Por una memoria sin olvido: Hebe y las Madres de la Plaza en la historia de los derechos humanos

De cara a la primera marcha del 24 de marzo sin la presencia de Hebe de Bonafini, una recapitulación de la lucha de las Madres de Plaza de Mayo, y la potencia del pañuelo blanco que resiste cualquier intemperie.

Es probable que las leyes 25.633 y 26.085 que declararon el 24 de marzo Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia –feriado e inamovible— en conmemoración de quienes resultaron víctimas de la última dictadura de 1976 carecieran de un sólo defecto: haber omitido otro artículo para declarar simultáneamente otro día nacional que reconociera la trascendencia universal de las Madres de Plaza de Mayo quienes hicieron de aquellas palabras una realidad, recordando el 30 de abril de 1977 también como una fecha emblemática para nuestro país. Mientras que el primero reconoce “el presente, ahora y siempre” de los y las 30.000 detenidos/as-desaparecidos/as víctimas de aquella dictadura sangrienta; el segundo, debería consagrar una reivindicación en lo que fue definitivamente una bisagra en la historia de los derechos humanos para América Latina. Esta deuda pendiente sugiere que los derechos humanos no se otorgan graciosamente por ningún gobierno de turno ni por un decreto, ni a través de una ley, ni con una firma de un tratado internacional, sino que su origen se debe a una lucha y a una resistencia frente a la amenaza o a actos de poder que los desconocen.

El reclamo sobre la aparición con vida que las Madres de Plaza de Mayo exigían a las autoridades para conocer el paradero de sus hijos e hijas –incluso antes del golpe de Estado del 24 de marzo— se hizo tan potente e inmanejable que condujo a la respuesta brutal de quienes gobernaban ilegalmente: silenciar matando. No sólo la dictadura secuestraba, torturaba, asesinaba, se apropiaba de identidades, robaba bienes sino que también se ocupó de encapsular y aplastar el reclamo. La prisión y la muerte también fueron moneda corriente frente a las insistentes solicitudes para conocer la verdad de lo que ocurría en el país.

Si la justicia tiene caras, una de ellas, debe ser reivindicar el inmenso rol que tuvo Hebe de Bonafini al frente de las Madres de Plaza de Mayo con posterioridad a la detención, desaparición y muerte de tres de sus compañeras a fines de 1977. Para Hebe había que recordar las palabras de Azucena Villaflor: bajar los brazos era permitir la impunidad. Todas estas mujeres habían logrado conformar –además del reclamo individual o colectivo de cada una de ellas, en cada provincia o municipio—, un movimiento muy poderoso a nivel nacional –también llamado sujeto político— pero que requería que alguien se pusiera al frente en 1978, el año más dificultoso por la advertencia atroz, temeraria y desalmada del destino que tuvieron las primeras Madres fundadoras.

La amenaza sobre su vida y familia no fue suficiente para que Hebe volviera a la calle para reunir a las otras Madres y de este modo con conciencia colectiva, los jueves se transformarían definitivamente en un día de lucha y resistencia con marchas alrededor de la Pirámide de la Plaza de Mayo durante más de 45 años. El reconocimiento de sus pares y compañeras la hizo transformarse tal vez en uno de los rostros más visibles y su voz fue mundialmente reconocida durante y con posterioridad a la dictadura. Hebe nos decía que podía reconocer las fotos de cada una de las Madres que la acompañaban con solo mirar sus piernas porque los golpes que recibieron durante años los conocía en detalle.

La conducción colegiada permitió que en 1979 se fundara la Asociación Madres de Plaza de Mayo cuya Presidenta fue Hebe de Bonafini y por iniciativa de todas ellas, en 1980, se publicó un Boletín dedicado a la difusión de noticias sobre la situación de los detenidos-desaparecidos, que tuvo el mérito de ser quizás uno de los únicos instrumentos de contrainformación que intentó abrir el cerrojo que existía en los medios masivos de comunicación, muchos de ellos fervientes colaboradores de la última dictadura militar.   

Garantizar y proteger el derecho humano a la vida y a la libertad frente a la detención y desaparición forzada de personas de los estados genocidas tuvo a las Madres de Plaza de Mayo como referentes de esa discusión universal; el pañuelo blanco se transformó en el símbolo de aquella resistencia frente a la negación de derechos más elementales. Nuestras Madres nos enseñaron con el cuerpo lo que había señalado desde la academia el jurista Ihering un siglo antes. No hay derecho sin lucha había sostenido el alemán, pero no solo se lucha desde un atril replicaron las Madres. La justicia que necesitaba nuestro pueblo no se encontraba en los papeles ni en los libros; el cuerpo nos mostraría las huellas y el camino no podía ser otro que la calle.  

Una nueva técnica de represión había sido aplicada en distintos países de la región desde los años sesenta, pero había sido la Junta Militar argentina quien la había desarrollado de manera masiva y sistemática en los años setenta.

Esta práctica de la desaparición de personas implicaba la supresión de todo principio jurídico que exigía al menos para su detención, la existencia de un delito, la realización de un proceso, la formulación de una acusación y finalmente la condena dictada por jueces naturales conforme a la Constitución. La realidad mostraba que la detención era efectuada por fuerzas de seguridad que actuaban fuera de todo control, o sea, descontroladas.

En la “negación del olvido” –palabras pronunciadas por Julio Cortázar en oportunidad del Coloquio Internacional sobre la Política de Desaparición Forzada de Personas realizado en París en febrero de 1981— toda muerte humana traía consigo una irrevocable ausencia, pero lo que ocurría en Argentina con la represión ilegal y las desapariciones, era el círculo que faltaba en el infierno de Dante. Las consideraciones jurídicas, la búsqueda de normas de derecho interno o internacional, deberían ocuparse de esta población fantasmal que era, a la vez, tan cercana como lejana.

A este evento en Francia –según el recuerdo de Hebe ante la consulta que le realizamos por carecer de registros sobre sus nombres— concurrieron las Madres, representadas por Marta Vásquez, Renée Epelbaum y Elida Galetti.

La censura y la autocensura, el miedo, el terror, la desesperación por falta de trabajo, el deseo de preservar la familia que quedaba, eran los factores que provocaban el silencio del pueblo argentino –decían las Madres— frente a estas violaciones de derechos humanos. Pero la verdad un día aparecería y alcanzaría a los culpables como a todos aquellos que callaron, lo que no era sino una forma de aprobación de lo que ocurría.

Nuestros desaparecidos –reclamaban las Madres en París en 1981— eran seres fantasmagóricos, desconocidos que se debatían entre ser y no ser. Jamás la interrogación de Hamlet había sido tan trágica. En nombre de estos desaparecidos, la voz de estas Madres se levantaba en favor de cada uno y de todos ellos, pero ahora había que encontrar una solución con premura; no deseaban pasar a la historia como un mito.

Por ello, las Madres exigieron que surgieran de ese Coloquio propuestas concretas en el plano internacional: a) la aparición con vida de los desaparecidos; b) hacer imposible en el futuro las detenciones-desapariciones forzadas de personas; c) encontrar el consenso internacional para sancionar esta forma de violación de los derechos humanos mediante normas específicas que los condenen.

Tuvimos que atravesar el siglo para que finalmente se sancionara una Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas en Naciones Unidas, la que fue ratificada por nuestro país en los albores del siglo XXI.

No olvidamos la persistente lucha por la memoria, la verdad y la justicia que las Madres tuvieron que dar desde que se reunieron por primera vez aquel 30 de abril dando inicio a las marchas que aun hoy continúan. Muchas de ellas no están más pero su legado es tan importante para nuestros pueblos de la región que nos enseñan el sendero por donde transitar en la conquista de nuevos derechos y en garantizar que se hagan efectivos por los Estados los derechos humanos sin distinción de generaciones, categorías o clasificaciones. No habrá un derecho humano a la vida ni a la igualdad ni a la libertad sin que se conviertan en exigibles los derechos humanos económicos, sociales, culturales o ambientales.

Los hijos e hijas detenidos/as desaparecidos/as víctimas del terrorismo de Estado nunca dejaron de reclamar por estos derechos que le costaron la vida y sus Madres de estar presentes en la misma lucha y reivindicaciones; los 30.000 parieron a sus Madres y ellas parieron lo mejor de nuestra historia.

No serán aquel mito al que se refirieron en 1981 cuando viajaban por el mundo reclamando por la aparición con vida de sus hijas e hijos.

Hebe escribió alguna vez que cuando despierten los que hoy duermen, el horizonte con el sol será nuestro, porque la libertad asomará con él.

La buena memoria no permite olvidarnos porque vemos el amanecer en cada rincón de la injusticia: gracias a ellas tenemos siempre a mano el pañuelo blanco que resiste cualquier intemperie.  Alguna vez también el 30 de abril será conmemorado como Día Nacional reconociendo que sin ellas no hubiéramos sido nunca mejores.

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