Oposición o independencia: Lo que hay

El oficialismo está creando a su oposición.
La arrogancia, la propensión a la hipérbole, la pérdida de la memoria inmediata y la mariconería son cuatro características en las que es posible encuadrar, sino a la sociedad argentina en su conjunto, al menos sí a su sector más bochinchero e influyente.

Estos cuatro vicios se carácter se retroalimentan y potencian entre sí, no pudiendo existir el uno sin el otro. Esa insolente suficiencia con que cualquier patadura insulta a un jugador desde la tribuna, es arrogancia, y se explica desde una peculiar amnesia selectiva: el tipo de la tribuna se olvida de que es incapaz de dar tres pasos sin caerse desmayado y no tiene ninguna consideración para con quienes están traspirando la camiseta con mayor o menor habilidad y fortuna.

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( Fotografía: «Cambiar el mundo» del fotógrafo francés Gilbert Garcin.)
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La pérdida de la memoria inmediata provoca otras situaciones curiosas, por ejemplo, que gentes que hasta ayer nomás moqueaban en los rincones sin mover un dedo para modificar esas circunstancias que tanto los hacían lamentarse, se sienten hoy con todo el derecho del mundo a exigir el oro y el moro. Les parece de lo más natural, y es que se olvidaron de todo, especialmente de su propias flaquezas.

¿Y la hipérbole? Es una palabra rara, así que vayamos a su definición: “Circunstancia de un relato, descripción o noticia que presenta las cosas como más graves, importantes o grandes de cómo en realidad son = Exageración”

“Kirchner batió récords de decretos de necesidad y urgencia sin necesidad ni urgencia. Así fue como el Parlamento argentino (uno de los pilares de la democracia) fue reducido a servidumbre”.

Este es un ejemplo de hipérbole, aunque los chuscos en mi barrio dirían que se trata de una pavada. Le pertenece a Alfredo Leuco, pero su copyright podría ser reclamado por un malón de opinadores, y obedece a la pérdida de la memoria inmediata.

Muy pilar de la democracia parece que este Parlamento no es ni ha sido, y de esto se dan cuenta hasta los chicos de primaria. Y si “reducirlo a servidumbre” fuera un mérito, no sería uno del cual pudiera alardear Kirchner: si por un momento el Alzheimer despejara las brumas que cubren el cerebro del periodista, capaz que recordaría que en su momento el bloque entero de legisladores de la UCR votaba a libro cerrado cuanto proyecto le enviara el ex presidente, Alfonsín, hasta aquellos que iban contra sus principios más esenciales. “Voté con naúseas y en contra de mis convicciones”, lloriqueó Federico Storani antes de alzar la mano para aprobar las leyes de Obediencia debida y Punto final, que dilapidaron el prestigio político del alfonsinismo. Otro tanto ocurrió durante las presidencias de Menem, pero ahí los que alzaban la mano eran los justicialistas, con unas pocas excepciones. Tan excepcionales eran estas excepciones que esos diputados acabaron yéndose del peronismo.

Por piedad y vergüenza ajena no mencionemos la presidencia de De la Rua, que dictó más decretos de necesidad y urgencia que el mismísimo Menem en diez años.

Ahora Leuco viene a descubrir que el parlamento está “reducido al vasallaje”. ¿Dónde vive este hombre? ¿En Estocolmo?

Refutar los disparates de ese artículo (ver abajo) dan para un libro; baste decir que cabría preocuparse por el estado de salud mental de Leuco si lo suyo no fuera casi un lugar común, una extravagante compulsión colectiva a criticar lo que el gobierno de Kirchner tiene de meritorio, que no es, naturalmente, la inexistencia del Parlamento como poder independiente del Ejecutivo. Las cosas no funcionan como es debido si el Parlamento aprueba los proyectos del Ejecutivo por tener mayoría oficialista, ni tampoco si los rechaza por tener mayoría opositora. Los diputados y senadores, todos los legisladores, deberían votar leyes, no gobiernos, ya que el nuestro no es un régimen parlamentario y para votar a los gobiernos está el pueblo.

La amnesia selectiva, esa pérdida de la memoria inmediata, es causa -o excusa- de una notable incomprensión de las circunstancias que vivimos. Si no recuerdo qué hice ayer, jamás voy a entender qué y por qué estoy haciendo lo que hago hoy. Todo puede llegar a parecerme un simple capricho.

Hace poco, muy poco, nuestro país colapsó. Y se trató de un colapso que fue mucho más allá de la largamente anunciada debacle económica. Fue un colapso moral, jurídico e institucional, en el que todas las diferentes cosas en las que cada uno había creído, se fueron al diablo, y hasta la existencia misma del país estaba en riesgo: el tesoro nacional había dejado de enviar a las provincias los fondos que por coparticipación les pertenecían, y mientras las patagónicas conseguían mantenerse gracias a las rentas petroleras ¿qué lógica podía impedir que, por ejemplo, a Entre Ríos y a Corrientes se les diera por establecer aduanas propias, que les proporcionaran al menos los ingresos necesarios para afrontar los gastos más perentorios?

La situación era de una gravedad cuyos potenciales alcances todavía no llegamos a comprender, porque se trata de un final que todavía no acabó de transcurrir. de todos modos parece claro que el factor decisivo fue la desaparición de la autoridad política nacional. Desaparición que la transición duhaldista en modo alguno consiguió resolver, enredado en una permanente negociación entre gobernadores que nos remitía a épocas previas a la institucionalización nacional. El lubricante de esa negociación fueron los planes sociales, que de sociales no tenían nada, pues fueron una repartija indiscriminada de efectivo para contener una protesta que iba en camino a lo que no llegó a ser una guerra civil sólo por ausencia de liderazgos y de organización… y de un oportuno acortamiento del período presidencial, que, es bueno recordar, no fue una graciosa concesión de Eduardo Duhalde, sino la consecuencia del alevoso asesinato de dos militantes sociales a manos de la policía bonaerense.

La pérdida de la memoria inmediata nos hace olvidar que en las últimas elecciones nacionales entre López Murphy y Menem sumaron el 45% de los votos. La mitad de los argentinos no había escarmentado y pretendía más de lo mismo, de eso mismo que nos había llevado al colapso.

El presidente Kirchner era un desconocido, votado apenas por el 20% de los votos, y amparado por el poder del gobernador Duhalde, del que aparecía poco menos que como su marioneta. La debilidad “esencial” del nuevo presidente auguraba una nueva debacle: no terminaría su mandato, cooptado por las peores mafias del PJ bonaerense y condicionado en el Congreso por los representantes de la inestable federación de gobernadores; desde la Corte Suprema por la amenaza de anular la pesificación, y desde el FMI, que planteaba al país metas imposibles de cumplir por el mero hecho de ser siempre cambiantes.

Visto desde hoy, lo ocurrido en estos dos años es casi milagroso, pero no se lo puede (o más bien no se lo quiere) mirar desde hoy, sino que se lo juzga desde una irrealidad, desde una Argentina abstracta que existe en la fantasía de cada cual con la misma enfermiza arbitrariedad de quien sueña cada noche acostarse con Nicole Kidman y al despertar desdeña a la sufrida compañera de trajines que le ha tocado en suerte.

Así, esa indispensable reconstrucción del poder político nacional, viene a convertirse en unicato; la ausencia de una oposición capaz de balbucear alguna coherencia es hegemonismo; la defensa de lo que se hace o se piensa es censura de prensa, capricho o intemperancia; la discusión de poder con Eduardo Duhalde es maltrato (¡a Duhalde!, pobre santo)… y esto que en este momento estoy escribiendo no será leído como opinión sino percibido como cohecho.

Volvamos por un instante a los argumentos de Leuco, ya que el presidente parece haber mancillado el honor de nuestro impoluto Parlamento.

La inexistencia del Parlamento como poder independiente no es provocada por este ni por ningún otro ejecutivo, sino por el Parlamento mismo. A lo sumo, debería buscarse el origen de esa debilidad en la naturaleza de los partidos políticos argentinos.

Hoy, lo menos que podrá decirse de lo que gusta llamarse “oposición” y debería ser “alternativas”, es que ha renunciado a la realidad.

La izquierda, por empezar, lo ha hecho siempre, así que lo suyo no constituye novedad. Dedicada a ideologías y ajenidades se aboca a su deporte predilecto de dividirse en dos, hasta el infinito.

El caso de López Murphy es el del gordito patadura, que no insulta desde la tribuna porque desde la cabina de trasmisión critica a todos -buenos, malos y regulares- con la irresponsable arrogancia de un periodista deportivo o un crítico literario. Opina y cuestiona, pero desde su propia y ya comprobada ineptitud. No es delito ser inútil y uno no puede servir para todo, pero sería exigible un mínimo de prudencia, de modestia, de sentido común… o en el último de los casos, de simple decencia.

La señora Carrió, extraña combinación de profeta bíblica con pitonisa de Delfos, de cruzada moralista y de socióloga habermasiana, opina sobre lo que pasa y anuncia lo que vendrá, que si acaso viene, será por obra y gracia de otros, no de ella. Lo hace con tan poca seriedad y consistencia que mientras augura el hegemonismo oficialista, sin el menor empacho mete por la ventana, y no como simpatizante, sino para encabezar las listas de su partido de “centroizquierda”, al más notorio sobreviviente del sector más conservador y retrógrado de su antiguo partido.

Puede decirse: Carrió está en su derecho y en todo caso será un problema de sus militantes y votantes. Es verdad, pero en tren de un mínimo de coherencia, si se usa el dedo para nominar candidatos, después hay que guardárselo donde mejor se acomode, o por lo menos abstenerse de usarlo para señalar esos mismos actos en la casa del vecino.

López Murphy y Carrió han renunciado a la realidad, que es lo que le ocurre a los políticos cuando renuncian a la política y optan por el comentario, la crítica o el augurio. Mientras tanto, las cosas van pasando, y pasan por obra de los que al hacer, se equivocan.

De echar una mirada al actual panorama de la UCR y del PJ, así como a extraños engendros del estilo del que lleva en sus filas a Moria Casán, una fuerza “de centro” a la derecha de Hitler, es sencillo comprobar que el tal unicato, si lo es, lo es por ausencias más que por vocación, y que ese vacío se irá cubriendo con nuevas expresiones políticas en gestación y por alternativas que van surgiendo de las fuerzas tradicionales, incluido el aparente oficialismo. ¿O acaso es tan difícil darse cuenta de que hay mucha más entidad y consistencia en los Binner, los Sbatella, los Juez, los Martínez Garbino, los Collazo o los Iglesias, que en tanto pomposo arrogante y parlanchín que ocupa hoy las pantallas de TV y los comentarios de los periódicos?

¿Existe en el Presidente esa compulsión al unicato que tanto se le critica? Eso nadie lo sabe, pero hasta ahora no lo demostró, o demostró lo contrario. Sin embargo, se finge demencia ante los nuevos miembros de la Corte Suprema, como si proponer personas capaces, de profundo conocimiento y apasionada independencia, hubiera sido en la historia argentina una decisión habitual, a la que estamos tan acostumbrados que le damos la misma trascendencia que a un flato tras una panzada de buseca.

No, si no es Leuco el único que se cree viviendo en Estocolmo.

En tren de comprensión, podríamos hacer un poco más, como escuchar los reproches de los cavernícolas del PJ bonaerense, quienes habiendo probado su “lealtad” al presidente levantando la mano en cuanto proyecto oficial se pusiera a votación, se duelen de que el desagradecido del Presidente los deje de lado y opte por candidatos que le harán pagar ese favor con gestos de independencia.

Curiosa propensión al hegemonismo la de este Presidente que prefiere tener en sus propias listas a personas como Héctor Recalde, El Barba Gutiérrez o Mercedes Marcó del Pont, de quienes se puede decir cualquier cosa menos que vayan a callarse la boca cuando algo no les gusta.

De mirarse las cosas con sentido de la perspectiva, bien puede conjeturarse que es el oficialismo el que está creando a la oposición, o que, con muchísimas dificultades, gran parte de las cuales se nutren de esa incapacidad de comprensión propia de los desmemoriados y los arrogantes, nos vemos en las vísperas de un nuevo espacio político oficialista, que requiere además de nuevas alternativas críticas que estén a su altura y que le sean contemporáneas, no estos vómitos del ayer, las nostalgias imposibles de un remoto pasado pastoril o las jeremiadas anunciadoras de un improbable porvenir, que se nos presentan como opciones.

En su hiperbólico artículo, Alfredo Leuco se preguntaba cómo era posible que el presidente careciera de candidatos importantes, debiéndolos entonces sacar de su elenco de gobierno. Parece ser que esto también es culpa del presidente y no consecuencia de años de terror, asesinatos y exilios, seguidos de muchos más años de falsas promesas, traiciones, engaños, agachadas y esa corrupción esencial que consiste en el relativismo de los propósitos. Lo que hay es lo que hay, y eso debería comprenderse, porque uno también podría preguntarse cómo era que en Crítica escribían Arlt, Nalé Roxlo o González Tuñón mientras la Nación se conforma ahora con Leuco.

La incapacidad de comprensión de la realidad, la comodidad de las posturas críticas que nos dejan a salvo del compromiso con las cosas, en el nimbo de los inocentes, y la incomodidad que provoca el elogio, siempre sospechoso, da lugar a situaciones sorprendentes.

Felipe Pigna reveló en una entrevista que el Presidente le ofreció un lugar en la lista de diputados, no obstante sus posturas críticas. No aceptó. Muy bien: Pigna es infinitamente más útil y necesario como divulgador de la historia, tarea que lleva a cabo mejor que nadie, que como diputado, en lo que puede haber muchos otros iguales o superiores a él. Lo sorprendente son sus razones: dijo que no quiere verse envuelto en una interna.

¿Pero qué clase de historiador es este que llamaría “interna” a la disputa de poder que en su momento enfrentó a Frondizi con Balbín, a Yrigoyen con Alvear, a Mitre con Alem, a Urquiza con Rosas o, para refrescarle la memoria, ya que la tiene floja, a López Rega con la Juventud Peronista?

Esas no son “internas”, por más que se entablen dentro de un partido y se diriman espacios de poder, así terminen o no en rupturas. Se trata de enfrentamientos de proyectos, que son muchísimo más que propuestas programáticas o recetitas de gobierno: son diferentes modos de mirar la realidad, de entender el pasado y de pararse frente al futuro.

No advertir que en esa pelea “interna” (que no lo es, porque van en partidos diferentes, pero que bien podría haberlo sido), por espacios de poder (como corresponde a la política) que enfrenta hoy a Kirchner con Duhalde, están prácticamente explícitos dos modos de mirar el país, no entender eso, es estar e en Babia.

El último lado de ese cuadrado que parece ser el molde del “argentino medio” es la mariconería, si es que se me permite la licencia de nombrar así al hábito del lloriqueo, que no se si contagiaron los noticieros a la gente o si fue al revés. El caso es que el deporte nacional parece ser el lamento, la autocompasión, la queja, como si fuéramos inocentes víctimas y no responsables de lo que nos ocurre y ocurrió. Para ese lloriqueo resultan muy útiles la arrogancia, la desmemoria y la exageración, practicadas especialmente por aquellos que con fingido fatalismo se resignaron a las peores satrapías, sumándose alegremente a un consumismo irresponsable financiado con la entrega del patrimonio común (cuya ausencia hoy se lamenta) y con el aumento de la deuda que pende sobre todos nosotros y de la que cada cual se siente irresponsable.

Esa mariconería que en su momento se expresó en una interesada obsecuencia a dictadores y delincuentes, que permitió hacer y deshacer a los Martínez de Hoz y los Cavallo, tiene además otra cara, si cabe, aun más torva: la impaciencia, las desproporcionadas pretensiones, las críticas implacables que llueven sobre cuanto gobierno o funcionario atine a seguir un rumbo diferente, más adecuado a nuestra situación y más acorde con nuestros intereses colectivos. Esa canción de Luca Prodham que dice “No sé lo que quiero pero lo quiero ya” debería ser el himno nacional.

El lloriqueo es por la distribución del ingreso, tema por el que la abrumadora mayoría de quienes se conduelen, jamás se preocupó anteriormente. Distribución tan injusta que puede decirse torna inviable la existencia del país. Del 48% del ingreso que recibían los asalariados a fines de 1975 al escaso 25% con que deben conformarse en la actualidad. Esta “asimetría” (eufemismo con el que los economistas nombran a la injusticia) viene de largo (¿o acaso el propósito del golpe de estado de 1976 fue otro que reducir los ingresos populares y disciplinar a los trabajadores mediante la desocupación?) y no obstante el aumento del empleo y la reducción de la pobreza, sigue en camino de volverse aún más regresiva.

No nos detendremos en las causas de ese proceso, que se relacionan más con la estructura productiva que se ha ido moldeando en las últimas décadas que en azares de la política económica: esa injusta distribución es origen de una conflictividad social que, de creerse a analistas, opositores y opinadores, anticiparía el caos.

Sin embargo, no hay nada de qué lamentarse: bienvenida sea esa clase de conflictividad social, porque es una puja por el ingreso y no una demanda de limosna. Y si al Presidente le molestan los nuevos conflictos sociales… que se las aguante: son consecuencia de su gestión económica, no por error, sino por acierto. El sólo hecho de que hasta los trabajadores de Mac Donald decidan hacer un paro, muestra cuánto avanzó el país, cuánto cambió desde esos no lejanos tiempos en que los paros eran exclusivamente de docentes que gozaban de una estabilidad de la que carecían los demás, obligados a la resignación ante la perspectiva de quedar desempleados y sin ningún futuro.

Y esto, un signo auspicioso y alentador, es presentado a toda orquesta como un augurio tenebroso, indicador de las falencias del gobierno.

En medio de tanto bochinche e incomprensión, de tanta desmemoria y arrogancia, es legítimo que el Presidente pretenda saber si el pueblo aprueba o desaprueba su gestión, si la tontería y la irresponsabilidad se ha contagiado a todos o si todavía hay algún sentido de las proporciones en los argentinos de a pie.

Está por verse.

Y puesto que lo cortés no quita lo valiente, si algún lector astuto pretende ver en estas líneas la hegemónica mano del oficialismo, sépase que el autor votó y volverá a votar a un candidato que no pertenece al partido de gobierno.

Es que la independencia es lo contrario de la oposición. Mientras una se nutre de las convicciones, la otra se define desde el Poder y es apenas su reflejo invertido y estéril.

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