No muy lejos de Ginebra: Los derechos humanos bajo influencia de Washington

Fernando M. López desde San Salvador, gentileza Semanario Brecha, especial para Causa Popular.- El flamante Consejo de Derechos Humanos de la ONU está listo para inaugurar su primera sesión, pero aún se pasa por alto la nueva estrategia de Washington para controlar el organismo. Su presencia se hará sentir desde las sombras. Cuba, un caso testigo de las obsesiones estadounidenses.

El 16 de junio será recordado en las Naciones Unidas como la fecha de defunción de la Comisión de Derechos Humanos luego de 60 años de actividades, entre las que se destaca la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

El órgano fue reemplazado recientemente por el Consejo de Derechos Humanos (CDH), que celebrará su sesión inaugural a partir del próximo lunes para delinear un programa de trabajo. Se prevé que el consejo comenzará a tratar cuestiones de fondo recién en un año, cuando termine de definir su organización, reglas de procedimiento y autoridades. Por el momento, sólo se sabe que en esta primera etapa México ejercerá la presidencia del CDH.

La composición del consejo surgió hace poco más de un mes por una votación secreta de la Asamblea General de la ONU. Entre los 47 países electos, además de México, se encuentran Uruguay, Argentina, Brasil, Cuba, Ecuador, Guatemala y Perú, que representan a la región latinoamericana. Si bien los resultados de aquellas elecciones fueron de conocimiento público, muchos analistas pasaron por alto un aspecto que podría determinar el nuevo escenario en materia de derechos humanos: la decisión de Estados Unidos de mostrarse lo más lejos posible de Ginebra.

“Si el consejo llega a ser más productivo y menos politizado, Estados Unidos quizás considere solicitar ser miembro en años venideros”, dijo Mark Lagon, vicesecretario adjunto de Estado para Asuntos de Organizaciones Internacionales, cuando le preguntaron por qué Washington no aspiraba a un lugar en el CDH. Hasta entonces, según agregó Lagon, el gobierno de George W Bush sólo será un observador atento.

Sin embargo, el altruismo de la autoexclusión estadounidense es sólo aparente. La decisión responde a un cambio estratégico frente a las nuevas modalidades que regirán el organismo, como la votación secreta de sus miembros. Mientras tanto Washington buscará despegarse de una imagen sumamente deteriorada, luego de recurrir durante varios años a presiones y chantajes para condenar en Ginebra a sus enemigos del Tercer Mundo.

Esa imagen no sólo le restó credibilidad, sino también efectividad a la hora de imponer sus proyectos de resolución en la antigua Comisión de Derechos Humanos.

El ejercicio de Estados Unidos en Ginebra “es cada vez menos creíble, a tal punto que ellos mismos, que estimularon la sustitución de la comisión por un consejo, porque precisamente querían excluir a Cuba para condenarla sin ningún tipo de resistencias, al final votaron en contra de la creación del Consejo de Derechos Humanos”, dijo a BRECHA Orestes Hernández Hernández, secretario de prensa de la embajada de Cuba en Buenos Aires.

El caso cubano

Las acciones contra la isla en el marco de la antigua Comisión de Derechos Humanos (CDH) forman parte de un caso paradigmático, cuyo conocimiento permitirá entender los intereses que subyacen detrás de las banderas estadounidenses de libertad y defensa de los derechos humanos.

Ya en el Documento Santa Fe I, texto que delineó las políticas de gobierno de Ronald Reagan, se planteaban las bases para derrocar a la revolución cubana mediante el uso de los mecanismos y las estructuras de los órganos multilaterales: “Estados Unidos ya no puede aceptar el estatus de Cuba como Estado vasallo de los soviéticos.

Hay que calificar a la subversión cubana como tal y hay que resistirla. El precio que La Habana debe pagar por tales actividades no debe ser un precio bajo. (…) Un programa de derechos humanos vigoroso y equitativamente aplicable es el arma milagrosa de Estados Unidos contra la Unión Soviética y sus satélites y sustitutos”.

En este sentido, y con el objetivo de desplegar una fuerte campaña anticubana, Reagan impulsó y financió la creación de organizaciones contrarrevolucionarias, como la Fundación Nacional Cubano Americana, y la instalación de medios de gran alcance, como Radio Martí.

También utilizó a personajes que pasaron de las actividades terroristas a la defensa de los derechos humanos con un simple cambio de imagen. Así fue que Armando Valladares, un ex policía cubano acusado en 1960 de colocar explosivos en locales y teatros de La Habana, se convirtió en 1988 en el embajador de Estados Unidos en Ginebra.

Valladares se valió del chantaje para que muchos países miembros apoyaran el documento estadounidense contra Cuba en la CDH. “Tienen el ejemplo de la India -decía el ex terrorista-
En 1987 bloqueó nuestro proyecto y nuestro Congreso le suspendió un crédito de cooperación de 15 millones de dólares.”

Pero fue recién en 1990 cuando Estados Unidos pudo imponer una resolución que instalaba en la agenda de la ONU el tema de la situación de los derechos humanos en la isla. El texto contó con el apoyo de varios países de Europa del este que abandonaban el socialismo.

Un año después se sumó Argentina, luego de los acuerdos sellados por Carlos Menem con George Bush (padre) y los miembros más reaccionarios del anticastrismo, como Jorge Mas Canosa.

Esta tendencia, favorecida por la crisis del campo socialista y el avance del Consenso de Washington, se mantuvo durante casi toda la década del 90, aunque cada vez con mayores dificultades. Las contradicciones de Estados Unidos y, sobre todo, su selectividad a la hora de juzgar las violaciones de los derechos humanos le jugaron en contra dentro de la propia CDH, que rechazó el proyecto de resolución de 1998 contra La Habana.

Tras la derrota Washington decidió cambiar la modalidad de presentación de sus proyectos en Ginebra, recurriendo a un tercer país que promoviera la condena. Ese rol le correspondió a la República Checa, que a cambio consiguió el apoyo de Estados Unidos para ingresar a la OTAN.

Pero la nueva táctica tuvo un éxito relativo. Si bien Estados Unidos logró que la CDH condenara a Cuba a partir de 1999, las votaciones seguían manifestando resultados muy estrechos, con diferencias de hasta un solo voto entre las posturas a favor y en contra de las resoluciones.

Dos años después Estados Unidos se encontró ante dos nuevas dificultades. En primer lugar, fue excluido de la CDH tras postularse para renovar su permanencia como Estado miembro. En una votación destinada a cubrir tres vacantes occidentales en la comisión, la candidatura estadounidense quedó detrás de Francia, Austria y Suecia.

Por otra parte, los checos se negaron a seguir patrocinando la condena, luego de hacerlo durante tres períodos consecutivos. La Casa Blanca salió entonces a buscar otro país que presentara sus proyectos. El Departamento de Estado encontró en Uruguay al aliado perfecto, en el momento que Jorge Batlle negociaba un acuerdo bilateral de comercio con George W Bush.

El canciller cubano, Felipe Pérez Roque, acusó a Batlle de seguir instrucciones directas de Washington, a partir de un memorándum que el Departamento de Estado había distribuido entre los gobiernos latinoamericanos: “Creemos que una resolución breve, sencilla y no confrontacional, a lo mejor basada en el capítulo democrático de la oea, centrada en la situación de los derechos humanos y solicitando una visita de investigación a la isla, va a tener las mayores posibilidades de éxito”, decía el documento.

Bajo estas recomendaciones se aprobó una resolución que solicitaba al alto comisionado de las Naciones Unidas para los derechos humanos el envío de un representante personal que examinara la situación en la isla.

Derrota inicial

La elección de Cuba como uno de los 47 estados que integran el Consejo de Derechos Humanos puede interpretarse como una derrota inicial de la estrategia que se planteó Estados Unidos ante el nuevo órgano de la ONU. Especialmente si se tiene en cuenta que ese país, con el apoyo de la Unión Europea y varias ONG, hizo todo lo posible por evitar que La Habana obtuviera un asiento en Ginebra.

Lo cierto es que a partir de ahora Washington se verá ante mayores dificultades para seguir ejerciendo sus presiones. Por eso mismo prefirió automarginarse del nuevo CDH, o mejor dicho, operar desde las sombras con el objetivo de ampliar su marco de acción sin tener las responsabilidades y los deberes de un Estado miembro.

En todo caso, si su estrategia falla, la misma falta de pertenencia le permitirá desacreditar al organismo en calidad de “observador”, como ya lo hizo tras las elecciones de la Asamblea General. El portavoz de la misión estadounidense en la ONU, Rick Grenell, aseguró que la formación del actual consejo mejoró respecto de la antigua comisión, aunque “todavía hay algunos miembros que son problemáticos”.

Más frontal fue la representante republicana de Miami Ileana Ros-Lehtinen, quien habló de irresponsabilidad en la votación y llegó a calificar de “ridículo” al consejo.

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