Preferimos hacerlo

La cosa empezó cuando me invitaron a leer en una maratón de poesía frente a la Casa del Escritor de la Ciudad, organizada por el gobierno porteño, y me pidieron mi número de DNI para el correspondiente pago. Presentada de ese modo la cuestión, está muy bien: es justo cobrar por leer poesía, debería siempre ser así, pero apenas un día antes me había enterado de que la gestión Macri acababa de cerrar más de medio millar de talleres del Programa Cultural en Barrios (arriba del 40 por ciento), con unos 250 docentes despedidos y unos 20.000 vecinos que se quedaron de golpe sin atención, carencia que vista desde Corrientes y Montevideo o desde Palermo Soho es poco y nada, pero para esa gente implica perder algo que necesita de verdad.

La sensación que tuve es que, si aceptaba, iba a avalar un modo de entender la cultura según el cual está muy bien todo lo que se pueda ostentar y mostrar públicamente, por ejemplo el BAFICI o las maratones de lectura, en tanto se destruye lo que produce cultura de una manera más imperceptible y permanente, y que resulta mucho más necesario –no porque no sean necesarios las maratones de lectura o el BAFICI–, al ir formando capacidades a largo plazo y extender las prácticas culturales más allá de los espacios que frecuentamos “las personas cultas”. Dos o tres días después, la campaña No hay ciudad sin poesía, con enormes, vistosos y carísimos carteles en las calles, confirmaba lo que sospeché: cultura, para el macrismo –como para otras gestiones, pero mucho más–, es lo que luce y lo que permite obtener ganancia en votos o dinero, y el otro modo de entender la gestión cultural, profundamente popular y democrático, no merece consideración porque no está en sus intereses, o más bien va contra sus intereses.

Agradecí entonces la invitación y avisé que no iba a participar, pero se me ocurrió que con eso podía hacer algo que ayudara a la gente de los talleres. Lo consulté y, con Rodolfo Alonso, Leopoldo Brizuela, Susana Cella, Javier Cófreces, Manuela Fingueret, Alberto Szpunberg, Leonor Silvestri, Juano Villafañe y Miguel Vitagliano, lanzamos un breve texto con un título que aludía al Bartleby de Melville, “Preferimos no hacerlo”: no íbamos a participar en actividades organizadas por el Gobierno de la ciudad mientras persista esta situación. Reunimos en poco tiempo 270 firmas, incluido medio centenar de nombres de escritores bien reconocidos (Saccomano, Kartun, Feinmann, Shua, Midón, Valenzuela, Dal Masetto, Martini, Pradelli, Lojo, entre otros) y el tema empezó a aparecer en los diarios y otros medios: ayudamos a sacarlo de la invisibilidad. Lo sé porque me lo dijeron los propios talleristas en lucha, y eso me lleva a pensar que hicimos bien.

En el medio hubo, claro, gente que nos acusó de “atentar contra el trabajo de los compañeros”, aludiendo a que la directora de la Casa del Escritor, Susana Villalba, está o habría estado vinculada al Partido Obrero; la propia Villalba me dijo que esta era una campaña personal contra ella (yo ni siquiera estaba enterado de su designación); otros me acusaron de buscar notoriedad y otros sostuvieron que, al no participar, estábamos contribuyendo al vaciamiento de la cultura, en base a una idea más que consistente: instituciones como la Casa del Escritor, el BAFICI o el Festival de Teatro son de la ciudad, no del Gobierno; son nuestras, y usarlas es ejercer nuestro derecho.

Es muy cierto. Lo único que puedo responder es que, si no hubiéramos anunciado nuestra negativa a participar, no habría pasado nada. Casi no hay semana en que no circule alguna declaración que los escritores y/o intelectuales nos apresuramos a firmar y ahí andan por la web o como solicitada en algún diario sin otra consecuencia: cumplimos con nuestras conciencias, conseguimos hacer ver nuestros nombres y todos contentos. El factor que marcó la diferencia en este caso fue eso que con pobre imaginación un medio llamó “huelga de versos caídos”: la renuncia a un derecho legítimo en función de producir un hecho político. Y lo produjimos: con la difusión de “Preferimos no hacerlo”, se dio la posibilidad de que, en torno de los talleristas, se reuniera una cantidad de entidades de la cultura –Argentores, Músicos Independientes, Centro Cultural de la Cooperación, Asociación de Actores, Sociedad de Escritores, murgueros, artesanos, gente del teatro callejero, titiriteros, coreógrafos y unas veinte más– para empezar a hacer algo en contra de la operación de desguace que el macrismo está ejecutando en la mayor parte de las áreas de la cultura, y no sólo de la cultura, de Buenos Aires. Hay, parece evidente, una política en marcha, de fondo, y que excede la cuestión del Programa Cultural en Barrios: desregular, desarmar lo que bien o mal hicieron otros gobiernos y dejar todo en manos de la empresa privada. No les va a resultar fácil, si lo que empezamos se extiende y fortalece, y son muchos y muy buenos los motivos para que así sea. Eso, sí, preferimos hacerlo.

Más información sobre el tema aquí.

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