Pistas talladas a mano

A 25 años del atentado a la Embajada de Israel, una parte de la larga investigación alrededor de los puntos oscuros que rodean al trágico día.

Ante un nuevo aniversario del atentado a la Embajada de Israel, un fragmento de la larga investigación de Juan Salinas. En las líneas que siguen se verá cómo el camionero Dorronsoro mete lo que el ministro Fayt presumió que eran los explosivos dentro del edificio y sus insólitas, desmemoriadas declaraciones posteriores. Se tomará conocimiento del crucial testimonio de Rubén Sedarri, que conmocionó al Gobierno de Carlos Menem, y de las primeras acusaciones contra iraníes. Y de la verdadera pista iraní que no se siguió porque apuntaba a un persa que desertó para colaborar con los servicios de inteligencia anglosajones.

 

Olvidos y omisiones incomprensibles

Luego de cotejar muchos testimonios, Fayt escribió que “surge incontrastablemente que el día del atentado, aproximadamente a las 8.30, se recibieron en la Embajada 97 cajas de cerámica de aproximadamente 20 x 20 cm cada una, sanitarios y varias bolsas de material ‘Klaukol’ (que) una vez ingresados se acopiaban en el vacum”.

 

El camionero Juan José Dorronsoro efectuaba repartos para la firma Neuberger Hermanos. Dijo que ese día, cerca de las 7.30, fue con su hijo Pablo Martín al depósito de la empresa (en la avenida Vélez Sarsfield 1891, esquina Australia, Barracas), donde cargaron “104 cajas de baldosas para ser entregadas en el edificio sito en Rivadavia y Callao (en esa esquina estaba y están el Congreso Nacional, la luego cerrada Confitería del Molino y un hotel, encima de un café que se llamó Suárez y El Recinto y se llama ahora Del Carmen) más 97 cajas de sanitarios y bolsas con pegamento, que debían ser entregadas en Arroyo 917”. (sic).

 

Dorronsoro dijo que llegaron la Embajada alrededor de las 8.30 y que como nunca había ido antes y la Embajada quedaba en Arroyo 910 y 916, al principio no encontró la dirección y “se detuvo sobre la acera izquierda” donde consultó a un policía, quien le indicó que era “en la vereda de enfrente” Y agregó que, subsanado ese error, “seis o siete empleados vestidos con ropa de trabajo” descargaron los materiales, colocándolos en la vereda, mientras otra persona “de chaleco gris claro” acercaba a la mercadería “un aparato tipo detector”.

 

“A raíz de lo expuesto —escribe Fayt— surgió la presunción de que los explosivos podrían haber sido colocados entre los materiales en la escala previa a la Embajada, motivo por el cual se dispuso ampliar la declaración de Dorronsoro”. En esta segunda declaración el camionero dijo que no había existido el riesgo de que los materiales se hubieran mezclado ni “posibilidad de confusión” porque las baldosas que había dejado “en la calle Rivadavia (sic)” eran de distinta marca, y bolsas solo había llevado a la Embajada.
Respecto de quién le había entregado los materiales en Neuberger Hermanos, Dorronsoro dijo que “no se trataba siempre de la misma persona”, que solía haber “un señor Emilio y otro señor paraguayo”, y que también trabajaban allí “el muchacho que manejaba la grúa, el guinche” que había cargado el camión “y el que controlaba la entrega, que le daban la factura (sic) y le indicaban si tenía que cobrar y cómo”.
Sobre la escala previa a su llegada a la Embajada, el camionero dijo que creía recordar que había sido en un hotel de Rivadavia y Callao, “sobre Rivadavia de mano izquierda”… un absurdo total ya que sobre esa mano yendo por Rivadavia antes de cruzar Callao está la Plaza Congreso, y después de cruzar, el Congreso propiamente dicho, que ocupa toda la manzana.

 

Su hijo Pablo Martín dijo que no se acordaba bien del recorrido que había hecho el camión ese día “ni las características de la parada intermedia” y repitió que en la Embajada le había llamado la atención que hubiera personal de seguridad con “un aparato detector de bombas”.

 

Más tarde —al parecer en 1997— se volvió a citar a declarar a Dorronsoro padre para que identificara in situ el lugar donde habría hecho la entrega de 104 cajas de cerámicos antes de ir a la Embajada. Muy sorprendentemente, Dorronsoro cambió abruptamente de discurso y dijo que, ejem, se había equivocado al decir que había hecho escala en Rivadavia casi Callao; que bien podría haber sido “en un edificio de frente de mármol negro, muy prolijo, ubicado en la calle Hipólito Yrigoyen, a unas tres o cuatro cuadras de la avenida Callao” aunque ¡qué memoria la suya! agregó que aunque creía haber hecho una entrega en ese edificio, no estaba seguro de haberla hecho aquel día aciago. En fin, que o se le había declarado un Alzheimer o se estaba burlando de su interrogador.

 

En cuanto al hotel al que se había referido repetidamente antes, ubicándolo en la avenida Rivadavia casi Callao, dijo ahora que le parecía que se encontraba “sobre la Avenida de Mayo, entre 9 de Julio y Perú, sobre la mano izquierda”, es decir, a más de un kilómetro de allí. Acto seguido, el desmemoriado camionero fue con un funcionario de la Corte a tratar de identificar el edificio de la calle Hipólito Yrigoyen, para lo que entraron a ella por Matheu y rumbearon hacia el Bajo. Dorronsoro identificó el edificio como el ubicado en el número 1961… donde el encargado les dijo que trabajaba allí hacía aproximadamente dos años, y que su antecesor había fallecido. Fueron entonces a recorrer la Avenida de Mayo, ingresando por Perú, pero Dorronsoro no pudo encontrar el hotel donde supuestamente habría descargado material antes de ir a la Embajada de Israel.

 

Respecto del edificio de la calle Hipólito Yrigoyen, ubicada su administradora dijo que podía dar fe que desde noviembre de 1987 nunca se habían hecho obras en partes comunes ni comprado materiales para el consorcio. Sin embargo, creyó recordar que para esa época (marzo de 1992) había obras en un departamento, el 3º B. Resultó haber sido así, pero el propietario dijo que los materiales los había comprado allí nomás, en Rincón y Rivadavia, no recordando el nombre de la empresa. Ubicado uno de los plomeros que participó en aquella obra recordó que todos los materiales habían sido comprados en Sanitarios Conesa, de la calle Rincón 25.

 

“Como se advierte —escribió Fayt con involuntario humorismo— el lugar exacto en que se llevó a cabo la entrega previa a la Embajada no pudo ser establecido de manera fehaciente…”. Lo que no puede sino provocar una pregunta incómoda: ¿Neuberger Hnos. no pudo informar a quién le entregaron ese infausto día 104 cajas de baldosas?

 

La misma Embajada de Israel que durante 23 años desistió de impulsar la investigación (y la entorpeció todo lo que pudo) ordenó pegar afiches con su firma en las carteleras públicas con la aviesa leyenda “Hace 23 años que llegó el terrorismo a la Argentina”.

 

Como si la dictadura exterminadora que había apoyado mientras miles de judíos eran secuestrados, torturados y asesinados, no hubiera sido terrorista.

 

Como si los asesinos hubieran venido de afuera.

 

Una hipótesis

Un escrito del 23 de diciembre de 1999 firmado por los ministros de la Corte Enrique Petracchi y Augusto Belluscio fundamentó su voto favorable al sobreseimiento —parcial y provisional— de la prostituta iraní Nasrim Mokhtari, y otro de Fayt, se refirieron al mismo episodio: el 19 de julio de 1998, al cumplirse cuatro años del ataque a la AMIA y a seis años largos del ataque a la Embajada, llamó por teléfono a la Corte Rubén Ignacio Sedarri, quien dijo tener datos que podrían resultar de interés para la investigación.

 

El día del atentado —dijo Sedarri al dar testimonio— había ido conduciendo una Ford F-100 y en compañía de un peón a entregar artefactos sanitarios a un comercio ubicado en la esquina sur de la calle Libertad con la avenida Córdoba. Al llegar por esta no había podido estacionar en el lugar donde habitualmente lo hacía —sobre la mano izquierda— porque ese sitio estaba ocupado por un “Peugeot 505 de color marrón, con vidrios polarizados de tonalidad medio violeta que permitía visualizar el interior”. Su conductor estaba fuera del vehículo, de pie junto a la puerta. Le pidió si lo podía mover un poco para hacerle lugar, pero el hombre se negó de plano, hablándole con acento israelí”, aclarando seguidamente —es de suponer que ante preguntas de quien le tomaba declaración— que el acento quizá también podría haber sido árabe, pero que a él le había parecido hebreo. Sedarri dijo que el hombre estaba muy bien vestido y visiblemente nervioso; que detrás de su camioneta estaba estacionado un Falcon celeste ocupado por cuatro personas; que un hombre con impermeable –era un día soleado- llegó corriendo desde el lado de Cerrito —desde la 9 de Julio— y sacó del bolsillo un aparato con antena del tamaño de un grabador de periodista que tenía dos luces, una roja y una verde; que este hombre cruzó unas palabras con quien estaba junto al Peugeot, quien le dio las llaves del vehículo; que el recién llegado se metió en el Peugeot, puso el aparato entre los dos asientos delanteros y arrancó, seguido por el Falcon, y que apenas habían cruzado Libertad cuando se escuchó un gran estruendo. Agregó Sedarri que atinó tomar el número de patente del Peugeot (que ya no recordaba) y a ver que la chapa del Falcon era de la Capital y comenzaba con un “1”. Que los dos automóviles continuaron su marcha hasta la calle Paraná, donde doblaron en dirección a la avenida del Libertador, perdiéndolos de vista.

 

Sedarri dijo que también perdió al hombre de acento medioriental que se había quedado a pie, y que quedó tan conmocionado por lo que acababa de ver, que luego de enterarse de la voladura de la Embajada de Israel, le contó a su madre lo que había visto, y que ella se lo contó a su hermano Luis Alberto, sargento 1º de la policía bonaerense, quien se desempeñaba en la División Sustracción Automotores de Vicente López. Que su hermano le pidió que fuera para allá y que una vez que llegó lo llevó ante el jefe de la división, el comisario (Miguel Ángel) Garello, y un subcomisario, a quienes les contó lo que había visto y les dio el número de patente del Peugeot.

 

Sedarri dijo que a las 21 los policías lo llevaron a la Casa Rosada, donde participó en una reunión en la que estaban presentes el embajador de Israel (Shefi), el ministro del Interior, (José Luis) Manzano, el juez federal de San Isidro José Roberto Marquevich, el jefe de la Policía Federal (Jorge Luis Passero), el comisario Garello; un subordinado suyo, un subcomisario, y su hermano. Que en esa reunión se enteró que el Peugeot cuya patente había dado era robado y tenía pedido de secuestro, y que al día siguiente lo llevaron al Departamento Central de la PFA, donde dio información para confeccionar dos identikits.

 

Pocos días después del atentado a la AMIA, el comisario Garello se puso en contacto con él y le pidió que acudiera a la Brigada de Investigaciones del Tigre, donde era el jefe, y le pidió que repitiera su relato, esta vez en presencia de quien les presentó como personal de la SIDE y del Ministerio del Interior.

 

Para verificar la veracidad de sus dichos, la Corte se puso en contacto con tres compañeros de trabajo de Sedarri en la época de los hechos, y con un empleado del comercio de Córdoba y Libertad que había recibido las mercancías transportadas por él aquel martes 17 de marzo, todos los cuales ratificaron que Sedarri ya les había contado la misma historia entonces.

 

Uno de los empleados, Aníbal Candia, dijo que había visto al hombre que estaba junto al Peugeot y que se negó a moverlo para hacerle lugar a la F-100 de Sedarri, que creía haberlo visto discutir poco antes con otro conductor por alguna cuestión relativa al tránsito y que había vuelto a mirarlo cuando Sedarri le contó que se negaba a hacerle sitio para descargar. Dijo que estaba tenso, vestía traje, llevaba anteojos de aumento, tenía los ojos rasgados, un poco achinados, pelo corto negro lacio y algunas canas.

 

A su turno, Sedarri confirmó que el Peugeot 505 marrón había sido robado “a mano armada… uno o dos días antes” de la voladura de la Embajada, que tenía pedido de secuestro por una denuncia radicada en la comisaría de Haedo y que un comisario había ubicado a su propietario.

 

Fayt detalló las infructuosas gestiones hechas por la Corte para identificar al automóvil en cuestión, dejando en evidencia la ineficacia de la Policía Bonaerense. También dejó constancia Fayt que la Corte le pidió a los Bomberos de la PFA un informe sobre la factibilidad técnica que podría “haber existido en aquella época de activar los explosivos situados” en la Embajada “a través de un sistema de control remoto” hecho funcionar desde Córdoba y Libertad (aproximadamente a un kilómetro de distancia). El Cuerpo de Bomberos respondió que era posible, aun cuando para ello era necesario “involucrar como nexo… un elemento tan falible como lo es el factor humano, representado por la presencia ineludible de un observador que, basándose en apreciaciones de sus sentidos, a su vez debería transmitirlos (las apreciaciones, no los sentidos) a quien en definitiva desencadenaría a distancia los procesos conducentes a la reacción de la carga explosiva”.

 

Dicho de otro modo, que como los teléfonos móviles estaban todavía en pañales, parecía imprescindible la participación de alguien dotado de walkie-talkies o aparatos de radio similares a los utilizados por la Policía.

 

La primera pista iraní

Apenas cuatro días después del 17-M, una denuncia anónima acusó a Walter Bordelli de haber preparado la pick-up Ford F-100 que se habría utilizado como coche-bomba. La carta se encuentra agregada a fojas 2391 y está fechada el 21 de marzo. Fue remitida a la Corte Suprema por la Comisaría 22ª, con jurisdicción en el barrio de San Telmo, el más antiguo de la ciudad. Los policías informaron que les fue entregada por la secretaria de la Iglesia Sueca ubicada en la calle Azopardo 1428, frente al diario Crónica, muy cerca del Parque Lezama, Puerto Madero y la Dársena Sur.

 

La mujer dijo que había encontrado la carta en el buzón de la iglesia. En ella, un tal “Fabián”, que se manifestaba amigo de Bordelli, aseguraba que este (domiciliado legalmente no muy lejos de allí, en la avenida Patricios) había sido contratado un mes y medio antes del atentado por un tal Kamut Ibrahim, quien le había encargado que hiciera ciertas modificaciones a una pick-up F-100. El tal Ibrahim, puntualizó la carta, utilizaba una cupé BMW y le había presentado a Bordelli a varias personas de nacionalidad iraní, entre ellas a una mujer de 24 años llamada Karina, con la que Bordelli había comenzado a intimar.

 

La carta de “Fabián” sostenía hasta poco antes de ser utilizada en el atentado, esa F-100 había estado guardada en el garaje de un tío de Bordelli, de nombre “Rubeiro Da Luz”. Como se recordará, el agenciero Roberto Barlassina había dicho que le había vendido la F-100 sospechada de haber servido de vehículo-bomba a un tal “Ribeiro Da Luz”. Según la carta, apenas se produjo al atentado Walter Bordelli se dio cuenta de que el vehículo-bomba utilizado era la camioneta que había reparado y había estado guardada hasta pocos días atrás en un garaje de su tío, así como que en el atentado estaban involucrados sus amigos iraníes.

 

Al mismo tiempo —continuaba la carta— estos, los iraníes, se habían dado cuenta de que Bordelli los consideraba involucrados en el atentado, por lo que uno de ellos lo había ido a buscar en una motocicleta Kawasaki Ninja de mil centímetros cúbicos de cilindrada y lo había amenazado de muerte para que mantuviera la boca cerrada. Al mismo tiempo —después del palo, la zanahoria— le había ofrecido dinero para que se casara con “Karina”, así como pasajes para ambos a fin de que se instalaran en Kuwait, donde le prometió un trabajo remunerado en 1.500 dólares mensuales, narró el anónimo.

 

Bordelli, sin otras alternativas, había aceptado el ofrecimiento, afirmaba “Fabián”, que terminaba diciendo que si había escrito la carta era solo porque estaba convencido de que su amigo estaba en grave peligro de muerte. (Curiosamente, Walter Bordelli sería puesto como testigo de la veracidad de sus dichos por un sospechoso de haber intervenido en el atentado a la AMIA, Alberto Jacinto Kanoore Edul. Bordelli era un vendedor de Centro Automotores, un concesionario de la marca Renault de la avenida Córdoba al 5000, podía dar fe de que había preguntado precio por una camioneta Trafic con anterioridad al ataque, alegaría Edul, un comerciante de uniformes e indumentaria de trabajo que llamó a Carlos Alberto Telleldín el domingo 10 de julio de 1994, el mismo día que este traspasó la Trafic de la que se dijo que había servido como vehículo para demoler la mutual judía).

 

En febrero de 1993, el Departamento de Delitos Federales de la PFA le pidió a la Corte Suprema que le enviara el original de la carta para hacer en ella pericias scopométricas. Argumentó sospechar que “Fabián” era Ernesto Luis Ramellini, uno de los amigos de Bordelli. Y Pedro Foglia, perito de la PFA, dictaminó que, efectivamente, Ramellini era el autor de esa misiva. La Corte citó a Ramellini a prestar testimonio. Este recién acudió a la segunda convocatoria pues, dijo, cuando llegó a su casa la primera cédula, no se encontraba en el país, sino en Colombia.

 

Ramellini negó vehementemente haber escrito la carta, y le ofreció a la Corte Suprema una hoja de la que, dijo, era su agenda personal, a fin de que pudiera cotejarse su letra manuscrita con la firma de “Fabián”. La Corte aceptó el pedido, y como el cotejo dio negativo, archivó la denuncia.

 

Más allá de lo formal, y si de fue Ramellini el autor de una carta cuyo contenido no se había encontrado que se correspondiera con la realidad, es decir que era esencialmente falso (jamás pudo comprobarse que el supuesto persa Ibrahim o el tío Rubeiro Da Luz tuvieran existencia física) quedó flotando una obvia pregunta sin respuesta: ¿Quién, más allá de los terroristas, podría estar interesado en desviar las investigaciones hacía un fantasma iraní poseedor de una no menos fantástica camioneta F-100?

 

La verdadera pista iraní

La posibilidad cierta de que se produjera un atentado contra la Embajada de Israel fue puesta en conocimiento de funcionarios de esa sede diplomática a principios de marzo, 13 o 14 días antes de que ocurriera, es decir con una anticipación de dos semanas. Quien lo advirtió fue Dalila Dujovne, una ciudadana israelí, hija de un prestigioso filósofo, León (especialista en las vidas y obras de Baruch Spinoza y Martín Buber) y prima de Alicia Dujovne Ortiz, una excelente escritora (al menos para mi gusto y a pesar de que abomina de su tío Raúl Scalabrini Ortiz), residente en París. Para más inri (es decir, escarnio, en recuerdo del cartel que los romanos pusieron en la cruz en la que clavaron a Jesús, siglas de la expresión “Rey de los judíos”), tampoco por sus méritos personales Dalila era una persona cualquiera: había sido soldado del Tshal, las Fuerzas de Defensa de Israel, seguía siendo reservista y había sido empleada de la propia Embajada. Además, hablaba farsi y era una entendida en la cultura persa. ¿Qué más podía esperarse?

 

“No me llevaron el apunte”, repetía, mortificada, una y otra vez en las varias ocasiones que fue a visitar al autor al tercer piso de la agencia Télam a comienzos de 1998. Hacía ya tiempo, posiblemente dos años, que había prestado testimonio en la Corte y acusaba a Rubén Beraja de haberle pedido que mintiera en lo que respecta a las condiciones de seguridad de la sede diplomática, que decía eran prácticamente inexistentes. Dalila se pregunta una y otra vez por qué, por qué razón Israel no había hecho nada para prevenir ambos ataques.

Recordaba con sarcasmo que cuando lo conoció, el abogado de la AMIA, Luis Dobniewski, le preguntó: “¿Así que vos sos la Wilson Dos Santos de la Embajada?”, comparándola con el taxi boy y servicio brasileño que había pasado el aviso de que se venía otro ataque contra un edificio de la colectividad judía en Buenos Aires en los consulados argentino e israelí de Milán sin que le hicieran caso. Dalila repetía que le había avisado dos semanas antes a una alta funcionaria de la Embajada, Shoshana (Susana) Poch, que el jefe de la naviera iraní en Argentina, “Majid Mashadchi (como realmente, pudo averiguarse, se llamaba; ella lo transcribía fonéticamente como “Machani”)” le acababa de comunicar que algo muy grande iba a suceder el 17 de marzo y que el objetivo sería “un blanco judío”.

 

“No conseguí que me llevaran el apunte”, repetía. “Israel estaba sobre aviso de que podía ocurrir algo como lo que ocurrió, y no hizo nada para impedirlo”. Es más, su advertencia ni siquiera había conseguido que se mejoraran las medidas de seguridad de la Embajada, que “eran prácticamente inexistentes” (no la habían palpado de armas ni revisado con el detector de metales), suponía que a causa de las refacciones que se estaban llevando a cabo en el edificio.

 

Según dijo en aquella época un vocero oficioso de la Corte Suprema, el de Dujovne era “quizás el testimonio más sólido que relaciona a los iraníes con el crimen”. Dicho vocero también aprovechó para quejarse de que “los servicios secretos israelíes jamás nos hayan hecho saber qué pudieron averiguar acerca de quiénes y cómo cometieron el atentado”.

 

“Lo que más sorpresa me causó y me sigue causando es que, con posterioridad a la consumación del atentado y hasta hoy, jamás personal de la Embajada de Israel haya intentado siquiera ponerse en contacto conmigo”, razonó Dalila. “Hacen como si ignoraran que yo les advertí con dos semanas de antelación que era posible que sucediera algo muy grave el 17 de marzo”, insistió. Fue a causa de este, “para mí, incomprensible desinterés por parte de Israel”, explicó a continuación Dalila, que recién declaró ante la Corte Suprema cinco años después del ataque, el 3 de abril de 1997, a instancias de Beraja.

 

En un extenso diálogo con el autor, Dalila Dujovne ratificó las partes sustanciales de aquella declaración, cuya copia presentó, pero en cambio rectificó otras, aun a sabiendas de que podía ser acusada de falso testimonio. “Beraja me insistió mucho para que dijera ante los ministros de la Corte que cuando había ido a la Embajada y me entrevisté con Shoshana Poch, las medidas de seguridad que se tomaban para identificar a las personas que ingresábamos eran meticulosas. Y, la verdad, eran prácticamente inexistentes”, dijo, manifestándose “muy mortificada” por haber mentido en este punto al decir que había entrado al edificio “por una puerta ubicada en el frente, en el costado derecho, bajo control estricto”.

 

Dujovne recordó que había trabajado años atrás en ese lugar y que lo conocía muy bien en “todos sus recovecos, y que por eso puedo decir con certeza que cuando llegué muy agitada a contar que Mashadchi me había advertido insistentemente que el 17 de marzo ocurriría algo muy grave, me llamó mucho la atención que casi no hubiera medidas de seguridad, puesto que cuando yo trabajé allí sí las había, y muy estrictas”.

 

“Beraja también me pidió que no dijera que había trabajado en la embajada ni que era reservista del Tshal, pero en estos casos, por suerte, no me vi obligada a mentir… porque no preguntaron al respecto. Me límité a no decirlo”. En cambio, ratificó el resto de su testimonio, e incluso individualizó correctamente por primera vez ante un periodista el nombre y apellido de su informante iraní. Explicó al respecto que ante la Corte lo llamó por error “Machani”, tal como ella lo recordaba, pero que posteriormente encontró un papel en el que lo había anotado correctamente.

 

Según el relato que hizo ante la Corte, salpicado por algunas pocas precisiones que le pidió el autor, a principios de 1992 Dujovne trabajaba en la Marítima Robinson y en febrero, al regreso de sus vacaciones en la Patagonia, encontró en su contestador telefónico un mensaje en inglés de Mashadchi, a quien no conocía y que le había dejado dicho que quería verla por un asunto de negocios. Tras arreglar una cita con él, acudió a verlo “el 2 o el 3 de marzo” a las oficinas de la (Islamic Republic of) Iranian Martitim Shipping Lines, que se encontraban “pegadas a las de la marítima croata” en el edificio de la naviera J.E. Turner & Co., en Reconquista al 500.

 

“Resultó ser un señor muy bajito, de entre 40 y 45 años, que me recibió en un despacho decorado por sendos retratos de (Rulloah) Jomeini y (Ali Akbar) Rafsanjani. Al presentarme, le dije que amaba a Irán, país que había tenido la suerte y el honor de conocer, y donde incluso visité la tumba del profeta Alí, en la ciudad de Madhad”. Después de especializarse en filosofía musulmana y judía, en 1978, Dujovne, efectivamente, había recorrido Irán. Por entonces todavía reinaba el Sha Rezha Palevi, un firme aliado de los Estados Unidos e Israel. Un año más tarde el Sha fue derrocado por una insurrección popular que instauró una república islámica bajo la tutela del imam Jomeini.

 

“Después de estos preámbulos, le pregunté en qué podía servirle, y él me dijo que necesitaba una cotización para que diez adultos y cinco chicos viajaran a Puerto Montt, Chile, antes del 17 de marzo. Me extrañó que no se la pidiera a la agencia de viajes con la que trabajaban habitualmente la embajada y las empresas iraníes. Se lo dije, pero él me respondió que quería comparar precios”, narró. Mashadchi buscaba un viaje en barco que fuera directamente a Puerto Montt, sin atravesar fronteras terrestres. Al día siguiente, Dujovne le informó que no podía ayudarlo, puesto que en cualquier caso los viajeros debían atravesar la frontera por vía terrestre y llegar a Puerto Montt en un ómnibus chileno.

 

“No, así no me sirve”, dice que le respondió el iraní. “Su respuesta hizo que creciera mi intriga acerca de los verdaderos motivos que lo guiaban y decidí hacerle saber que era judía, a ver qué pasaba. Lo hice ‘al bies’, comentándole que me apenaba mucho haber estado en Irán y no haber podido visitar la ciudad de Jamadam, donde está la tumba de la reina Esther. Y agregué que ese era el nombre de mi madre”.

 

“Actúa, traiga plata”

Tras cerciorarse de que Mashadchi sabía que era judía, Dujovne comprobó que, lejos de callarse la boca, el iraní se puso más locuaz. Siempre en inglés, le dijo que él mismo iba a ser uno de los viajeros, junto a otros dos compatriotas, sus respectivas esposas e hijos. “Y que el motivo del viaje era que, por razones políticas, ninguno de ellos quería regresar a Teherán ni tampoco permanecer en Buenos Aires, donde creían estar al alcance de posibles represalias del gobierno iraní. Me decía que en Irán estaban matando a mucha gente”.

 

“Me tengo que ir porque el 17 de marzo va a pasar algo terrible”, dice Dujovne que le dijo el hombrecito. “¿Qué es lo que va a pasar?, le pregunté. Y él me dijo que no me lo podía decir, pero que me grabara una fecha, el 17 de marzo. Lo recuerdo muy bien porque la escena era muuuuuy rara: Mashadchi en ese momento se tendió sobre el escritorio, apoyó la cabeza sobre los brazos y dijo varias veces sin mirarme, para adentro pero en voz alta, seventeen march”. Dujovne dijo que, aunque le insistió a Mashadchi para que le contara qué iba a pasar el 17 de marzo, él le dijo que para decir más, necesitaba dinero. “Me dijo que lo necesitaba para radicarse con su familia en Chile. Y después me despidió diciéndome en un mal castellano: ‘Actúa, traiga plata’”.

 

Tan pronto salió de las oficinas del edificio Turner, dijo, fue a la Embajada de Israel. “Fui con la rara sensación de que Mashadchi no me había mentido, qué sabía que iba a ocurrir algo muy malo el 17 de marzo y que, efectivamente, quería dinero para irse de la Argentina. Aunque en ningún momento me dijo que sabía que se iba a cometer un atentado contra la Embajada de Israel, yo deduje que se refería a un ataque antijudío, y por eso fui de inmediato a la Embajada”.

 

Repitió que no tuvo inconvenientes para entrar al edificio solo con mostrar el documento, y que las medidas de seguridad eran inexistentes. Tras decirles a varias personas por encima lo que había pasado, fue recibida en una oficina por Shoshana Poch. “Aunque le conté todo y le insistí en que quería hablar con algún responsable, con alguien de la seguridad, no me llevó el apunte. Decía que estaba harta, podrida de los árabes que ofrecían información a cambio de dinero. Yo protesté. Le dije que Mashadchi no era árabe sino iraní y que era el mismísimo jefe de la Iranian Shipping Lines. Incluso le dije que a lo mejor estaba en preparación un ataque a la propia Embajada. Pero no me hizo caso”.

 

Para Dujovne, Israel podía esperar una represalia de parte de Irán, porque hacía poco más de dos semanas que tropas israelíes habían matado en el sur del Líbano al secretario general de Hezbolá, Abbas Musawi, a su mujer y a su hijo de cinco años. “Musawi, tengo entendido, era pariente en línea directa de Jomeini”, comentó. También dijo que se había enterado que después del ataque a la Embajada, Mashadchi había participado de la Feria del Libro “al frente de una delegación aluíta, la secta que gobierna Siria”.

 

Pero lo que Dujovne no podía entender era que “casualmente, Shoshana Poch no fue a trabajar” ese infausto 17 de marzo. Y, menos todavía, por qué nunca había declarado en la causa. “Poco después del atentado, la trasladaron a la embajada en Montevideo. Y tengo entendido que no pasó mucho hasta que se jubiló”. La conclusión de Dujovne fue estremecedora: “Muchas veces pienso que Israel sabía que se iba a producir el atentado. Y que no hizo nada para impedirlo”.

 

Lo que se investigó

“Cuadra tomar debida nota de que algunas de las sorprendentes revelaciones de la señora Dujovne vienen siendo puntualmente verificadas por el tribunal. Efectivamente, ha sido comprobado… que la compañía naviera iraní… funcionaba… tal como lo declaró la testigo… que dejó de operar tiempo después (y) que el gerente de la empresa era la persona que responde al nombre de Machani (se escribe un poco diferente) también como ella lo indicó (y) que este sujeto fue inquilino de un departamento ubicado en la avenida del Libertador (2254, según especificó el abogado Horacio Lutzky en su libro ya citado) a cuyos efectos firmó un contacto de locación a partir del año 1991, pero que lo rescindió poco después de ocurrido el atentado y salió del país. Existían indicios de que se trataría de un disidente del régimen iraní que actualmente tendría residencia en la ciudad de San Pablo, Brasil, hallándose en curso tareas de inteligencia a estos efectos”. Tal fue la enumeración que hizo el abogado de la DAIA, Rogelio Cichowolski, al presentar su ya mencionado “Tercer informe sobre el estado de las actuaciones judiciales…”.

 

“Destaco especialmente que la señora Dujovne dijo al tribunal que cuando recibió la advertencia de un inminente ataque concurrió de inmediato a formular la denuncia a la Embajada de Israel, donde fue atendida por la señora Susana Poch, quien le impidió el acceso a algún funcionario de superior jerarquía”, puntualizó Cichowolski. “Consta en la causa que a requerimiento de la Corte, la Embajada de Israel negó conocer el lugar de residencia actual de Susana Poch. Sin embargo, de la declaración testimonial prestada hace pocas semanas por el rabino Mario Rozjman surge que Susana Poch se desempeña actualmente en la Embajada de Israel en la República Oriental del Uruguay”, apostilló.

 

Cuando por fin, a las cansadas, la señora Poch declaró ante la Corte, dijo no recordar haber recibido a Dalila, a la que reconoció conocer, y agregó que cuando fue secretaria del embajador, entre 1976 y 1989 (es decir, durante toda la dictadura y todo el gobierno de Raúl Alfonsín), era frecuente recibir cartas “dando a conocer conspiraciones”, pero que lo recordaría si hubiera ocurrido poco antes del 17-M, señaló el ministro Fayt.

 

Mashadchi se había ido del país rumbo a Irán a principios de julio de 1992, época en la que también la naviera iraní se fue de Buenos Aires y se radicó en Río de Janeiro, según informó el DPOC. Al parecer, el destino de los Mashadchi había sido Londres, informó la Dirección Nacional de Migraciones. Consultado, el Reino Unido comunicó que no podía confirmarlo.

 

Dalila fue convocada por la Corte para ampliar su declaración. Dijo que lo lógico era que los Mashadchi hubieran salido del país en autobús hacia Chile, como le había hecho cotizar, que había podido averiguar que Majid era profesor de inglés y que probablemente hubiera conseguido trabajo en Londres en una cadena especializada en enseñarle el idioma de Shakespeare a chiítas de la India y Pakistán cuyo nombre podría ser “Tabliq”… Y en ese punto parece haber quedado todo, acaso porque se haya averiguado que el petiso Majid era, efectivamente, un disidente, enemigo del gobierno de Teherán, y que acaso su advertencia, como la de Wilson Dos Santos, haya estado “plantada”.

 

Lo cierto es que Israel jamás movió un dedo para que esta investigación avanzara.

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