No fue una guerra. Fue una masacre

Estrenó su condición de jefe de la bancada oficialista con un tema conflictivo: la reforma al Consejo de la Magistratura. Ferviente rosarino, en un diálogo franco con Mario Dieguez, el diputado Agustín Rossi reflexiona sobre su ciudad natal; sobre sus inicios en la universidad y como concejal; sobre las secuelas que dejó la dictadura militar, las consecuencias de la desindustrialización, el terrorismo de Estado y la actitud del Presidente Kirchner frente a los derechos humanos. Lo que sigue es un resumen muy apretado de la entrevista que nos concedió en su amplio despacho del edificio anexo del Congreso.

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En Foto: Agustín Rossi

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– Entrevista a Agustín Rossi por Mario Dieguez

– En este marzo se cumplen treinta años del derrocamiento, por parte de las fuerzas armadas, del gobierno constitucional. ¿Cómo era Rosario antes de ese acontecimiento?

– El perfil social y productivo de Rosario en los setenta era muy industrialista, con un alto componente de pequeñas y medianas empresas. Aunque había grandes industrias, como Acindar, en la ciudad propiamente dicha y el polo industrial del norte hasta San Lorenzo existía un tejido de pequeños y medianos talleres relacionados con el mercado interno. Uno de los rubros de mayor importancia era el textil, que desaparecerá, tal como sucedió en Pergamino, provincia de Buenos Aires. En Rosario, la empresa más importante era Estexa, donde ahora funciona un complejo de cines. Además de la mano de obra directa, esas fábricas daban trabajo a cientos de talleres, lo que hoy llamamos micro emprendimientos. También era importante la fabricación de bicicletas. Se armaban en la ciudad, donde también se fabricaban todos los insumos: cuadros, asientos, manubrios, pedales. Desde su desaparición, comenzaron a importarse de China, aunque también de Uruguay, donde se arman con partes chinas.

– ¿Qué consecuencias tuvo la política de la dictadura?

– En Rosario comenzó a gobernar el miedo y la represión. Se llama a silencio una muy fuerte actividad cultural que nos identificaba: el Negro Fontanarrosa, Litto Nebbia, grupos teatrales y bandas de música. Es intervenido el movimiento estudiantil y en algunas facultades de la universidad de Rosario aparece la figura vigilante del tutor, según el modelo de algunas universidades norteamericanas. En lo que respecta al movimiento obrero, empieza la desindustrialización y se sienten los primeros crujidos de la crisis económica, con sus secuelas de deterioro social y político. Y a pesar de ello, siguió siendo polo de atracción para las provincias más empobrecidas del nordeste, lo que acentuó las migraciones de ese origen, a veces alentadas por los propios gobernadores militares para mostrar menores cifras de desocupación. Los índices más altos de marginalidad comienzan a acentuarse en los 90 y aún subsisten, aunque ahora muy focalizados: comedores donde hasta hace unos años asistían doscientos chicos, hoy dan de comer a cuarenta.

– La desindustrialización de la dictadura primero y de los 90 después, reconfiguró la vida urbana en el país. ¿Qué sucedió en Rosario?

Durante la dictadura, dejó de ser una ciudad centrada en la actividad secundaria, industrial, para convertirse en una ciudad terciaria, dedicada al comercio y los servicios, situación que persiste aún hoy por diversos factores como los ambientales. Actualmente, las industrias están localizadas fuera de la ciudad, en lo que se llama el Gran Rosario, distinto a los que conocemos como el Gran Buenos Aires porque no tiene bolsones de pobreza. Los sectores marginales están dentro de Rosario, donde existen los mayores niveles de marginación, y no en su zona industrial. Son conglomerados de diez o quince mil habitantes que no tiene los índices de pobreza de algunos sectores del Gran Buenos Aires. Otro dato a tener en cuenta es el crecimiento geométrico de las villas durante el gobierno de Menem por efecto de la desocupación galopante en el mismo Rosario y por la migración interna desde las provincias del nordeste.

– ¿Cómo se puede superar una situación tan conflictiva?

– El futuro de Rosario está íntimamente ligado al modelo productivo del país. Si logramos consolidar este modelo, Rosario y su cordón industrial van a crecer muchísimo. En los 90, nuestra ciudad era uno de los picos de conflictividad social del país, el aglomerado urbano con más alto índice de desocupación. Como no es capital de provincia, la incidencia del empleo estatal, que funciona como colchón en épocas de crisis, es ínfima. Cuando hay crecimiento económico, la ciudad puede despegar muy rápido, y en la medida en que el país siga creciendo, la ciudad también va a crecer. La industria textil es un ejemplo de crecimiento exponencial, aún teniendo en cuenta el alto grado de informalidad que provoca la tercerización. En Arroyo Seco y Acebal existe una muy importante actividad de fabricación de calzado. Son empresas con hasta setecientos empleos directos. Por sus características artesanales, el calzado es una actividad intensiva. También es importante la fabricación de muebles. No debe olvidarse la importancia económica del puerto de Rosario, que no es cerealero sino de cargas generales. En estos momentos trabaja veinticuatro horas diarias en el transporte de mercaderías a través del Paraná. El único emprendimiento industrial importante que quedó en Rosario fue General Motors, que da trabajo a varias industrias proveedoras, y en la medida en que arreglemos algunas cuestiones con Brasil, estará en condiciones de fabricar autos pequeños. Y no podemos olvidarnos del polo cerealero del norte de la ciudad, en el que funciona el complejo oleaginoso más importante del mundo.

– Las políticas aplicadas durante el proceso militar y la década del 90 culminarían en la crisis de diciembre de 2001. ¿Qué sucedió entonces en Rosario?

– Fue una jornada aciaga. En Rosario hubo muchos muertos sin ninguna justificación, y una represión inexplicable. Fue un momento tan difícil que nos costó dimensionar qué había pasado. Después que pasamos la crisis del 19 y 20 de diciembre, del estado de sitio y demás, con la sensación de que se caía el país, recién entonces comenzamos a comprender lo que estaba pasando y lo grave de la circunstancia. Tengamos en cuenta que ese momento político se llevó puestos a tres partidos políticos: la Unión Cívica Radical, el partido de Cavallo y el Frepaso. Al peronismo se lo puso en un lugar muy difícil, porque se tuvo que hacer cargo de la situación casi por inercia. Pero también entró en crisis, y su expresión más nítida es el Congreso de Lanús: cuando más unidad se necesitaba, se alentó la división partiéndose en tres pedazos. Aún resulta muy complicado explicar las grandes contradicciones de esos días: en el momento más difícil de la política, con una clase dirigente absolutamente desprestigiada, Argentina cambió varios presidentes en unos pocos días y, aún así, sostiene a sus instituciones democráticas. Sin embargo, cuando mayor fortaleza política había, se claudicaría ante los carapintadas. En el momento de mayor desprestigio de los partidos políticos y de los políticos mismos, la Argentina supo sostener la institución presidencial.

– ¿Qué reflexión le merece la política de derechos humanos del Presidente Kirchner, frente a ese 24 de marzo de hace treinta años en que se inició una etapa negra en la historia del país?

– El día que el Presidente entró a la Esma, y cuando bajó el retrato de los generales dictadores en el Colegio Militar, clausuró una parte de la historia oficial y terminó con la teoría de los dos demonios, reafirmando que aquí hubo terrorismo de Estado. La sociedad debe comprender que los delincuentes del Proceso eran lisa y llanamente una banda que mataba, violaba, saqueaba y después vendía el producto de lo saqueado. Eran una banda. Eso marca el Presidente, y así se empieza a escribir otra historia. La sensación que había quedado en la Argentina, después de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final y de los indultos, era que acá había habido una guerra, y la verdad es que acá no hubo una guerra sino una masacre.

– ¿Cómo se inició en la actividad política?

– En la resistencia a la dictadura. Nosotros comenzamos a juntarnos en 1980, pero un año antes la Asociación Empresaria y la Federación Agraria habían producido un gesto de resistencia, un pequeño apagón relacionado con el deterioro económico del sector textil porque ya estaban ingresando productos provenientes de China. En 1981, en la Facultad de Ingeniería, logramos que nos dejen elegir dos delegados por curso para resolver la problemática universitaria y fue una cosa importante en todo el país, ya que pusimos nuevamente en el tapete la palabra “elegir”. A partir de entonces empezamos a juntarnos en la Iglesia San Antonio, una de las pocas en que se celebraba misa el 1° de julio para el aniversario de la muerte de Perón, logrando una movilización masiva el 30 de marzo de 1982.

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