Dicen los historiadores mexicanos que varios de los ex mandatarios “cultivaron a pulso el escarnio de sus antiguos gobernados, pero lo que no ocurría, tal vez desde los tiempos de Francisco I. Madero, es que el presidente de turno fuera blanco de críticas cáusticas, e incluso insultos, en los medios de opinión”. Pero este 1º de diciembre, fue la primera vez que un mandatario asumió el poder en medio de una sordina de chiflidos y con más de 100 mil personas marchando en su contra.
En una inédita ceremonia privada realizada en el primer minuto del día en la residencia
presidencial Los Pinos y mientras el Parlamento continuaba ocupado por legisladores, Felipe Calderón asumió la presidencia de México de manos del mandatario saliente, Vicente Fox.
Durante el acto, que duró unos cinco minutos, Fox entregó la banda presidencial simbólicamente a un militar, luego recibió de otro la bandera que se le dio en custodia cuando asumió y dio por terminada su presidencia.
Inmediatamente, Calderón recibió una bandera de un cadete, la que juró honrar, servir y defender con su vida si era necesario. La inusual asunción presidencial se debió a que en la sala de sesiones de Diputados, el lugar donde normalmente asumen los presidentes, legisladores del partido de Calderón, el de Acción Nacional (PAN), derechista, defendían el control de la tribuna ante el asedio de los opositores del Partido de la Revolución Democrática, agrupación que denunció fraude electoral en julio.
Un intento de acuerdo para superar la confrontación fracasó a última hora del día anterior y el oficialismo resolvió sorpresivamente que Calderón asumiera en la residencia de Los Pinos.
No obstante, voceros del PAN citados por Ansa dijeron que durante la mañana Calderón llegará al Congreso para la ceremonia prevista por la Constitución.
«No ignoro la complejidad de la situación política y nuestras divergencias, pero estoy convencido de que hoy debemos poner fin a nuestros desacuerdos», expresó Calderón en un discurso breve al país, después de ser abrazado por su predecesor, Fox, que sonreía mientras el sonido de los chiflidos obligaba al nuevo presidente a dar su discurso de juramento a los gritos y con una actitud como de quien está dando una dura advertencia.
Los diputados del PAN y de la izquierda conservaban en tanto posiciones en la sede del Congreso, los primeros para intentar que la tribuna estuviera disponible para el nuevo presidente, los otros para impedir la ceremonia habitual de investidura.
La justicia electoral rechazó las denuncias del PRD y su reclamo de un nuevo escrutinio de las elecciones de julio, ante lo cual esa fuerza y sus aliados nombraron a su candidato presidencial, Andrés López Obrador, «presidente legítimo» de México.
Al cierre de esta edición la izquierda debatía si realizará una nueva manifestación en el Zócalo, la plaza central de Ciudad de México.
En la ceremonia de asunción en Los Pinos, luego de recibir el mando Calderón le tomó juramento a los secretarios de Gobernación, Francisco Javier Ramírez Acuña; de la Defensa, Guillermo Galván Galván; de la Marina, Mariano Francisco Saynez Mendoza, y de Seguridad Pública Federal, Genero García Luna.
Posteriormente, el ya presidente en funciones dirigió un mensaje a la nación que había grabado previamente, en el que subrayó que con la ceremonia realizada se había iniciado el proceso de toma de posesión que culminará con la jura ante el Congreso.
En su primer mensaje como presidente, Calderón invitó a los mexicanos a «construir un México distinto y mejor, un México ganador».
«Hoy concluye un largo camino e inicia otro. Invito a todos los mexicanos a construir un nuevo capítulo de la historia nacional», añadió.
Reiteró que cree «en un México ganador, fuerte y seguro de sí mismo, orgulloso de sus riquezas naturales y de su historia, de su cultura y de su identidad, sobre todo fortalecido con el carácter invencible de su gente».
Nadie dijo que fuera fácil. Quien esta dispuesto detentar el cetro de la república se arriesga a que su nombre sea la invocación de injurias y malos recordatorios. Un riesgo profesional de los presidentes mexicanos es que al terminar su mandato, los tribunales de la inquisición popular los condenan al fuego eterno del desprecio colectivo.
El que se va: un gerente de Coca Cola con pocas luces
Fox llegó al poder en el año 2000, después de unas elecciones que pusieron fin a más de siete décadas de régimen hegemónico del Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El triunfo de Fox, quien más que político era y sigue siendo, un empresario y hacendado con finca, caballos y botas de vaquero, generó expectativas de cambio muy altas entre los mexicanos, por la tan esperada transición democrática. Trató de parecerse a una promesa del cambio, el fin de una cultura política cerrada y hegemónica, y el comienzo de una etapa nueva y esperanzadora.
Pero el deterioro de las condiciones de vida de la sociedad mexicana con las imposiciones de un modelo organizado en base a las funciones de Estados Unidos en temas fronterizos, migratorios y económicos, permitieron el desarrollo de un movimiento social con una dinámica que ha tenido expresiones de todo tipo.
Las indígenas, como el alzamiento zapatista de 1994, su resistencia durante más de una década; la emergencia actual de la resistencia civil contra el presunto fraude de julio y las huelgas docentes en Oaxaca que comenzaron un mes después de las elecciones presidenciales y que en la actualidad su represión aún registra un saldo de 304 detenidos de la Asamblea Permanente de los Pueblos de Oaxaca, 141 mujeres, hombres y menores enviados al penal de Nayarit (al otro lado del país), en una cruel e innecesaria política, similar a la practicada por la dictadura porfirista.
Además, las investigaciones por las violaciones a los derechos humanos desde la gran represión del 14 de junio, cuando se intentó desalojar la sentada magisterial en el centro histórico, no han avanzado mientras Oaxaca vive un virtual estado de sitio.
Para los analistas Fox se caracterizó por «su falta de habilidad para negociar con los diferentes actores políticos, para reconocer quiénes eran sus interlocutores y cómo dialogar con ellos». Lo que hubo entonces fue un forcejeo permanente entre el presidente, que decía que el Congreso no lo dejaba aprobar las reformas estructurales, y los legisladores que lo acusaban de su incapacidad para la negociación política.
El final un sexenio en el que se modificó poco o nada el equilibrio entre los tres poderes institucionales y sin transformaciones en la forma de ejercer el poder político en México, donde todavía hay niveles muy altos de corrupción y violencia mafiosa.
Ése es el México que está quedando detrás del muro que Estados Unidos construye en su frontera sobre el Río Grande, la primera economía de América Latina con una de las crisis institucionales más grandes de su historia a fuerza de la movilización popular y el repudio de amplias franjas de la población. Lo más llamativo de todo es que recién está empezando y nadie se anima a asegurar su desenlace.