Es exagerado equiparar lo que hace Israel al pueblo palestino con lo que le hizo el nazismo a judíos (y a otras minorías). Pero en cambio es muy similar, si no idéntico, a lo que los europeos les hicieron durante siglos a los judíos (y a otras minorías). No other land, “no hay otra tierra”, se titula el documental que ganó el Oscar 2025 en esa categoría. Realizado por periodistas palestinos e israelíes (dos de ellos, Basel y Yuval, lo protagonizan), cuenta la descorazonadora vida bajo la ocupación israelí en Cisjordania.
Basel Adra es el valiente joven palestino que documenta cada atropello, y que recibe a Yuval Abraham, solidario periodista judío, para registrar los abusos cotidianos y la resistencia de décadas en una zona ocupada ilegalmente por Israel desde 1967. Esa pequeña comunidad pelea contra su desplazamiento forzoso de sus tierras ancestrales, “legalizadas” como campo de entrenamiento por las fuerzas israelíes.
En un momento el joven judío es interpelado por su amigo palestino:
– Necesito escribir algo sobre la protesta de hoy –dice Yuval–. El artículo anterior que escribí tuvo pocas visitas –se lamenta.
– Bueno –responde Basel–. Siempre es así. Es que vos sos… Estás un poco… entusiasmado.
– ¿Qué querés decir con eso?
– Querés que todo suceda rápido. Como si vinieras y en diez días se soluciona todo y luego volvés a tu casa. Pero no es así. Esto ha estado ocurriendo por décadas.
(silencio de ambos)
– ¿En serio sentís que quiero volverme en diez días?
– Sí, es como si quisieras terminar con la ocupación en diez días –reitera Basel–. “El artículo tuvo pocas visitas” –lo remeda–. Lo querés todo rápido.
– Bueno ¿entonces como debería ser?
– No lo sé, pero seguramente no como vos creés.
Ambos sonríen. Son amigos y compañeros de lucha. Ambos saben (Basel, por experiencia de décadas de su pueblo; Yuval, por la experiencia de siglos de su pueblo) que las injusticias no se disuelven en segundos. “No hay nada más sin apuro que un pueblo haciendo su historia”, podría terciar Zitarrosa de estar presente en el diálogo entre ambos.
No en mi nombre
Basel tiene la sabiduría que da el dolor y la fuerza que da la juventud. Yuval precisa que Basel le recuerde que no es de un día para el otro. La injusticia lo desgarra porque, como les reprocha a los soldados israelíes, “esto me interesa porque ustedes lo están haciendo en mi nombre”.
Muchas personas judías en el mundo actual —desde las que se consideran creyentes hasta las más “herejes”— no pueden seguir impasibles ante las calamidades cometidas por el Estado de Israel contra el pueblo palestino. No soportan que armas que llevan la estrella de David hayan asesinado a más de 50 mil personas (entre las cuales hay no menos de 12 mil niños y niñas) en venganza por el atroz episodio del 7 de octubre de 2023.
Y me apuro a corregirme: venganza, en el mejor de los casos. Como lo denuncia Haaretz (voz valiente y solitaria de la prensa israelí), para Netanyahu y su gobierno los rehenes aún en manos de Hamas son solo un pretexto, cada vez más evidente, para sus planes de “limpiar” étnicamente Gaza y allí concretar negocios estratégicos e inmobiliarios, ahora de la mano de los delirios supremacistas de Donald Trump.
Libertad de expresión y mensajes de odio
En estos días en la Argentina fue noticia (entre tantas convulsiones) la sanción a una legisladora de la izquierda trotskista (Vanina Biasi) por expresar en redes sociales, según el juez Rafecas, un discurso de odio hacia el Estado de Israel y hacia la comunidad judía argentina, básicamente por cuestionar la existencia de ese Estado de Israel y considerar al sionismo como “nazi”, dos aspectos que el magistrado consideró decisivos para entender que Biasi incurría en antisemitismo.
No es capricho del magistrado sino que la definición de la Alianza Internacional para la Memoria del Holocausto (IHRA, por sus siglas en inglés) incluye esos aspectos como signos inconfundibles de antisemitismo. Y eso parece indiscutible para el magistrado.
Estas líneas no son para defender a la diputada Biasi ni a sus tweets, ni tampoco para discutir el fallo de Rafecas, interesante como debate teórico, pero: ¿en serio descalificar al Estado israelí, que comete actos de guerra criminales a los que voces jurídicas, políticas, filosóficas (muchas de ellas judías) califican como “genocidio”, y compararlo con otros supremacismos –aunque sea hiperbólica la comparación– son delitos y “antisemitismo” en la Argentina?

Judíos y antijudíos
El francés Edgar Morin, hoy de 103 años, es uno de los intelectuales vivos más respetados del mundo. Teórico de la complejidad, filósofo y sociólogo, sus libros han aportado mucho a las ciencias sociales y al pensamiento en general en beneficio del respeto a la diversidad.
En 2002 Morin había publicado (con otros dos autores) un texto en el diario Le Monde donde cuestionaba la política israelí hacia el pueblo palestino. La nota, titulada Israel-Palestina: el cáncer, le valió una demanda por “apología del terrorismo y antisemitismo” de la Association France-Israël.
El absurdo juicio fue anulado cuatro años más tarde, pero a Morin, judío sefaradí, miembro de la Resistencia francesa, con toda una vida (ya casi centenaria) dedicada a impulsar políticas dialógicas, enemigo de todo autoritarismo, lo impactó grandemente.
Morin se pensaba inmune a acusaciones como esa, y la conmoción lo llevó a publicar El mundo moderno y la cuestión judía, donde desarrolla su mirada (altamente disruptiva: “Con Israel nació un nuevo antisemitismo”, afirma) y reproduce como epílogo el artículo de 2002.

De Rodef a Nirdaf
En su libro Morin recuerda que Víctor Hugo había escrito: “En el oprimido de ayer, el opresor de mañana”. Y que las críticas más radicales contra la deriva de Israel como nación dominadora, provienen del corazón del propio Israel. Por ejemplo, reseña que fue Yeshayahu Leibowitz –científico, filósofo y lider religioso israelí– quien habló por primera vez del “Estado judeonazi”.
Fue tras la guerra de 1967, cuando auguró que de no devolver los territorios ocupados entonces, Israel entraría en una dinámica fascista inevitable, ya que al imponer (y luego mantener) la ocupación, dejaba de ser víctima (de la Alemania nazi) para ser verdugo (del pueblo palestino): rodef (persecutor) en lugar de nirdaf (perseguido). Hasta 1994, año de su muerte, Leibowitz no paró de denunciar la conversión de Gaza en un “campo de concentración” ni de advertir sobre la pérdida de brújula moral de la sociedad israelí, desilusionado por completo del rumbo que había adquirido el sionismo.
Advirtió además sobre el riesgo de la fanatización de la política sionista: revestir de pátina religiosa al Estado israelí y disimular los abusos con una justificación “basada en los textos sagrados”, conduciría a atrocidades morales cada vez peores. Ya en 1953, tras la masacre en el pueblo palestino de Qibya, Leibowitz escribió: “Debemos preguntarnos: ¿de dónde vienen estos jóvenes que no tienen escrúpulos morales para cometer tales atrocidades? Estos jóvenes no son marginales. Crecieron y fueron educados en los valores del sionismo. Son el producto de aplicar el lenguaje religioso de los asustados a los asuntos sociales y nacionales”.
Si Leibowitz viviera, si publicara en la Argentina y escribiera estas cosas, la DAIA lo habría demandado y quizás el juez Rafecas lo habría condenado.
Aclarando el panorama
Si los voceros del sionismo hegemónico tienen razón, resulta que el mundo está lleno de judíos antijudíos.
En efecto, hay (habemos) una legión de personas judías que condenan las políticas del Estado de Israel que han profundizado el oprobio para los palestinos obligados a dejar sus tierras y sus propiedades, y que no han recibido compensación alguna en casi ocho décadas desde la Nakba, la “catástrofe” como le llaman a lo que para los israelíes es su “Guerra de independencia”. ¿Todas esas personas judías son (somos) nazis?
No obstante considero un error de enfoque (que se frustra por hiperbólico) comparar lo que Israel hace al pueblo palestino con lo que el nazismo hizo a las comunidades judías de los países que ocupó (y también a otros colectivos, no tan recordados: también fueron elegidos para ser perseguidos, encarcelados y luego aniquilados gitanos, personas con discapacidad, afroalemanes, disidentes políticos, testigos de Jehová, homosexuales, todos grupos considerados factores de “degradación racial”).
Errores de equiparación
Me corrijo: comparar ambos fenómenos no es un error. El error es equipararlos, considerarlos idénticos. ¿Es necesario argumentar por qué? Bueno, aquí va: el Estado de Israel no proclama la necesidad de exterminar al pueblo palestino, ni lo ha hecho jamás. Lejos de ello, un porcentaje importante de la sociedad israelí son palestinos en el sentido más estricto: árabes nacidos en el territorio histórico de Palestina. Más del 20 por ciento: dos millones de personas. Tienen escuelas propias, partidos políticos y representantes en el parlamento (la Knéset). Claramente Israel no pretende exterminarlos.
Lo que no quiere Israel es que haya un Estado palestino, ni tampoco desocupar los territorios que, ilegalmente, ocupa desde 1967, en aquella victoria pírrica que agravó todos los problemas que ya existian desde 1948.
¿Y cuánto tiempo más soportarán pacíficamente los “palestinos de Israel” el trato que Israel da a sus hermanos de los territorios ocupados? Nadie lo sabe. ¿A nadie le preocupa? ¿Se planteará en algún momento el exterminio, habrá “estadistas” israelíes proponiendo una “solución final”? Nadie sabe adónde puede inclinarse la deriva cada vez más fascista del sionismo hegemónico. Nunca antes autoridades máximas israelíes habían hablado de Amalek, el pueblo exterminado por los judíos por orden divina, según los textos “sagrados”. Ahora lo hacen. ¿Habrá entre la dirigencia israelí quienes estén pensando en las formas de concretarlo?
Y una pregunta más: ¿considerar que es un error la equiparación implica que Israel no esté llevando a cabo actos definidos como genocidio?
Genocidio
Por supuesto que no. Para la Convención para la Prevención y la Sanción del Genocidio, ese delito se da cuando hay “actos cometidos con la intención de destruir de manera total o parcial a un grupo nacional, étnico, racial o religioso”. Esos actos pueden inscribirse en una o más de las siguientes categorías:
· Matar a los miembros del grupo.
· Causarles daños corporales o mentales graves.
· Infligirles condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física total o parcial.
· Imponer medidas destinadas a evitar nacimientos.
· Transferir de manera forzada a los niños del grupo a otro grupo.
Los hechos criminales que Israel viene desarrollando en Gaza, desde el 7 de octubre de 2023, ¿en cuántas de las cinco tipologías se pueden inscribir?
No es necesario ser jurista para responder razonablemente a esta pregunta.
Comparaciones odiosas
Lo que el Estado de Israel le hace a los palestinos, desde hace décadas y que se potenció exponencialmente en los últimos dos años (gracias al formidable pretexto que, generosamente, le regalaron a Netanyahu los líderes de Hamas) sí es comparable con otro fenómeno europeo, tan europeo como lo fue el nazismo.
Creo que se puede equiparar casi sin elementos diferenciadores (salvo la tecnología bélica disponible en la actualidad) con lo que los europeos les hicieron durante siglos a los judíos (y también a otras minorías): exclusión, expulsión, despojo de sus tierras y propiedades, acoso y hostigamientos constantes, matanzas indiscriminadas, reducción a la servidumbre, hambrunas deliberadas. De nuevo: no solo a comunidades judías. Millones de seres humanos en Europa recibieron ese tratamiento por parte de sectores dominantes. Aunque muchos no sobrevivieron (¿quién recuerda a hugonotes o a albigenses?) o no lograron dar a conocer masivamente el relato de sus penurias (alemanes del Volga, gitanos, menonitas, etc).
El nazismo, con todo su horror, no fue otra cosa que el punto extremo (y final, esperamos) de la versión más arrogante, patológica y criminal del supremacismo europeo, aplicado metódicamente contra otros grupos también europeos, pero que cuando se aplicó fuera de Europa (África, América, Asia) no produjeron jamás tanta conmoción.
La exageración de lo que hoy sufre el pueblo palestino (¡como si fuera necesario, como si el horror no fuera suficiente!) corre el riesgo de transformarse en la vieja fábula del pastor mentiroso. Quienes vean No other land no verán campos de exterminio ni pilas de cadáveres. Pero sí verán un trato muy parecido al recibido en Europa durante siglos.
¿Será el exterminio de los palestinos el punto extremo y final de los nacionalistas arrogantes, patológicos y criminales que conducen el Israel actual, el sionismo hegemónico, el Estado “Judeonazi” del que hablaba Leibowitz, si nadie les pone freno? Algo así se preguntan las voces más lúcidas en aquel país (condenadas a la soledad cuando no directamente atacadas) como Gideon Levy: “Si no es un genocidio lo que hay en Gaza, entonces, ¿qué es?”, interroga, implacable.
Faltan apenas 23 años para el primer centenario del Estado sionista. ¿Qué festejarán entonces? Quienes vieron No other land no pueden responder esa pregunta con nada positivo.