competencia en un barrio o en un conjunto de barrios.

Según sus propios impulsores, “la descentralización propuesta por las Comunas es tanto de carácter administrativo, en virtud de las competencias que en materia de mantenimiento urbano y prestación de servicios se atribuyen a las mismas, como de carácter político, a partir de la elección popular de sus autoridades y la responsabilidad de aquellas frente a quienes las eligieron. Desde esta perspectiva, las Comunas no son una repartición administrativa más del Gobierno Central. Sino que aparecen como organismos de gobierno con un ámbito territorial propio, con base poblacional y con autoridades electas.”

Es el poder estúpido

Pero más allá de las palabras vacías que distribuyen los alfiles macristas, hay una realidad oscura que merece ser revelada: Macri no quiere que nadie le dispute poder y para eso procurará llevarse por delante una construcción institucional de casi una década, apoyado en las torpezas de sus antecesores progresistas que dilataron las comunas sin fecha de concreción. Desde la destitución de Aníbal Ibarra hace dos años y a pesar del gobierno de su ex vicejefe Jorge Telerman, nadie salió a llenar de contenido una herramienta innovadora que ahora cae en las manos de la derecha capitalina.

Pero más allá de esta observación, que a esta altura del partido suena como un quejido agónico, lo cierto es que el futuro gobierno neoconservador de la Ciudad no tiene en mente darle otro contenido a la participación vecinal, sino cortarla de cuajo.

Algo que, en vísperas del desembarco de una derecha oportunista en el segundo presupuesto nacional más importante, es algo más que una señal, es la marca de un estilo que procura significar todo lo construido en la última década, como parte de una pesadilla que Macri, supuestamente, llega para darle fin.

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