Gentileza L’Humanité. Traducido por Caty R. Especial para ZOOM. Según Stiglitz la actual crisis ha puesto de manifiesto las limitaciones de los mercados. La idea de que los mercados funcionan perfectamente es absolutamente errónea. Muchos de los problemas que ha traído consigo esta crisis podrían haberse evitado con la regulación adecuada. Es bastante escéptico con que haya un cambio fundamental porque hay gente que ha ganado mucho dinero con este modelo.
En 2001, ganó el Premio Nobel por sus teorías sobre información imperfecta, que evidencian las limitaciones de la economía de mercado. En la actualidad, Stiglitz se considera un economista de corte keynesiano, especialmente interesado en el impacto de la globalización económica en el bienestar social.
—Como demuestra en su libro, «La guerra de los tres billones de dólares» los gastos de guerra pesan excesivamente sobre una economía ya maltrecha por las elecciones estratégicas de los conservadores. ¿Por qué esta guerra tan costosa e impopular no está en el centro de la campaña electoral?
—De momento, el problema central de la campaña es la debilidad de la economía, el empleo –incluso los que tienen trabajo están preocupados por perderlo-, la reducción de los ingresos y el miedo a perder la casa. Es comprensible, y además el gobierno intenta minimizar la relación entre la guerra y la economía. El presidente dijo, en relación con la crisis de las “subprimes”, que la razón era ¡que se habían construido demasiadas casas! El problema es que se construyeron en una economía que debilita las rentas y obstruye el crecimiento debido a los créditos destinados a la guerra y al aumento de los gastos para el petróleo.
—Entonces, ¿la guerra no ha hecho que aumenten los beneficios de las compañías?
—Eso es lo que solíamos pensar. Así fue en la Segunda Guerra Mundial. Realmente, incluso Greenspan (ex presidente del Banco federal) lo reconoció después de la intervención en Kuwait. Las guerras no son buenas para la economía, no la estimulan. Ya la guerra del golfo debilitó la economía. Y si se compara el actual nivel de vida de un trabajador con el de antes de la guerra, comprobarán que bajó.
—Usted declaró que no era una guerra por el petróleo…
—Creo que no era el motivo, aunque lo dijeron algunos dirigentes. Si fue una guerra por el petróleo, el resultado ha sido contrario a lo que se buscaba. El barril pasó de 25 dólares al principio de la guerra a casi 130 actualmente. Las condiciones son diferentes de las guerras del Siglo XIX, en las que se ocupaban los países y se acaparaban sus recursos. La privatización del petróleo iraquí habría violado el Convenio de La Haya, firmado por Estados Unidos, que prohíbe esta operación sin el acuerdo del gobierno legítimo iraquí.
Sin embargo, a partir de 1997, los autores del Proyecto para un nuevo siglo estadounidense, que formaban el núcleo fundamental del equipo de George Bush, tenían como objetivo a Iraq en nombre de los intereses de Estados Unidos en esa región.
Está claro que había personas que pretendían «llevar la democracia» a Iraq y pacificar Oriente Próximo solucionando el problema palestino, pero eso aparece como una burla y poca gente seria pensaba que eso iba a ocurrir. Es difícil saber lo que pasa en la cabeza de Bush.
—Usted es miembro de una comisión creada por el presidente Sarkozy para reflexionar sobre la evaluación del progreso social y los medios para desarrollarlo. ¿Piensa que al inspirarse en el modelo Bush, con las reducciones de impuestos para los más ricos, la desregulación, la reducción de los servicios públicos y la privatización, se puede desarrollar el progreso social?
—¡No! Por supuesto que no. Como señalo en mi libro, las consecuencias de esa guerra se agravaron con la desregulación. Necesitamos más reglamentación, y no lo contrario, para controlar la economía. Nuestra comisión se concentró en la medida del crecimiento y el progreso social. Pienso que el producto nacional bruto es un pésimo instrumento para medirlo, ya que el reparto del crecimiento no significa progreso social. Ahora bien, si tienen un mal instrumento de medida tendrán malos resultados.
—Dominique Strauss-Kahn, el Director General del FMI, considera que la crisis financiera se termina, pero que sus consecuencias económicas se van a sentir todavía durante algún tiempo. ¿Comparte este análisis?
—La crisis reviste tres aspectos en Estados Unidos. En primer lugar el estrechamiento del crédito. Los bancos utilizaron montajes tan complicados que no midieron los riesgos que asumían y son incapaces de evaluar correctamente los balances de los demás bancos. En este contexto nadie quiere prestar dinero. Por otra parte están los impagos, especialmente los vinculados a las subprimes. Un millón y medio de estadounidenses perdieron sus casas y otros dos millones también van a perderlas. Esto no se termina, ya que los precios de las casas, que ya han bajado a un tercio o a la mitad, van a seguir bajando. Cada vez más hipotecas estarán vinculadas a viviendas cuyo precio será inferior a su importe. Y las familias, simplemente, tendrán que abandonarlas. Resumiendo, la macroeconomía.
La economía estadounidense se mantiene gracias a los créditos. Los empréstitos pendientes de las familias hipotecadas sobre sus casas alcanzan los 950.000 millones de dólares. Se añade el recurso a las tarjetas de crédito. Y la tasa de ahorro es nula. Todos esos factores interactúan. La bajada de los precios de las casas restringe el acceso a la hipoteca y en consecuencia al crédito. De ahí una reducción del consumo que deprime la economía. Strauss-Kahn tiene razón, los problemas económicos permanecen. Pero una economía debilitada corre el riesgo de generar todavía más impagos. Y en consecuencia pérdidas para los bancos. Creo, por lo tanto, que no se acaban los problemas financieros. Aunque el choque más terrible ya haya ocurrido.
—¿Qué puede hacer el gobierno para frenar la crisis?
—Algunos apuestan por las reducciones de impuestos de 150.000 millones de dólares decididas por la administración Bush. Pero las pérdidas vinculadas a las hipotecas se calculan en 950.000 millones. Y la subida de los precios del petróleo, de 75 a 125 dólares el barril, recarga el coste de las importaciones en 250.000 millones, una suma que no se utilizará en la economía estadounidense y es mayor, por sí sola, al importe de las reducciones de impuestos. Además, muchos estadounidenses ya tienen tantas deudas que utilizarán estas reducciones para reembolsarlas más que para consumir. Y se perfila un nuevo problema: la reducción de las rentas de los estados y municipios, que va a incitarles a restringir sus gastos. Lo que pesará sobre la actividad económica. Esta política fiscal es ineficaz, y mientras Bush sea presidente no se hará lo que hay que hacer: apoyar a los estados y municipios, ayudar a los parados, modificar la estructura de la inversión…
—¿Cuál es el programa económico de Obama? ¿Se adapta mejor?
—Obama tiene como objetivo agrupar. Quiere conocer la opinión de la gente antes de decidir. Una de las reformas principales será la del sistema sanitario. También deberá reactivar la economía, reformar la reglamentación del sistema financiero de tal modo que evite otro derrumbamiento. Y reaccionar a la globalización. Es necesario solucionar esta cuestión: cómo establecer una protección social sin hacer proteccionismo. Los países escandinavos lo han hecho. Obama intentará conseguir el apoyo de los sindicatos, que están preocupados por la destrucción del empleo y el deterioro de los salarios.
—¿Diría que es necesaria una vuelta del Estado a la economía?
—Sí, ciertamente. En Estados Unidos son las empresas las que proporcionan a sus asalariados el seguro sanitario, la jubilación… El peso de la protección social debe transferirse al sector público para que las empresas sean más flexibles.
—¿Eso significa que habría que subir los impuestos?
—Habrá que ver qué gastos pueden reducirse para financiar nuevos programas de protección social. Los gastos vinculados a la guerra son un derroche. Los únicos beneficiarios son los traficantes de armas. ¿Eso será suficiente? En cualquier caso, el dogma según el cual el hecho de aumentar los impuestos es necesariamente malo, es inexacto. Los países escandinavos están entre los que viven mejor y tienen tipos impositivos muy altos. Y por eso precisamente tienen éxito. Porque tienen muchos recursos públicos y los gastan en la educación, la investigación y el bienestar de los ciudadanos. Y por eso su sociedad es más productiva y son más competitivos.
Si Obama llega a presidente, Estados Unidos irá entonces hacia más regulación y más impuestos. Sin embargo los países europeos, Francia entre ellos, se esfuerzan por hacer lo contrario.
No creo que Obama vaya tan lejos como los países escandinavos. Pero establecerá un nuevo equilibrio. Todo depende del tiempo que necesite para retirarse de Iraq. Si además, por otra parte, Estados Unidos reduce sus emisiones de dióxido de carbono, obtendrá recursos vendiendo derechos de emisión. Con una reestructuración del presupuesto federal y una reanudación del crecimiento, quizá no sea necesario subir más los impuestos. Pero hay un cierto consenso en Estados Unidos para gravar las rentas de las compañías petroleras, que son enormes, y no contribuyen eficazmente. Es un error de Bush haber disminuido los impuestos de los que tienen rentas altas. ¿Por qué a los que ganan dinero especulando se les grava menos que a los trabajadores? ¡Eso es lo que ha hecho Bush!