«El nacionalismo de ustedes se parece al amor del hijo junto a la tumba del padre; el nuestro, se parece al amor del padre junto a la cuna del hijo (…) Para ustedes la Nación se realizó y fue derogada; para nosotros, todavía sigue naciendo.»
Arturo Jauretche
Los resultados de las PASO dejaron estupefactos a más de uno. Se anunciaba una pequeña diferencia a favor de Alberto Fernández, que de tan pequeña se parecía mucho a la paridad, según la palabra de las distintas encuestadoras. Qué cuestionada será ahora su credibilidad, desde que ninguna pequeña porción del total parece ser representativa del todo de una sociedad que se decidió a patear el tablero. Una pequeña parte no es igual al todo, vaya que lo demostró esta elección. Que obliga a tomar en serio más que nunca esa máxima gestaltniana: El Todo (y el Frente de Todos) es mucho más que la suma de las partes. El microcosmos de los sondeos dejó afuera un resultado abrumador. El peronismo perforó su techo, Cambiemos se quedó en su tercio del electorado.
El Presidente Macri reconoció el mal desempeño electoral y la derrota sin resultados oficiales. Mandó a sus correligionarios a dormir, en una consigna que escenifica, tal vez como ninguna otra, la esencia de su modo de entender la política. De la cama al living, como diría Charly García. En un microcosmos y realidad paralela que ayer se revelaron como un ridículo circulito rojo. Por lo chiquito y huérfano de contenido. También, se cristalizó su forma de entender la política como gestión acéptica, sin llamados a la participación. Rehuyendo ámbitos de expresión colectiva e ideologías, nadando en su propio vacío. Y, sin embargo, el voto de Cambiemos supo, poco tiempo atrás, reproducirse con una gran capilaridad, llegando e imponiéndose en el devenir de muchos ciudadanos que lo votaron con expectativas genuinas de cambio en 2015 y lo revalidaron dos años atrás. El peronismo podía movilizar multitudes en la avenida 9 de julio en marzo del 2017, pero llegadas las elecciones legislativas triunfó Cambiemos. Épocas de ajuste gradualista, la peor cara de la crisis económica aún no se había materializado. El peronismo movilizaba, te metía doscientas mil personas en una manifestación, pero a Cambiemos lo votaba el ciudadano suelto, el vendedor de flores, el taxista, el empleado de comercio, el oficio que quieras. El voto microsocial, esas personas que no se reconocen como parte de ningún colectivo militante.
Yo lo voto, rezaba el latiguillo que tiró en la última semana previa a las PASO, Mauricio Macri y Juntos por El Cambio. El voto por ósmosis apostaba a mantener la fidelidad del votante suelto, desprovisto de ideología, volátil en sus preferencias. Fracasó la estrategia y es fácil decirlo con el diario del lunes. Uno como simple observador, podía notar que, en los grupos cotidianos con que interactúa, los macristas convencidos comenzaron a llamarse a silencio. Aún conservando la lealtad del voto al gobierno, no se iban a esmerar en convencer al otro. O lo intentarían sin mucha convicción de lograrlo.
El sábado anterior a la elección, sonreí al oír en la fiambrería al empleado, mientras cortaba unas fetas de jamón cocido, decir a los clientes: Mañana, voten bien. Las personas que escucharon, sonrieron y asintieron no visualizándose ninguna grieta y sabiendo perfectamente a lo que se estaba refiriendo. Voten bien, escuché en otros lugares, arriba de un taxi, entre los padres de una escuela, en un bar de parroquianos de Almagro. Si en algo se caracterizó este último tramo previo a las PASO, fue que en varios ámbitos microsociales escuché a gente blanqueando su voto, por cierto opositor. El voten bien le ganó al yo lo voto. Es que el gobierno de Cambiemos logró volverse insoportable para una gran cantidad de gente del común. Cuando se vacía la heladera y la plata no alcanza ni para llegar a mitad de mes, parece disolverse toda posibilidad del discurso sobre valores republicanos y el fantasma de autoritarismos populistas. Hablar de los mercados cuando el argentino medio se preocupa de cómo pagar las tarifas onerosas mostraba el desanclaje del discurso del gobierno.
Así como le erraron los encuestadores, demostró también su talón de Aquiles la enunciada manipulación mediática de los medios hegemónicos. La crisis tan palpable como el asfalto los hizo quedar como cantantes de otras melodías, no pudiendo sintonizar el sentir de la gente, que los ignoró por completo al entrar al cuarto oscuro y dejó boquiabiertos a gran parte de esos elencos periodísticos. Los mensajes y el poder de los medios de comunicación encontraron un límite, lo que debería dejar la enseñanza de que nunca se debe subestimar a la gente. Que el argentino tiene poder de decisión. Y lo expresa. Dando su voto a Cambiemos en 2015 y eligiendo al Frente de Todos en 2019. Los medios, que se suponían tan poderosos, quedaron a medio camino. Sin embargo, la victoria no debe tal vez llamar a engaño. En estas PASO, el Frente de Todos tuvo la plasticidad de identificarse con la gente. Es claro que el kirchnerismo duro tuvo que relativizarse hasta resultar digerible. Triunfó menos el pensamiento del Instituto Patria y La Cámpora que Alberto Fernández y su capacidad de unir. Una nueva totalidad que contenga a todos, a Alberto Fernández, a Cristina Kirchner, Sergio Massa, Axel Kicillof, Pino Solanas, Lammens, Donda. Diversidad para ganar e intentar diluir la grieta. Y un enorme desafío por delante que se enunció ayer, volver a gobernar la economía para que cierren los números con todos los argentinos adentro. PASO a paso.