Cuando la escritora chilena Gabriela Mistral supo del suicidio de su amigo Stefan Sweig, agobiado por la barbarie nazi y de “tantos años de andar sin patria”, declaró: “Murió de guerra”. Nosotros frente a la muerte, no solo de las recientes 84 víctimas del ataque de ayer en Niza, sino del resto de los recientes atentados en Europa podemos decir: “Murieron de hipocresía”.
Mientras en el Promenade des Anglais, el coqueto paseo marino, de la quizás más coqueta ciudad de Francia, miles de personas se aprestaban a disfrutar los fuegos artificiales en rememoración de la, finalmente derrotada, Revolución Francesa, los fuegos reales de una guerra, que sus gobernantes iniciaron en el 2011 contra el mundo árabe, los tomó por la espalda.
El camión que a toda velocidad se lanzó sobre la multitud y que recién se detuvo 200 metros después, sobre una montaña de vidas extinguidas, conducido por un joven “solitario y silencioso” franco-tunecino de 31 años llamado Mohamed Lahouaiej Bouhlel, quizás fuera una de las miles de armas de destrucción masiva que Sadam Husein escondía en sus arsenales ultra secretos y por lo que Occidente, siempre tan dispuesto a salvar el mundo, inició una de las matanzas más atroces de la historia, como si alguna matanza no lo fuera, pero sí una de las más prolongadas.
Irak lleva ya trece años de una guerra continua y sangrienta cuando ahora los buenos vecinos occidentales, tan conectados y dispuestos siempre a nuevos estímulos que nos hagan mejores personas, descubrimos el informe Chilcot. Este documento británico, que es el resultado de seis años de investigación de una comisión encabezada por el diplomático John Chilcot, respecto a la intervención del Reino Unido en la guerra contra Irak a partir del año 2003, impulsada por el entonces primer ministro Tony Blair, revela la cadena de mentiras, falsos testimonios de inteligencia y otras operaciones en que se basaron Blair y sus socios George Bush, José María Aznar, Jacques Chirac, Silvio Berlusconi y Angela Merkel, para iniciar la temporada de caza en Irak.
Del joven camionero Bouhlel, que se convirtió en un shahâda, un kamikaze, será difícil saber si lo hizo siguiendo un estudiado cronograma pensado en las entrañas del Estado Islámico o fue un gesto espontáneo para vengar a los miles de muertos, por ya no decir millón o millón y medio, que la guerra desplegada por Occidente ha sembrando en Medio Oriente y el norte de África. Tampoco sabremos si en su última plegaría el joven camionero invocó a Allah con el Corán en mano o una copia del informe Chilcot.
«Del joven camionero Bouhlel, que se convirtió en un shahâda, un kamikaze, será difícil saber si lo hizo siguiendo un estudiado cronograma pensado en las entrañas del Estado Islámico o fue un gesto espontáneo para vengar a los muertos que la guerra desplegada por Occidente ha sembrando en Medio Oriente y el norte de África»
Lo que hoy Occidente sabe hacer muy bien es contar muertos -Madrid, Londres, París, Bruselas y ahora Niza-, evocarlos y solemnizarse, aunque no tienen la menor idea de cómo evitarlos. Con gesto adusto el presidente Francois Hollande, de entintada cabellera por un coiffeur de diez mil euros al mes, reclamará justicia y prometerá una vez más que la próxima vez no volverá a suceder.
Más allá de discursos vacíos, todos los que vamos siguiendo estos rastros de sangre sabemos -y alguien en algún momento tendrá que avisar a sus ciudadanos- que la única alternativa que existe es preparase para más atentados.
Desde el madrileño marzo de 2004, veníamos aprontándonos a un cambio de era que, sin duda, ayer en Niza ha comenzado. A partir de hoy, con absoluta certeza cada uno de los habitantes de Europa debe tomar conciencia de que se ha convertido en un blanco móvil, mejor dicho, que las políticas carroñeras de sus mandantes los han convertido en un blanco móvil, en la próxima víctima del próximo atentando, que será imposible de detener porque serán cientos. Desde ahora los enemigos de cada ciudadano europeo se cuentan por miles, y lo tremendo es que ni siquiera serán veteranos de ninguna guerra, no lucirán kufiyya palestina y una Kalashnikov en ristre: serán el muchacho que lleva la compra del supermercado, el barrendero de la calle de enfrente o el chofer del bus.
En Niza le han dado acta bautismal a la islamofobia: los 84 muertos son un voto de confianza para el Frente Nacional de Marine Le Pen y ha sido la confirmación de que el Brexit fue la mejor y más justa medida tomada por la pérfida Albión en su larga y sangrienta historia. Ha justificado la existencia del Pegida (Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente) que será amamantado por poderosos pechos teutones. Mientras prácticamente ha consagrado a Donald Trump como el 45 presidente de los Estados Unidos.
Niza ha puesto en excelentes condiciones a la Unión Europea para recibir la extremaunción, los santos oleos, todas las misas, requiems y toques por difuntos.
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En un remoto artículo que todavía no tiene 24 horas (Las mudanzas de Estado Islámico) considerábamos que tras el desmantelamiento de los territorios de Estado Islámico en Siria e Irak, fundamentalmente gracias a la intervención rusa, comenzaría algo así como la Hégira del Califato de Ibrahim, buscando territorios más propicios. Y ese despliegue puede alcanzar desde Europa, hasta las remotas islas del sur de Filipinas, sin olvidar el norte africano.
Advertíamos que un atentado con apenas un puñado de víctimas en Milán o Viena es mucho más redituable, para las política de marketing de Estado Islámico, que cientos de muertos en Ramadi o Alepo, aunque lo de ayer a ojo de buen cubero, es muy difícil de atribuírselo al Estado Islámico, más allá que ellos mismos lo hagan y todas las agencias de inteligencia occidentales estén también muy interesados en que así sea.
Una organización siempre es mucho más fácil de detectar para un servicio de inteligencia, aunque la inteligencia sea francesa, que un lobo solitario que en la noche se fue a dormir albañil y por la mañana despertó terrorista.
«Más allá de discursos vacíos, todos los que vamos siguiendo estos rastros de sangre sabemos -y alguien en algún momento tendrá que avisar a sus ciudadanos- que la única alternativa que existe es preparase para más atentados»
En esa misma nota decíamos que la inteligencia holandesa había alertado sobre que decenas de miembros del Estado Islámico ingresaron a Europa, utilizando los mismos caminos de los refugiados, particularmente la vía Turquía-Grecia. Ámsterdam reconoció que unos 260 de sus ciudadanos viajaron a Siria desde el 2012, de ellos 40 han regresado, 42 han muerto en combate y cerca de 170 todavía permanecen en Siria. Al tiempo que Alemania acaba de advertir que 17 miembros de Estado Islámico, con alta capacidad operativa, habían ingresado a Europa junto a los miles de refugiados.
El número de jóvenes europeos de origen musulmán que viajaron a la guerra siria quizás nadie lo conozca o quiera reconocerlo, aunque por decir una cifra se calculan que no son menos de cinco mil. De ellos muchos están retornando, y quizás puedan ser detectados antes de que operen, lo que nadie puede conocer es cómo opera el odio en la cabeza de miles de jóvenes que han sido despreciados sistemáticamente toda su vida por una sociedad hipócrita por solo adorar a su Dios verdadero.
Entonces, hasta el próximo atentado, que pasen bien.