Papeleras sobre el Río Uruguay: Ni Yerba de ayer

Por Teodoro Boot desde Gualeguaychú, especial para Causa Popular.-

La instalación en la ribera del río Uruguay de las plantas de celulosa (por comodidad, mal llamadas “papeleras”) no debería ser un conflicto sino una oportunidad para discutir en serio el desarrollo y la sustentabilidad de la región. Para eso, es preciso despejar cierta confusión y ese aire a clásico rioplatense que amenaza con cobrar el tema, particularmente en la República Oriental. Dice el ministro José Mujica en un interesante reportaje publicado por el diario El Argentino, de Gualeguaychú que “terminamos embromados por los estúpidos orgullos nacionales” y sugiere que la campaña electoral en la Argentina entorpece una adecuada evaluación del problema. Se equivoca. O habla de Montevideo y Buenos Aires. Tal vez de Paraná.

No hay un pelo de “orgullo nacional” en la exigencia del pueblo de Gualeguaychú de que no se contamine su aire, su agua y su tierra. Es la razonable alarma de quien teme que se le esté construyendo un basurero en la puerta de su casa y ve, azorado, cómo le mean la maceta de la azalea.
Tampoco hay especulación electoral.

Si bien montevideanos y porteños parecen haberse caído del catre hace una semana, el reclamo viene de largo, de cuando el estado uruguayo comenzó las conversaciones con las empresas europeas.

En ese sentido, la posición del pueblo de Gualeguaychú debería ponderarse con mayor justicia, y su opinión tomada en cuenta muy seriamente, al menos por ser, de todos los eventuales perjudicados, el primero en avivarse.
Dice bien el ministro Mujica: “heredamos una ley de promoción de la forestación, que habría que llamarla del monocultivo del eucalipto para producir pulpa de celulosas”.

Y se quedó corto: el gobierno del Frente Amplio también heredó un contrato leonino para producir pulpa de celulosa libre de impuestos internos y exportarla sin gravámenes ni beneficios para el Uruguay, más allá de unos pocos empleos. Y heredó algo todavía peor: una cláusula que lo obliga a indemnizar de acuerdo a la ganancia potencial -nada menos- cualquier alteración a las condiciones de producción vigentes al momento de la firma del convenio. Por ejemplo, una nueva ley de forestación más adecuada a nuestra realidad y necesidades, que promueva un desarrollo más diversificado y beneficioso que cualquier monocultivo. A olvidarse de eso.

Lejos de desalentar el mamarracho forestal y el latifundismo derivado de los monocultivos, la misma existencia de esas plantas, con su constante demanda de materia prima, lo fomentará. Y a ambas márgenes del río.
Y a ambas márgenes del río pasan otras cosas, también semejantes.

Por ejemplo, a no más de unos centenares de metros al oeste de Fray Bentos empieza a regir una ley de minería, también “heredada”, equivalente a la de forestación de Uruguay, y tan infamante que su sola vigencia debería abochornar a las autoridades y legisladores nacionales argentinas, tanto como el convenio con Botnia y ENCE debería poner rojos de vergüenza a los gobernantes y legisladores orientales.

Unos y otros se podrán hacer los distraídos, pero, mal que les pese, ese es el punto central de discusión. Y si, con su indignación, los vecinos de Gualeguaychú se los recuerdan, bienvenidos sean y bienvenida sea esa indignación.

Tabaré hace como que toma decisiones soberanas. ¿Soberanas respecto de qué? ¿Del reclamo de los vecinos de Gualeguaychú de tener posibilidades de control y decisión en un proyecto que los afectará? Sí, claro, contra un pueblito cualquiera es taura, pero ese proyecto, ese emprendimiento, ese convenio y sus perjuicios sociales, económicos y ambientales, que Tabaré sigue impulsando -y convengamos que con inusual arrogancia- está como modelo en el capítulo uno del Manual del Coloniaje.

El gobernador Busti y el canciller Bielsa hacen como que reclaman al Banco Mundial para que suspenda los créditos. ¿Pero dónde ha estado viviendo esta gente? ¿En un submarino? Ese proyecto ES el negocio del Banco Mundial. ¿O acaso creen que sirve para otra cosa que para financiar el empobrecimiento, la subordinación y el subdesarrollo de nuestros países? Será que están en campaña electoral, nomás, como apunta Mujica.

¿En qué clase de campaña estará Tabaré? ¿Y el Frente?
Los dirigentes y gran parte de los militantes del Frente Amplio fingen demencia: esto debe ser asunto de cuatro tarambanas de Gualeguaychú, un recurso electoral o una pérfida maniobra de los argentinos, que además de sacarnos a Gardel, Julio Sosa y La cumparsita, pretenden ahora privarnos de las papeleras.

También el gobernador Busti finge demencia. Después de haber eliminado de un plumazo, casi en su primer acto de gobierno, un decreto que prohibía la tala del bosque natural, de golpe devino en El Primer Ecologista.
A partir de esa derogación, cientos de hectáreas se desmontan por día en Entre Ríos sin límite ni control.

Ñandubays, espinillos, talas, quebrachos, virarós, se queman en el campo, nomás volteados, en enloquecido despilfarro de recursos, de energía, industria, fijación de suelos. Los ecologistas -y quien les habla- lamentarán la desaparición de la increíble variedad de pájaros de la región, pero las consecuencias sociales y económicas son aun peores, si cabe, que las ecológicas: ahí también el resultado de la destrucción de la diversidad natural es el monocultivo. En este caso, de soja.

En descargo de la Argentina, digamos que, a diferencia de la futura celulosa oriental, la exportación de soja al menos está sujeta a importantes gravámenes, pero la siembra a destiempo, en suelos magros y poco aptos, es posible gracias a ciertas innovaciones tecnológicas: las semillas transgénicas, que, para prosperar, requieren de abundantes agroquímicos (fertilizantes y desmalezadores).

Es casi una paradoja: al eliminar microorganismos y bacterias, los fertilizantes químicos… desfertilizan, impiden la refertilización natural. En suma, empobrecen la tierra que, de por sí suelta, en una geografía de cuchillas y ya sin árboles, pierde el humus, arrastrado por las lluvias y llevado por el viento.

Cabe mencionar en cuanto a impacto ambiental que esos agroquímicos acaban contaminando las napas freáticas, las lagunas y los arroyos, que desembocan en los ríos. El río Uruguay, por ejemplo.

En base a las semillas transgénicas y a los agroquímicos también la Argentina va evolucionando hacia el monocultivo y el latifundio, lo que implica decir: hacia el empobrecimiento del pueblo y la dependencia nacional.

Respecto de los mercados internacionales de granos y las trasnacionales productoras de semillas y agroquímicos, cuyo uso, por las consecuencias que acarrea, torna a ser endémico.

El presidente Kirchner finge demencia cuando se enoja por el alza del precio de la carne. La carne sube porque no hay vacas: se las comió la soja.
Es una gran oportunidad la que, por obra de tanta demencia fingida, estamos desaprovechando: la de discutir un modelo adecuado de desarrollo regional. Esa clase de discusión es posible y fructífera cuando existen diversidad de intereses, algunos contrapuestos, y mejor cuánto más amplia sea, cuantos más sean los interesados.

Sin el reclamo de Gualeguaychú tal vez los orientales no lleguen nunca a discutir un proyecto que los condena al monocultivo y la dependencia. Con suerte, si acaso consiguen librarse de los prejuicios inducidos por medios de comunicación y dirigentes de todo pelaje, su ejemplo sea seguido por Fray Bentos, Mercedes, Palmira o Paysandú, porque será gracias a ese esperable reclamo uruguayo que los vecinos de Gualeguaychú puedan discutir por qué el Gualeyán -un arroyo afluente del río Gualeguaychú, de no más de una cuarta de largo- está contaminado. Y ponerle remedio.

Y los entrerrianos preguntarle a su gobernador por qué diablos eliminó ese decreto de prohibición de tala indiscriminada, tal vez lo único trascendente de la errática administración de su predecesor. Y ponerle remedio.
Si el gobernador Busti cree favorecer al pueblo de su provincia al actuar como representante de los cerealeros, se equivoca. Tanto como el presidente Vázquez, cuando obra representando los intereses de los latifundios forestales y las empresas extranjeras, creyendo que así beneficia a su pueblo y a su patria.

El conflicto de intereses derivados de la instalación de las plantas europeas no debería ser visto como factor de perturbación ni utilizado para fomentar el prejuicio y los estúpidos orgullos nacionales, como bien los llama Mujica. Es motivo, espacio y oportunidad de unión. Los entrerrianos le están haciendo un enorme favor a los uruguayos al cuestionar lo que ellos no cuestionan.

Y los uruguayos le harán un enorme favor a los entrerrianos al poner sobre la mesa el modelo de monocultivo sojero y la contaminación de ríos y arroyos por esa y otras causas.

Una de las consecuencias de esa adecuada discusión quizá pueda ser la de que las autoridades nacionales de ambos países entiendan de una buena vez que es una tontería limitar y entorpecer el libre tránsito de personas a través de la frontera. Los gendarmes tienen mejores cosas que hacer que llenar formularios y los cuatro papanatas que sellan papelitos conseguirán mejores empleos si ese paso sin demoras y trámites permite complementar, entre otras cosas, el desarrollo turístico a ambas márgenes del río.

La denuncia de un contrato leonino, perjudicial y sin beneficio alguno (si hay que pagar los costos de la contaminación, el latifundio y el monocultivo, que ¡por lo menos! el papel se fabrique en Uruguay y no en Finlandia) será de gran ayuda para despertar a las autoridades y legisladores argentinos e inspirarles el irrefrenable deseo de derogar la abyecta ley de minería que, en muchas localidades cordilleranas, está provocando similares estragos que los que en Gualeguaychú se teme de las “papeleras”.

Y sin ningún beneficio para nadie, excepción hecha de las empresas mineras que, para el caso, son norteamericanas y canadienses en vez de finlandesas y españolas.
Para eso hay que ponerse los pantalones largos, de lo que ya va siendo hora: estamos grandes y tenemos las piernas llenas de pelos, lo que nos hace ver un tanto ridículos.
¿O -entre nosotros- no es ridícula la pomposidad con que Busti, Bielsa, Tabaré, tiran la pelota afuera y miran para otro lado, haciéndose los distraídos?

Hablan de soberanías y convenios internacionales, medioambientes y ecologías, y nos estamos condenando al subdesarrollo, al monocultivo, a agarrar cualquier porquería que nos tiren en vez de desarrollarnos desde nosotros, desde lo que somos, tenemos y sabemos hacer, en armonía y equilibrio, con la naturaleza, sí, pero también en la sociedad.

Tiene razón el ministro Mujica en casi todo lo que dice en el mencionado reportaje, pero tal vez habría que recordarle unas palabras atribuidas a Lázaro Cárdenas, en su caso, en referencia a los norteamericanos: “Déjelos entrar como amigos y trate después de echarlos como enemigos”.

Es así nomás, Mujica. Una vez que se meten en casa, estos cosos no se van más. Y si se van, es cuando ya no queda lana que esquilar ni más agua para el mate. Apenas si un poco de yerba de ayer, secándose al sol. Eso es todo lo que nos dejarán.

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