No hace falta ser detective

La concentración mediática y la degeneración profesional son las dos manos que atenazan y asfixian la garganta del periodismo imprescindible.

Son varios los resultados que arroja por estos días lo que se llama sin ton y se repite sin son: “investigación periodística”. Lo primero es la confusión de ésta con el Periodismo de Investigación. Lo segundo una proliferación de libros que, por el mote, intentan disimular a malos escritores y peores periodistas. Lo tercero pertenece al mundo autocentrado de la televisión y se relaciona con las cámaras ocultas, esas prótesis mayormente escandalosas que solo ocultan al Periodismo de Investigación.

Algunas de las rectificaciones que intentaré aquí se replican una y otra vez en las aulas de las escuelas y de las universidades en dónde se enseña periodismo, por lo visto con escaso éxito, tal vez por que el periodismo hegemónico y su propia escuela (reinante en el interior de los medios) se nos aparece como impenetrable a toda forma de conocimiento.

Juan Jorge Faundes, periodista y escritor chileno, nos ayuda con una introducción definitoria de la investigación en el periodismo y del periodismo de investigación.

“Entiendo el Periodismo de Investigación como la búsqueda y difusión de información acerca de sucesos con valor periodístico (es decir: con grados considerables de improbabilidad de ocurrencia del hecho, y de probabilidades altas de impacto histórico y psicológico del mismo), eventos e información que otros (individuos, grupos, empresas, instituciones, organizaciones gubernamentales o no gubernamentales, clases sociales o el sistema mismo en su conjunto) mantienen ocultos y quieren impedir que sean conocidos y difundidos en un ámbito social mayor que aquel circuito de los que están enterados.
Es decir, la materia del Periodismo de Investigación, su objeto, es la información oculta, reservada, secreta, y sus fuentes, aquellas que están cerradas. Estas últimas características (información oculta y fuentes cerradas) diferencian al Periodismo de Investigación de cualquier otro tipo de formas periodísticas, aunque sean de denuncia, pero que trabajen con información socialmente disponible a través de fuentes abiertas”.

Hace algunos años, Jorge Lanata, siempre reactivo a todo aquello que no lo tenga incluido y considerado, desbarró con la confusión, asediado quizá por los fantasmas de la envidia que le generaba el primer Telenoche investiga: “No sé porque tanta referencia al periodismo de investigación si todo periodismo tiene la obligación de investigar”. Como si Faundes hubiese previsto el cacareo agrega: “Esto no implica que el trabajo con información socialmente disponible a través de fuentes abiertas no sea investigativo: todo reportero, toda construcción de información por medio de la interrelación de datos, variables y actores es una práctica de investigación.”

Quedamos entonces así. Palmario es que toda tarea periodística requiere de investigación. Tanto como decir que, si bien todo periodismo es investigación periodística, no toda investigación periodística es periodismo de investigación.

En esto también tienen que ver los tiempos, pero esencialmente la modalidad de trabajo. Cuando el primer Telenoche Investiga, sobre mediados de la década del noventa, las investigaciones se hacían públicas una vez terminadas y sin periodicidad establecida. A nadie se le ocurriría entonces (como no debería habérseles ocurrido después) que un programa de investigación podría tener una publicación semanal. Imposible sin atentar contra la calidad y, en consecuencia, con el propio género de la investigación periodística.

Dada la característica de la tarea era absolutamente impredecible el momento en que podía estar concluida. El grupo de trabajo, reducido, económico y casi anónimo, desarrollaba simultáneamente varias líneas de investigación. En ese derrotero, sólo en los tramos finales sabían “de qué iba la cosa” puesto que la reunión de datos y sus relaciones, las certificaciones y los chequeos iban configurando un entramado que, en un momento, impreciso y único momento, terminaba encajando y dándole a los periodistas el perfil final del tema investigado.

Igual que la publicidad que ha corrido la importancia desde el producto publicitado a la calidad del anuncio que lo publicita, la televisión primero y todo el sistema mediático después, ha puesto las prioridades del formato medial (televisivo, radial, gráfico) sobre las prioridades que hacen a la calidad de la información que difunden.

Insólitamente, contradiciendo la frase popular, este carro viene desde hace más de una década, arrastrando al caballo. Pero hay algo que ocultan las cámaras ocultas. Paradójicamente ocultan al Periodismo de Investigación.

Hubo desde el principio una tendencia a reducir el Periodismo de Investigación al ámbito de los asuntos deliberadamente ocultos, a aquellos temas barridos bajos las alfombras del poder ( político y/o económico) o retirados a sus escondrijos más inaccesibles.

Tres factores externos al periodismo contribuyeron a ese reduccionismo: La propia inmundicia de la degradación política, la amoralidad del capitalismo tardío y el clima social atado a la teoría conspirativa.

Todos estos factores componen el aire de las redacciones no precisamente con la proporción de los gases raros. El primero, porque implica una usina interminable de hechos que brillan con la misma intensidad de los escandalotes del mundo de la farándula, principal competidor en el preciado interés de las audiencias. El segundo, debido a una de las dos trágicas confusiones del periodismo hegemónico contemporáneo y que está llevando a la profesión por el camino de la desaparición: la confusión de Opinión Pública con “audiencia”.

¿Debo decirlo? Los periodistas trabajamos para la Opinión Pública.
La Opinión Pública es un lugar sin lugar en donde los periodistas colocamos el resultado de nuestro trabajo honesta y profesionalmente realizado, para que quien quiera haga con él otro trabajo que ya excede( y debe exceder) las pretensiones del periodismo. Ese arcón del que se sirve el ciudadano para formar sus conductas y contribuir al fortalecimiento de la democracia nada tiene que ver con las “audiencias”.

El periodismo hegemónico trabaja para las audiencias, se ata a ellas, a su capricho y a su número, signando inexorablemente la desaparición del ámbito natural para el desarrollo del periodismo que es la libertad. Una relación de dependencia y de adicción mutua que, simultáneamente, estupidiza al ciudadano y muta la función y el carácter del periodismo hasta convertirlo en lo que no puede ser.

Es por ello que las prácticas pergolinescas, extremadamente distantes de cualquier periodismo posible, se integran hoy a la idea social del periodismo sin ninguna reacción por parte del sistema.

El periodismo crítico tiene, frente a una sociedad en crisis con un periodismo en crisis, la obligación y la necesidad de hacer la exhortación a la recuperación de la mística y la utopía del periodismo. Frente a esta puja, la aparición del Periodismo de Investigación ha sido una oleada vivificante para las ilusiones de esa recuperación.

En primer lugar el periodismo de investigación trabaja sobre temas nuevos, asuntos de los que nadie se ocupa, por ocultos o por despreciados, por interesadamente ignorados. También de la inmundicia del poder convencional, pero no sólo de ella, tanto que bien podría si quisiese, ocuparse de la inmundicia del poder mediático, cosa que no hace sino ocasionalmente.

En segundo lugar es un género histórico. Aún cuando el periodismo hegemónico pretende presentarlo como novedad. Hay un centenar de años de antecedentes que emparientan al periodismo de investigación con la matriz original del periodismo. Este rasgo le otorga capacidades suficientes en la tarea de la recuperación de la mística y la utopía del periodismo, que ponemos aquí como reclamo y como condición imprescindible para la salvación de la profesión.

En tercer lugar, el periodismo de Investigación puede, si quiere, prescindir del sistema mediático, y por lo tanto de los dictados del periodismo hegemónico. Esto no quiere decir que deba prescindir de ese sistema, sino que puede hacerlo si le fuese necesario. Los libros, tanto como la infinidad de publicaciones específicas en todos los formatos mediáticos dan prueba de ello. La aparición de la red y las herramientas forjadas por esa comunidad afianzan hoy, aún más, esa capacidad de prescindencia y esa independencia productiva.

El periodismo hegemónico se mueve como toda cultura hegemónica del sistema. Tardó muy poco en darse cuenta de la peligrosidad que un periodismo que se realiza independientemente de la agenda y que puede realizarse independientemente del sistema mediático acarreaba para ese sistema y en consecuencia, para sí mismo.

De manera que hizo lo que toda cultura hegemónica del sistema hace en estos casos: convertir al enemigo en algo propio. El sistema reproduce sus antagonismos, se los traga, los convierte en parte de sí mismo.

Así que, deliberadamente, redujo su Periodismo de Investigación a una versión Reality dirigida a explorar las cloacas de la política y a satisfacer y hacer regodear a las audiencias con la comprobación de algo que durante años no fue noticia: La muerte de la política. Y para combatir en todos los terrenos riega ahora los anaqueles de libros “periodísticos” que no son el resultado de investigación alguna sino mera reunión de chismes, y que vienen sólo a reemplazar en el espacio de esos estantes al auténtico periodismo de investigación.
La concentración mediática y la degeneración profesional son las dos manos que atenazan y asfixian la garganta del periodismo imprescindible.

(Algunos de estos conceptos integran “Salven a Clark Kent” Exhortaciones ante la muerte del periodismo. Del autor. Corregidor. Buenos Aires. 2005.)

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