El arrollador e inobjetable triunfo de Andrés Manuel López Obrador y de MORENA, su partido, para la Presidencia de la República y el Congreso de la Unión (ahora sí con mayúsculas) así como de la mayoría de los cargos que se eligieron el pasado domingo 1 de julio, abre la puerta que permite vislumbrar que otro México es posible; que la cuarta transformación del país ha dado el primer paso. Ciertamente el pueblo mexicano despertó de la larga noche de la injusticia y amanece erguido y orgulloso, ejerciendo su papel de soberano y dictando su mandato para que sea el proyecto alternativo postulado por AMLO el que guíe a la Nación. Enhorabuena, todos estamos muy contentos y reina la algarabía entre el pueblo de México.
Pero de igual manera ese otro México apenas se distingue detrás de un largo trecho pleno de riesgos y dificultades, incluso mayores que el que se tuvo que transcurrir para llegar a la puerta, tales que se creía imposible alcanzarla. Se alcanzó, pero implicó el sacrificado esfuerzo de mucha gente, principalmente de su tozudo dirigente que no escatimó un ápice para llegar. Lo que sigue obliga a un esfuerzo aún mayor que cuenta a su favor con un primer y contundente triunfo, que nutre la voluntad para seguir adelante, porque ya se nos demostró que sí se puede. López Obrador y el pueblo ya tomamos el gobierno, ahora nos hace falta crear el poder para servir y transformar al país.
Crear el poder –digo- es algo que nunca hemos hecho, del que no tenemos experiencia o que la tenemos pero en negativo, porque los pocos triunfos en la historia se nos han revertido en poco tiempo: la Independencia devino en imperio; la Reforma cayó en la dictadura, y la Revolución acabó en el criminal neoliberalismo. Fueron movimientos de suma importancia pero que no tuvieron la visión de consolidarse a nivel de pueblo y de ahí su paso efímero. Con estas amargas experiencias es que es necesario convertir la algarabía del 1 de julio en la decisión de seguir actuando en la incorporación de la sociedad entera al carro de la construcción del México Nuevo, sin desconocer discrepancias, pero contando con un acuerdo en lo fundamental que anteponga a la Patria a cualquier otro interés.
No es fácil. Implica un enorme esfuerzo de reconciliación. Andrés Manuel se enfoca a ello con particular esmero y clara estrategia: no tiene sentido arengar con discursos y acciones reivindicatorias y, con ello, dar pie a la reacción de la oligarquía para boicotear su gobierno y que, ellos sí, nos conviertan en una Venezuela asediada (que a algunos de los magnates tanto les atrae). El afán es subirlos al carro del México Nuevo; algunos, probablemente los más, se subirán y ya estando arriba será más fácil acrecentar la capacidad de conducirlo hacia donde el pueblo demanda: la paz, el bienestar y la justicia.
Es muy fácil conducir el barco al naufragio; basta con darle motivos a quienes tienen el real poder de la desestabilización, especialmente cuando aún el pueblo está disperso y desorganizado y, por lo mismo, es susceptible a la manipulación mediática y a las presiones económicas, esas que pueden revertir en cuestión de días lo que hoy es alegría y entusiasmo.
Pero también es fácil producir el mismo efecto desde la antípoda, la izquierda radical, exigiendo desde ya la plena vindicación de los agravios. En primera instancia necesitamos exigir que no se cometan más, pero habrá que darle tiempo a la concreción del cambio de régimen; sin quitar el dedo del renglón, movilizándonos para exigirlo como la mejor forma de apoyar al nuevo Presidente para mejor negociar los cambios con paz y tranquilidad.
Si votamos de manera abrumadora por AMLO es porque hay confianza en él, en el sentido de que jamás va a traicionar; su discurso básico sigue siendo el mismo, son los mismos objetivos, sólo tienen que adecuarse con los tiempos y con la correlación de fuerzas. Le dimos todo el poder electoral y legislativo, pero hace falta el poder sobre la economía, sobre la cultura y sobre el crimen. Ahí hay votos que cuentan poco pero que pesan mucho y que es preciso dominar con la política.
La campaña nos mostró a un Andrés Manuel poco ducho en materia técnica; obviamente en ello fueron muy superiores Meade y Anaya, pero mostró al que es capaz de dirigir a La Nación y eso es lo que votamos; lo técnico se puede comprar, lo político definitivamente no se da en maceta. AMLO es político por naturaleza y está empeñado en depurar la actividad. Estoy convencido que vamos a ganar como Nación.