De la Redacción de ZOOM. A propósito de una nota de la socióloga Maristella Svampa publicado en el diario Crítica el 26 de abril pasado, se suscitó una polémica vía correo electrónico entre lectores y amigos de lectores de Revista ZOOM. Moderada y animada por Juan Salinas, transcribimos la rica polémica. En la subnota, el artículo que dio pie a este intercambio.
Caíto
Entiendo y comparto el punto de Maristella. Por supuesto que hay que defender la democracia, pero lo que me parece que no resiste análisis es la pretensión del gobierno de arrogarse ser la reencarnación (la representación) de lo «nacional y popular». No se puede confundir la opinión que el Peronismo en general y este gobierno en particular tienen de «si mismo» con lo nacional-popular (que para mí tiene que incluir también el aditamento de «democrático»), que debe ser una construcción histórica y social de una sociedad.
Yo parto del supuesto que ningún sector político tiene hoy el monopolio o la exclusividad de lo «nacional-popular» y que mucho menos puede «macartear» a otros a partir de trazar una «supuesta» línea divisoria, trazada a partir de si mismo (a partir de una «opinión» que tiene de si mismo). Este el punto más inaceptable de quienes están de un lado de la línea divisoria.
Los que no aceptamos esta arbitraria línea divisoria no decimos, ni Maristella tampoco lo dice, que el Peronismo o el Kirchnerismo no integra el campo de lo nacional-popular, simplemente no estamos de acuerdo que «desde ese lado» de la línea crean tener derecho a calificar que es lo «nacional y popular» y, lo que es peor, definir quienes son o no son nacionales y populares en la Argentina del 2008.
Sobre el Kirchnerismo comparto la definición muy general que da Escriba en ZOOM: «Para responder la primera pregunta vale la pena ampliar el foco. El kirchnerismo es la forma concreta que tomó en la Argentina la ola latinoamericana de gobiernos que actúan en base a la heterodoxia y que no cumplen de manera automática los dictados de Washington ni los de los otrora poderosos organismos internacionales de crédito. Nómbrelos usted.»
Si es así, entonces hoy Escriba tendría que coincidir conmigo que el Peronismo durante la época de Menem, «fue la forma concreta que tomó en la Argentina la ola neoliberal de gobiernos dóciles al dictado de Washington y de los otrora poderosos organismos internacionales de crédito».
Entonces, para terminar, un movimiento político que fue «nacional popular» entre 1983 y 1989, que entre 1989 y 1999, bajo la forma del «Menemismo» no representó lo nacional-popular sino, todo lo contrario, representó (con escasísimas disidencias internas, tal es así que muchos de los actuales funcionarios del Gobierno de Kirchner fueron funcionarios de Menem), la «economía social de mercado» y el debilitamiento y «abandono» por parte del Estado Nacional de sectores estratégicos de la economía (que pasaron a mano de poderosos grupos económicos multinacionales), y que hoy «vuelve a ser» «nacional-popular» a caballo de una «ola de gobiernos…» (y no sé «que será» dentro de 10 años…), no creo tenga autoridad para arrogarse la exclusividad de la representación que pretende y dictar clases sobre lo nacional-popular.
Lo que les pido es humildad: si ex-gobernadores de las provincias patagónicas (incluido Santa Cruz), apoyaron la privatización de YPF, por la promesa de la provincialización del petróleo y el cobro futuro de regalías (que obtuvieron), creo que más que dar clase de nacional y popular deberían hacer una autocrítica. Autocrítica que hasta ahora nunca escuché…
Gabriel Fernández
Svampa es heredera de las corrientes socialistas con concepciones integralmente europeas que condenaron toda asociación criolla —criolla, no nativa— como «política criolla» despectivamente.
Eso se percibe claro cuando encomilla al gobierno popular de Hipólito Yrigoyen como «gobierno popular». Es curioso que pese sobre el peronismo la acusación de hacer binaria y simple la política, cuando el binarismo simplificador proviene de las torpes lecturas marxistas de socialistas que, como Maristella Svampa, creen que la vida misma, absolutamente y desde los tiempos de los tiempos y hacia la eternidad, se fractura en dos.
Lo curioso es que nunca están de acuerdo con las opciones de esa parcela de la humanidad que dicen reivindicar. Porque resulta que los humildes «nunca entienden» que son una clase. Y tienen una visión compleja que incluye dependencias, soberanías, alianzas y movimientos. Podría pensarse, desde una visión más nacional, que ellos son más inteligentes que los herederos de aquél socialismo, hoy advenido en prestigiado autonomismo.
Svampa repite argumentos de los 30 y de los 40; pero la leen en la universidad. Tiene un lugar destacable en el mundo académico. Eso sí, es la vertiente clasista y autonómica de ese mundito.
Pedro Cazes Camarero
Gabriel Fernández estigmatiza la lectura de Maristella con los epítetos de «clasista» y de «autonomista».
No es necesario pertenecer a la elite académica para ser clasista y autonomista, personalmente creo merecerme esos mismos fustazos retóricos.
Aunque tengo dudas de qué quiere decir Gabriel cuando los profiere. En fin.
El espejismo de una sociedad sin dicotomías ni conflictos es el sueño dorado de todo autócrata. La ley de la política argentina ha sido que aquello que en Europa o los países centrales aparecía como positivo, progresista o avanzado, por estos pagos resultaba negativo y reaccionario.
Y viceversa. Figuras emblemáticas como Giuseppe Garibaldi, por ejemplo, que se mereció estatua frente al zoológico, en Italia es reverenciado por la izquierda y en sus andanzas por Uruguay, en contraste, estuvo combatiendo contra los federales y a favor de la secta unitaria de Montevideo, justamente anatemizada por San Martín en una célebre carta a Rosas.
Lo mismo pasó con don Juan Manuel y con Perón, descritos ambos peyorativamente como «dictadores» por el odio de los colonialistas y la oligarquía, mientras que cualquier observación objetiva (como la del estupefacto historiador Saldías, discípulo ingenuo de Mitre) puede constatar que ambos períodos fueron lo más democrático, pero en serio, que tuvo nuestra historia, permitiendo la irrupción de fuerzas sociales que eran mantenidas sojuzgadas y hasta negadas en su existencia.
Recuerdo la maravillosa síntesis provocadora del cantito de los ’70, «y llora llora la puta oligarquía/porque se viene la tercera tiranía». La tercera tiranía, asumida la jerga oligárquica en burlona inversión, era la democracia de masas que irrumpía nuevamente con el camporismo. Creo que, desde esta perspectiva, coincido sorprendentemente con la mirada de Gabriel!
Sin embargo, creo que la potencia heurística de la dicotomía «civilización vs. barbarie» tiene fuertes limitaciones si se pretende aplicarlas a martillazos en el análisis de coyunturas específicas: ¿era «popular» químicamente puro Yrigoyen? Tuvo sus buenos y malos momentos, diría yo. Fundó la democracia moderna argentina a tiro limpio en 1890, 1893 y 1905; y el petróleo nacional con YPF. Pero ¿y el baldón de la Semana Trágica de 1919 y la patagonia de 1921? ¿Qué decir de los varios miles de obreros asesinados tan difíciles de ningunear, y cuya generación siguiente integraron entusiasmados las filas peronistas?
El análisis de clase de orden dogmático tampoco es muy útil para dilucidar estas cuestiones, porque lo político sólo está determinado por lo social a través de múltiples mediaciones. Si examinamos el discurso de Maristella vemos que trata sobre discursos, o «relatos», como le gusta decir a Cristina K. Pero quienes, como yo, venimos de las ciencias duras, no nos gusta la exégesis de textos como fuente de saber: sabemos que los discursos existen y son delatores, el mío, el de Gabriel, del de Maristella, etc.; pero la mirada científica debería remitirse, por lo menos de cuando en cuando, hacia la realidad misma de la cual el discurso es al mismo tiempo una parte y una emanación.
Yo creo que lo «del campo» fue básicamente un lock out de ultraderecha, acompañado por la estridente música de fondo de los multimedios, destinado a romperle el espinazo a una medida levemente progresista de un gobierno plagado de contradicciones, y a deslegitimar el derecho de los electos democráticamente (burguesamente democráticamente, si lo desean) a desplegar ciertas medidas políticas fuera del mandato oligárquico. Digo levemente progresista, y no progresista, porque las retenciones son una imposición legítima pero sobre el producto, cuando un impuesto sobre la tierra sería por muchos motivos más equitativo con los pequeños productores agrarios. Y además queda fuera del tema qué hace el gobierno con la plata una vez cobrado.
Pero el ruido infernal de los medios estuvo además impregnado del gorilismo más abyecto, donde la cuestión racial forma parte histórica del «sarmientismo». La disputa simbólica de la Plaza de Mayo con los caceroleros no es inocua en términos de valor. Una y otra vez, la clase media urbana es lanzada contra el proletariado, en todos los países, cuando se discute el poder de verdad. Así pasó en España en 1936, en Alemania en 1933, en Argentina en 1830 y 1945… En la disputa que se vive contemporáneamente en la Argentina, la injuria de clase se correlaciona bastante con la injuria étnica, pero el uso retórico que el actual gobierno hace de la dicotomía es bastante moderado, abstracto, frente al frenesí desatado por la derecha. Este comportamiento asimétrico se debe, en mi opinión, a que sus políticas no resisten un análisis serio, ¿por qué no forman una junta nacional de granos y carnes? ¿por qué no resucitan el IAPI?¿por qué no eliminar los impuestos indirectos sobre los artículos del consumo popular? (para quedarnos en cuestiones netamente económicas y sin connotaciones sospechosas de socialismo).
Estar en contra del lock out no significa chuparnos el dedo respecto de estas cuestiones, no significa necesariamente apoyar al oficialismo. Significa saber de qué lado de la barricada uno quiere estar.
Gabriel Fernández
Al señalar a una franja del autonomismo como derivación de aquel socialismo, en verdad no estaba involucrando a la nueva izquierda surgida en los años 60. Pienso, francamente, que esas vertientes hicieron un esfuerzo importante por zafar de esa herencia y construir una izquierda nacional y latinoamericana.
De ahí que Pedro Cazes Camarero pueda coindicir, luego, «asombrosamente» conmigo. Es que no soy fascista. Ni autócrata, claro está. Considero que los conflictos son inherentes a la sociedad y es preciso situarse del lado popular de la barricada, como bien dice en su exposición.
A tal punto creo eso que trabajé un librito, titulado precisamente «Progresismo y Reacción» destinado a mostrar analíticamente ejemplos como los que Pedro señala aquí. Pero soy de los que piensa que siempre hay que ir más lejos en el pensamiento nacional: Jauretche, con Ortiz Pereyra. Scalabrini, con Saldías. Entonces, no hay «momentos» apenas sino procesos contradictorios en los que el punto más fuerte sale hacia adelante, hacia el perfil nacional popular.
Vamos: no tengo idea porque no me conozco tanto, pero quiero suponer, o pensar de mí, que así como sigo denunciando las cárceles hoy y su indudable connotación social, en aquel entonces hubiera armado batifondo por los hechos represivos durante el gobierno de Yrigoyen. Pero Yrigoyen, panorámicamente por así decir, era un esbozo saludable y progresivo de la política criolla nacional popular y latinoamericana en estos pagos.
No entiendo por qué Pedro adopta eso que llama «fustazos» como propios, cuando el gran esfuerzo de esa nueva izquierda fue salirse de aquél socialismo gorilón, declamativo, chantapufi, que operó como izquierda de la Sociedad Rural —fíjense qué cosa— en instancias trascendentes y decisivas para nuestra patria y nuestro pueblo. Pero bueno, cada uno recoge lo que su propio imaginario le señala.
Hablando de todo un poco: ¿qué quiere decir autócrata, para Pedro, en este marco? Bien: en cuanto al gobierno de Kirchner, creo que se trata, entre otras cosas, de una intersección entre la ebullición popular del 2001 y la vieja política de punteros, todo enmarcado y obviamente marcado, por la crisis generada por el modelo conservador lanzado por Martínez de Hoz (con preludio de Celestino Rodrigo) y concretada por Domingo Cavallo. Con Videla y Menem como articuladores políticos en cada caso. Por eso el gobierno cobra impuestos —pleno derecho estatal burgués nacional— y no forma las Juntas Reguladoras —creación revolucionaria del peronismo.
Pedro Cazes Camarero
Este intercambio de ideas me gusta mucho. No estaba acusando a nadie en particular de autócrata, estaba un poco paranoico porque por alguna misteriosa razón viene circulando una cantidad de ataques contra las diferentes vertientes del pensamiento autónomo. Me pongo el «sayo» porque me cabe, aunque es evidente que el autonomismo no es una identidad política, sino una peculiar mirada posible. Sigo pensando que una sociedad sin contradicciones de clase solamente es posible si no hay diferentes clases…y que la antinomia nac/pop vs oligarquía tiene ciertas limitaciones (no imposibilidades) como clave heurística.
Tengo mucho respeto por la profundidad del pensamiento de Maristella Svampa, sin coincidir necesariamente con muchos de sus puntos de vista. Creo que pertenece a una nueva generación de teóricos militantes que se esfuerzan por fundar científicamente sus exégesis, lo cual es sumamente respetable.
En una nota que les enviaré dentro de unos días, les hablaré de las redes distribuidas multijerárquicas que están cumpliendo empíricamente muchas de las nuevas expectativas para la organización y la emancipación.
Gabriel Fernández
Bueno, ya que estamos en esta polémica, me permito hacer una consideración breve: después de mucho tiempo, no logro aceptar la concepción de «ciencia» en referencia al comportamiento de conglomerados humanos, de personas, de clases sociales, de pueblos. Pienso que ahí sí hallaremos diferencias de cierta importancia. Desde el momento en que se hace en verdad imposible prever los acontecimientos históricos, pero los mismos suelen ser narrados con hilván lógico —como si se los hubiera previsto—, tal vez sería más interesante admitir con humildad que somos capaces de efectuar aproximaciones a través del análisis, pero no ciencia.
Es un tema a considerar.