No queda sino retirarse de Afganistán

Se cumplen seis años de la ocupación de Afganistán por parte de la OTAN bajo la égida de la ONU, una misión conjunta de los EEUU y Europa. El 27 de febrero se produjo un atentado suicida talibán. Hay quien piensa que fue un intento de asesinato de Dick Cheney durante su visita para inspeccionar la “seguridad” de la base aérea estadounidense en Bagram (la otrora igualmente segura base aérea soviética en un conflicto anterior).

En el ataque murieron dos soldados estadounidenses y un mercenario (“contratista”). Bastaría este episodio para que el Vicepresidente de los EEUU se percatara de la magnitud de la debacle afgana. En el año 2006 las bajas aumentaron de manera significativa, y las tropas de la OTAN perdieron 46 soldados en enfrentamientos con la resistencia islámica, o como consecuencia del derribo de varios helicópteros.

En este momento los insurgentes controlan al menos 20 distritos en las provincias de Kandahar, Helmanda, Uruzgan, en donde las tropas de la OTAN han sido reemplazadas por tropas norteamericanas. Y ya no es un secreto que en esas tres zonas muchos funcionarios brindan apoyo a los guerrilleros combatientes. La situación está fuera de control. Al inicio de esta guerra, Bush y Blair aparecieron en muchos programas de televisión y de radio arguyendo que el objetivo de la guerra era liberar a las mujeres afganas. Si ahora lo repitieran, las mujeres les escupirían en el rostro.

¿Quién es responsable de este desastre?. ¿Por qué el país aún se encuentra sometido? ¿Cuáles son los planes estratégicos de Washington en la región? ¿Qué papel juega la OTAN? Y ¿cuánto tiempo puede estar sometido un país en contra de la voluntad de la mayoría de su población?

Ni en Afganistán ni en otros sitios se derramaron demasiadas lágrimas luego de la caída de los talibanes, y las esperanzas alimentadas por la demagogia occidental se esfumaron enseguida. Pronto se vio con claridad que la nueva elite transplantada paladearía a su buen placer el grueso de la ayuda externa y crearía sus propias redes criminales de corrupción y clientelismo. La población ha sufrido. Una casa familiar de barro y con techo de paja para albergar a los refugiados sin cobijo cuesta menos de 5.000 dólares. ¿Cuántas se han construido?. Prácticamente ninguna. Todos los años se informa que cientos de afganos sin techo mueren congelados durante el invierno.

En lugar de ello, se ha optado por encargar a sociedades de relaciones públicas internacionales la rápida y costosa organización de unas elecciones a beneficio, esencialmente, de la opinión pública occidental. El resultado ha sido que la OTAN no ha logrado apoyo dentro del país. Hamid Karzaid, el presidente títere, hizo una representación pública de su propia soledad y de su instinto de preservación, cuando se negó a que su seguridad estuviera en manos de su propia base étnica pashtun. Prefirió y obtuvo la seguridad de los marines norteamericanos, al estilo Terminator.

¿Estaría más seguro Afganistán si se hubiera aplicado un Plan de Intervención limitado al estilo Marshall? Por supuesto que la construcción de escuelas y hospitales gratuitos, de viviendas subsidiados para los pobres y la reconstrucción de la infraestructura social destruida luego de la retirada de las tropas soviéticas en 1998, podría haber logrado la estabilización del país. Aunque también hubiera sido necesaria la ayuda estatal a la agricultura y a la industria artesanales, para que estuvieran en condiciones de reducir su dependencia del cultivo del opio.

Afganistán produce el 90% del opio mundial. La ONU estima que la heroína constituye el 52% del producto interior bruto de la empobrecida nación, y que el sector agrícola dedicado al cultivo del opio continúa en alza. Todo esto habría precisado de un estado fuerte y de un orden mundial diferente. Sólo un utopista algo chiflado podría haber dado en pensar que los países miembros de la OTAN -ocupados en privatizar y desregular a toda prisa en sus propios países- se embarcarían en experimentos sociales progresistas en el exterior.

Ello es que la corrupción de la elite crece como un tumor sin tratamiento. Los fondos occidentales destinados a sostener una u otra reconstrucción acaban sirviendo para construir lujosas mansiones en provecho de las elites locales. En el segundo año de la ocupación hubo un escándalo inmobiliario mayúsculo. Los ministros del gobierno se hicieron con jugosos negocios inmobiliarios en Kabul -adjudicándoselos a sí mismos o a sus amigotes-, mientras los precios de la tierra alcanzaban el nivel más alto desde la ocupación: porque los ocupantes y sus seguidores deseaban vivir como acostumbran. Los colegas de Karzai construyeron sus grandes mansiones bajo la protección de las tropas de la OTAN y a la vista de los pobres.

A todo eso ha de agregarse el hecho de que el hermano menor de Karzai -Ahmad Wali Karzai- se ha convertido en uno de los grandes señores de la droga del país. Cuando Karzai maldecía de la incapacidad paquistaní para frenar el contrabando en las fronteras, el General Musharraf sugirió que quizás Karzai podría dar ejemplo llamando al orden a su propio hermano.

Mientras las medidas económicas no lograban mejoras, los ataques militares de la OTAN tenían con frecuencia como objetivo a civiles inocentes, lo que trajo consigo las violentas protestas antiamericanas del año pasado en la capital de Afganistán. Y lo que inicialmente fue considerado por algunos lugareños como una acción política necesaria para controlar a al-Qaeda luego de los ataques del 11 de septiembre, ahora es percibido por una mayoría creciente en toda la región como una ocupación imperial lisa y llana.

Los talibanes crecen y logran nuevas alianzas, y no por la popularidad de sus prácticas religiosas sectarias, sino porque se han convertido en la única alternativa viable para la liberación nacional. Como a su costa y por dolorosa experiencia descubrieron los británicos y los rusos en los dos siglos pasados, a los afganos nunca les gustó estar ocupados.

Es imposible que la OTAN pueda ganar ahora esta guerra. Enviar nuevas tropas significaría más muertes. Y los combates a gran escala desestabilizarían al vecino Pakistán. Musharraf ya carga sobre sus espaldas la culpa por el ataque a una escuela musulmana en Pakistán, en el que resultaron asesinados docenas de niños, lo que hizo que los islamistas de Pakistán organizaran masivas protestas callejeras. Algunos informes sugieren que la incursión “preventiva” fue realizada por aviones de guerra de los EEUU, que supuestamente tenían como objetivo una base terrorista. Sin embargo, el gobierno paquistaní piensa que es mejor asumir la responsabilidad y evitar así un estallido de ira antinorteamericana.

El fracaso de la OTAN no puede ser atribuido al gobierno de Pakistán. En todo caso, la guerra de Afganistán ha creado una situación crítica en las dos provincias paquistaníes. La mayoría pashtun en Afganistán siempre tuvo estrechas conexiones con sus colegas pashtunes de Pakistán. La frontera fue una imposición del Imperio británico, y nunca dejó de ser porosa. En el año 1973 yo mismo la crucé -ataviado con ropas pastunes- sin ningún experimentar el peor estorbo. Es prácticamente imposible construir un muro similar al de Texas o al israelí a lo largo de una frontera montañosa y con líndes poco definidos de 2.500 Km. como la que separa a estas dos naciones. La solución es política, no militar.

Los objetivos estratégicos de Washington en Afganistán parecen inexistentes, a menos que necesiten del conflicto para disciplinar a los aliados europeos que los traicionaron en Irak. Es verdad que los líderes de al-Qaeda aún son muchos, pero su detención será resultado de un trabajo policial efectivo y no de la guerra y la ocupación. ¿Qué consecuencias tendrá la retirada de la OTAN? Que Irán, Pakistán y los estados del Asia central se convertirán en sostenes fundamentales de una constitución confederal capaz de respetar la diversidad étnica y religiosa. La ocupación de la OTAN no ha facilitado esa tarea. Su fracaso reforzó a los talibanes, a tal punto que, de manera creciente, los pashtunes se unen a su amparo.

Aquí, como en Irak, la lección es muy elemental. Para cambiar un régimen es mucho mejor comenzar desde abajo, aunque eso implique una larga espera como en Sudáfrica, en Indonesia o en Chile. Las ocupaciones destruyen la posibilidad de un cambio orgánico y crean problemas mucho mayores que los que existían antes. De lo cual es Afganistán un ejemplo más.

El argumento del ministro italiano de relaciones exteriores [D’Alema], quien ha dicho que se trata de una guerra justa porque es legal, esto es, porque fue sancionada por el Consejo de seguridad de las Naciones Unidas, es un argumento débil. El Consejo de Seguridad no es elegido ni responde a la Asamblea General. Está dominado por el puño de hierro cinco estados vencedores de la segunda guerra mundial. Sus decisiones no reflejan la opinión de la mayoría de los continentes. ¿Acaso habría Massimo D’Alema apoyado la ocupación de Irak, si los EEUU hubieran logrado imponer su posición en el Consejo de Seguridad? La única pregunta que merece ser formulada es la siguiente: ¿hay que enviar soldados europeos a matar y a morir con el único objetivo de preservar la hegemonía del Imperio norteamericano?

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