Operación Rosaura

A 43 años del sangriento asalto al Policlínico Bancario, para muchos, el verdadero bautismo de la guerrilla urbana argentina. Juan Gasparini, en Manuscrito de un desaparecido en la ESMA, narra la vida de Jorge Caffatti, uno de los principales protagonistas del episodio.

En el primer gran ensayo de guerrilla urbana que conocería la Argentina el 29 de agosto de 1963, con la sangrienta irrupción en el Policlínico Bancario, José Luis Nell y Jorge Caffatti tuvieron papeles preponderantes.

Se desempeñaron mancomunados con otros tacuaras del MNRT, a tono con lo que se registra en la causa a la que finalmente se abocara el juez federal Jorge Aguirre, con la instrucción previa de su colega subrogante Horacio Rébori, realizada a través de la secretaría de Carlos González Gartland.

De su investigación se desprende que se alzaron con los 100 mil dólares que debían sufragar los sueldos de los trabajadores del nosocomio, dejando dos cadáveres y tres heridos. La condición de factibilidad para una acción de tal envergadura en aquella época surgió de un dato de retorcida procedencia.

Lo procuró Ricardo Viera, estudiante avanzado de medicina que practicaba en el Hospital de Neuropsiquiatría de la calle Vieytes, correoso tacuara que adoraba las armas y fantaseaba con la Legión Extranjera.

Lo recibió de un amigo velado en un cierto embrollo. Gonzalez Gartland logró reconstruir que esa fuente había sido Gustavo Posse, quien conociera a Viera compartiendo la plantilla de un tribunal civil y comercial de Buenos Aires, al que le hiciera un favor: en febrero de 1963 Posse intercedió para que le aliviaran la situación carcelaria a Viera, preso en el establecimiento de Caseros por tenencia de un arsenal en su casa de O’Higgins y Mendoza, a raíz de que se le disparó un tiro e hirió a un militante de Juventud Peronista, Carlos Eduardo Suárez, cuya internación en una clínica fue denunciada a la policía.

Así las cosas, por un 30% del botín, Posse entregaba lo avistado por desconocidos, en realidad una de sus dos hermanas, de nombre Beatriz, y una prima de su esposa, Elsa Susana Echazú, ambas empleadas en el hospital.

Estas se habían percatado de que en el penúltimo día hábil de cada mes, alrededor de las diez de la mañana, una camioneta traía desde el centro de la ciudad una valija con trece millones de pesos, algo así como 100 mil dólares, para el pago mensual de los haberes del personal, con la sola custodia de un policía.

Como se imponía interceptarlos a esa hora precisa, y en Argentina era muy conocida la novela de Marco Denevi, “Rosaura a las diez”, unos dicen que la operación fue motejada “Rosaura”, mientras que otros afirman que el nombre vino porque su realización se programó para la efeméride de Santa Rosa de Lima, el 29 de agosto.

A las 7 de la mañana del día señalado, atravesando una cortina de lluvia, dos miembros del MNRT Tacuara, Rubén Rodríguez y Mario Duaihy subieron a una ambulancia contratada telefónicamente en la víspera a la Cochería García de Rivadavia 14.290, en Ramos Mejía.

La arrendaron con chofer y sin camillero. Al abordarla le indicaron al conductor, Luis Voda, ir a buscar a un paciente, persuadiéndolo de que antes levantara a un médico y un auxiliar a veinte cuadras. Se trataba de Tomislav Ribaric, estudiante de medicina descendiente de croatas, y Horacio El Viejo Rossi, ex suboficial de la marina que se incorporó a la resistencia peronista, futuro inductor del secuestro de Revelli- Beaumont en París.

Provisto de un disfraz blanco, Rossi reemplazaría a Luis Voda, chofer de la ambulancia Rambler, una vez que estuviera reducido y narcotizado con dos inyecciones preparadas por Viera. El chofer sería extendido sobre la camilla acondicionada para el enfermo en la parte de atrás del vehículo y cubierto por una sábana hasta el cuello para disimular que estaba maniatado. El recorrido hasta el Policlínico, en Gaona 2197, entre Donato Álvarez y Seguí, no tuvo sobresaltos. El edificio de cuatro pisos, abarca aún hoy dos manzanas, con jardines y una playa de estacionamiento protegidas de la mirada externa por un muro circundante.

En sus inmediaciones, frente a la Plaza Irlanda, los recién llegados divisaron un Valiant gris estacionado en la calle Seguí, robado la noche anterior en un garaje de Zabala 2552 por Luis Alfredo Fredy Zarattini, Jorge Andrés Cataldo y Rubén Rodríguez, estos dos últimos predestinados a ser cofundadores de las FAP en 1967.

En la esquina de Seguí y Gaona, se apostaban Nell, Arbelos y Caffatti, los dos primeros vestidos de blanco. Repentinamente descompuesto, Ribaric se apeó de la Rambler, saliendo a reponerse en el departamento “B” de Talcahuano 1224, un bulín coalquilado por Posse y dos de sus colegas de trabajo, previsto para que acudiera a recoger su parte cuando los asaltantes se reunieran a contar lo recaudado. Rodríguez se sentó al volante del Valiant, y Duaihy se puso a deambular por la acera del Policlínico.

El comando tenía ubicados otros autos en las inmediaciones, con gente armada de “contención”, cuyo objetivo era neutralizar a la policía si los desenmascaraban.

Caffatti entraría a pie al playón del hospital por el portón para autos de Gaona, siguiendo la ambulancia con sus tres compañeros de blanco; Rossi manejando, Arbelos en el habitáculo del acompañante y Nell detrás, donde Voda dormía en los sopores del somnífero, ignorante del desquicio que se incubaba en su derredor.

Cada uno llevaba armas suministradas por los militares peronistas que metieran baza en las asonadas golpistas de la Aeronáutica, de la Marina y del Ejército, entre 1960 a 1963, o sustraídas por ellos mismos a miembros de las fuerzas de seguridad. Todos portaban pistolas 45, con el suplemento de una ametralladora en manos de Nell, probablemente uno de los más fogueados por sus probados antecedentes de jefe de la “milicia” de la primogénita Tacuara, y por estar cumpliendo el servicio militar en Aeronáutica, afectado al Ministerio de Defensa.

Para que hubiera tiempo de posicionarse previamente a que lo hiciera el transporte de caudales, el ya mencionado Luis Alfredo Fredy Zarattini, a su turno avisado por Cataldo que viera salir el furgón del Banco Nación en Plaza de Mayo, se adelantó en un Jaguar rojo que le regalara su padre, anunciando a sus compañeros de la Rambler que se avecinaba el instante de actuar.

No tuvieron inconvenientes en simular ante el portero, Juan Carlos Lowry, que traían un doliente. Hacia las 10,30 horas penetraron en la playa de estacionamiento y se pusieron de espaldas a la muralla que impedía los vieran desde la calle Luis Viale, paralela a la Avenida Gaona. Se ubicaron en la vecindad de donde por rutina lo haría la camioneta Ika con el dinero, chofer, empleada administrativa, un sargento de la Policía Federal, y el cajero y pagador del Policlínico, Alfredo Silvestre Ricci. Caffatti se colocó entre los dos cuerpos del edificio y su misión era reducir al suboficial de la policía. Tras el paso de los rodados, con la faz cubierta por un pañuelo blanco, Duaihy inmovilizó al portero, para que no transmitiera lo que empezaba a suceder.

La Estanciera Ika era gris. Se detuvo por detrás de las escalinatas en el lugar de costumbre, descendiendo sus ocupantes, a los que se acercaron dos ordenanzas para acarrear los 80 kilos que pesaba la valija en la que traían los sueldos. Nell los sorprendió en los prolegómenos dando una sonora voz de alto.

Empuñando la ametralladora hizo punta flanqueado por Caffatti y Arbelos desenvainando las pistolas, con Rossi en la platea de una butaca de ambulancia. Instintivamente el suboficial Abelardo Cecilio Martínez movió su mano a la cartuchera. Nell lo tumbó de una ráfaga, hiriendo en el antebrazo a la administrativa, Nelly Culasso de Ordóñez.

Con el segundo tableteo abatió al chofer, Víctor Cogo, y al ordenanza Alejandro Morel, encajándole un tiro en un hombro al otro, Vicente Bóvolo. Como en una distribución de roles Caffatti se abocó a quitarle el arma al policía y Arbelos sacó de la camioneta la valija marrón repleta de billetes y monedas. Entre los dos la arrastraron a la Rambler, que Rossi aproximó. Detrás de los ventanales, o en el dédalo de las veredas circundantes, se disimulaban otros MNRT como transeúntes impávidos en la circulación hospitalaria, tal vez Alfredo Roca, según deja entrever Caffatti en sus memorias de la ESMA.

Nell, imperturbable con un barbijo blanco que le tapaba de la nariz al mentón, dominaba la escena compuesta del tendal de muertos y heridos, encapotada por el cielo gris y líquido de la persistente llovizna. Al verlos retirarse con toques de sirena por Seguí hacia Juan B. Justo, Rodríguez y Duaihy picaron en el Valiant, pero se pegó a ellos el auto particular de un policía, casualmente de paso, del que lograron desembarazarse doblando por una calle a contramano. En Camarones y Terrero abandonaron la ambulancia, con el chofer siempre durmiendo, el que, más tarde, al despertar, denunciaría el robo de mil pesos y un paquete de cigarrillos.

De los seis tripulantes salidos de los dos vehículos, Rodríguez, Duaihy, Arbelos y Caffatti se fueron a pie o en colectivo. Rossi y Nell retomaron el Valiant con la valija llena de dinero, y se orientaron hacia el departamento facilitado por Gustavo Posse, donde debían darle su porcentaje; pero se les pinchó un neumático.

El coche quedó en la cuneta de la Avenida Warnes al 300 y sus ocupantes siguieron en taxi. En el bulín de Posse los esperaba Rivaric, quien se reponía de su descompostura, por la que se había separado a la vera de la Plaza Irlanda, en los instantes previos al drama. Sumado Arbelos, reclamaron por teléfono la presencia de Viera a su consultorio en el hospital Vieytes, quien se presentó con Posse hacia las 13 horas.

Les abrió la puerta Nell, con su pistola ametralladora en una mano. A ninguno se le debió cruzar por la mente que deberían enfrentar los daños colaterales de haber segado por primera vez vidas ajenas, con el consiguiente peligro que cerniría sobre ellos.

Habían descartado eliminar a Posse a pesar de que menospreciaban su falta de entidad política, y recelaban de alguien que, además de no ser fuerza propia, conocía el trasfondo y los actores de “Rosaura”, máxime la altísima comisión que les envenenaba el espíritu. Pero el saldo trágico del hurto no les hizo cambiar de parecer. Lo dejaron ir con el 30%, mitigando el talante delincuencial y sanguinario con que algunos menoscaban el comportamiento de los atracadores del Policlínico Bancario.

El resto del dinero lo evacuaron Nell y Viera, con la asistencia de Cataldo para esconderlo. Abandonaron el departamento de Posse, confundiéndose en la atónita Buenos Aires, atribulada según los periódicos de esa tarde por el natalicio de una guerrilla que tardaría siete meses en mostrar su verdadero rostro.

De cara a los resultados, el libre arbitrio de Posse fertilizó el error cuyo resultado fue que los aprehendieran a casi todos, no obstante haber sabido y tomado recaudos para transformar los billetes fraccionadamente y poco a poco.

La numeración de los billetes era correlativa y había sido comunicada sin discriminación por el Banco Central, obedeciendo una orden del secretario judicial González Gartland. De que la represión olfateaba el dinero dio fe el propio Gustavo Posse, a quien le hicieron firmar un acta policial en Necochea al pagar un recauchutaje de un neumático con uno de esos billetes.

Persistiendo en el error, Gustavo suscitó la desgracia. El 20 de noviembre de 1963 se fue de juerga por Europa con su hermano Lorenzo Andrés, empleado de la compañía de aviación Varig, que lo convidó con uno de los dos pasajes a Portugal, España, Italia, Francia e Inglaterra que le regalaba la empresa aérea una vez al año. Aprovechando esta ocasión, realizaría un cambio de divisas al MNRT de 3 de los 13 millones de pesos robados.

Una vez en Europa, Lorenzo sufragó con 45.000 de esos pesos la factura de una cena en La Roseraie con Simone Malatesta de Pont, alias Brigitte, una bailarina de un cabaret del barrio de Montmartre, dando lugar a que el Banco Jourdan no los tradujera a francos franceses, informando a INTERPOL de la génesis delictiva de esos billetes. René Lasserre, dueño del restaurante, efectuó una denuncia en la policía, cuya pesquisa dio con las señas de identidad de los hermanos Posse, gracias al chivatazo de la bailarina, que localizada indicó al Hotel Lutetia como sitio de alojamiento de Lorenzo.

El expediente galo fue remitido a la Argentina, dado que entre tanto los hermanos Posse se habían ido a Buenos Aires. El primer detenido fue Lorenzo, seguido por su hermana que trabajaba en el Policlínico. La otra hermana, prosecretaria de la Cámara Civil y Comercial de Buenos Aires, le advirtió a Gustavo que González Gartland lo buscaba, por lo que se dio a la fuga, y alertó a Viera, quien, a su vez, hizo cundir la alarma hacia los demás.

Pero al quinto día de estar prófugo Gustavo se rindió. El 20 de marzo de 1964, quebrado en los interrogatorios judiciales, se desbarrancó en la redada. Una llamada tentativa por teléfono a su casa del MNRT Jorge Andrés Cataldo confirmó que la vivienda estaba ocupada por la policía y que los iban cercando.

Los allanamientos se sucedieron en múltiples hogares. Varios de sus compañeros se salvaron con él; a saber, Arbelos, Rodríguez, Zarattini, Roca y Baxter. Los demás incriminados, y otros tacuaras imputados por infracciones diferentes a las perpetradas en el Policlínico al tomar paralelamente cartas en el asunto el juez federal Jorge Aguirre, fueron forzados a fijar domicilio en las cárceles porteñas de Villa Devoto y Caseros; 18 en total, entre los que estaba Jorge Caffatti, mientras 11 quedaron prófugos.

No es superfluo aclarar que ninguno de ellos era debutante.

Previo al bautismo de muerte con “Rosaura”, habían acopiado unas cuarenta acciones directas en sus alforjas. Al compás del viraje por la senda de la izquierda peronista en sus debates ideológicos y políticos, influidos por las lecturas de intelectuales vernáculos citados en el capítulo anterior, venían intensificando una subterránea labor guerrillera, esponjando libros de Stalin y Mao Tse-tung, amén de cartillas, reglamentos y manuales bélicos.

Para conseguir solventar una fianza que liberara a Tomislav Rivaric de la cárcel, robaron la caja de la farmacia Salvatori, de O’Higgins y Juramento, en operativo genioles. Con el fin de pertrecharse, les quitaron armamento a centinelas de la Escuela Superior de Guerra, de la Dirección General de Remonta y Veterinaria del Ejército, de Aeroparque y del Tiro Federal, y vaciaron de treinta y cinco pistolas y cinco ametralladoras la guardia del Instituto Geográfico Militar.

A la fábrica de ametralladoras Halcón le redujeron el inventario en 134 unidades, adueñándose de ciento cincuenta mil proyectiles.

Los sabotajes se sucedieron con posterioridad a lo del Policlínico Bancario, atacando estaciones de servicio y oficinas de las multinacionales Shell, Esso y Phillips, quemando banderas estadounidenses, incendiando supermercados, y lanzando cócteles molotov contra empresas, galerías comerciales, hoteles, cabarets, locales políticos, estaciones de radio, despachos de abogados reaccionarios, cines y confiterías frecuentadas por quienes estimaban sus enemigos en la “burguesía” y el “imperialismo angloyanqui”.

Ponderaban que “las fábricas son de los trabajadores”, panfleteando y rellenando paredes de consignas con tinta roja, a menudo en fechas conmemorativas para el peronismo como el 17 de octubre o el 16 de septiembre, clamando “por el retorno incondicional de nuestro jefe revolucionario general Perón”. Las detenciones de marzo del 64 no ahogaron la protesta aguantando el “Plan de Lucha” de la CGT.

Tampoco la repulsa por la claudicación de los dirigentes gremiales que transaron con el gobierno cesar la movilización, estafando las reivindicaciones y adormeciendo “la voluntad de lucha de los trabajadores negociando con las fuerzas oligárquico-burguesas” el sacrificio de los “descamisados”. Se esforzaban en darle vida a “las milicias populares para la toma del poder y transformar el régimen gubernativo imperante”. Se erguían “contra el hambre” y “por la implantación definitiva del Estado Nacional Comunitario”, escarneciendo a “la burocracia frenadora aliada del capitalismo”, firmando “Soberanía o Muerte”, o lo que les
era igual: “Perón o Muerte”.

Desde abril de 1963, esa exaltación de la violencia urbana peronista y antiimperialista, escoltada por un indiciario marxismo como método de análisis y de acción política y social, dividía en dos la Tacuara rebelde en gestación, que coordinaba el triunvirato de Ossorio, Caffatti y Baxter. Desde el inicio del año, Osorio y sus seguidores se expresaban en Barricada, en tanto que Baxter y Caffatti lo hacían en Tacuara del Manchón, por la mancha asemejada a una gota de sangre con que se lacraba la primera letra del vocablo, diferenciándose del membrete de la Tacuara de Ezcurra, en cuya portada una lanza circular abrazaba toda la palabra.

En septiembre de 1963, Ossorio y los suyos no se plegaron al anuncio de Baxter, en un encendido acto en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, dando a conocer la aparición del Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT), omitiendo la autoría de “Rosaura”, que sería desollada por la policía recién en marzo del año siguiente.

En aquel mitín el MNRT exhibió prensa sin alusiones antisemitas y anticomunistas, figurando condenas al racismo y la discriminación religiosa, pidiendo
la anulación de los contratos petroleros y la nacionalización de la banca y los frigoríficos. Caffatti, Baxter y Nell dejaban atrás los designios de fundirse en la estudiantil UNES.

Cobraban autonomía involucrándose con la Juventud Peronista (JP) en la preparación del Movimiento Revolucionario Peronista (MRP), una estructura concebida por el general Juan Domingo Perón para acumular fuerzas y retornar al país. Zahondaban como adultos en la liberación nacio nal, apuntalando a los sindicalistas “combativos” de la CGT y apalancando
la conducción del líder justicialista, persuadidos de que “el proletariado” era “el depositario histórico de la conciencia nacional”.

En sus comienzos los reunió la práctica militar en las “milicias” del tronco de Tacuara, pero desmadraron. Y avanzaron hasta la configuración de una nueva fuerza de acción política. Desbordaron en el MNRT, haciendo eje en la práctica de comandos, “cuyo objetivo central era ser la vanguardia armada de la resistencia peronista”, como lo resume en su volumen sobre los nacionalistas el profesor Luis Fernando Beraza. “Tacuara Ejército del pueblo”, mandaba pintar Caffatti en los muros de Buenos Aires.

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